LILLIAM MORO EN “LA OTRA ESQUINA DE LAS PALABRAS”. PRESENTACIÓN DE MARÍA CRISTINA FERNÁNDEZ

 

 

1 Lilliam Moro, María Cristina Fernández y Joaquín Gálvez

Lilliam Moro, María Cristina Fernández y Joaquín Gálvez

Crear en Salamanca se complace en publicar el texto que leyó, presentando a la destacada poeta cubana Lilliam Moro, la narradora y crítica María Cristina Fernández (Santiago de Cuba, 1970), quien ha publicado No nací en Castalia (Miami, 2016), entre otros títulos de narrativa. Ha escrito literatura infantil y crítica literaria, aparecidas en antologías y publicaciones periódicas como La letra del escriba, Letralia, Conexos, El Nuevo Herald y otras.

 

 

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LILLIAM MORO EN “LA OTRA ESQUINA DE LAS PALABRAS”.

Actividad dirigida por el poeta Joaquín Gálvez

(Café Demetrio, Miami, 16 de marzo de 2019)

 

Ay, amiga, no te me acerques demasiado

que te puedo manchar con estas manos

empapadas del agua roja de la vida

del agua roja del espanto;

aun en la distancia escucharás mi grito

rompiendo el aire

destrozando el qué se le va a hacer;

mantente lejos

la sangre huele y no como el amor

sino como la culpa,

quédate ahí

no quiero contaminar tanta dulzura.

 

Es mejor no acercarse a Lilliam Moro si no quieres que se agite un poco tu somnolencia, si no quieres quebrar la vara con que caminas arrastrando los pies en la conformidad. El agua roja de la vida está teñida de dolores que ella ha hecho suyos, pero no todos al principio le pertenecían. Algunos se han apropiado por colindancia, como se diría en términos de espacio. El dolor del judío, del que se arriesga a la muerte por agua, el dolor del diferente, del expropiado de los sueños del mundo.

 

Los mapas están hechos de puntos diminutos:

son temblores humanos bajo el cielo piadoso,

el miedo revestido de piel, de andrajos, de corbatas

del que camina de puntillas para no ser notado,

para que el ruido de su respiración

no despierte al que tiene la razón, el puñal,

el discurso que hace añicos mi vida,

el que parece ser mi semejante

y hasta come, sonríe, procrea como yo,

pero retumban sus pisadas dentro de mi pequeño corazón

porque quiere salvarme,

el que me insulta porque quiere salvarme,

una vez y otra vez durante tantos siglos

empeñado en salvarme.

 

Y luego viene un verso que es confesión mayor:

 

Siempre he tenido que vivir en estado de sitio.

 

o dicho de otro modo y con otros versos:

 

No tuve más remedio que vivir

en el margen del margen de la vida.

 

 

3 Lilliam Moro en Salamanca, recibiendo el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador (foto de José Amador Martín)

  Lilliam Moro en Salamanca, recibiendo el Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador

(foto de José Amador Martín)

 

Estas son citas aleatorias de los libros más recientes de Lilliam Moro, poeta cubana, española, miamense, universal. Poeta que perteneció de jovencita a un grupo llamado El Puente, cuyos maderos se quebraron dejando en el agua un reguero de escritores náufragos tratando de llegar a alguna tierra firme. ¿Pero existe tierra firme para el hombre, la mujer, el poeta que naufraga, o su mejor manera de reconstruirse será convertirse en un puente posible entre mundos rotos, entre tiempos chapeados como maleza?

En fecha tan lejana como el año 1951, el escritor argentino Ernesto Sábato escribió en la Introducción a su controvertido libro Hombres y engranajes:

 

“Dice Martin Buber que la problemática del hombre se replantea cada vez que parece escindirse el pacto primero entre el hombre y el ser humano, en tiempos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo como un extranjero solitario y desesperado. Son tiempos en que se ha borrado una imagen del universo, desapareciendo con ella la sensación que se tiene ante lo familiar: el hombre se siente a la intemperie, sin hogar. Entonces se pregunta nuevamente sobre sí mismo”.

 

Así es nuestro tiempo. El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que para mayor ironía es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometeico intento de dominación. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales, las dictaduras totalitarias y los campos de concentración nos han abierto por fin los ojos para revelarnos con crudeza la clase de monstruo que habíamos engendrado y criado orgullosamente.

 

Repito: esto fue escrito en 1951. Lilliam Moro tendría entonces unos cinco años. Sábato aún no sabía lo que vendría después, el ahondamiento del atolladero. Esto que describe, tomando como pie forzado a Martin Buber, es el mundo que le fue entregado a Lilliam en heredad. Súmese a esto el totalitarismo nuestro: una variante insular del estado de sitio.

 

¿Hacia dónde mirar entonces cuando se es poeta, que al decir de Pessoa, no es una ambición sino una manera de estar (él dice “solo”, pero pudiéramos dejarlo en ese “estar”, simplemente)?

 

¿Cómo reaccionar cuando La realidad es demasiado escueta /para que podamos soportarla? ¿Invocar al ángel? ¿Pero a cuáles? ¿A los ya manoseados en los altares de la inclemencia? ¿Se puede increpar, dialogar con ese ángel indefinido, impasible, quizá inexistente? ¿Comparten estos ángeles que Lilliam Moro invoca en su poema “El silencio y la furia”, la misma naturaleza inasible que nuestra modernidad líquida? ¿Puede un ángel ser efímero, no traer nombre, regir en el desconcierto? Quizá el ángel dador o el de la compasión puedan echar una mano. Pero, ¿Quién puede asegurarnos que hay un término /y no un perseverar enloquecido en otra dimensión?

 

4 Alfredo Pérez Alencart, Lilliam Moro, Pilar Fernández Labrador y Carmen Ruiz Barrionuevo (foto de Jacqueline Alencar)

Alfredo Pérez Alencart, Lilliam Moro, Pilar Fernández Labrador y Carmen Ruiz Barrionuevo (foto de Jacqueline Alencar)

 

Queda entonces cantar a lo efímero, a la persistencia de algunos recuerdos, nombres gratos o personas sin nombre. Porque un náufrago no es solo alguien que ha visto hundirse, quebrarse su nave, o lo que sea que lo trasladara por las aguas. Un náufrago es también alguien que puede haber perdido la nave del hogar, la nave de sus subterfugios para vivir (dígase esperanzas, ilusiones, brújula anímica). Lilliam Moro no tiene reparos en mostrar los residuos, los agujeros en el calado de su balsa. Es arriesgado descubrir esta tierra que no es de promisión /sino un túnel al fondo de uno mismo.

Exponer, exponerse, eso hace esta mujer con su poesía. Es curioso que desde la escalera de madera de su atalaya en la Pequeña Habana se pueda contemplar un fragmento de patio salpicado de basura y, ocupando casi todo el espacio, la visión desconcertante de un yate abandonado en tierra. ¿Qué vidas navegaron aquí cuando era algo más que un objeto inútil? ¿Quién fue capaz de sembrar una embarcación en un terreno baldío? ¿Para qué sirve la poesía sino para echarse al mar? ¿Cómo hacer convivir poesía y desperdicios? ¿Qué queda de las calles sombreadas por álamos del hermoso Vedado donde paseabas al lado de la mujer que amabas? ¿Dónde quedó el arroyo de la Sierra donde fuiste a alfabetizar a los campesinos con piojos y sin letras? ¿Qué queda de Madrid, su Puerta del Sol, sus cafés llenos de cálidos desconocidos? ¿Dónde el cielo gris, el viento gélido de Ávila, sus murallas? ¿Cómo lograr mantenerse lúcida en medio de esa tierra de nadie habitada por todos /que corren tras papeles /que los conviertan en personas?

 

La respuesta tal vez la tenga el ángel de la compasión, ese que nos recuerda que no somos el ombligo del mundo, ni siquiera su oreja o su mano, o sus ojos, por mucho que miremos, escuchemos, registremos sus latidos con palabras. Esas que hacen que un libro dialogue con otro. Y es así que luego las palabras dialogan con el corazón. A voces bajas. Resonando.

5 Lilliam Moro leyendo sus versos en el Teatro Liceo de Salamanca

Lilliam Moro leyendo sus versos en el Teatro Liceo de Salamanca

 

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