“POESÍA Y REVELACIÓN. ‘EL ELIXIR’ DE GEORGE HERBERT”. CONFERENCIA DE STUART PARK

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«Poesía y revelación. El elixir de George Herbert». Conferencia de Stuart Park

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar la conferencia ofrecida por el escritor inglés Stuart Park (el sábado 17 de diciembre, en la localidad leonesa de  Toral de los Guzmanes y dentro del XIII Encuentro Los poetas y Dios). Park (Preston, condado de Lancashire, 1946), es licenciado en Filología Románica por el Downing College de Cambridge, y Doctor por la Temple University (Philadelphia, EE.UU.), con una tesis sobre Don Cristalián de España (1545), novela inédita de la escritora vallisoletana Beatriz Bernal. A partir de 1976 la familia traslada su residencia a Valladolid. Stuart se dedica a la enseñanza del inglés, en 1981 funda Warwick House, centro lingüístico-cultural, y en 1996 se incorpora como director del Colegio Internacional de Valladolid, hasta su jubilación en 2012. Desde 1976 es miembro de la iglesia evangélica sita en la calle Olmedo 38 de Valladolid, donde ejerce como anciano y expositor. Desde 1996 Stuart Park es director de Alétheia, la revista teológica de la Alianza Evangélica Española. Ha publicado numerosos artículos en las revistas Alétheia, Andamio y Edificación Cristiana. Ha prologado la obra de destacados pensadores del cristianismo español, ha traducido al castellano ‘Según Lucas’ (CLIE/Andamio 1997) de su maestro David Gooding, y ha publicado más de 30 libros propios, los últimos bajo el sello de Camino Viejo Ediciones.

 

Reportaje fotográfico de Jacqueline Alencar

 

 

 

POESÍA Y REVELACIÓN

‘El elixir’ de George Herbert

 

 

A punto de celebrarse el 500 aniversario de la Reforma en 2017, me ha parecido oportuno comentar brevemente la obra de un poeta cuya inspiración derivó enteramente de su profundo conocimiento bíblico, fruto de aquella revolución teológica y social. Me centraré en un solo verso de un solo poema de Herbert, ‘El Elixir’, que abre una ventana sobre la íntima relación entre poesía y revelación.

 

George Herbert (1593-1633) pertenece a la tradición de los llamados poetas metafísicos ingleses, caracterizados por el establecimiento ingenioso de una analogía entre las cualidades espirituales de una entidad, y un objeto del mundo físico. La figura más prominente del movimiento es John Donne, abogado y deán de la Catedral de San Pablo en Londres. Poeta inmenso, acuñó frases tan memorables como nadie es una isla, y nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas, doblan por ti. Otros miembros destacados del grupo son Andrew Marvell, Richard Crashaw y Henry Vaughan. La reputación de Herbert ha ido en aumento con el paso del tiempo y hoy es valorado como uno de nuestros poetas más importantes.

 

 

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El escritor inglés Stuart Park

GEORGE HERBERT

 

George Herbert nació en Gales el 3 de abril de 1593 en el seno de una familia acaudalada, influyente en la política local y nacional. Su padre, sir Richard Herbert, descendiente de los condes de Pembroke, fue Miembro del Parlamento y Juez de Paz entre otros cargos importantes. Su madre Magdalena fue patrona y amiga de John Donne y de otros poetas notables. Tras la muerte de su padre, George fue apadrinado por Donne cuando contaba tan solo tres años de edad, y Herbert y sus nueve hermanos fueron educados por su madre. Herbert ingresó en el Westminster School a los 12 años, y en 1609 obtuvo una beca para estudiar en el Trinity College de Cambridge, donde se licenció a los 23 años de edad. Fue elegido fellow (miembro) de su colegio, y posteriormente Lector de Retórica. Debido a su excelencia en latín y griego recibió el nombramiento de Orador Público de la Universidad, puesto que ocupó hasta 1628.

Cito a continuación a Misael Ruiz Albarracín, en su Prólogo a la versión bilingüe de la poesía de Herbert en George Herbert. Antología poética. (Ed. Animal Sospechoso, Barcelona 2014).

