LOS AVATARES DEL POETA. ENSAYO INÉDITO DE LA COLOMBIANA BERTA LUCÍA ESTRADA

 

 

La poeta y crítica literara Berta Lucía Estrada

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar este ensayo inédito de Berta Lucía Estrada Estrada (Manizales, Colombia, 1955), escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte. Secretaria del PEN Internacional/Colombia. Realizó estudios de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Maestría y Diploma de Estudios Profundos (DEA) en Literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia). Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (Editions du Cygne, Francia, 2012), en edición bilingüe; Náufraga Perpetua, ensayo poético sobre la vida y obra de Virginia Woolf (Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012); Endechas del último funámbulo, ensayo poético sobre la vida y obra de Malcolm Lowry); ¡Cuidado! Escritoras a la vista…(ensayo); Todo lo demás lo barrió el viento (un poemario sobre la guerra en Colombia), Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo (nouvelle) y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). Estas tres últimas obras fueron publicadas en la colección O Amor pelas Palavras, 2020 ARC Ediçoes, y Editora Cintra-Brasil 2021). Ha recibido cinco premios de poesía. Algunos de sus artículos y poemas han sido publicados en medios nacionales e internacionales; entre ellos las revistas Triplov (Portugal), Agulha (Brasil), Esteros (Uruguay) y Aleph (Colombia), dirigidas por Estela Guedes, Floriano Martins, Carolina Zamudio y Carlos-Enrique Ruiz, respectivamente. Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego e inglés.

 

Este ensayo es un capítulo del próximo libro a publicar por la destacada escritora y crítica colombiana.

El poeta José Asunción Silva

 

 

LOS AVATARES DEL POETA

 

 

El presente trabajo forma parte de un libro que estoy escribiendo actualmente sobre la precariedad del Poeta, y las reflexiones que en él hago surgen de la lectura de diversos universos poéticos que se sirven de la palabra para poder hurgar y nombrar temas que van desde el amor y el erotismo hasta la metafísica, en un intento de desentrañar los arcanos de la existencia humana: el dolor, la soledad, el vacío, la nada, la muerte. Ítems que acompañan a los creadores desde la noche de los tiempos. Ya sabemos que la palabra puede servir como pértiga y así evitar que el Poeta, eterno funámbulo, caiga en el vacío; y por supuesto, no siempre lo logra.

 

Según Fernando Arrabal el poeta vive en las catacumbas; podría decirse qué es la caverna de la que habla Platón. Solo que el poeta no está encadenado ni mira solamente a las paredes de la roca. El Poeta, y eso lo saben muy bien los bardos de todos los tiempos, es más bien un Iluminado; es el que escarba, penetra y desvela los arcanos; trata de develar la verdad, aunque no siempre la comprenda[1].

 

En este breve resumen del libro al que hago mención solo voy a centrarme en cinco poetas colombianos que pueden ser considerados como “malditos”; me refiero a José Asunción Silva, José María Vargas Vila, Porfirio Barba Jacob, María Mercedes Carranza y Héctor Fabio Trejos; faltan otros como Raúl Gómez Jattin; ese queda para la edición del libro.

 

Y si hablo de la concepción de “malditos” es imposible no pensar en José Asunción Silva y en sus manuscritos desaparecidos en un naufragio. Silva, al igual que Rimbaud, muere muy joven, a los treinta años; y en su caso preciso de un disparo en el corazón, disparo que él mismo se propinó. Cuando encontraron su cuerpo vieron que en la mesa de noche estaba El triunfo de la muerte, de Gabriel D’Annunzio. Silva, aparentemente, habría vivido un amor incestuoso con su hermana Elvira; imagino que ese amor prohibido, sobre todo para la sociedad inmensamente católica y conservadora del Bogotá del s XIX, debió generarle profundos problemas éticos e incluso religiosos. Por otra parte, había crecido en una familia acomodada y culta -incluso su padre Ricardo Silva, era un escritor costumbrista conocido en la Santa Fé de la época-, lo que le permitió tener una infancia y una adolescencia relativamente privilegiadas. Posteriormente la fortuna familiar comienza a diluirse, primero por las medidas draconianas del gobierno de turno, y después por los pleitos de su padre con dos de sus primos. En 1985, en su estancia parisina, visitó a Mallarmé en su apartamento de la Rue de Rome. Luego viajó a Londres donde conoció el trabajo de los Prerrafaelitas; y de allí pasó a Bélgica, Italia y Suiza. Para finales de ese año 1895 estaba de regreso en Santa Fé de Bogotá; así que José María Rivas Groot lo integra al grupo La Lira Nueva. Y muy pronto aparece en una antología al lado de Candelario Obeso, Julio Flórez y Fidel Cano; entre otros. Antología que para algunos estudiosos de la literatura del s XIX fue la antesala al Modernismo. Lo que corrobora que Silva gozaba de un gran prestigio literario y que su poesía era admirada, leída y difundida. Inmediatamente después aparece El Parnaso colombiano y conoce a Baldomero Sanín Cano con quien tendrá una profunda amistad literaria; otra de sus amistades sólidas fue con Jorge Isaacs.

