LA CULTURA DE LA VULGARIDAD EN LA ÉPOCA ACTUAL. ENSAYO DEL EDUCADOR BELGA JOHAN LEURIDAN HUYS

 

 

1 Johan Leuridan Huys presentando su último libro

Johan Leuridan Huys presentando su último libro

 

Crear en Salamanca tiene el auténtico privilegio de publicar este ensayo del teólogo y educador Johan Leuridan Huys (Brujas, Bélgica, 1937), decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología de la Universidad de San Martín de Porres, de Lima, ciudad donde llegó en 1968. Es licenciado en sagrada teología por la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, doctor en sagrada teología de la Pontificia Universidad Urbaniana del Vaticano. También ha sido catedrático de la Universidad de San Martín de Porres desde 1969, profesor de cursos de filosofía, metodología de la investigación, epistemología y antropología religiosa. Ha sido condecorado con la Orden de las Palmas Magisteriales del Perú en el grado de maestro y, en mérito a su reconocida trayectoria profesional e importante contribución a la investigación académica, en 2014 fue incorporado al claustro de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) con el grado de Doctor Honoris Causa, distinción que fue hecha dentro del marco de las celebraciones por los 462 años de fundación de la Decana de América. Con más de cuatro décadas dedicadas a la enseñanza y a la promoción de la cultura, ha cumplido un rol de gran impulsor de Libros de Investigación de la Gastronomía Peruana. En ese sentido, entre 1995 y 2015, Gourmand CookBook Awards lo ha premiado con las más altas distinciones, eligiendo a varias de las publicaciones de su Facultad como los Mejores Libros de Gastronomía del Mundo. Es por ello que en 2015 esta prestigiosa institución lo premió  como Mejor Editor de Libros de Gastronomía del Mundo (1995-2015). Leuridan Huys tiene varios libros publicados, entre los que destacan Filosofía y Ética I y II, José de Acosta y el Origen de la Idea de la Misión, Filosofía, la Iglesia en América Latina y Signos de Liberación. Desde 1969 ha publicado, en revistas peruanas y extranjeras,  más de 30 ensayos sobre filosofía, teología, educación y cultura.

 

 

El presente ensayo es el primer capítulo de su más reciente obra “El sentido de las dimensiones éticas de la vida”, (Universidad de San Martín de Porres, Lima, 2016, pp. 394). Leuridan, que visitó Salamanca, mantiene una estrecha amistad con el filólogo Alfonso Ortega Carmona, ya jubilado de su cátedra de Griego de la Universidad pontificia de Salamanca, y con el poeta Alfredo Pérez Alencart, profesor de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca.

 

 

 

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  1. La sociedad del individualismo

 

Desde hace unos treinta años se habla de la crisis de los valores. Estamos en una nueva cultura. La cultura es un poder equivalente a otros (como el político, el económico o el militar). Tiene la capacidad de cambiar los modos de vida, de transformarlos; es decir, de acceder al fuero íntimo de la persona (Montiel, 2010: 12).

 

El filósofo posmoderno francés Gilles Lipovetsky manifiesta que hemos entrado en una época desdeóntica, en la cual nuestra conducta se ha liberado de los últimos vestigios de los opresivos “deberes infinitos”, “mandamientos” y “obligaciones absolutas”. En nuestros tiempos se ha deslegitimado la idea del autosacrificio; la gente ya no se siente perseguida ni está dispuesta a hacer un esfuerzo por alcanzar ideales morales ni defender valores morales; los políticos han acabado con las utopías y los idealistas de ayer se han convertido en pragmáticos. Vivimos en la era del individualismo más puro y de la búsqueda de la buena vida, limitada solamente por la exigencia de la tolerancia (siempre y cuando vaya acompañada de un individualismo autocelebratorio y sin escrúpulos, la tolerancia solo puede expresarse como indiferencia). La ética “posterior al deber” admite apenas un vestigio de moralidad, una moralidad “minimalista” (Lipovetsky; citado por Bauman, 2011: 8-9).

 

Lipovetski no se queja de la falta de valores. Al contrario, le parece que el individualismo es lo mejor para el hombre. El hombre debe liberarse de los valores.

 

Javier Gomá reconoce que fue la crítica nihilista, a partir de fines del siglo XIX, la que deslegitimó las normas, costumbres, creencias colectivas e ideologías, y derribó el principio de autoridad (el padre, el profesional, el maestro, el dirigente político, el sacerdote, etc.), que funcionaba como eje en torno al cual giraba toda la rueda social. Para Gomá, el mundo se compone ahora de millones y millones de estetas excéntricos satisfechos de serlo, en pos de su autorrealización personal y excusados de la virtud por la oportuna doctrina de la autenticidad. Por lo tanto, lo que caracteriza más profundamente a la vulgaridad actual es, desde luego, el sentimiento de igualación de cada miembro dentro de la masa, todos idénticos en su pretensión de ser únicos. Todos se tutean porque se imaginan del mismo nivel de inteligencia, responsabilidad y méritos. Hoy solo somos capaces de ver, en el espacio exterior, una monótona inmensidad de materia inerte, y en lo íntimo de la psique humana perversos instintos y pulsiones destructivas. La sociedad es una multitud de solos.

 

Basta abrir los ojos para contemplar el espectáculo de una liberación masiva de individualidades no emancipadas que ha redundado últimamente en el fenómeno original de nuestro tiempo: la vulgaridad. “Llamo vulgaridad a la categoría que otorga valor cultural a la libre manifestación de la espontaneidad estético-instintiva del yo” (Gomá, 2009: 11-12).

