CINCO VISIONES SOBRE ‘LOS ÉXODOS, LOS EXILIOS’, DE ALENCART: NOTAS DE MUJICA, PÉREZ ANTOLÍN, DE LA HOZ, ALVES DE FARIA Y COLLADO.

 

1 Alfredo Pérez Alencart, delante del Colegio Fonseca (Foto de Sinhá da Costa)Alfredo Pérez Alencart, delante del Colegio Fonseca (Foto de Sinhá da Costa)

 

Crear en Salamanca publica con agrado estos cinco apuntes sobre el último poemario de Alfredo Pérez Alencart, ‘Los éxodos, los exilios’ (Fondo Editorial de la Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2015), que se presentará este 19 de septiembre en el Salón de Actos del Colegio Mayor Fonseca de la Universidad de Salamanca.
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HUGO MUJICA (ARGENTINA):

TODO LO QUE CON SU POESÍA ALFREDO PÉREZ ALENCART ABRAZA…

 

Cuando la palabra ora la palabra, cuando es poesía como la que nos ocupa, digan lo que digan, digan pan o digan vino, dicen siempre vida, pan seco o vino agrio, dicen transfiguración. Digan lo que digan los poemas de Alfredo dicen Cristo. No el bucólico de las estampitas ni el cristalizado en el dogma, el doliente encarnado en carne viva: el que nos rodea. Porque su poesía es hermana, “extranjero en todas partes”, en éxodo o en exilio, pero para estar en todos, sin fronteras, como lo está la hermandad, como lo está el dolor humano. “Adelante, pues, dilatando el corazón”, si, “corazón” una palabra que se repite una y otra vez en los versos, pero cada vez por única vez, como en cada hombre y cada mujer, como todo lo que con su poesía Pérez Alencart abraza, no para retener, para darle palabra, para decírnoslo.

Tal su poesía, tal su ofertorio.
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MARIO PÉREZ ANTOLÍN (ESPAÑA): LOS ÉXODOS, LOS EXILIOS

Este libro, que a mi juicio compendia, si no la obra de Pérez Alencart, porque es amplia y torrencial, sí, al menos, la parte más reveladora de su genuino estilo, formará parte de la selecta biblioteca de las obras poéticas que despegan del terreno de lo anecdótico para elevarse a la universalidad de las experiencias humanas capaces de emocionar a los espíritus sensibles mediante una belleza llena de verdad y de hondura.

Pocas veces se ha tratado, por lo menos en la literatura española, el tema del exilio con tanta fuerza y al mismo tiempo con tanta delicadeza. Se nota que el que escribe reúne, en su experiencia vital, todas las variantes del asunto: el viajero que no acepta las fronteras, el nómada que cambia constantemente de domicilio, el desterrado que no se atreve a mirar atrás, el emigrante que echa nuevas raíces sin haber conseguido desenraizarse de su tierra originaria. El autor domina todos los registros, y de esta forma logra uno obra total y abarcadora. La rica geografía de la diáspora que en estos versos tan hermosos describe el poeta: ¡Los aeropuertos, nada! El mar no envejece / y los bosques renacen en tus venas. ¿No ves / que te duran los ríos? ¿No ves que aquí resucita / tu nacimiento?

Aunque se deja notar un tono confesional en todo el libro, con muy buen criterio, evitando así el excesivo intimismo autobiográfico, Pérez Alencart adopta una personalidad múltiple que salta con felicidad y destreza del “yo” intrínseco al “tú” extrínseco. Crea, de esta forma, todo un catálogo de personajes donde el escritor ocupa su lugar y cuenta, también, su realidad: Jaime hablaba de batallas, / de campos de refugiados y de barcos / con gente viajando a otras tierras. / Entonces yo entendía, y él cerraba / los ojos, nublados por la pena.

El que tenga el privilegio de leer este poemario va a encontrar no solo unas imágenes poderosas y una estética refinada, sino un auténtico canto homérico dedicado a los que han hecho del viaje y del desarraigo su razón de vida. Una raza especial, a la que pertenece Pérez Alencart, de bardos itinerantes conocedores de los secretos del alma.
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LEÓN DE LA HOZ (CUBA-ESPAÑA): UN LIBRO NECESARIAMENTE HERMOSO Y NECESARIO

Acabo de leer Los éxodos, los exilios (1994-2014), de Alfredo Pérez Alencart, y lo primero que me llama la atención es el laborioso trabajo del autor sobre un tema de gran actualidad que, no obstante, apenas ha sido tratado de forma tan prolija y escrupulosa. Es un libro que gira en torno a la fascinación del vacío de aquel que se ve obligado a construir el reconfortante imaginario del emigrante, tanto desde el punto de vista del propio emigrante como del que es receptor. En este sentido es un libro con un elaborado mensaje ético y al mismo tiempo crítico. No están todos los éxodos, ni todos los exilios, que por obligación o necesidad han marcado a la humanidad, pero sí está el desgarro particular que representan todos los éxodos y exilios producido en pueblos e individuos al abandonar la casa-patria por otra, sin que esta otra llegue nunca a suplantarla.