 

Poeta II, de Miguel Elías

 

 

A la muerte del padre José Asunción Silva se encuentra con la noticia que el comercio que regentaba estaba en bancarrota y que sí había sobrevivido hasta ese momento era porque los prestamistas confiaban en su padre; eso no quería decir que el hijo fuera mirado con la misma benevolencia. De todas formas, Silva era una especie de dandy al que le gustaba la vida acomodada y que desconocía cómo llevar exitosamente un negocio. El poco dinero que reunía desaparecía rápidamente en sus dedos que hacían las veces de un cedazo. Las deudas lo ahogaron. La precariedad económica; esa amante que acaricia a los poetas de todos los tiempos, lo ahorcaba y le impedía respirar. En 1881 su hermana Elvira muere de una neumonía y Jorge Isaacs, su amigo, y amigo de la familia, le escribe un poema. La muerte de Elvira devastó a José Asunción Silva; posiblemente fue el golpe más duro que recibió en vida. Cuando ella muere la familia se da cuenta que no hay ni siquiera dinero para pagar el ataúd y menos el entierro. Vicenta Gómez, la madre de José Asunción Silva, y su familia, lo insultan y lo humillan. Vicenta Gómez lo acusa de despilfarrar el dinero para poder escribir “versos”. Silva afronta entonces sus primeros líos judiciales; llegarán a ser cincuenta y dos demandas a las que les tiene que poner la cara. Todos los bienes, incluyendo las joyas de la familia, son tomadas como dación de pago por los acreedores.

 

Miguel Antonio Caro, en ese entonces vicepresidente de la república, lo nombra secretario de la embajada en Caracas donde fue acogido como se reciben a los grandes poetas. Su nombre ya era conocido y respetado por fuera de las fronteras de Colombia. Pocos meses después de su llegada a Caracas, donde se dedicó básicamente a escribir y a visitar a los poetas venezolanos, decide pedir una licencia para venir a Colombia; se embarca en el vapor Amérique, de bandera francesa, que encalla en Bocas de Ceniza. Los pasajeros son rescatados, aunque el equipaje se queda en el barco que finalmente se va a pique. Silva pierde la mayor parte de su trabajo poético. Al año siguiente se dispara un tiro en el corazón. No en vano había escrito un poema que ya presagiaba su muerte:

 

Suspiro

 

a A. de W.

 

Si en tus recuerdos ves algún día

Entre la niebla de lo pasado

Surgir la triste memoria mía

Medio borrada ya por los años,

Piensa que fuiste siempre mi anhelo

Y si el recuerdo de amor tan santo

Mueve tu pecho, nubla tu cielo,

Llena de lágrimas tus ojos garzos;

¡Ah, no me busques aquí en la tierra

Donde he vivido, donde he luchado,

Sino en el reino de los sepulcros

Donde se encuentran paz y descanso! [2]

 

El día antes de su suicidio visitó a su médico para que le dibujara un círculo en el lugar exacto del corazón.

 

el suicidio fue el acto final de la autoescenificación estética del dandy José Asunción Silva, fue el último ademán con el que Silva manifestó su desprecio no sólo a la sociedad bogotana y a su propia clase sino a la vida misma. Gottfried Benn asegura que la poesía es exorbitante, es decir, que no admite mediocridades, o no es poesía. El dandy Silva fue excéntrico en el sentido de que perdió su centro. A esa excentricidadrespondió el dandy Silva con algunos poemas y algunos versos que alcanzan la exorbitancia o llegan a los límites de ella. Esa exorbitancia redimió al dandy Silva de su rastacuerismo”, pues ella y su vida como obra de arte fueron la única posibilidad que él intuyó de sacudir a la amablemente mezquina y mohosamente pétrea sociedad bogotana”.[3] 

 

José Asunción Silva fue enterrado en el cementerio de los suicidas; la Iglesia católica, fiel a su política de compasión, le negó la sepultura en sus campos mal llamados “santos”.

 

 

 

José María Vargas Vila, contemporáneo de José Asunción Silva, y al que solo le llevaba cinco años de diferencia, fue un autor prolífico, escribió más de ochenta obras. Fue perseguido, denostado, considerado enemigo de la sociedad, del clero y por ende de las buenas costumbres santafereñas; lo que no le impedía, como sigue sucediendo hoy en día, la explotación del pueblo, la violación de mujeres y de menores, y la pena de muerte para los delincuentes o criminales que la sociedad consideraba un estorbo, o el despojo de las tierras ancestrales a los grupos indígenas.