Respetable por la justicia igualitaria que la hace posible, la vulgaridad puede ser también, desde la perspectiva de la libertad, una forma no cívica de ejercitarla, una forma –en fin– de barbarie.

 

El filósofo alemán Peter Sloterdijk, ateo, preocupado por la comprobación del regreso fuerte de las religiones y del fin del predominio del ateísmo, dedica muchas páginas de su libro Has de cambiar tu vida en contra de las religiones, pero define la “cultura actual moderna” de la siguiente manera: “Es una fatalidad que sea el término “bárbaro” el que nos suministre la contraseña que nos franquea el acceso a los archivos del siglo XX. Esta expresión designaría al despreciador del rendimiento, al vándalo, al negador del status, al iconoclasta, al rechazador de todo tipo de reglas de ranking y jerarquía. Quien quiere entender el siglo XX no ha de perder nunca de vista este factor de la barbarie. Fue y ha seguido siendo algo típico de tiempos modernos recientes admitir ante el gran público la existencia de una alianza entre la barbarie y el éxito; al principio más bajo la forma de un imperialismo tramposo, hoy en día tras los disfraces de una vulgaridad invasiva, que, vehiculada a través de la cultura popular, se adentra en casi todos los campos (Sloterdijk, 2013: 28)”.

 

Hagamos una observación de esta nueva sociedad maravillosa sin valores de Lipovetski.Estamos en una sociedad de vulgaridad con la creciente problemática de trata de personas, narcotráfico, pesca ilegal, un mar llenándose de plásticos, guerras, asaltos, robos, extorsiones, poderes económicos mundiales que escapan al control de casi todos los gobiernos, fraude financiero, dumping, monopolios, fanatismo religioso y decapitaciones, secuestros, pandillas, feminicidio, corrupción, odio, envidia, resentimiento, egolatría,  famélicos de poder, borrachos de egoísmo, venta de medicamentos falsificados, perfumes y bebidas alterados, evasión de impuestos, bullying en los colegios, niños que matan a sus compañeritos en la escuela, aumento de veinte por ciento anual del uso de drogas en los colegios, asesinato de la mujer en el hogar, fracaso creciente de los matrimonios, pérdida de autoridad y desinterés de los padres frente a sus hijos, explotación sexual de menores de edad, indiferencia por los pobres, violaciones y el crimen organizado que intenta tomar el poder en las regiones, alcaldías, congresos de las repúblicas.

 

En una sola palabra, esta sociedad es el atentado contra el primer principio de los derechos humanos: la vida. 

 

Sin embargo, la inviolabilidad del cuerpo y de la vida constituye el núcleo de todas las formulaciones de los derechos humanos, desde el Acta de Habeas Corpus (1679), pasando por la Declaración de Derechos de Virginia (Virginia Bill of Rights, 1776), hasta la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948). “El derecho a la integridad corporal forma parte allí de los derechos civiles individuales que protegen a todo ser humano del uso injustificado de la fuerza. Su protección es requisito, límite y contenido parcial del ejercicio de la libertad” (Schockenhoff, 2012: 254-255).

 

 

3 Johan Leuridan y Alfonso Ortega, en la Costa Verde (foto de A. P. Alencart, Lima, 1996)

Johan Leuridan y Alfonso Ortega, en la Costa Verde (foto de A. P. Alencart, Lima, 1996)

 

  1. La malignización de lo bueno

 

El filósofo alemán Odo Marquard formula la mentalidad de la filosofía posmoderna de una manera diferente a Lipovetski: “Lo que antes era bueno ahora es malo. Hay una malignización de lo bueno tradicional. Nada válido, auténtico, verdadero se libra de la sospecha de no serlo: la economía aliena al hombre, el Estado es diabólico, la familia tortura y deforma a los jóvenes, la razón es la “opositora del pensamiento”, el espíritu el “oponente del alma”, la tolerancia, represión, la religión, embaucamiento, etc. La desmalignización del mal se hizo luchando contra la resistencia que oponían las valoraciones tradicionales. El mal se hace bien en la misma medida en que el bien es desenmascarado como mal. La conversión de lo negativo en positivo y la agresividad contra lo que era considerado positivo no fue un proceso tranquilo: la “liberación” se dogmatiza y se adopta entonces la actitud negativa, que busca destruir el mundo existente. Lo dado hasta ahora es estilizado como el conjunto de razones para terminar con el mundo. Lo que estamos describiendo es una tendencia “anti-moderna” del propio pensamiento moderno. La forma actual del antimodernismo no es más que la recaída –filosófico-revolucionaria– en la negación escatológica del mundo”.

 

Allí donde el antimodernismo tiene éxito, comienza el fin de la modernidad.

 

Junto con la estética de lo bello aparece –de modo creciente– la estética de lo no-bello, de lo chocante, de lo simbólico y de lo abstracto; de lo feo, de lo dionisíaco, de lo fragmentario, de lo roto, de lo no-idéntico y de lo negativo. Lo no-bello sobrepasa a lo bello como valor estético. Surge el proceso de admisión y desmalignización del mal (Marquard, 2006: 56, 62).

 

La filosofía posmoderna dedica toda su energía a la búsqueda de errores, a describir la oscuridad de la vida, a halagar el sinsentido, a declarar sospechoso o a anular todo bien que aparece. La novela negra está de moda.

 

 

4 Asistentes al acto de presentación del libro

 Asistentes al acto de presentación del libro

 

  1. La sociedad amoral

 

Peter Sloterdijk (filósofo alemán), Luc Ferry (filósofo francés) y muchos otros filósofos definen a la sociedad actual como una sociedad amoral, donde ya no se percibe la diferencia entre moral e inmoral. Cuando se respetan las normas morales sigue existiendo la conciencia de la injusticia. Perdiéndose esta última se pierde la cultura. Para Nietzsche hay que vivir el momento. No hay que distinguir entre acontecimientos malos y buenos. Todo es interpretación de interpretación. El que roba lo interpreta como un bien y la víctima lo interpreta como un mal. El robo como mal no existe.