“Tener una casa no significa tener una patria”, nos dice el poeta Alencart, como tampoco tener una patria signifique tener una casa. En ese dilema moral que representa la enajenación, el extrañamiento y la construcción de una otredad basada en el abandono forzoso o voluntario del seno materno, llámese casa o patria, se configura la sístole y la diástole del corazón del poeta. Eso hace de este libro de libros de la migración un catálogo doloroso de largo recorrido histórico hasta nuestros días en el que todos nos podemos ver bocetados de una u otra manera, como constructores de una casa mayor que se llama mundo, fundada con el sacrificio y el amor de múltiples y antiquísimas migraciones de gentes de toda condición.

Hay libros que nos satisfacen y otros que además nos parecen útiles porque nos revelan las luces del lado oscuro o porque muestran la oscuridad en el exceso de luz. Este es uno de esos libros en los que su carácter comprometido con la ética y el espíritu más humanista se hace útil porque no pierde su naturaleza poética, no enflaquece la capacidad de la poesía para deslumbrarnos como un trozo de alma que chorrea sobre una hoja de acanto. Nos muestra aquello que no quisiéramos ver de nosotros mismos, sin olvidar que la poesía está en el reverso de las cosas. Así, Alencart ha escrito y organizado un libro necesariamente hermoso y necesario sobre los trastierros y los trasterrados, o sea, sobre nosotros que somos o fuimos aunque lo hayamos olvidado.

 

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ÁLVARO ALVES DE FARIA (BRASIL): LOS ÉXODOS, LOS EXILIOS

Há que se ler esta grande obra do poeta Alfredo Perez Alencart com uma visão épica. Explica-se: é a poesia de uma viagem existencial que atravessa o tempo numa redescoberta da vida e do mundo. Uma redescoberta do próprio homem e de sua busca em si mesmo. Uma poesia comovente, como um quadro que desvenda mistérios e conta segredos a migrar esquecendo-se das fronteiras em busca de outras alternativas de caminhos, a possibilidade de viver como o andarilho que se percorre na própria existência para identificar-se.

Alfredo Perez Alencart oferece um percurso longo, observando os detalhes que nem todos conseguem ver, somente um poeta atento à vida e os detalhes que a cerca. Um poeta que desvenda os acenos, estando numa pátria que não é a sua, no entanto a existência é a mesma, a alma é a mesma, o espírito é o mesmo, mas a redescoberta se faz necessária para que a vida, enfim, se complete. O poeta andarilho segue suas ruas com o olhar que marca os gestos diante de muralhas altas difíceis de transpor. E segue em busca de sua própria origem com passos que seguem, mesmo quando a palavra é de despedida: “Adiós, padres y hermanos”.

A palavra é de despedida mas é, também, de dizer que se está chegando a cada terra que envolve os sentimentos. “Se regresa a la tierra para pensar el mundo y la hondura final de lo que fue el principio”. O poeta é essa ave migratória que oferece essa paisagem que vai além da poesia porque representa um testemunho de vida, um depoimento humano em forma dessa poesia que se constrói com sensibilidade e com a certeza de que a vida tem de ser vivida dignamente, enobrecendo a existência para que a arte de viver seja plena no seu próprio sentido.

“Los éxodos, los exilios” percorre esse mundo interior, o que está por dentro do homem, o que se descobre e se multiplica, o que não termina nunca, mesmo diante das luas perdidas, porque, afinal, “todo se recuerda”, e tudo se recorda em qualquer circunstância da vida e do que há por viver.

Alfredo Perez Alencart mostra uma poesia que vai além da poesia, porque estes poemas representam, sim, uma afirmação da vida na mais ampla visão de quem conhece esse ofício de caminhar sempre e desvendar o que a poesia pode oferecer ao mundo.