 

George Herbert vivió rodeado de los mayores intelectuales de su época. Fue amigo de Francis Bacon y del obispo Lancelot Andrewes, principal traductor de la King James Bible (1621). Cuando todo presagiaba una fulgurante carrera política –tal vez llegando a ocupar el cargo de Secretario de Estado–, su vida cambió radicalmente de rumbo. De carácter altanero y temperamental, su mayor tentación quizá fuera la ambición pero, a la muerte de Jacobo I, en 1625, se desvanecieron todas sus esperanzas de lograr un puesto de mayor relevancia. Dos años más tarde, al morir su madre, renunció al prestigioso puesto de Orador y abandonó la universidad en la que había permanecido desde 1609. Comienza entonces un período de crisis que concluye cuando, a la edad de treinta y seis años, es ordenado sacerdote y se retira a la pequeña parroquia de Bremerton, entre Wilton y Salisbury, que había recibido de manos del conde de Pembroke. Fue allí donde, alejado del gran mundo y rodeado de aldeanos iletrados, escribió durante los tres años que le quedaban de vida gran parte de los poemas que, bajo el título de The Temple, publicó póstumamente su amigo, y primer lector conocido, Nicholas Ferrar. De haber muerto tres años antes, su nombre no figuraría en ninguna antología de poesía inglesa.

 

Durante su estancia como rector en Bremerton, Herbert recaudó fondos para restaurar la vecina iglesia de Leighton, al tiempo que restauró la suya de su propio bolsillo. Hombre profundamente piadoso, al final de su vida mantuvo una estrecha relación con Nicholas Ferrar, amigo desde los años de la universidad y fundador en 1625 de la vecina comunidad anglicana de Little Gidding –celebrada por T. S. Eliot en sus Four Quartets (1945)– a quien enviaría en el momento de su muerte sus poemas para que, «si creía que podían ser de ayuda a algún alma afligida, los hiciera públicos y si no, los quemara».

 

Herbert escribió poesía en inglés, griego y latín, siempre sobre temas devocionales. The Temple, publicado en 1633 con Prefacio de Nicholas Ferrar, alcanzó la notable cifra de ocho ediciones antes de finalizar el siglo. Según su biógrafo Isaac Walton, cuando envió el manuscrito a Ferrer dijo que en él encontraría un retrato de los muchos conflictos espirituales que se habían sucedido entre su alma y Dios, antes de poder sujetar su voluntad a su Maestro, Jesús. 

 

  1. S. Eliot opinó que «la exquisita variedad formal de sus poemas es un ejemplo de inventiva inagotable, sin paralelo en la poesía inglesa», y el poeta Samuel Taylor Coleridge confesó: «Hallo más consuelo en el devoto George Herbert que en toda la poesía desde los poemas de Milton».

 

La única obra en prosa de Herbert, titulada El cura rural y publicada en 1652, ofrece consejos prácticos al clérigo que sirve en zona campestre. Le anima a emplear elementos cotidianos como el arado, la levadura o la danza para «iluminar las verdades celestiales». El libro pone de manifiesto una piedad profunda y un compromiso total con la santidad de vida, y no está exento de una crítica social en ocasiones acerba, aunque expresada siempre con humildad, incluso con simpatía y humor. Censura a los feligreses aristócratas que llegan a la mitad del culto para no tener que coincidir en la entrada con los aldeanos pobres; y censura a estos por dejarse distraer por la llegada tardía de los pomposos ricachones.

 

Herbert era también experto lautista, y se desplazaba dos veces por semana a Salisbury para colaborar con los músicos de la catedral. No sorprende, por tanto, el hecho de que unos noventa poemas suyos han sido adaptados para coro a lo largo de los siglos, por compositores de la talla de Henry Purcell, los hermanos Wesley (entre ellos su poema ‘El elixir’), Ralph Vaughan-Williams, William Walton y Benjamin Britten. Sus poemas han inspirado numerosas obras musicales, lo que ha propiciado además su traducción al alemán, francés, castellano y catalán.

 

Músico y pastor, la fama de George Herbert se debe, claro está, a la extraordinaria calidad de su poesía.

 

 

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Antología editada por ‘Animal sospechoso’

 

‘EL ELIXIR’

 

 

La poesía de Herbert se caracteriza por su brevedad y concisión. Suele partir de un elemento concreto de la vida cotidiana para dirigir la mirada hacia Cristo. El marco es profundamente bíblico, y su teología, cristocéntrica. Uno de sus poemas más célebres se titula ‘El elixir’. En él hace una reflexión sobre la manera en que el servicio de Cristo transforma la visión y hace que la tarea más humilde sea un modo, o medio, de devoción. Se trata, en suma, de trascender lo material, de ver más allá de lo superficial.