 

Es así como las familias distinguidas de Popayán, y anteriormente los jesuitas, han arrebatado sus tierras a los indios, mediante mil subterfugios; tal es el caso de los indios de Puracé, Coconuco, Poblazón. Esos infelices indios, antiguos y auténticos dueños del país, fueron expulsados con rumbo al más alto y frío espinazo de la cordillera Pero esto sucede en todas partes. Nuestros aristócratas alemanes son los bárbaros que penetraron durante la transmigración de los pueblos desde el Mar Negro”. (Viaje al Volcán”). [4]

 

Antes de salir por primera vez de Colombia -el presidente Nuñez le había puesto precio a su cabeza-, y a la temprana edad de diez y nueve años, se enfrenta al clero y a la sociedad. Me refiero a su acto de valentía al tomar parte en el proceso que se le abrió al presbítero Tomás Escobar, director precisamente del Liceo de la Infancia donde José Asunción Silva había estudiado durante tres años. Escobar era pariente de Vicenta Gómez, la madre de Silva. Vargas Vila lo acusó de pedofilia, y el Liceo, tras un proceso bastante difícil, cerró sus puertas. Sin embargo, la sociedad de la época, en cierta forma, protegió al cura y condenó al ostracismo a Vargas Vila.

A él lo habían acusado de ladrón, de travesti, de sodomita. Además, había luchado en el bando perdedor de las tropas liberales radicales y ahora era perseguido por el gobierno de Rafael Núñez. En lugar de quedarse excéntricamente como Silva, Vargas Vila intuyó como su única posibilidad de sacudir la pétreamente mohosa y mezquinamente amable sociedad bogotana ampliar la distancia entre los focos de la elipse, esto es, intensificar el ímpetu de la fuga y la fugacidad: el exilio. Su pluma no empezaría por marcar la condición excéntrica desde lo literario, como lo haría Silva, sino desde la diatriba meramente política que glorifica a los perdedores en el exilio como la voz de la conciencia de un país que él ve aprisionado por la ideología conservadora[5]

 

José María Vargas Vila abogaba por la separación de la Iglesia y del Estado (algo que solo se hizo realidad con la Constitución de 1991), anhelaba una educación laica, hoy en día la educación sigue siendo en gran mayoría confesional, incluso en las instituciones públicas; era partidario de la abolición de la pena de muerte -que sería legislada en 1910-. Sus ideas, más que liberales, eran libertarias; él mismo se consideraba anarquista.

 

Cuando Vargas Vila parte para Venezuela, su primera etapa del exilio, solo tiene veintiséis años, y de allí es expulsado luego por Raimundo Andueza Palacio, el presidente de turno; así que su siguiente etapa es Nueva York donde trabaja en el diario El Progreso; el mismo medio en el que trabajaba José Martí. Regresa a Venezuela bajo la presidencia de Joaquín Crespo que se había tomado el poder gracias a la Revolución Legalista; y es nombrado como su secretario privado y consejero en asuntos políticos. Luego de la muerte de Crespo, solo dos años más tarde, Vargas Vila regresa a Nueva York y de allí es llamado por Eloy Alfaro, presidente del Ecuador, para que asuma el cargo de embajador plenipotenciario en Roma. Vargas Vila, anticlerical hasta la médula, se niega a arrodillarse ante el papa y dice: “No doblo la rodilla ante ningún mortal”. Posteriormente, en 1900, publica su novela Ibis por la que es excomulgado; una noticia que recibe con verdadero júbilo. En 1903, de regreso a Estados Unidos, publica su revista Némesis en la que denuncia la voracidad del país del Norte, la usurpación del Canal de Panamá y la Enmienda Platt. Escribe un artículo titulado Ante los bárbaros y el gobierno le responde con la expulsión de su territorio. En Némesis también criticó a Rafael Núñez y a otros dictadores de América Latina.

 

Al año siguiente José Santos Zelaya, presidente de Nicaragua, nombra a Vargas Vila y a Rubén Dario representantes diplomáticos en España. Finalmente, y tras una breve estancia en Paris, el escritor se instala definitivamente en Barcelona. Allí la Editorial Sopena le publica sus obras completas y Rubén Darío le dedica dos poemas, Cleopompo y Heliodemo y Propósito primaveral. En 1981 Colombia decide repatriar los restos de Vargas Vila que reposaban en el cementerio barcelonés desde 1933. Es decir, habrían de pasar cuarenta y ocho años para que el gobierno colombiano se acordara que uno de sus más importantes escritores había muerto en el exilio.