 

 

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JULIO COLLADO (ESPAÑA): LA PALABRA COMPROMETIDA

“De la abundancia del corazón / habla la boca”.
Mateo, 12,34

Ya hace tiempo que conozco a Alfredo Pérez Alencart. Lo conocí en la Universidad de Salamanca, en su sede de Ávila, en donde impartía clases de Derecho del Trabajo. Desde el primer momento, me llamó la atención su “torpe aliño” machadiano y su pasión contagiosa por todo lo que hacía. Ya fuera dar una clase o levantar un poema. Con su desprendimiento característico comenzó a regalarme su conversación y sus libros. Desde entonces, he leído con delectación cada uno de sus poemarios. En todos ellos, se adivina su doble compromiso: con la palabra amada, acariciada largamente, con la que busca el supremo bien de la belleza; y con sus hermanos, los excluidos, los desposeídos, los sufrientes, los solitarios, a los que tiende su corazón y sus manos, como el Maestro a quien tiene por ejemplo vivo y permanente. En este compromiso, busca la justicia.

Hace unos días, pude leer Los Éxodos, los Exilios. Me llamó la atención el título. ¿Por qué dos palabras tan parecidas, que yo usaba hasta entonces indistintamente? Y busqué en el diccionario. De éxodo dice que es emigración de todo un pueblo. Exilio es, sin embargo, separación de una persona de la tierra en la que vive; generalmente por motivos políticos. Al adentrarme en el poemario, comprendí este empeño del poeta por afianzar casi la misma idea con una doble palabra: la historia humana es un solaparse éxodos (colectivos) y exilios (individuales) desde los primeros vagidos que los poetas han narrado. Desde Adán y Eva, anda el hombre desterrado de su “paraíso”, de su tierra primera. Y por mal que le hubiera ido allá o por bien que le venga acá, no ceja en su empeño de poder volver algún día. Eternos Ulises somos los hombres a sabiendas de que todas las Ítacas nos defraudarán en cierto modo.

 

 

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Esta reflexión hace que Alfredo intente comprender su “particular” exilio y el de su familia dentro de esos otros éxodos o exilios generales. Y lo hace para enraizarse con los más cercanos, para agradecer a los amigos el que facilitaran su destierro y para no olvidarse de todos los que pasaron por lo mismo que él. Siempre solidario y siempre agradecido, constata en su poema-prólogo que ha sido un afortunado. “A veces el exilio/ se transforma en reino/ fácil de amar”, porque Salamanca es ya su tierra en la que tiene “su amor y el fruto de su amor”: Jacqueline y José Alfredo. Además de muchos amigos y a la Universidad que le ha dado un trabajo gustoso del que vive y que le ha facilitado arraigar como ciudadano. Al fin, como dice Séneca, “Ubi bene, ibi patria”. O sea, donde se está bien, allí está la patria.

Pero como nunca olvida a los otros, “Hoy por ti, mañana por mí”, el poemario es un cántico, unas veces, dolorido y esperanzado, otras. Versos para unirse a los que no tuvieron su suerte y sufren el exilio con tanto dolor que bien podrían decir con el Mío Cid: “Como se arranca la uña de la carne”. Entonces, dice Alfredo, “Nos asomamos a los ojos tristes del mar o al hangar de los aviones”. Pero, como hombre profundamente creyente, no olvida la esperanza y anima a los demás a mantenerla para que el vivir sea más dulce. Como Terencio, “nada humano le es ajeno” y ríe con los que ríen y llora junto a aquellos a los que el exilio “avienta la nieve sobre los sueños/ traídos de lejos./ Entonces, el éxodo/ pierde su brújula/ de porvenir”. Y la imagen de la nieve que congela los sueños, cala hasta lo más hondo del lector que se adentra y se deja “tocar” por la alencartiana “Poesía para el pobre, poesía necesaria/ como el pan de cada día/ como el aire que exigimos trece veces por minuto/ para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica” al decir de Celaya. Esto es, un sí de lucha y de esperanza. Es esta poesía la que nos hace no sólo sentirnos y sentir al otro sino reflexionar sobre qué nos pasa. Porque apenas aprendemos nada de la historia. Seguimos repitiendo las mismas guerras, la misma rapiña, los mismos fanatismos, las mismas fronteras y las mismas grietas entre unos y otros. La misma estupidez humana. Por eso, puede decir Alfredo que “Nos sentimos extranjeros en todo lugar, también en donde nacimos”. Como se sienten hoy tantos desahuciados y expulsados de sus hogares por el pretexto de la crisis.

Tal vez, la insatisfacción humana que el hombre arrastra por sus venas nos juegue una mala pasada y necesitemos andar de allá para acá y de acá para allá. Y eso estaría bien si siempre fuera querido y no obligado por el hambre o por las creencias o por las opiniones políticas. Porque, como bien señala Alfredo en algunos de sus poemas, no todo exilio, aun obligado en su origen, resulta negativo. Casos ha habido en los que el desarraigo original procuró otra mirada y dio alas al desarrollo personal y a ser engranaje feliz en la nueva sociedad. Los desterrados poetas republicanos españoles son sólo un ejemplo de incardinación en la cultura latinoamericana. Y serían los ejemplos más cotidianos si pensáramos como Herodoto para quien los forasteros son enviados de los dioses y como tales hay que tratarlos. O si tuviéramos la visión humanitaria de Cervantes al narrar la vuelta del morisco Ricote y la alegría de Sancho por encontrar de vuelta a su antiguo vecino.