La primera de sus seis breves estrofas comienza así:

 

Teach me, my God and King,

In all things thee to see,

And what I do in anything,

To do it as for thee.

 

Que podríamos traducir:     

 

            Enséñame, mi Dios y Rey,

            en todo a verte a ti,

            y haga lo que haga,

            sea siempre para ti.

 

La palabra elixir viene del árabe al-Ikseer, «la receta potente», y entró en las lenguas europeas gracias a la fascinación creciente por la alquimia (otra palabra árabe) en la Edad Media. El elixir es la poción que otorga inmortalidad, procedente de la piedra filosofal que transforma el metal base en oro. El secreto del elixir para Herbert se encuentra en el discernimiento de la presencia de Cristo en todos los aspectos de la vida. No olvidemos que Cristo es «la piedra que desecharon los edificadores», quienes no quisieron ver su valor como principal ángulo de la casa de Dios. La última estrofa dice así:

            This is the famous stone

            That turneth all to gold:

            For that which God doth touch and own

Cannot for lesse be told.

 

Que podríamos traducir:

 

            Esta es la piedra famosa

            que todo vuelve en oro:

            pues aquello que Dios toca

            se convierte en tesoro.

 

Ahora bien, mi intención no es hablar de alquimia, ni siquiera de la devoción cristiana de Herbert, sino de la relación entre poesía y revelación. Me ceñiré a la estrofa central del poema, que resume sucintamente la poética de George Herbert:

 

            A man that looks on glasse,

            On it may stay his eye;

Or if he pleaseth through it passe,

And the           n the heav´n espy.

 

Que viene a decir:

 

Quien mira un cristal

en él puede quedar;

o si lo desea traspasar,

el cielo vislumbrar.

 

El cristal de ‘El elixir’ no es el de San Pablo por el que vemos «oscuramente», ni el espejo a través del cual Alicia pasaría para adentrarse en un mundo de fantasía. Se trata de un símbolo de la manera en que podemos contentarnos con la superficie de las cosas, o si lo deseamos, descubrir una realidad mayor. Indica, por lo tanto, un principio hermenéutico aplicable no menos a la poesía que a la revelación.

 

Vienen a la mente las palabras de Octavio Paz en El arco y la lira: «La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro».

 

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POESÍA Y PARÁBOLA

 

 

El símbolo del cristal abre una ventana no solo sobre el mundo de la poesía en general sino también sobre la Escritura que impregna la obra de Herbert. Llama la atención la afinidad entre la analogía de nuestro poeta y el uso de las parábolas por parte de Jesús. La parábola es un vehículo de comunicación por el que un concepto complejo como «el reino de los cielos» se hace accesible mediante la similitud, o el contraste, con algún aspecto familiar de la vida real. La esencia de la parábola consiste en su doble sentido: el anecdótico (la semilla, en la Parábola del Sembrador), y el espiritual (la palabra del reino a la que se refiere la semilla, etc.).

 

Jesús mismo, en un sorprendente texto, explicó por qué enseñaba al pueblo por parábolas: «para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan…» (S. Marcos 4:12). Es decir, el texto bíblico solo pone sus tesoros a disposición de quien los quiere buscar. «El que busca, halla» –dijo el Maestro– y el deseo de ver más allá depende de nuestra voluntad. No hay ninguna concesión, por tanto, a la superficialidad o al capricho de quien se acerca al texto bíblico, o a la poesía, sin una predisposición receptiva: Quien mira un cristal / en él puede quedar; / o si lo desea traspasar, / el cielo vislumbrar.

El lector a quien la poesía «no dice nada» es como el que detiene su mirada en la superficie de un cristal, y no ve más allá porque no quiere, al decir de Herbert. La poesía requiere interés y esfuerzo, como todo en la vida. Lo más oscuro / es el ojo blanco / del ciego –ha escrito Alfredo– y no hay más ciego que el que no quiere ver. Lo mismo sucede con el mundo de la Escritura que habitaba Herbert.

