“NECESITO UNA ISLA GRANDE”, NOVELA DEL VALENCIANO RAFAEL SOLER. COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

Rafael Soler en Salamanca (foto de José Amador Martín)

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario de Manuel Quiroga Clérigo en torno a la última novela de Rafael Soler (Valencia, 1947), uno de los exponentes de la explosión cultural y literaria de los años 80, autor de libros de marcada personalidad y estilo inconfundible que abarcan poesía, novela y relatos. Su obra ha recibido muy notables premios y ha tenido una destacada recepción crítica. A su novela El grito (1979, reeditada en Paraguay en 2014) le sucedieron libros de relatos, el poemario Los sitios interiores (1980) y las novelas El corazón del lobo (1980, reeditada en su treinta aniversario), El sueño de Torba (1983) y Barranco (1985). Tras un periodo de silencio de más de veinte años regresó con los poemarios Maneras de volver (2009, traducido y publicado en inglés, húngaro, rumano y japonés), Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014, Premio de la Crítica Valenciana), No eres nadie hasta que te disparan (2016) y la antología Leer después de quemar (2019). En 2018 regresa también a la narrativa con la publicación de su exitosa novela El último gin-tonic (Contrabando). Necesito una isla grande, publicada en diciembre de 2019 por la valenciana editorial Contrabando es, por el momento, su última novela publicada.

Soler ha participado -como autor invitado- en varios de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que anualmente se celebran en Salamanca.

 

 

 

 

“NECESITO UNA ISLA GRANDE”

 

La cosa comienza con un tinte de novela negra. Agatha Christie o similares. Pero, tranquilidad, luego se va enderezando hacia cuestiones más anormales. Por ejemplo, Luis Landero habla de “tipos de piel dura y corazón tierno, imprevisibles, sentimentales y maravillosos”. Ciertamente, pero con muerto incluido, o sea un muerto primario, de las primeras páginas. Se hablará de ese primer cadáver pero, atendiendo a Alfred Hitchcock, no se comentarán otras posibilidades funerarias, claro está. O no tan claro.

La novela, sexta de su producción, del valenciano Rafael Soler se titula “Necesito una isla grande” y viene a confirmar el buen hacer de este sociólogo/poeta viajero que regresó a estos lares de la narrativa en 2018 con “El último gin-tonic” sin olvidar que el primer título del género fue “El grito”, obra llegada a las librerías en 1979 en la colección Ámbito Literario de Víctor Pozanco y reeditada en Paraguay en 2014. El mismo número de poemarios, seis, atestiguan su trabajo lírico, desde “Los sitios interiores” de 1980 hasta “Leer después de quemar” de ahora mismo (2019). Lo de la isla también será una incógnita. Para saber que pasa hay que leer.

Bien. El creador onubense Juan Cobos Wilkins en su poemario “Matar poetas” (Vandalia 2019) escribe “Solos, y frente al inmortal espejismo de amar, somos mortales: destructiva-autodestructiva-forma inevitable de rozar la eternidad”. Así que, salvo este muerto primerizo, pese a ser uno de los partícipes del beneficio efectivo de “doscientos mil eurazos del alma” en un momento escasamente alegre, los demás están/estamos (también los lectores) a punto de “rozar la eternidad” por la vía-no del amor-sino de la aventura.  Pronto empezará la escapada, no emulando a Vittorio Gassman, sino de forma menos aparatosa.

Realmente se trata de una mezcla de cuestiones que ponen en marcha a un raro entramado tras dejar atrás y, ojalá, para siempre a Doña Asunción
Dimisión y cuanto representa, es decir la falta de libertad, para unos jovencitos con ansias de meneo, jovencitos que deben andar por la edad provecta, bien provecta.