 

Salmos de la voluptuosidad: En los jardines de Eros

 

I

 

Tus pupilas, semejaban esa tarde, dos

violetas que el crepúsculo hacía tristes ;…

 

un crepúsculo amoroso, que en tu almohada

deshojaba muchos besos, como

rosas en sus lentas agonías… 

el azul de tus pupilas, que se ahogaba

en el crepúsculo, era obscuro como el ala

de un cisne negro, extendida sobre el lago,

en esa hora inexpresable, en que el silenció duerme,

en las corolas de los nínfeos lidos ;

exhaustos corazones en destierro… 

la cólera y los celos, hacían torva tu mirada ;

una gran agua turbada por el viento, parecía ; 

desnuda, como el mármol de una Victoria,

de antigua memoria, a la cual el tiempo rompió las alas,

que protegían la Ciudad;

como una perla, que la tempestad arrojó sobre la arena ;

llena de una belleza helena, soñabas con tu rencor inicuo, bajo

el rayo del divino sol oblicuo… (fragmento)

 

 

Este poema una clara alusión a La Charogne (La Carroña) de Baudelaire.

 

 

Vargas Vila

 

 

Y si los manuscritos de Silva desaparecieron en un naufragio, la vida de Porfirio Barba Jacob naufragó siempre en aguas turbias y violentas que lo llevaban y sacudían de una frontera a otra, de un país a otro; podía pasar de un pueblo del norte de México, al Perú y luego amanecer en Honduras o en Cuba. Y es precisamente en la isla caribeña donde conoce a Federico García Lorca. Porfirio Barba Jacob fue su seudónimo, su nombre real era mucho menos pomposo y altisonante, Miguel Ángel Osorio Benitez. En su juventud fundó una escuela campesina donde fue profesor de primaria; aunque su verdadera vocación estaba enfocada en las Letras. Fue un poeta en el sentido literal de la palabra; lo digo por la calidad estética de su obra; así su estilo no corresponda a los gustos estéticos actuales. Y como la poesía no le permitía vivir se convirtió en periodista; e incluso en Monterrey fundó el diario El Porvenir que con el tiempo se llegó a convertir en uno de los medios de comunicación más importantes del norte de México. En Guatemala hizo del periódico El Imparcial el mejor medio de toda Centroamérica. En Jalisco dirigió su biblioteca y allí lo visitó Ramón del Valle-Inclán; cargo del que fue expulsado por sus permanentes escándalos y por su férrea oposición al gobierno de turno. Años más tarde lo encontramos como columnista en El Excélsior, el diario de ciudad de México; su columna Perifonemas se destacó por su gran calidad periodística sin que ninguna otra llegase a igualarla o superarla. Para Barba Jacob el periodismo era su forma de ganarse el pan; así que nunca se preocupó por recopilar su trabajo; y al día de hoy muchas de sus columnas, reportajes y artículos siguen diseminados en los diferentes países en los que trabajó como periodista. Lo que sí valoraba era su trabajo poético al que pulía y pulía incesantemente, nunca estaba satisfecho con su trabajo, así que ni siquiera pensaba en publicar libros; afortunadamente muchos de sus poemas aparecieron en revistas de todo el continente.

 

Porfirio Barba Jacob fue un homosexual confeso, nunca se ocultó en el clóset, y precisamente su conducta sexual abierta, sin tapujos, fue una de las causas por las que a veces tuvo que salir huyendo de alguna ciudad o poblado. Además tuvo una participación activa en la política lo que le generó todo tipo de persecuciones por las que a menudo tuvo que dejar el país donde residía; es el caso de México. Luego de su oposición férrea a Porfirio Díaz es arrestado y pasa seis meses en la cárcel, de allí sale huyendo gracias a sus amigos revolucionarios. Más tarde publica un artículo en contra de Madero, El combate de la ciudadela contado por un extranjero, esta vez es expulsado del territorio mexicano; lo que no le impediría regresar de nuevo. En 1920 regresa a este país que lo atraía como un imán y comienza a escribir una serie de crónicas que llevaban como título Los fenómenos espíritus en el palacio de la nunciatura. En realidad los relatos fantásticos tenían como escenario la casa que se había reservado para el nuncio apostólico que no podía ocuparla por prohibición expresa del gobierno; así que Porfirio Barba Jacob la convirtió en su cuartel de invierno; pronto se supo que allí celebraba, con bastante regularidad, orgías en el sentido literal de la palabra; eran rituales acompañados del consumo de marihuana. Barba Jacob era un libertino, en cierta forma fue un hijo de Sade y a su vez padre de Luiz Pacheco. En esa época escribe:

 

BALADA DE LA LOCA ALEGRÍA

Mi vaso lleno -el vino del Anáhuac-
mi esfuerzo vano -estéril mi pasión-
soy un perdido -soy un marihuano-
a beber y a danzar al son de mi canción…
Ci
ñe el tirso oloroso, tañe el jocundo címbalo.