 

 

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Stuart Park y Teresa Mata

 

LA IMPRONTA DE CRISTO

 

 

 

Para Herbert todo en el mundo lleva la impronta de Cristo, todo ha de ser consagrado a él. En un poema titulado ‘Esencia’ (leo la traducción de Misael Ruiz Albarracín) declara:

 

Dios mío, un verso no es una corona,

ni es un punto de honor ni un traje alegre,

ni es halcón, ni banquete, ni renombre,

ni es una buena espada ni un laúd:

 

no lo verás montar, bailar, jugar,

no estuvo nunca en Francia, ni España;

ni puede dedicar todo su tiempo

a sus caballerizas o su hacienda:

 

no es oficio, ni arte, ni noticia:

ni la Bolsa ni concurrida lonja;

sino eso que mientras yo lo empleo

estoy contigo, y Todo es para ti.

 

Esta última frase, Todo es para ti, que Herbert destaca en cursiva, indica que la poesía no solo invita a ver más allá de lo cotidiano, sino que es en sí misma, con toda su sencillez, una ofrenda a Dios. Cristo llena la visión del poeta, y las palabras que emplea las dedica al Señor.

 

 

 

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 Público asistente a la conferencia

 

EL TESORO ESCONDIDO

 

 

Escribió San Pablo: «vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Colosenses 3:3), y este, el texto favorito de Herbert, refleja el secreto de su persona y resume el sentido de su obra poética. Jesús habló de un hombre que halló un tesoro escondido en un campo y fue y vendió todo lo que tenía para comprar aquel campo. La renuncia de Herbert a las prebendas de la gloria del mundo para dedicarse al servicio de las gentes del campo se ve reflejada en esta parábola de Cristo, «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Colosenses 2:3).

 

El gran Agustín de Hipona sintetizó en memorable frase el sentido profundo de la Escritura, la presencia de Cristo latente en el Antiguo Testamento y patente en el Nuevo: Novum in vetere latet. Vetus in novo patet. La lectura tipológica de la Escritura que descubrió Agustín encuentra eco en la poética de Herbert. La estructura tipológica de la Biblia, la prefiguración de Cristo en toda la Escritura, deriva su nombre de la palabra griega túpos, traducida en el Nuevo Testamento, según el contexto, como «marca», «patrón», «figura», «modelo», o «ejemplo». Indica que la impronta de Cristo, presente en todo el texto sagrado, moldea sus contornos conceptuales.

 

La impronta de Cristo moldea la poesía de George Herbert. Al leer su obra podemos quedarnos en la superficie, o si lo deseamos, traspasar el cristal y vislumbrar el cielo. En mayor o menor medida, proporciona la clave para entrar en el mundo de la poesía, y proporciona la clave para comprender la Escritura.

 

 

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 Poetas participantes en la edición de 2016

 

 

COLOFÓN

 

 

Existen representaciones de George Herbert en las vidrieras de la Abadía de Westminster, la catedral de Salisbury, la iglesia de Todos los Santos de Cambridge, y en su propia iglesia de Bremerton. El primer retrato que se hizo de Herbert, obra de Robert White, se puede contemplar en  la National Portrait Gallery de Londres. En 1860 William Dyce lo retrató en su jardín al lado de un río, con su Libro de Oraciones en la mano. Más allá de la pradera colindante se divisa la catedral de Salisbury. Su laúd está apoyado en un banco de piedra, y su caña de pescar en el tronco de un árbol, en recuerdo de Walton, su primer biógrafo, autor del celebérrimo The Compleat Angler, sobre el arte del pescador.

 

Me imagino a Herbert sentado en la ribera del río, absorto en sus pensamientos, contemplando la superficie del agua, atento a cualquier movimiento, alerta ante la presencia de una sombra que pudiera delatar la presencia de una trucha hermosa. A man who looks on glasse –le oigo musitar– Quien mira un cristal / en él puede quedar; / o si lo desea traspasar, / el cielo vislumbrar.

 

Sirvan estas palabras de homenaje a un hombre piadoso, gran poeta, experto lautista y entrañable pescador.

 

STUART PARK,

Toral de los Guzmanes (León, 2016)

 

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9-manuel-corral-jacqueline-alencar-stuart-park-y-alfredo-perez-alencart-foto-de-j-a-p Manuel Corral, Jacqueline Alencar, Stuart Park y Alfredo Pérez Alencart (foto de J. A. P.)

 

 

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