Así que vamos por partes. El Pulga, con la pantalla del móvil anunciando que la suerte ha llamado a su puerta, la palma, es decir, sufre un infarto. Tomás se hace cargo y el conocido como Coronel, que no es coronel ni nada como se nos advertirá en su momento, se frota las manos. El Pulga jugaba a medias. Y así aparece la mención de un tal Liberto Gómez, ¿?. Pues Liberto no es otro que el Panocha. Por allí anda gente tratando de justificar los años que les quedan, algo que anticipó Caballero Bonald (“somos la vida que nos queda”), pero que el personal, o el novelista en este caso, transforma en algo más real: “somos la vida que no queda”. Y ya está. La gente antedicha parece que quiere montar una función, una obra de teatro, aunque casi nadie se sabe el papel, al menos Rocky, “su adorada Angelines, muy parlanchina con Gimeno”, y tal y tal como decía Jesús Gil, el del caballo Poderoso y el bluff marbellí/colchonero. Este Rocky, en su juventud, fue boxeador, ahí es nada.

 

 

Soler en una de las presentaciones de su novela

 

 

Tomás es quien asiste a Pulga en su inoportuna despedida de la vida, o sea que a éste sí que le quedaba poca, y ya es mala suerte que se le acabe justo cuando llegan los doscientos mil del ala, o de las dos alas, del segundo premio éste. Y por allí deambula su hijo, Julián, el de Tomás, que tiene cierto lío con su separación de Almu o Almudena, señora de malas pulgas, padres de Deborah que está como diluida y con un tal John. Almudena brama cada vez que Julián quiere entablar algún diálogo y, además, ya está en trato, seguramente carnal, con Peter que es “decorador”. Julián tiene un programa de radio con Pablo y, su padre, trata de sacar adelante la revista “Trinototolueno”. Ciertamente “Tomás daba punto a los titulares, y Carmina redactaba con un estilo sencillo y directo los contenidos”. Esta Carmina tendrá un papel importante en los sucesos cercanos al final de la aventura, y ahí se recuerda que hacía sesenta años de muchas cosas, de otras menos. El Comandante en Jefe puede actuar, de hecho lo hace, como personaje reversible, que todos son necesarios en este reparto, o sea en la huida hacia esa posible isla. ¿?. .Dª Asunción es la Directora de la Residencia donde se “alojan”, seguramente a su pesar, los componentes de la futura escapada, no tan futura. O sea que salen por pies con el dinero a buen recaudo y dejando la Residencia en estado de abandono pero con la no discreta gobernanza de la antedicha jefa que, más adelante, amenazará con cubrir las vacantes.

A lo largo de la novela de 177 páginas, menos las entradillas (8), se nos regala una escritura que además de poseer “un lenguaje brillante”, como ha dicho Inma Chacón, se desenvuelve con soltura y crea unos tempos dramáticos que, a veces, producen los escalofríos típicos de las obras que suelen acudir a la Semana Negra de Gijón. (Habría que hablar con Paco Ignacio Taibo II, por lo menos hace unos años). Pero, además, en el espacio de esa larga narración se van produciendo acotaciones, apeaderos, digresiones o intercalados, generalmente, con vida propia. Rafael Soler, como buen practicante de la creación poética, dota a cada uno de estos “cortos” de un especial interés que, si en muchos casos, como en la “Tres para ninguno” con ese casi trío amoroso entre los curiosos Nepo, Tomás y Elvira, “que era… “ .

Alto. Entre escalofriante y tal vez divertido y expectante se halla el relatito “Cuando Pulga se mudó a un loft”. Este tipo de humor negro, muy propio de La Codorniz, recordemos su espacio “Tiemble después de haber reído”, o de escritores considerados raros como Jan Potocki, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne o el propio Juan García Hortelano y sus “exrebeldes sin causa” de “El gran momento de Mary Tribune” aparecerá con frecuencia a lo largo de la novela, creando al lector algún temblor ocasional.

Ejemplares de la novela

 

Al ejército de fugados se va a unir una despistada, que se llama Cris, “estaba haciendo el doctorado” y tiene un novio, Alberto, de poco papel en esta función, pese a ser “Alto, musculoso, furioso”. Y es que Julián pese a todo lo que cae encima es capaz de sentarse al lado de una jovencita (“Tenía los labios carnosos de su hija…”) y preguntarla “Te apetece otra copa?. “¿Te conozco?-contraatacó ella”. “Ahora sí”, contesta el fulano. Y hala a la aventura, aunque el primer intento de intimidad está a punto de resultar fatal.