 

En el siglo XX se han hecho desaparecer las dos normas más importantes: no matar y no envidiar.

 

El fascismo y el comunismo desactivaron el quinto mandamiento: “no matar”. Ellos reclamaron el permiso para matar a gran escala por el bien de la raza o de la clase. Se puede añadir la experiencia actual del fanatismo religioso en varios países, que se atribuye la autoridad de matar a los que no son de su fe.

 

La norma ética en contra de la envidia, según Peter Sloterdijk, es la más importante de todas las civilizaciones porque previene la violencia. La regla de no envidiar se ha cambiado por la regla: debes desear lo que tienen los demás y si no lo puedes conseguir legalmente debes robarlo. Reanimamos los conflictos ligados a la envidia para crear el clima de la sociedad de consumo que ha perdido toda referencia a la moral. La cultura amoral contemporánea exige lo contrario de la discreción o prudencia. Hoy en día existe el culto a la fortuna. Se festeja el azar. ¿Qué hay más injusto que el azar? Vivimos en una religión que adora a la diosa del capricho y del vencedor, de las bolsas, de los duelos eróticos, donde siempre hay perdedores y vencedores. Su característica consiste en no decir por qué se privilegia a uno y se ignora al otro. Nunca hay justificación (Sloterdijk,  2010a: 144-150).

 

Luc Ferry considera que en el mundo igualitario del sistema democrático sobresale la pasión de la envidia, más que la ira o el miedo. Cuanta más democracia más envidia y celos. La envidia es el deseo por algo del otro, sea material, intelectual o relacionado más profundamente con su felicidad. La envidia no se limita a un hecho, es una actitud  permanente de descontento o insatisfacción, que elimina la posibilidad de amar o agradecer.  En lugar de ser él mismo, el individuo se compara siempre con los demás y puede llegar a la mentira o a la violencia para hacer daño al otro. Dante Alighieri colocaba a los envidiosos en el purgatorio. Su castigo consiste en tener los ojos cosidos.

 

Las rivalidades crecen con los que están en la misma profesión: periodistas, políticos (sobre todo dentro de los partidos), intelectuales, comediantes, cantantes, profesores universitarios, comerciantes, etc. (Ferry, 2012: 144). Se detestan entre profesionales por las diferencias de éxito a pesar de que todos parten de la misma base. Se inventan todo tipo de explicaciones, las más falsas, para justificar su fracaso frente al otro. Es una lógica que ilustra la dominación de las pasiones democráticas.  

 

Según Martha Nussbaum la envidia ha supuesto una amenaza para las democracias desde el nacimiento de estas. Las posibilidades estaban muy fijadas en las monarquías absolutas, pero una sociedad que evita las órdenes, los destinos prefijados y abraza la competencia, abre la puerta a que los individuos envidien la prosperidad de otros. La envidia implica un rival y un bien, valorados como importantes; la persona envidiosa sufre porque su rival posee cosas buenas y ella no. La envidia genera tensión en la sociedad y puede impedir objetivos que la sociedad ha marcado (Nussbaum, 2014: 409).   

 

 

5 Entrevista en El Comercio

Entrevista en El Comercio

 

  1. El emotivismo

 

En una sociedad donde se considera que la razón no puede y no debe dictar normas éticas, el emotivismo reemplaza a los valores.

 

“Es este politeísmo axiológico el que, según A. MacIntyre, ha posibilitado en nuestra época el triunfo del emotivismo. Nuestra época no es moderna ni postmoderna, sino moralmente emotivista, porque la modernidad ha supuesto para ella un largo proceso de des-racionalización, que ha desembocado en el emotivismo como teoría del uso –no del significado– del lenguaje moral” (Cortina, 2008: 99-100).

 

Hoy las emociones tienen una interpretación de acuerdo al modelo de los sentimientos. En lugar de ver el sentimiento como parte de una relación que tengo con el mundo, se entiende esta relación en función de lo que yo siento. De esta manera una experiencia de sinsentido, frustración o indignación ya no se entiende a partir de una situación con estas características, sino que se la reduce a una afección que necesita un tratamiento. Se quita el contenido a las emociones y se las considera como objetos mentales. Se pretende hablar sobre las emociones en términos terapéuticos. El sentimentalismo predomina en la vida. Por el acercamiento a las emociones como objetos naturales se construye un objeto que está fuera de su contexto cultural, negando la realidad de la comunidad humana como su verdadera realidad. Se describen los sentimientos separados del sentido de la situación que se vive. El sentimentalismo afirma una des-realización de la realidad. La emoción, al contrario, tiene una relación esencial con el mundo y con “el otro”.

 

Jean-Paul Sartre observa: “El estudio de las emociones ha verificado perfectamente el siguiente principio: una emoción remite a lo que significa. Y lo que significa es la totalidad de las relaciones de la realidad-humana con el mundo” (Sartre, 1971: 131). ¿Qué queda de la indignación si se la reduce a una molestia interna? La gente dice: no te molestes, te afecta la salud. En lugar de educar la indignación se la elimina, se la convierte en una mala emoción. Existe la tendencia de considerar como víctimas a los delincuentes. Nadie puede sentirse mal, tampoco los asesinos. No existe culpa y tampoco sanción. La terapia elimina los valores de sacrificio, disciplina, solidaridad y altruismo. La neutralidad de las emociones es una característica de la cultura de la vulgaridad que separa el sentido de los comportamientos del valor de los fines.

