POEMAS DE MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES Y DE JOSÉ LANDA, GANADOR Y ACCÉSIT DEL XXVI PREMIO NACIONAL DE POESÍA DE PEÑARANDA

 

 

 

 

 

 

 

1 Miembros del jurado y de representantes de las cofradías de Peñaranda (foto Salamanca al Día)

Miembros del jurado y de representantes de las cofradías de Peñaranda (foto Salamanca al Día)

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en difundir, como primicia, los poemas de un español y un mexicano, ganador y accésit de la XXVI edición del reconocido Premio Nacional de Poesía de Peñaranda de Bracamonte, convocado por la Hermandad de Cofradías de Peñaranda, presidida por Moisés Pérez. El sábado 6 de abril, a las 20:30 horas y en el Teatro Calderón, tuvo lugar la ceremonia de entrega de dichos galardones. El jurado del premio estuvo presidido por Antonio Colinas e integrado por los poetas José María Muñoz Quirós, Alfredo Pérez Alencart, José Pulido y José Ignacio González. La secretaria del mismo fue Chony Mulas del Castillo.

 

 

 

POEMA DE MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES

 

Miguel Sánchez Robles (Caravaca de la Cruz, 1957). Catedrático de Geografía e Historia y escritor. En poesía ha obtenido premios como el “Gabriel Celaya”, “Blas de Otero”, “Leonor”, “Esquío”, “Barcarola”, “Claudio Rodríguez”, “Miguel Hernández”, “Cáceres Patrimonio de la Humanidad”, “Bienal de León”, “Ciudad de Alcalá”, “Ciudad de Irún”… Y   publicado los libros: Las palabras oscuras, El Tiempo y la Sustancia, Materia predilectaInstrucciones para reiniciar un cerebro o Treinta maneras de mirar la lluvia… Ha escrito y publicado también las novelas: Donde empieza la Nada, Nunca la vida es nuestra, La tristeza del barro y Corazones de cordero y es autor del libro de ensayo El sentido del mundo, con el que obtuvo el premio “Becerro de Bengoa” de la Diputación Foral de Álava.

 

 

 

2 José María Muñoz Quirós, Moisés Pérez y Miguel Sánchez Robles (foto Salamanca al Día)

José María Muñoz Quirós, Moisés Pérez y Miguel Sánchez Robles (foto Salamanca al Día)

 

VIGILIA PARA UN CORDERO HUMANO

 

 

 

«Amar es ser un cordero llevado al matadero todos los días»

Kiko Arguello

 

 

 

Algunas noches me pregunta Dios

si ya he encontrado mis hermosas oscuridades ciegas.

Sabe que me hago viejo y hablo demasiado

y que lloro por eso.

 

Sabe

que algunas veces lloro

porque estoy muy lleno de besos que aún no he dado

y porque llevo en el corazón

ese cansancio triste de tanto haber querido ser feliz.

Sabe

que muchas veces lloro por el Martini derramado

y por todas las muchachas hermosas

que ya han envejecido como yo

y ahora juegan sin ganas

el triste y largo juego de la vida.

 

Que ciertas veces lloro

como si no existieran las confiterías,

ni las anfetaminas, ni las rosas.

 

Que algunas veces lloro

ese silencio seco con ritmo de gotera

que te cala hasta el hueso del olvido.

 

Que muchas veces lloro los ojos de las yeguas, el hinojo,

los pájaros, la dulce hemoglobina de los días sin ansia

y el alivio del sueño y de la dicha.

 

Que muchas veces lloro por los imbéciles estándar

y sus coches nuevos y sus aifon nuevos

y sus pantalones de pitillo

y sus galletas para perros

y sus árboles de Navidad con luces.

 

Que algunas veces lloro

por esos ancianos que tienen la orina de color tabaco

y a los que les gusta mucho vivir en la penumbra porque saben que el mundo

no podrá nunca ser salvado.

 

Que muchas veces lloro

porque las calles están llenas de abogados sin trabajo,

de borrachos tristes,

de alguien que conduce una camioneta de helados

y de muchachas muy guapas con las piernas preciosas.

Incluso que a veces lloro por esos catedráticos y poetas

que usan el mismo tinte de pelo

y que, para hacerle menos daño al hombre,

escriben siempre acerca de la Nada.

 

Que algunas veces lloro

porque lo difícil es encontrar tesoros

o un poco de suerte con los dados

y por el olor de las páginas sin leer

y por todas las cosas que dicen algo

acerca de la necesidad de estar aún vivos

y porque el sol me ha gastado el color de los ojos

y la vida me ha gastado el color de los ojos

y el vino me ha gastado el color de los ojos

y la Historia me ha gastado el color de los ojos.

 

Que casi siempre lloro

porque sólo somos criaturas llenas de sangre

que van a morir pronto o regular de pronto.

 

Sabe que yo sé

que es hermosa como una manzana perfecta

esa edad en la que uno aprende

a apoyar la cabeza en el regazo humilde de Cristo

como un cordero humano

al que llevan los años despacio al matadero.