Y sí, la aventura comienza con un coche alquilado, del que nadie sabe los antecedentes. Ya estamos, ¿todavía?, en el capítulo “normal” de cuando los “cinco ancianos se fugan de un asilo con lo puesto”, que nos recuerdan andanzas berlanguianas, de la época del neorrealismo italiano, de “El viaje a ninguna parte” de Fernando Fernán-Gómez o de algunos escritos de Julio Cortázar o Borges, tanto por su sencillez como por esa capacidad de Soler de penetrar en los recovecos del corazón humano, en los espacios de sus ilusiones, temores, alegrías y, hasta, rencores. Sin describir con rasgos profundos la personalidad de cada uno de los aventureros, embarcados en ese mundo que desean descubrir al tiempo que tratar de aspirar a hacerle suyo, el autor, aunque no podamos afirmar que “Esta novela es única” como anotaba nuestro amigo José Luis Alegre Cudós en “Estado de novela” (1978) si sabemos que la travesía que emprenden los protagonistas y la adherida Cris es un acto de conciencia, de afirmación de su necesidad de buscar algo diferente, algo novedoso, como si fueran adolescentes procurando su primer refugio, no el último, ante las inclemencias de la frugal y deteriorada existencia.

Vamos, vamos. Pese al deseo de avanzar por una geografía, de la que el autor nos da pocos datos, más bien ninguno, les acompañamos con soltura, incluso cuando se van planteando retrocesos para recordar al primer damnificado por el agujero negro de la eternidad, Pulga, al que, desde luego, quieren acompañar, al menos in mente.

Muy interesante la acotación denominada “Instrucciones obligatorias para los pasajeros del viaje”, que son 5 más un slogan o animada exclamación (“Salud y República” que nos recuerda a nuestro buen amigo el poeta de Linares Domingo F. Faílde). Todo ello lo gestiona Begoña, “enfermera suplente y simpatizante fundadora de la revista” y así se gesta la despedida, o desperdicio, de la “Trinitotolueno”.”Todo pasa”, dirá Panocha en momento tan crucial. Enseguida nos topamos con “Dinero rápido. Todavía hay solución. Decídase”, relato independiente, surrealista desde luego, con vida propia y con capacidad para ser un buen guión para estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Información o, mejor, de la antigua Escuela de Cine. Ahí, como un guiño aparece “Una imagen con la Isla del Sol, donde todos sonreían al menos un día a la semana”. ¿No será esta isla, más grande desde luego, que buscarán los viejales de la aventura?. Veremos, veremos.

Arranca el coche alquilado con su rara carga. Se nota la inclusión de Cris y los demás pero se echa falta a Pulga y otros amigos que se han ido quedando en el camino. Seguramente se considerarán, como dijo Cortázar, los que “viajamos episódicamente”. Desde luego ni van a intentar los recorridos de Don Quijote y Sancho ni estamos en “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, esa “tensa reflexión moral acerca de la soledad y la lucha del nombre en su enfrentamiento contra las fuerzas incontroladas de la naturaleza”. En algún momento Soler cita un recorrido de menos de trescientos kilómetros, aunque cuanto sucede podría justificar un más largo viaje, por ejemplo lo que ocurre con Rocky, que como hemos dicho había sido boxeador con 5 victorias y cincuenta y tantas derrotas pese a lo cual seguía evocando “sus años de gloria como Martillo de Herejes en la Ciudad de Amsterdam” (no sería en la Zona rosa, suponemos). A lo que vivió el antiguo púgil, “afición” que todavía se da en algunos lugares de la “cultura” del mundo aunque no tanto en España, se puede unir una desavenencia similar a Tomás. Pero eso es más tarde. Antes suceden cosas, como recordar lo ya citado, “el tiempo que no queda”, no que nos queda, sino que va escaseando dada la biografía de la mayoría de los gassmanes. Otro “corto” nos asalta, Tomás y Julián son los actores nominales. Y otro, que podría contradecir al propio Hitchcock sobre Rocky. La historia de  Luisa Lacroix se titula “Algo último que merezca vivir” bien podría ser galardonada como mejor relato corto en un concurso al efecto de los no manipulados por las mafias de siempre, que siguen siendo muchas, o más. Otro corto, fenómeno a nuestro entender, es “Un aro metálico para la oreja izquierda” o “Estoy en Aitutaki”, que nos puede retrotraer a las lecturas infantiles de que tanto habla Luis Alberto de Cuenca, aquellas aventuras firmadas por Emilio Salgari, Jules Verne, el mencionado Jack London, el Lewis Carroll de “Alicia en el País de las Maravillas”, Mark Twain…