Una bacante loca y un sátiro afrentoso
conjuntan en mi sangre su frenesí amoroso.

 

 

El son del viento

 

Yo ceñía el campo maduro
como si fuera una mujer,
y me enturbiaba un vino oscuro
de placer.

 

Sin embargo, el poema que todos los colombianos leemos en la escuela es:

 

Porfirio Barba Jacob

 

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

 

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,

como las leves briznas al viento y al azar.

Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.

La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

 

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,

como en abril el campo, que tiembla de pasión:

bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,

el alma está brotando florestas de ilusión.

 

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña obscura de oscuro pedernal:

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal. … (fragmento)

 

 

En 1925 dirige el diario La Prensa de Lima y muy pronto pierde la protección del gobierno de turno. En cierta forma la vida disoluta y de aventurero, que siempre lo perseguía, vuelve a tocar a su puerta y lo toma de la mano para llevarlo por callejuelas y pueblos miserables. Es en ese momento que Colombia decide repatriarlo, hacía veinte años que no visitaba su propio país, y durante otros tres años dará recitales por diferentes ciudades que ya lo reconocían y lo aclamaban como un excelso poeta; e incluso el diario El Espectador lo acoge y lo nombra Jefe de Redacción. Su espíritu de trotamundos vuelve a dirigirle sus pasos fuera del país. Cuba es su siguiente etapa -ya había visitado la isla en dos ocasiones-; y es precisamente en ese momento en que conoce a Lorca. Sus amigos le publicaron tres libros, aunque él siempre consideró que no estaban acabados. Murió en México a causa de la tuberculosis; imagino que fue una consecuencia de la vida ambulante que llevó a menudo y en la que no siempre podía alimentarse como debía hacerlo y a veces ese tipo de vida va acompañada de ambientes de poca higiene; e imagino que también influyó su pasión por las sustancias nocivas.

 

María Mercedes Carranza

 

 

Y luego encontramos a María Mercedes Carranza, la poeta hija de poeta, y directora de la Casa de Poesía Silva; ese otro suicida al que se hizo alusión anteriormente. La guerra fratricida que hemos vivido los colombianos por espacio de más de sesenta años nos toca a todos de manera colectiva, y a veces derrumba la puerta de las casas, sacude nuestros hombros, nos arrodilla, nos tumba al suelo y nos hace tragar tierra para siempre. Como le ha sucedido a innumerables núcleos familiares de este país llamado Colombia el secuestro de uno de sus integrantes conmocionó a  la familia Carranza; en este caso su propio hermano. Algunos meses después de este lamentable suceso María Mercedes Carranza se quebró ante la imposibilidad de seguir recorriendo el túnel del horror y del desamparo que tamaña tragedia significa para cualquier persona. El 11 de julio de 2003, al igual que Alejandra Pizarnik, decidió dormirse definitivamente con la ayuda de una fuerte cantidad de barbitúricos.  Tenía cincuenta y ocho años y ya no soportaba el peso de la existencia humana. Esa fragilidad que desnudó en su poesía:

 

 

LA PATRIA

 

Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos”.

 

 

María Mercedes Carranza supo, como muchos poetas, entre ellos Nicanor Parra, que el lenguaje, la palabra poética, también habita en las calles[6]. En ese sentido fue una poeta del abismo; se disfrazó de funámbula, y lo atravesó llevando en las manos, a manera de pértiga, la palabra del pueblo.

 

Métale cabeza

Cuando me paro a contemplar 

su estado y miro su cara 

sucia, pegochenta,

pienso, Palabra, que

ya es tiempo de que no pierda

más la que tanto ha perdido. Si

es cierto que alguien

dijo hágase

la Palabra y usted se hizo

mentirosa, puta, terca, es hora

de que se quite su maquillaje y

empiece a nombrar, no lo que es

de Dios ni lo que es

del César, sino lo que es nuestro

cada día. Hágase mortal

a cada paso, deje las rimas

y solfeos, gorgoritos y

gorjeos, melindres, embadurnes y

barnices y oiga atenta

esta canción: los pollitos dicen

píopíopío cuando tienen 

hambre, cuando tienen frío.

 

 

Trejos. Ilustración de Gabriel Carpita

 

Y tal vez el poeta más desconocido de todos los que acabo de nombrar sea Carlos Héctor Trejos; el bardo que murió a la edad temprana de treinta años; y sin embargo, dejó un legado de seiscientos tres poemas, más tres libros publicados y algunos ensayos literarios.

 

Noticia

 

Alguien, sube al último piso

de un rascacielos y decide lanzarse

alguien sin paracaídas ni alas

desde una gran altura

decide venirse a pique.