 

 

6 Johan Leuridan en la Universidad Pontificia de Salamanca (Foto de A. P. Alencart, 1994)

Johan Leuridan en la Universidad Pontificia de Salamanca (Foto de A. P. Alencart, 1994)

 

  1. Los líderes de la sociedad y la opinión pública

 

Resumimos a continuación la opinión de los psicoanalistas Fernando Maestre y Alberto Péndola (2001) respecto al tema que estamos analizando.

 

Freud afirmaba que todo niño –hablamos de uno pequeñito– es polimorfo perverso. Quería decir que los niños tienen dentro de sí una cantidad de tendencias que pueden impulsarlos justamente hacia la perversión, hacia una futura corrupción o hacia actos semejantes. La pregunta es: ¿qué hace entonces que unos seres humanos transiten por ese camino corrupto y otros no?

 

La respuesta obvia es la educación en la familia y los valores de sus contactos comunitarios, principalmente la escuela o el colegio. Los psicoanalistas observan que no es el único factor. Para la posible crisis y pérdida de valores son de importancia las presiones de la sociedad pero, principalmente, los factores generados por el líder de esta.

Hoy en día muchos de los líderes políticos y culturales en varios países del mundo son también, como tantos otros, la expresión de una sociedad sin valores éticos.

 

 

  1. LOS LÍDERES DEL ESTADO

 

El profesor Michel Serres (citado por Comte-Sponville, 2004: 13-41) comenta: “Hace treinta años, cuando quería lograr el interés de mis estudiantes les hablaba de política; cuando quería hacerlos reír les hablaba de religión. Hoy en día es lo contrario: cuando quiero lograr su interés les hablo de religión, cuando quiero hacerles reír les hablo de política”.

 

La crisis de los líderes políticos hace perder credibilidad a las instituciones del Estado (Gobierno, Congreso y Poder Judicial). Las instituciones son las leyes y las sanciones vinculadas con ellas que defienden la libertad. La crisis de las instituciones pone en peligro la libertad de las personas. “La lucha política es con denuncias mediáticas y después llega a los tribunales y no pasa absolutamente nada”. (Moises Naim, «El Comercio, 2014)

 

Hay una interacción entre el grupo y el líder. “Todo ser humano necesita tener un ideal superior, que sea el que cuide nuestra ética y nuestra forma de proceder. Los pueblos ya no tienen un emblema, un ideal vivo, no cambiante y que nos ordene en una moral común”. El comentario del pueblo es: “si los líderes pueden enriquecerse ilegalmente, por qué nosotros no”.

 

Hay un círculo vicioso que va del líder a la masa y de la masa al líder. El filósofo y escritor español Fernando Savater dirá al respecto: “[…] por todas partes te lo van a decir: ¡los políticos no tienen ética! La primera norma es desconfiar de los que lanzan truenos morales contra la gente en general. Para lo único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender elocuentemente al vecino. ¿Por qué tienen tan mala fama los políticos? Ellos ocupan lugares especialmente visibles en la sociedad. Sus defectos son más públicos. Las sociedades igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco caritativas con quienes escapan a la media por encima o por abajo: al que sobresale, apetece apedrearle; al que se va al fondo, se le pisa sin remordimiento. Lo más probable es que los políticos se nos parezcan mucho a quienes les votamos, quizá incluso demasiado (Savater, 2004: 152)”.

 

Umberto Eco pensaba de la misma manera. Él consideraba que Silvio Berlusconi no era el problema en Italia sino la mayoría de los italianos que lo aceptaba. Solo se preocupaban en recibir su ración del Gran Hermano (Diario El Comercio, 16.6.2009).

John Locke rescató la herencia de las instituciones del imperio romano. No hay libertad sin autoridades que controlen el cumplimiento de las normas. La libertad solo prospera si logramos crear instituciones que confieran estabilidad. Hegel afirmaba que en su región todos los ciudadanos estaban satisfechos porque el Ministerio de Educación y el Ministerio de Justicia funcionaban perfectamente.

 

“Hay dos ramas de la administración del Estado respecto a cuyo buen funcionamiento los pueblos acostumbran a mostrar el mayor reconocimiento; a saber: una buena administración de la justicia y buenos centros de enseñanza; pues en ningún otro ámbito los particulares reciben y sienten las ventajas y los efectos de una forma tan inmediata, próxima e individualizada como en las ramas mencionadas, de las cuales una se refiere a su propiedad privada en general y, la otra, a su propiedad más querida, a sus hijos” (Hegel, 1998: 73).

 

 

 

  1. LOS LÍDERES CULTURALES

 

 

Los líderes culturales, los cantantes y las celebridades de Hollywood tienen una influencia negativa sobre los espectadores: violencia en el discurso (Julián, 2014), vida privada escandalosa y mensajes de autoagresión. 

 

“Odiaba mi cuerpo, por eso lo lastimaba” (Drew Barrymore). “Mi cuerpo es un diario de mi vida, todo queda marcado allí” (Johnny Depp). “Todo lo que me alimenta me destruye” (Angelina Jolie). La frase de esta actriz se ha convertido en el lema de miles de adolescentes que sufren anorexia y bulimia. También supo de autoagresiones en su juventud. Courtney Love se cortó “cada vez que atravesaba un trauma emocional”, según ella misma confesó. “Muchas veces he estado muy enojada, furiosa, y he empezado a gritar y a lastimarme el cuerpo. Me corté los brazos muchas veces. Creo que la autodestrucción tiene mala fama, pero para mí está asociada al autoconocimiento, a la sensibilidad poética, a la empatía. Es una forma de liberalismo”, declaró.  