Soler fimando un ejemplar

 

 

Entonces sucede que los viajeros casi sin destino desean hacer algo importante, o que alguien haga algo, gracias al dinero del premio que incluso la policía controladora no puede decomisar ante la información de un director bancario que, por fin, sirven para algo y no por la ayuda de aquella Doña Bicho, directora de la Residencia que albergada a los libertarios, digo liberados. Lo que había sucedido es que en un control rutinario se sabe que el coche alquilado es robado y, encima, al tener un pinchazo advierten que no tienen ni rueda de repuesto ni gato para cambiarla, en caso de que la tuviera. Han de llevar a un acuerdo con la grúa para reparar el tema. Y entonces es cuando llega la poli. Pero estábamos con el tema de la fiesta. Claro que esa fiesta, con una Daisy y compañía por medio, sale mal. Vean, vean.  Luego están los capítulos “Gatillazo del viejo sátrapa”, “Instante de gloria en la penumbra” y momentos para ver cómo corre el alcohol. Algo han de hacer lo que van casi a la deriva, aunque la jovencita Cris insinúa, bueno, reclama a Julián algo más íntimo. Así que Tomás, Carmina, el Coronel (que no lo es), etcétera andan pensando en lo que vale una isla, en si Cuba de hecho no es una isla adecuada porque cuesta mucho recorrerla, aunque no cuesta tanto, o sea que sin nombrarla lo que sucede es que alguien tiene una idea fija: “Necesito una isla grande”.

¿Dónde se quedan los “supervivientes”?. Los llamamos así por lo que limita el cansancio, y porque el recuerdo de Pulga llega hasta la penúltima página desde la segunda, o sea que muerto y todo tiene más recorrido que el propio Panocha o Carmina que, a pesar, de tener la memoria bastante clara andan un poco desorientados. En el caso de Carmina, cuando trata de hallar el lugar de reposo de sus padres Manuel y Baltasar, aparece un extra interesante en el cementerio de la Paloma, es Ginés que usa una gramática demorada pero correcta: “Si puedo ayudar usted me dice”. Es parte de esa serie de personajes adicionales, meritorios digamos, como el Comisario jefe Abraham Deza Otero, Mari Tere, una madame de cuando el suceso de Rocky y Adolfito. Carmina, por ejemplo, recuerda a un Don Ernesto, vecino de la época en que “A su padre Baltasar le gustaba caminar entre bancales”, precisamente donde rodaron una película con el altón Stewart Granger, que lugar a la corta narración titulada “Un aro metálico para la oreja izquierda” donde aparece otro personaje menor, Don Atilano, y hasta salen Deborah Kerr y “El prisionero de Zenda”.

Total que lo de la isla queda ahí, enfrente, en la memoria. La vida sigue su curso, aunque “Queman las pérdidas” como dice Gamoneda, y la casi insignificante Carmina aparece en el meollo de la cuestión, en el centro de la trama casi en el the end:

“Pero si no te gusta el mar-tanteó Carmina.

“Una isla grande, lo que se dice una isla bien grande”.

Al parecer eso es lo que necesitaba Tomás, una isla grande. A ver si lo consigue.

 

Rafael Soler, Manuel Quiroga Clérigo y Antonio Porpetta, en Madrid.

 

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