Alguien, al borde de un precipicio

decide atender el llamado del vacío.

La prensa, la radio,

los tilda de suicidas,

no sé qué dirían de mí

que me asomo al abismo de tus ojos

y caigo sin remedio. [7]

 

Trejos creció en un pueblo del Occidente de Caldas, Ríosucio (Colombia), conocido por el Encuentro Internacional de la Palabra que se realiza cada año. Un pueblo con un hermoso teatro, el Teatro Cuesta, construido por una mujer que amaba las artes escénicas, dueña de una mina de oro de Marmato y abuela de la poeta Guiomar Cuesta Escobar. Cuenta la leyenda que gran parte de su fortuna se fue en la construcción del teatro y en actividades de mecenazgo. Sus hijos, temerosos que su herencia desapareciera como si se tratase de fuegos de artificio, la habrían denunciado y la habrían hecho pasar como incapaz de administrar su fortuna. El teatro fue dejado al abandono durante años hasta que el Ministerio de Cultura y la Municipalidad de Riosucio y la Gobernación de Caldas lo intervinieron y lo recuperaron. Carlos Héctor Trejos creció en este pueblo sui géneris, cuna del escritor e intelectual Otto Morales Benítez, y de muchos otros poetas; precisamente es Conrado Alzate Valencia, uno de los poetas que más ha trabajado por la herencia de Trejos; él mismo, como director de la biblioteca pública, vio crecer en sus cuatro paredes a ese niño que solo soñaba con leer y leer; hasta el punto que cuando Carlos Héctor Trejos se volvió un adulto reconoció que su verdadero hogar fue la biblioteca de su pueblo. La biblioteca y su villorrio fueron su Ítaca. Lector como pocos, su trabajo poético siempre respondió a su espíritu investigativo, a sus ansias de conocimiento; lo que lo aleja de tantos poetas y/o escritores que creen que la lectura sobra en el momento de sentarse a escribir. Trejos es un poeta oscuro, maldito en el sentido literal de la palabra. La vida significaba para él un fardo muy pesado para sus frágiles hombros; la existencia le pesaba y encorvaba su espalda. Descendió al hades innumerables veces gracias al don de la palabra. Decenas de personas lo respetaron y admiraron en vida; me refiero a los intelectuales y poetas que reconocieron desde el principio al enfant terrible que afloraba en cada uno de sus poros, como si se tratase de uno de los avatares de Rimbaud. Y si bien existió un manto que trató de cubrirlo, de protegerlo de sí mismo, ese manto no pudo evitar el desenlace que el poeta construyó como se construye una catedral; con ardor, paciencia y tenacidad:

 

 

 

CUADRO DE HORROR

 

En este paraje

donde quizá nadie me encuentre

se vive lo más atroz.

Fiera y domador se devoran.

El incendio se reanima en lucha

contra las propias cenizas.

Todo es un ciclo penoso.

Piel adentro un César condena,

otro absuelve al luchador;

luego muere el monarca

a manos del pariente más próximo: el espejo.

No hay misericordia en este lugar.

El último en procramarla fue

despedazado por traidor.

-La ley es severa- Infamia por infamia.

No es una pesadilla lo que enumero

hace falta más,

que mis ojos desean callar.

 

CARLOS HÉCTOR TREJOS REYES. «Ahasverus». Imprenta Departamental de Caldas. Manizales, 1995. Pág 51.

 

 

 Y en otro poema, si se quiere más oscuro, más apocalíptico, un poema que recuerda La chute, de Camus, escribe:

666

El apocalipsis de mi alma
está sucediendo.

Ya la miel y el vinagre de la vida probé.

Nada me queda por esperar.

Dentro de mí, estridentes trompetas

suenan, dando el anuncio,

y mi sombra como ángel ebrio cayendo,

derramando copas oscuras.

Los espejos, ahora más que antes

rehusan mirarme, temiendo el contagio,

porque pronto todas las plagas.

A la distancia cuatro jinetes se aproximan

para llevarme a casa, al Hades.

 

Carlos Héctor Trejos no necesitó de Caronte para atravesar el Estigia, y sus versos fueron los óbolos que le abrieron el umbral del averno; imagino que era el único lugar que soñaba; el único que le parecía justo. Intuía, sabía, que el Infierno de Dante era su propio infierno; por eso lo buscó; no como redención sino como condena; una condena eterna; si es que la eternidad existe:

 

Il miglior fabbro (El mejor artífice)

 

Por haber querido emprender, con sus Cantos,

la mayor empresa poética del siglo XX,

intentando semejarse a su maestro Dante,

sólo vendría a conocer y a padecer

lo que es estar en un verdadero infierno,

ya que sus propios compatriotas

lo encerraron en una jaula a la intemperie

en un campo de concentración cercano a Pisa,

como si fuera la peor de las fieras,

como si fuera un ave de mal agüero.