 

Madonna   es   conocida   debido   a   un   estilo   de   vida   escandaloso,   además   de ofrecer espectáculos con una gran carga de sexualidad y desnudismo, lo que desató una polémica en los países latinos que visitó en la década de los noventa. En el 2015 declaró que permite a sus hijos el consumo de drogas porque ella también las consumió y no podría negarse. La diva Lady Gaga es conocida por su irreverencia, moda heterodoxa, rumores, accidentes, adicciones, preferencias e insinuaciones sexuales. De acuerdo al diario británico Daily Mail, ella estuvo a punto de perder la vida a consecuencia de la cocaína.

 

Ídolos juveniles del pop como Britney Spears, Demi Lovato, Miley Cyrus, Lindsay Lohan, Vanessa Huggens o Jonas Brothers, más que un estrellato tienen en común una vida de escándalos. Drogadicción, cárcel, hospitales psiquiátricos, anorexia, sexo y alcohol. Posar desnudos o publicar en redes sociales sus preferencias por el consumo de marihuana.

 

La música tiene el potencial de ser una gran influencia en la vida de un niño. La American Academy of Child and Adolescent Psychiatry advierte que “si un adolescente se encuentra obstinadamente embebido en música que contiene temas peligrosamente destructivos, se producen cambios en su comportamiento, tales como aislamiento, depresión, suicidio, abuso de alcohol u otras drogas”. La música a menudo glorifica la promiscuidad y la promueve.

 

Escuchar letras que involucran armas de fuego, violencia y comportamiento agresivo puede tener una influencia negativa en la juventud. Según un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, las letras violentas incrementan tanto los pensamientos como los sentimientos agresivos. El estudio también advierte: “La exposición repetida a letras violentas puede contribuir al desarrollo de una personalidad agresiva”. Ejemplos son los niños y jóvenes que entran en su colegio o universidad y disparan contra los otros estudiantes.

 

El uso de drogas y alcohol es a menudo glorificado en las letras de canciones y en los videos musicales. El John Hopkins Children’s Center informa que el alcohol es retratado una vez cada 14 minutos en los videos musicales. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Pediatrics: “la prolongada exposición a la televisión y a los videos musicales es un factor de riesgo para iniciar el consumo de alcohol en los adolescentes”.

 

Fernando Savater llama mundo de los mediocres al mundo de los líderes culturales. Él define a los soberbios como los que no dejan paso a nadie ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. “En la actualidad, donde vivimos en una especie de celebración permanente de la mediocridad, como los reality shows, en los que se ponen cámaras para espiar durante un determinado tiempo a cinco o seis personas que se dedican a hacer y decir vulgaridades. Hacen cosas tan interesantes como cambiarse de calcetines, freír un huevo, insultarse o dormir. Yo puedo entender el interés que llega a suscitar El rey Lear, pero no me entra en la cabeza esta jerarquización de lo mediocre. Salvo creyendo que la pantalla muestra que todos somos capaces de lo mismo, las mismas vulgaridades, bajezas y torpezas que hacemos todos los días (Savater, 2005: 42)”.

 

7 El Sentido de las Dimensiones Éticas de la Vida

El Sentido de las Dimensiones Éticas de la Vida

 

 

  1. LOS Líderes de la ciencia y la tecnología

 

Los resultados prácticos de la ciencia y de la tecnología prescriben el orden político, ético y jurídico. El positivismo predominante del mundo científico deshumaniza a las personas. Ya no se busca un consenso sobre lo verdadero, lo justo y lo bello sino el principio más eficiente. La ciencia se vuelve pragmática.

 

Luc Ferry y Ralf Dahrendorf consideran que las elites dominantes y la competitividad generalizada entre empresas transnacionales, con sus laboratorios de investigación científica, ha impuesto la ley de competitividad de producción y consumo, eliminando todo sentido, valor o finalidad.

 

La posmodernidad ha legitimado la tajante separación entre la vida pública, la que queda en manos de los expertos en tecnología, y la vida privada, sujeta a las decisiones privadas de la conciencia. Imposible criticar la vida pública a partir de la moral; imposible criticar desde el conocimiento racional el ámbito de las decisiones. El conocimiento  es  tecnológico y la única finalidad es ganar dinero.

 

Los seres humanos son objetos con un determinado valor de cambio. No hay respeto, gratitud y solidaridad. Entre los seres humanos no hay diferencias. Todos son piezas en el gran engranaje de producción y consumo. Cada individuo o género es el exacto equivalente de otro.

 

Las ciencias y la tecnología han modificado profundamente el ambiente cultural y la manera de pensar. “Han permitido conocer mejor al hombre pero a surgido el desequiulibrio entre la especialización profesional y la visión general de las cosas. Han surgido las discrepancias sociales, raciales, en la familias y entre las naciones. Todo ello alimenta la mutua desconfianza y la hostilidad,  los conflictos y las desgracias, de los que el hombre es a la vez causa y victima” (Documentos del Vaticano II, Gaudium et Spes, 1972: 203).

