LAS RAZONES DEL VIENTO, DEL VALENCIANO JOSÉ INIESTA MAESTRO. COMENTARIO DE ALBERTO HERNÁNDEZ

 

 

1 El poeta José Iniesta

  El poeta José Iniesta

Crear en Salamanca publica el comentario escrito por el venezolano Alberto Hernández sobre el último poemario de José Iniesta Maestro (Valencia, 1962). Ha publicado seis libros: Del tiempo y sus castigos (1985), Cinco poemas (1989), Arder en el cántico (2008, Premio Ciudad de València Vicente Gaos), Bajo el sol de mis días (2010, Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Y tu vida de golpe (2013), y por último, Las razones del viento (2016).

 

 

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LAS RAZONES DEL VIENTO

 

 

“Todas las fases del viento tienen su psicología.

El viento se excita y se desanima.

Grita y se queja. Pasa de la violencia a la angustia”.

Gaston Bachelard

1.-

 

¿Qué razones tiene el viento para soplar? ¿Qué otras para mantenerse quieto sobre la copa de los árboles o sobre el silencio de las rocas? ¿Qué razones tendrá para pasear sobre una ciudad y alborotar el normal desarrollo ciudadano? ¿La tranquila vistosidad rural?

 

¿Qué razones motivan al poeta a sacarle razones al viento? El viento, entonces, es el centro de gravedad de quien lo siente y luego lo transcribe, lo convierte en poema, en razón de ser de la existencia, en luz, porque la luz habita en este viento cuyas razones componen la materia de las páginas que José Iniesta elaboró con el ´titulo “Las razones del viento”, publicado por Renacimiento,  en España, 2016.

 

Fugaz es el poema que pasa por los ojos del que piensa el poema. Fugaz es el pensamiento del poema, y también es fugaz la existencia, la luz que anima la naturaleza del ser.  Tanto el viento como la luz transitan libremente por estas páginas y me hacen citar a Guillévic, a la vez citado por Bachelard:

 

“Hay alguien

en el viento”.

 

La poesía es habitante infiel. Lugar inseguro. No es una tentación: representa todos los intentos, todas las tentaciones. Quien escribe poesía sabe que en algún momento ésta lo dejará solo con todos sus fantasmas, lo hará hablar o decir acerca de ella. De sus moradores, de los personajes atados a su inmanencia. La poesía, ese soplo, esa emergencia, traduce la soledad de quien la invoca.

 

¿Quién habita en el viento? ¿Qué razones tuvo José Iniesta para traerlo a estas páginas y multiplicar sus afanes, su gramática aérea, su permanente andar sobre los objetos, cosas, nombres y apellidos?

 

Y otra que lo hace, que se mueve en el libro, es la luz. Punto de equilibrio en el que la voz del poeta incita las sombras y las desnuda.

“Las razones del viento” altera las imágenes: suscita la presencia invisible de un personaje que atraviesa la luz y se esconde muchas veces en la sombra. Un sujeto a la expectativa, quien lee y racionaliza la presencia del viento, hace del poema un soplo psíquico, una alteración interior que se hace visual con la ensoñación, con el cerrar de los ojos para imaginar el “paisaje” rozado por el viento y descubierto por la luz.

 

3 Árbol golpeado por el viento, de Vincent Van Gogh

Árbol golpeado por el viento, de Vincent Van Gogh

 

2.-

 

“Pasa rápido el tiempo, lentamente/ y en el banco de piedra y soledades/ de este jardín cerrado de infinitos/ hoy tu edad, sin preguntas, se conforma/ con la hondura callada de los cielos, / con el beso del sol sobre tu rostro, / con mirar lo mirado/ de distinta manera”.

La simbolización de lo que ocupa el ojo: lo mirado, lo trazado por la forma de los objetos y del paisaje: el poema transfiere su poder al tiempo que lo sostiene. El tiempo como relieve del texto invade el espacio y lo reinventa.

 

¿Razona también el tiempo y el espacio? ¿O ambos hacen del viento una sensación, una presencia visible que desacomoda los sentidos y traslada a otros lugares lo pensado, lo razonado? El poema, el imaginado: herramienta precisa para que tiempo, espacio y viento conciten la presencia de las imágenes. De esa manera, “la hondura callada de los cielos” contiene todo lo existente, todo lo razonado.

 

Bajo ese mismo cielo, orillados a la sombra de un árbol “mis hijos son eternos”. El mes de junio es una constante en esta voz. También un árbol, los árboles, revelaciones que tienen referentes en otros pequeños eventos que si los razonamos son tan grandes como la misma sombra del cerezo.

 

Un insecto nos corrobora, nos hace sentir minúsculos ante su esfuerzo titánico. Nos hace estar al lado de Sísifo o de Atlas:

 

“No sé hacia dónde vas, escarabajo,

cargado con tu esfera por el mundo”.

 

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3.-

 

 

El tiempo recrudece. Es movimiento, quietud. Otro árbol, otro estadio para razonar la vejez y el “Sentido de las hojas”.

 

“Estan en lo absoluto, como el árbol,/ Ahí se abren sus ramas sin nosotros/ talladas en los hielos del instante”. Por eso mismo, “En el jardín”, donde árboles y edades se reúnen, la voz del que escribe se hace sentir con estas palabras:

 

“…en la lentitud del tiempo (…) el secreto perfume de las horas”.

 

Nada más violento que un relámpago, pero a la vez más iluminador. El trueno, más tardío, da tiempo al pensar, al cálculo del tiempo que dura su visita. Tiempo y luz. El cielo destaca su poder mientras alguien desde la seguridad de su techo, razona e imagina:

 

“Detrás del ventanal de los desvelos,/ donde insiste la lluvia/ aumentando el caudal,/ el relámpago irrumpe en la alta noche/ y muestra en su dibujo la fractura,/ tu vida desvelada en un destello.// La vida en el destello y su acabar,/ el rayo atravesando el fondo oscuro/ de tanta cueva y cántico de amor,/ la luz de tanta luz en el instante/ capaz de iluminar/ la sed del mundo”.

 

El poder del instante, el poder de la luz, el poder de ese tiempo tan corto, capaz de descubrir el rostro de la tierra, su precaria presencia cerca del árbol, el amigo visible bajo el destello rápido de la noche observada:

 

“Un hombre/ cada día/ frente al árbol. / ¿Qué queda, por el aire, del mirar?”.

 

 

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4.-

 

Pasada la noche y su instante lumínico, la otra luz, la del día, la esplendente luz de la conciencia abierta. La del paisaje siempre descubierto. Las de los muchos árboles. La de la tierra viva, sosegada, la del yo calcado en el polvo de algún sendero.

“Al sol del mediodía/ camino por los bosques,// y entonces me interroga/ mi sombra desde el suelo/ y el resplandor del mundo”.

 

Poesía telúrica, poesía de la tierra y sus movimientos: las sombras, la luz que viaja a través del ojo. El tiempo movedizo en la pulsión cardíaca. El viento pasajero que lustra la mirada y lo arrasa todo, con violencia o con suave placidez. La tierra en préstamo, en regalo de los elementos. La tierra, asiento de la vida y de la muerte, su bastimento diario.

 

“Nada tengo al amparo de tu sombra./ Te juro que soy sabio en el perder (…)// Mi hambre en estas tierras, tú lo sabes,/ no encuentro su alimento/ donde la sequedad./ Bajo este árbol de junio que me vence…”

 

5.-

 

Poesía ontológica. Poesía del ser y estar. Poesía alterada por los pálpitos densos de quien revisa a diario su legado, su pasar por la existencia renovada a diario:

 

“Hay algo en una cara que trasciende. / Una vida se asoma, y es el alba,/ y la luz se derrama sobre el mundo (…) la muda enormidad del haber sido”.

Un título que recuerda a Celine: “Viaje al final de la noche”, en pregunta asimilada por la luz, referente, insistencia en este libro:

 

“¿Qué importa, moradores, que al final/ se diluya la noche sin nosotros/ con temor y temblor,/ en luz amanecida”.

Principio y fin.

Y el ser de la escritura, lo que atañe a la razón y a la belleza:

 

“Ahora, que lo escribo, lo comprendo. / Si soy solo la nube o soy la arcilla/ que sueña en este lado su contorno,/ la vida que persigue ser el canto…”

 

La poesía contiene muchas preguntas. Sus respuestas suelen ser las mismas preguntas. El que habla, el que escribe en poesía indaga, interroga en silencio o a gritos. Deja en el pergamino la angustia de saber y de ser. Ser lo que no sabe. Ser que no abunda en su destino, en el que le tocaría después de la luz o la sombra, después del viento, después de los relámpagos y sus destellos. Después de las palabras.

 

“¿Adónde van los días en su vuelo? ¿Adónde, / por el aire,/ lo que somos?

 

Queda el eco, la respuesta imposible. Las razones del viento conjuran la respuesta. No obstante la luz persevera en estas líneas:

 

“…las cortinas abiertas a la oscura/ certeza de la luz entre las sombras”.

 

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6.-

 

Sigue la luz. Su poder trascendente. Su estar para el ser, para quien se busca, para quien se intenta iluminar con las palabras. O desatar las sombras que darán con las voces más oscuras. La poesía insiste:

“Si el sol te da en el rostro,/ y es tuya la mañana,/ niégate a las preguntas/ en medio de la luz”.

 

Sin preguntas no hay respuestas. Sólo voces que ambulan bajo unas ramas vegetales, aventadas por las horas.

Y así: “Bajo la luz lunar, / la gravedad del hombre/ y la oración del árbol”.

 

El tiempo cierra esta aventura. El ser sigue siendo parte del silencio. Es silencio que ambula bajo la luz. Que se hace sobra a veces. El viento azota el polvo. El poema le da forma al mundo, a la gramática que la nombra:

 

“ya vives en la cumbre y tu gobierno/ es el viento silbando entre las rocas (…) Mira en torno la luz sobre las cosas”.

 

Queda la soledad, la voz volátil, las razones del viento, la psicología del aire, un instante.

 

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