 

 

3 El poeta mexicano José Landa

 El poeta mexicano José Landa

 

POEMA DE JOSÉ LANDA

 

José Landa es escritor, pintor, periodista y editor (Campeche, México, 1976), autor de 14 libros publicados en México, Guatemala, España, Brasil y Canadá como La confusión de las avispas (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México 1997), Navegar es un pájaro de bruma –bilingüe francés-español– (Ecrits Des Forges / Mantis, Québec, Canadá 2010), Sonidos como cascos de un galopar –bilingüe portugués-español– (Selo Sebastiao Grifo / Mantis, Guadalajara / Sao Paulo, México / Brasil 2010), Tribus de polvo nómada (Editorial Renacimiento, Sevilla 2011) y Ciego murmullo de ciudades portuarias (Ed. Cultura, Guatemala, 2011). Su obra figura en más de 20 antologías dentro y fuera de su país. Desde 1992 ha obtenido numerosos reconocimientos como el Premio José Gorostiza 1994 (Tabasco, Méx.), Internacional Ciudad. de Lepe (Huelva, España), Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón (Guatemala 2010), Premio Nacional de Cuento de la UADY (Mérida, Yuc., 2010), Premio Internacional Caribe Isla Mujeres (Quintana Roo, México, 2015); Premio Hispanoamericano de Poesía Quetzaltenango (Guatemala, 2007 y 2017); Premio Nacional de Novela y Poesía Ignacio Altamirano (Guerrero, México, 2018) y Premio Latinoamericano de Poesía Ciro Mendía (Caldas, Antioquia, Colombia, 2018).

 

 

CON ARPEGIOS DE AGUA

 

 

… canten salmos a su glorioso Nombre, hagan alarde de sus alabanzas.

Salmo 66

Proclamar tu amor por la mañana y tu fidelidad por la noche, con liras de diez cuerdas y cítara y un suave acompañamiento de arpa.

Salmo 92

 

… despiértense arpas y cítaras, que quiero a la aurora despertar. Salmo 57 Vers. 9

Hay que afinar la cuerda, no la mano.

Afinar las palabras,

la garganta no.

La mañana es música silenciosa,

que apenas se percibe cuando el oído niega

su cuerpo a los aullidos

de fieras terrenales.

Brota luz como canto

de nube y de llovizna.

Para entonar la voz,

en aqueste concierto de alabanzas,

es necesario convertir la cuerda

en una prolongación de esta mano

que no escribe ni toca sino canta,

es necesario, entonces,

convertir el sonido en extensión

del silencio que cobijan los aires. Cantar es, pues,

un acto tan discreto que nada más se escucha

con los ojos cerrados a los ruidos,

y toca la pupila

cuando mira hacia adentro.

 

El arpa de tal modo

canta arpegios silentes

que la gente no escucha su salmodia.

A la más alta nube llega el canto,

en el más hondo abismo ecos encuentra.

El gran ojo que todo lo percibe

escucha bien el canto,

su mirada de vastas lejanías

da sentido al cantar

y al tiempo le prohíbe interrumpir.

 

Si en el acto de entrega

que implica ejecutar este instrumento,

se consagra el intérprete.

 

Su gran coronación no es el sonido,

no es inventar canciones a mortales.

 

Ser el salmo, no el arpa,

es cuanto el ejercicio de cantar

en voces de silencios matutinos

le permite obtener al que lo ejerce.

 

El oficio consiste, pues, en esto.

En afinar la cuerda, no la mano.

Afinar las palabras

pero no la garganta.

La mañana es la música en silencio.

 

(…)

 

 

Como la hoja cae,

como el verano llega,

viene como la tarde y parlotea

en un lenguaje azul estas palabras:

es la llovizna hija de pasadas

tempestades que ilumina este campo.

 

No hay mejor claridad

que los claros del bosque

o los atardeceres

de montañas lejanas,

ni acordes tan perfectos

como los de ese vuelo

que ilumina la rama

y hace de aire un concierto

de luces vespertinas.

 

En la estación de lluvia del verano,

parada obligatoria de los trenes

del porvenir, se pausa

la voz a meditar su lejanía

 

La llovizna

contempla otras lloviznas,

un aire calmo sopla, por la cuenca

de la vasija-cuerpo

de quien en plena lluvia

pese a obstinada búsqueda reposa…

 

Qué sensación de arroyo,

cauda-caudal sin nombre

de las respiraciones, donde el tiempo

es agua prodigiosa,

que en lentitud de siglos,

vive su condición

de astilla de infinito.

 

Las palabras son peces

que surcan laberintos

en busca de silencios

Sólo el silencio puede

llevarles a que escuchen los conciertos

y los ruidos del mundo,

o el canto sin orillas

del universo más allá de sí.

 

Qué frescor de las sílabas

que en el arroyo ordenan

un discurso amoroso.

 

Hay un cielo en esta agua

donde los pensamientos

tejen sus nidos que,

de tan amplios, hospedan

a la historia de nunca terminar.

 

Qué sensación, de veras,

la del viento que toca estos silencios.

 

4 Noticia del Premio de Poesía de Peñaranda

Noticia del Premio de Poesía de Peñaranda


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