 

 

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  1. El periodismo y los medios audiovisuales

 

El periodismo tiene la tarea sagrada e indispensable de informar y hacer reflexionar sobre la problemática y las decisiones que se toman para el bien o para el mal. Sin el periodismo se viviría en un estado salvaje. “[Sin embargo] La frontera que tradicionalmente separaba al periodismo serio del escandaloso y amarillo ha ido perdiendo nitidez, llenándose de agujeros hasta evaporarse en muchos casos, al extremo de que es difícil en nuestros días establecer aquella diferencia en los distintos medios de información. Porque una de las consecuencias de convertir el entretenimiento y la diversión en los valores supremos de una época es que, en el campo de la información, insensiblemente ella va produciendo también un trastorno recóndito de las prioridades: las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular […] Por eso, no debe llamarnos la atención que los casos más notables de conquista de grandes públicos por órganos de prensa los alcancen hoy no las publicaciones serias, las que buscan el rigor, la verdad y la objetividad en la descripción de la actualidad, sino las llamadas “revistas del corazón” […] la pasan muy bien con las noticias sobre cómo se casan, descasan, recasan, visten, desvisten, se pelean, se amistan y dispensan sus millones, sus caprichos y sus gustos, disgustos y malos gustos los ricos, triunfadores y famosos de este valle de lágrimas (Vargas Llosa, 2013: 55).

 

El filósofo argentino José Pablo Feinmann (2008: 715) escribe sobre la violencia mundial, disfrazada en los noticieros por la televisión: “[…] porque ya es imposible ignorar el poder de los mass-media como creadores de la realidad. Es cierto que el hambre no es virtual, pero es virtual la trivialización del hambre, del crimen, de la tortura, como la de la guerra. No se “muestra” el hambre y si se lo “muestra” se lo hace como un paisaje más del show mediático posmoderno. Pasamos con tanta velocidad de una escuelita miserable de Jujuy, de chicos desnutridos o de violencias en las villas donde se encuentran los desesperados al galancito de la moda, a la modelo con trusa y soutien, a la risa de un conductor-empresario, a las declaraciones de un político, a un partido de fútbol o a la guerra de Irak, que del hambre y sus imágenes no nos queda nada, y si alguna emoción nos despertó ver a un chiquito raquítico, con la pancita hinchada, analfabeto, con el signo de la derrota clavado entre ceja y ceja, se nos diluyó en seguida, nos la borraron con el vértigo de las imágenes, de la información, con el anuncio de una película con Bruce Willis, con Penélope Cruz […] con todo eso que, en efecto, hace que todo y nada sea real, porque es tanta la realidad que nos dan que no podemos retenerla, y esa realidad que no era “virtual”, el hambre, o que no debía serlo, murió en la vorágine de las imágenes, que ya no son imágenes de nada, que son simulacros, ¿o quién le dijo a usted que Penélope Cruz existe?, ¿qué Bruce Willis es real?, son simulacros, son apariencias, son armas de seducción y desencanto que son reemplazadas por otras armas, acaso de horror y ternura o solemnidad o placer o sexo o lo que sea, armas que tienen el objetivo de saturar, de abotagar nuestra conciencia, nuestro juicio crítico y asesinarlo al tiempo que se asesina la realidad, de la que terminamos por saber solo una cosa: nada, y creyendo a la vez que lo sabemos todo, porque vivimos en el mundo de las comunicaciones, un mundo de informaciones-vértigo, de informaciones-infinito, en el cual algo murió y no lo sabemos, es lo único que no sabemos: no sabemos que murió la verdad”.

 

Giovanni Sartori escribió una crítica muy exagerada sobre la televisión, pero merece una mención. Él explica cómo la televisión e Internet tienen una nefasta colaboración en la formación del hombre de la anomia; es decir, del hombre sin respeto por las reglas. Por su parte la radio, con sus programas groseros, no se salva de esta crítica.

 

La televisión destruye más saber y más entendimiento de los que transmite. Lo peor de todo es que el principio establecido de que la televisión siempre tiene que “mostrar” convierte en un imperativo el hecho de desplegar constantemente imágenes de todo lo que se habla, lo cual se traduce en una inflación de imágenes vulgares; es decir, de acontecimientos tan insignificantes como ridículamente exagerados. Se consigue información excitante por premiar la excentricidad y privilegiar el ataque y la agresividad. Un ataque puede resultar un espectáculo, y la televisión es espectáculo. Pero el mundo real no lo es y quien lo convierte en eso deforma los problemas y nos desinforma sobre la realidad; peor no podría ser.

 

La CBS, una de las grandes cadenas de televisión, ha comentado tranquilamente: “Es simplemente una cuestión de preferencia de los espectadores. El índice de audiencia aumenta con acontecimientos nacionales como terremotos o huracanes”. Giovanni Sartori opina que este comentario es escalofriante por su miopía y su cinismo: descarga sobre el público las culpas que, en realidad, tienen los medios de comunicación (Sartori, 1997).

 

9 Leuridan en la Universidad de San Marcos

Leuridan en la Universidad de San Marcos

 

  1. Las nuevas tecnologías de comunicación

 

Dominique Wolton nos dice que es impresionante la innovación tecnológica, pero que sigue arrastrando los problemas del siglo pasado de la incomunicación. La comunicación se reduce a las tecnologías y las tecnologías se convierten en sentido. La idea de progreso está ligada a la innovación tecnológica, la cual considera que una revolución en las tecnologías es la condición de una revolución en las relaciones humanas. Las tecnologías tendrán el mismo valor a nivel político como los conceptos de igualdad, libertad y fraternidad. Tienen una publicidad como ninguna otra actividad social, política, deportiva o cultural. Nadie osa cuestionarlas.

 

El individuo entra y, fuera de toda estructura, puede desarrollar libremente su competencia, asegurar su destino, instruirse, intercambiar mensajes o conocer gente. Nos encontramos en el corazón del ideal individualista liberal.  Estamos en la sociedad individualista de masas. Es claro que el acceso a las mismas máquinas no reduce las desigualdades sociales sino que proporciona –a algunos al menos– el sentimiento real de que hay posibilidades de cortocircuito. La crisis del vínculo social es el resultado de la dificultad de encontrar un nuevo equilibrio en el seno de este modelo de sociedad. Las relaciones vinculadas a la familia, al municipio, a la profesión, a la patria, a la Iglesia han desaparecido. Ya no quedan vínculos. Ralf Dahrendorf habla de ligaduras.

 

El tributo que debe pagarse a cambio de la libertad es caro, como también es cara la llegada de la sociedad de masas, en nombre de la igualdad. Cada uno es libre, incluso cuando el resultado es una discreta pero obsesiva soledad. La dimensión técnica de la comunicación ha sustituido la dimensión humana y social. Se cambia la crisis de valores por los resultados de las tecnologías. Los periódicos, las radios, las televisiones se manifiestan como más democráticos. Son instrumentos que juegan sobre lo universal y no sobre lo particular.

 

Hay que apartar la ideología tecnológica que reduce la comunicación a la tecnología. Lo esencial de la comunicación no es de tipo tecnológico sino antropológico y cultural. ¿Por qué el hombre, al fin libre, acepta dejarse encadenar por los mil cables invisibles de la comunicación? Como si no soportara estar libre y deseara estar atado por la tecnología, no escapar de nadie y perder así la libertad que reclama desde siempre.

Son las máquinas las que se conectan, no los hombres. El desafío de la comunicación no está en la conexión, que supone resuelto el problema de las diferencias. Dicho de otro modo, la carrera hacia las nuevas tecnologías es eternamente frustrante, ya que el objetivo de la comunicación no está jamás en los resultados tecnológicos sino en la prueba del otro.

Esto explica por qué es necesario en un momento preciso apagar las computadoras y salir fuera; salir de la comunicación para probar las dificultades de la experiencia y del reencuentro con los demás; los demás que son algo diferente al compañero de la interacción tecnológica. Actualmente el tema de la sociedad de comunicación es una ilusión. Cuanta más comunicación existe, menos nos comprendemos (Wolton, 2000).

 

 

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  1. La influencia del neoliberalismo en la juventud limeña

 

 

El libro de Jürgen Golte y Doris León Gabriel, Polifacéticos, analiza la influencia del neoliberalismo del mundo globalizado en la capital peruana: “Los casi diez millones de habitantes de la ciudad de Lima, en su amplia mayoría, tienen su origen en aldeas andinas. Su inserción en la ciudad ha significado obligatoriamente un cambio cultural pronunciado. Hasta la década de los noventa, ellos mantenían un núcleo fuerte de elementos derivados de las culturas aldeanas y campesinas. Sin embargo, en los últimos decenios es notable un distanciamiento pronunciado de la cultura de las generaciones anteriores y una influencia fuerte de la televisión, Internet,  cine,  discotecas, una cultura de consumo masivo como Saga Falabella y Ripley, aunque sea solo para mirar y desear. Se trata de un cambio de sociedad rural a sociedad urbana que se manifiesta en los hábitos e interacción personal. Los cambios mediáticos han transformado los estilos de vida (Golte y León Gabriel, 2011)”.

 

La modernidad cabe perfectamente en las estructuras quechuas, aimaras o chiriguanas. Siendo una actitud mental todas las expresiones lingüísticas andinas están capacitadas para expresarla. El hombre de los Andes no está equipado con una razón distinta a la de los demás hombres (Urbano, 1991: XXVI-XXVII).

 

El proceso de globalización ha significado cambios en las identidades de todos. La diferenciación en los entornos de socialización y la multiplicidad de los roles que tienen las personas en el contexto urbano nos hacen postular que estas se han vuelto cada vez más polifacéticas, pues cambian sus características según el momento y el contexto en los cuales se desenvuelven. El anonimato urbano contribuye a este cambio de comportamiento porque en las sociedades reducidas como los pueblos y ciudades pequeñas, donde todos se conocen, no sería tan fácil.

 

La enseñanza tradicional de los pueblos será reemplazada por nuevos conocimientos técnicos y científicos. Es que de hecho el anclaje en los valores de la sociedad campesina no era siempre adecuado para poder solucionar problemas que surgían en las ciudades. Lo que acentuaba la contradicción entre ambos espacios era que el ámbito familiar tenía poca capacidad para entender o controlar lo que ocurría en el espacio de aprendizaje “técnico urbano”.

 

En los supermercados nos asalta una oferta de consumo de bienes y modas. Hay una gran diferencia entre las faldas de la mujer andina y la ropa apretada. La moda indica cómo debe uno vestirse hoy en día para “sentirse feliz”, ser aceptado en la sociedad y conseguir sus metas. Los medios de comunicación estimulan el deseo de mostrarse en público con atuendos que estén “a la moda”. Si no alcanza el dinero, se trata de acercarse al ambiente de consumo de las megatiendas que representan la modernidad, por entretenimiento y emulación de pertenencia a este mundo y para verse a sí mismos como futuros compradores.

 

Surgen nuevos hábitos por videojuegos, películas, Internet, televisión. Se consumen programas televisivos de pésima calidad y uno se habitúa a este consumo. Se visitan las cabinas de Internet en las cuales la mayoría de jóvenes se dedica a los juegos en red y al chat.

 

La “virtualidad” que ofrece Internet espacialmente casi invita a que los individuos asuman, aunque en un primer paso de manera virtual, alteridades pronunciadas. Pueden cambiar de sexo, edad y características de ingresos; tienen el don de la ubicuidad; pueden asignarse diversos lugares de residencia, distintos hábitos, etc. Es que vivimos en una sociedad de transgresión constante de normas culturales. Lo polifacético de las existencias no solo es virtual sino que se convierte cada vez más en un hecho cotidiano.