De aquí que en cada animal que ruge,

que en cada pájaro que canta,

o en cada encuentro con el pasaje literario

En el que don Quijote está prisionero en una jaula

( Ese otro paladín de la justicia sin intereses),

yo creo ver y escuchar a Ezra Pound

entonando su canto contra la usura.

 

Carlos Héctor Trejos vivió su corta y a la vez larga vida en su pueblo; solo se ausentó dos años y a escasas dos horas de su pueblo, me refiero a Manizales donde trabajó como utilitero para la Orquesta de Cámara de Caldas y donde hizo un semestre de Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas; y al igual que Cavafis no pudo soportar el exilio. Y por supuesto, ni el trabajo ni los ensayos, en el que le pedían hacer ensayos filosóficos de El Coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, colmaban sus aspiraciones. ¿Cómo podrían colmar al lector de Homero, Aristóteles, de Dante, de Hölderlin, de Schopenhauer, de Rimbaud, de Verlaine, de Walter Benjamin, trabajos casi de bachillerato o trastear instrumentos musicales?

 

 

 

Poeta II, de Miguel Elías

 

 

SEÑOR RIMBAUD

 

Le doy la razón.

Preferible cazar elefantes

A cazar palabras,

Ir en busca de palabras,

Es como ir en busca de fantasmas.

Dispararles, es dispararle a sombras

Y sucede muchas veces,

Que la nuestra se atraviesa

Y quien recibe todos los impactos

Es nuestro propio cuerpo.

África no está lejos

Pastan más lejos los sueños

Y de esa larga correría,

Nada se trae útil, ni un trofeo.

Es más valioso el marfil.

No me volveré a armar

Contra los espejos oscuros de la poesía,

No me volveré a enfrentar contra mí mismo.

Preferible, hundirse sobrio

Con armas y pieles

En un mal negocio.

 

 

Y no solo era un asiduo visitante de la biblioteca municipal, sino que con mucho tesón y esfuerzo logró tener la suya con libros muy bien escogidos. En otras palabras fue poeta y vivió como poeta. Fue un desarraigado, un exiliado en sí mismo, una especie de iluminado en una sociedad extremadamente conservadora; y cuando el hastío se instaló en las paredes de su cuarto entendió que la única salida era la bebida. Como dice el poeta Conrado Alzate Valencia: -“Riosucio ya no tenía más calles para él”; posiblemente tampoco tenía más libros. Por eso escribió: “Esta ciudad me matará de todos modos./Llevo sus calles como una infección”. Carlos Héctor Trejos sabía que la cárcel en la que estaba encerrado tenía solo una escapatoria, el suicidio:: Y” los barrotes estáticos de los montes/ Que me encierran como a un raro animal…Es imposible zafarme de las miradas /De la gente, que espera mi suicidio”
 

La sociedad católica, pacata y de doble moral que habita en esas calles recorridas una y mil veces habría sido una de las causas de su tedio. De su vida íntima nadie habla, aunque en algún momento se rumoró que su mal de vivre, de ese cansancio proverbial -ligado a su naturaleza de funámbulo- venían de su rechazo a la sociedad que lo habría obligado a esconder la que posiblemente fue su verdadera condición sexual. En los pueblos de Caldas la homosexualidad es rechazada de plano, las pocas personas que logran salir del clóset, como se dice coloquialmente, deben sufrir el exilio; y si no lo hacen son asesinadas o desaparecidas. En Colombia las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia, léase grupos paramilitares) y las FARC mataron a centenas de hombres que eran considerados “maricas”; y las mujeres lesbianas sufrían violaciones, a veces grupales, con el fin de castigarlas y “mostrarles que es un macho”; en otras palabras, para “corregirlas”. Esta terrible costumbre de la gente que se considera a sí misma muy religiosa, muy católica, muy cristiana, no ha desaparecido; sigue siendo practicada; por lo que decenas de homosexuales, lesbianas, travestis y transexuales son asesinados permanentemente a todo lo largo y ancho del territorio colombiano. A lo mejor esa fue una de las causas por las que Carlos Héctor Trejos, aun sabiendo que era diabético y que los médicos le habían prohibido tajantemente tomar alcohol, así fuese una cerveza, una noche se dedicó a beber ron en las rocas; intuía, o mejor sabía, que sería su última farra; muy posiblemente anhelaba que así fuese:

 

LA CIUDAD HOMICIDA

 

Esta ciudad me matará de todos modos.
Llevo sus calles como una infección

Que entró por mis pasos lentamente

Y ahora impiden darme a la fuga.