 

 

Germany MigrantsPeople welcome refugees with a banner reading ‘welcome to Germany’ in Dortmund, Germany, Sunday,

Ocurre, sin embargo, que demasiadas veces aparece la intolerancia. “Roto el cordón umbilical/…Irás a patria ajena/ y callarás/ y aprenderás/ como huérfano sin heredad”, escribe Alfredo. Porque el pobre nunca es bienvenido. Aquí y ahora, están los emigrados (exiliados, desterrados) del África hambrienta y de las guerras tribales y empobrecidas por los países ricos que les roban materias primas y les venden armas. Salen hacia Europa con el espejismo de la vida regalada y encuentran en el Marenostrum (¿de quién?), su tumba. Y si arriban a las tierras fértiles, a su soñado paraíso, serán “cálices sufrientes” en dolorosa metáfora de Alencart. El poeta habla desde la experiencia, de lo que ha visto y de lo que ve; y lo hace con mirada atenta y poética para adentrarse mejor en la espesura. Por eso, son versos verdaderos. Porque sólo hablando desde lo vivido profundamente se puede “dar razón cierta”, como escribió Teresa de Jesús. Lo demás es mirarse el ombligo.

Mientras leía y releía estos Éxodos, Exilios, oía la voz terrosa de A. Yupanqui: “Tú que puedes/ vuélvete/ me dijo el río llorando… los cerros que tanto quieres/ allí te están esperando… Es cosa triste ser río/ ¡quién pudiera ser laguna/…oír el silbo del aire…”. Y yo volvía a los versos de Alfredo prestando su voz a los sin voz: “Somos gentes sin culpa”, (gritan los expulsados). “Migraste adonde pudiste”,(no adonde quisiste). “”Nadie te abre las puertas de la ciudad del esplendor”. “Quema la tierra, quema el aire”. Y el poeta echa mano de su compromiso cristiano para unirse a todos los que quieran oírle denunciar con metáfora nueva y atrevida que “Grueso es el himen de la indiferencia” y temible su resultado: “Ay del hombre que queda/ sin hablas y sin patrias! Ojalá que nunca te suceda…Veo cómo el rechazo/ crece en pueblos que se dicen /cristianos”. Ante tales injusticias, el poeta no puede callar aunque su actitud le ocasione, como a los profetas, más de un disgusto.

El poemario termina con dos sencillos deseos. Uno: Sintiéndose el poeta un ser indigente, falto de poder para cambiar las cosas, no espera recompensa alguna para él por estos versos sangrantes sino, imitando a Berceo, “Entre músicas bebo vino tinto del Duero” mientras recita su ‘Brindis del bardo trasterrado’, un bellísimo canto a todo lo bueno que, a pesar de todo, habita esta tierra. Dos: “(Al) hombre (que), insolado hasta de noche, persiste en su éxodo hacia otro lado mejor que nada, adonde le den un “aguinaldo humildoso, un pedazo de esperanza”, Alfredo le ofrece su sincera amistad. Aquella que “Hace su ronda alrededor del mundo y, como un heraldo, nos convoca a todos a que nos despertemos para colaborar en la mutua felicidad” en palabras del filósofo Epicuro.

En fin, a pesar de sus versos dolientes, Los Éxodos, los exilios procurará al lector esa brizna de felicidad que cada uno de nosotros buscamos con la lectura de este comprometido y excelente poemario. Y mientras llegan los postres, brindemos con el poeta: “Brindo por el suelo de acogida… por la mujer de amor inagotable…por el retoño/ nacido entre altas torres de esta tierra…por los pájaros que comen la cebada/ y vuelan en libertad…Brindo por aquellos que hospedan extranjeros… porque no existan sombras de banderas…porque la paz no tenga diccionario/ y nos entendamos sin requerir traductores… Brindo…”.

 

 

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2 comentarios
  • Samuel Pedraz
    septiembre 12, 2015

    Enhorabuena, amigo Alfredo. Tu libro es casi imprescindible en estos tiempos de éxodos de gente tan necesita de amparo. Y muchos buenos comentarios sobre tu lírica cargada de ética y humanidad.

  • Tomás Sepúlveda
    septiembre 14, 2015

    Alfredo: recibe mi enhorabuena por tu nuevo poemario, de temática tan actual y tan antigua, inherente al ser humano.

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