 

Lo que hemos llamado polifacético hay que verlo en el campo de la relación entre la normatividad y el desempeño observable de las personas. En esto hay que considerar que en los sistemas normativos del pasado, especialmente en los que parten de la noción de individuo, se exige la coherencia como un ideal de comportamiento.

 

La diversidad de facetas que asume la persona hoy en día no tiene una norma con función de integración. Además no se busca una coherencia entre las facetas. Ocurre que el joven tiene una faceta con sus padres, otra en la universidad, otra en la discoteca, otra en el ambiente de trabajo, otra con sus amigos, etc. La construcción de varias facetas de acuerdo al lugar y a la compañía construye lo polifacético. El mercado global trata de condicionar la ruptura con las normas tradicionales de la familia, del barrio, de la escuela, del pueblo, etc. La fragmentación de las personas es lo más generalizado. Se vive el mundo virtual de los medios de comunicación. Son los nuevos hábitos, fugar del entorno y crear un campo que ubica al joven fuera de la cotidianidad y de la temporalidad. Si el hábito ayudaba antes a la persona a cumplir con las normas, hoy en día el nuevo hábito ayuda a evadirlas. Los autores mencionan el caso de una joven profesora de colegio que es ejemplo de buen comportamiento, pero que lleva aparte otra vida, dedicada a la droga, a la vivencia libre de la sexualidad, al alcohol, a las bandas de rock, etc.

 

Las condiciones en una sociedad como la peruana son particularmente propicias para el desarrollo de personas polifacéticas. Se da una normativa política y económica frágil en una megaciudad que tiene los ingredientes para un proceso de “individuación” aparente, que en realidad solo es posible como polifacetización. Se produce un desarrollo polifacético de personas con lealtades contradictorias hacia colectividades diversas entre su familia tradicional y el individualismo de la modernidad. Las personas se fragmentan en situaciones variadas.

 

Es importante observar que también los habitantes de países con mayores ingresos viven por un lado en una ilusión de autonomía, pero encuadrada en una sociedad altamente determinada por poderes que están fuera del control de la población. Sin embargo es visible un alto grado de insatisfacción sobre la “autodeterminación” y la “participación en la democracia”.

 

11 Leuridan firmando un ejemplar de su nuevo libroLeuridan firmando un ejemplar de su nuevo libro

 

 

Evaluación

 

En lugar de estar en una sociedad liberada, como quiere Lipovetski, estamos en la cultura de la vulgaridad. La corrupción, el aumento de los asaltos, robos, asesinatos, egoísmo, contrato de sicarios, fraude financiero y maltrato de la mujer en la familia forman parte de la cultura de la vulgaridad, producto del hombre estético-instintivo, individualista.

 

El progreso moral de la libertad ha existido en la transgresión de las normas de la sociedad represora pero se avanzó hacia un subjetivismo. La ampliación de la esfera de la libertad no garantiza un uso cívico de esa libertad ampliada. Abusamos, con sobrado énfasis, del lenguaje de la liberación, cuando lo que urge es preparar las condiciones culturales y éticas para la emancipación personal. Al pretenderse diferentes, los individuos se confirman pertenecientes al “montón” de la medianía sin virtud (Gomá, 2009: 11-20).

 

Peter Sloterdijk y Luc Ferry definen a la sociedad actual como una sociedad amoral. El fascismo y el comunismo reclamaron el permiso para matar a gran escala por el bien de la raza o de la clase. En la democracia sobresale la pasión de la envidia. Cada yo debe pasar del estético-instintivo al ético y adquirir el rango de ciudadano. El yo se siente original y único pero debe evolucionar hacia una incorporación en la sociedad, por medio del trabajo, la familia y su relación con el Estado. Debe encontrar en este proceso de socialización su individualidad auténtica.

 

La responsabilidad por la vulgaridad en los medios de comunicación es más profunda de  lo que señala Sartori, según Mario Vargas Llosa. Él considera que no está en el poder del periodismo por sí solo cambiar la civilización del espectáculo que ha contribuido a forjar. Esta es una realidad enraizada en nuestro tiempo (Vargas Llosa, 2013: 58-59). Un medio que empieza a eliminar la vulgaridad pierde inmediatamente clientela. La competitividad entre los medios no lo permite. Surge entonces la pregunta: ¿quién puede resolver este  problema?

 

Para resolver este problema se apela a la autorregulación puesto que el gobierno no puede intervenir. La autorregulación se refiere principalmente a la protección de los horarios infantiles. Muchos acontecimientos importantes no reciben un espacio en los medios. Los líderes de la sociedad, los líderes culturales y económicos tienen más responsabilidad que el pueblo porque ellos ejercen el poder. La música de los cantantes glorifica la promiscuidad y promueve los estereotipos de género. Un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psycology indica que las letras violentas incrementan tanto los pensamientos como los sentimientos agresivos. Con las nuevas tecnologías nos encontramos en el corazón del ideal individualista liberal según Dominique Wolton.    

 

La solución dependerá de la autocrítica, pero esta no existe en la cultura actual del individualismo de la posmodernidad. Todo es interpretación, como decía Nietzsche, y declaraba la culpabilidad de una división interna que nos quita la alegría de vivir. Se critica solo a los demás. La mentalidad individualista es la mentalidad común. El último criterio no es la dignidad humana sino el dinero.

 

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Un comentario
  • Gerardo Torres
    mayo 10, 2017

    Enhorabuena por este profundo ensayo, tan necesario para estos tiempos de flaqueza en todo, también en el pensamiento y en la ética.

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