Conozco las fronteras donde tal vez

Me esperen mejores vientos, pero,

Es imposible zafarme de las miradas

De la gente, que esperan mi suicidio

De un momento a otro,

Y no quiero que sean

El nudo corredizo de mi soga,

No se lo merecen.

Me he dado desde hace tiempo a olvidar,

Olvidar las casas, los rostros de mis vecinos,

Ese maldito cielo siempre encima de mi cabeza

Y los barrotes estáticos de los montes

Que me encierran como a un raro animal.

Pero, nada cambia ahí adelante.

Siguen atormentándome con su presencia.

Yo también agrego mi cuota de tormento

Al verme en el espejo

Cuánto quisiera ver otro en él y no a mí,

Otro que se pasee en mi lugar

Por esta ciudad que me va matando

En cada esquina.
[8]

 

Berta Lucía Estrada Estrada

 

El alba lo sorprendió con un vaso en la mano que era la extensión de muchos otros que esa noche había dejado vacíos apurando hasta la última gota, como bebiendo la última bocanada de un aire que lo sofocaba, que lo ahorcaba y que cada día lo lanzaba al centro del huracán poblado de fantasmas. Esa noche debió recordar a Fernando Pessoa cuando escribió: “(tomé) de una vez por todas y de manera definitiva la decisión de ser YO, … de asumir el reto de intentar vivir a la altura de mí mismo”; y ya sabemos que Fernando Pessoa era dipsómano. Así que Carlos Héctor Trejos, en un deseo de emular al gran poeta portugués, podría haber pensado: -asumo el reto de morir a la altura de mí mismo. A las 7 a.m. llegó a su casa, aparentemente su madre no supo qué hacer así que lo dejó acostarse a “dormir la borrachera” -como se dice en estas tierras de montañas-; solo que sería su último sueño. Ya no despertaría nunca más. El ron le permitió liberarse. Algunos poetas se dan un tiro en la sien o en el corazón, otros toman barbitúricos, y otros, como Carlos Héctor Trejos, se entregan a la bebida con la plena conciencia que para ellos es una cicuta. Carlos Héctor Trejos sabía que los excesos de la bebida, especialmente el ron que tanto amaba, podían matarlo; aún así decidió invocar a Dionysos; solo que él prefirió la caña de azúcar a la vid; puedo imaginarlo cambiando su corona de hojas de café por la corona de laureles mientras danza con el dios del vino alrededor de una fogata en una eterna noche de luna llena.

 

Y cuando la palabra es una espada -con la que el poeta se suicida todos los días en un eterno harakiri-, o cuando un abismo sin fondo, y sin redes que impidan la caída, surge en medio de la calle, en medio de la nada, lanzarse a él es el único camino, la única opción; no como salvación sino como eterna condena. Sin embargo, me surge una pregunta: ¿Pudo Carlos Héctor Trejos escapar del hastío? No lo creo. Cuando se ha conocido el averno no hay escapatoria posible; incluso diría que no hay deseos de abandonarlo. La felicidad, si es que algo así existe, no rima con buena creación poética.

 

Por último, quisiera agradecer al poeta Alfredo Pérez Alencart por la invitación que me hizo para la publicación del presente ensayo; y si bien no me exigía que fuese inédito yo quise enviarle este aparte sobre los poetas malditos colombianos puesto que compartieron “le mal de vivre”, y la condena de la sociedad que muchas veces conlleva. Aunque cabe aclarar que dicha condena no fue nunca el caso de María Mercedes Carranza; más bien fue ella la que no soportó seguir viviendo en un país cuya población, al menos una gran parte de la misma, aceptaba el horror y el infierno de la guerra.

 

 

 

[1] Al respecto puede leerse mi ensayo Fernando Arrabal: el poeta está en las catacumbas. https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2020/07/berta-lucia-estrada-fernando-arrabal-el.html

[2] https://www.zendalibros.com/5-poemas-jose-asuncion-silva/

[3] Juan Carlos González Espitia, José María Vargas Vila, exilio y obra escrita de un auguro en fuga.

https://panoramacultural.com.co/literatura/8123/jose-maria-vargas-vila-exilio-y-obra-escrita-de-un-autor-en-fuga

[4] Idem

[5]  Idem https://panoramacultural.com.co/literatura/8123/jose-maria-vargas-vila-exilio-y-obra-escrita-de-un-autor-en-fuga

[6] Revista Altazor (diciembre de 2020), Dolencias de una casa, de Santiago Espinosa. https://www.revistaaltazor.cl/maria-mercedes-carranza-2/

[7]  Fuente: Los poemas y el video pertenecen a la página de Facebook Carlos Héctor Trejos: https://www.facebook.com/manosineptas/

[8] https://www.lacoladerata.co/cultura/versos/poeta-del-viernes-carlos-hector-trejos/

 

 

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario