‘LA ÚNICA HORA’, NOVELA DEL VENEZOLANO ALBERTO HERNÁNDEZ. RESEÑA DE JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ

 

 

1 El escritor Alberto Hernández, en una lecturade su poesía

El escritor Alberto Hernández, en una lecturade su poesía

 

 

Crear en salamanca se complace en publicar esta reseña de Jorge Gómez Jiménez en torno a la primera novela del escritor Alberto Hernández (Calabozo, Venezuela 1952), poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar (Caracas) en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literariaUmbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, Venezuela. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua, Venezuela. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano y al árabe.

 

 

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‘LA ÚNICA HORA’

 

La arbitrariedad en los poderes públicos, el nepotismo descarado, la corrupción generalizada, la delincuencia despiadada, la inepta gestión de la economía, son algunas de las razones que han llevado a miles de venezolanos a buscar en otros países el futuro que el suyo les niega. El recurso humano de Venezuela lleva ya varios años drenándose hacia el exterior ante la imposibilidad de alcanzar una vida más o menos digna en la tierra que lo vio nacer.

Parte de esa dolorosa diáspora son Ingrid e Ignacio, la pareja protagonista de La única hora (Estival, Maracaibo, 2016, 150 pp.), de Alberto Hernández. Se han marchado a Londres para cursar unas maestrías, ella en biología y química y él en literatura inglesa. La primera parte de la novela discurre con el telón de fondo de la agonía de Hugo Chávez, de la que tienen noticia por la prensa y por el contacto con los afectos que se quedaron en Venezuela. Son profundamente venezolanos, bromean en venezolano y sus nostalgias son venezolanas, pero ya han decidido no volver a esa tierra a la que le recriminan haberles quitado parte de sus sueños:

“Aquí al menos el hambre y la nostalgia se pasan sin zancudos, sin cadenas televisivas idiotas, sin crímenes horrendos, sin arrebatones, sin mariconerías revolucionarias, sin pistolas en el cuello, en la frente porque un matón de barrio te quiere quitar lo poco que cargas encima y además la vida (…). Ah, demasiada retórica pasada de moda, espías que te soban el hombro y hasta se toman un café contigo. Esa vaina no es revolución un coño”.

Pero algo pasa. Después de un viaje a España, Ingrid enloquece. Ocurre de repente e Ignacio lo advierte desde el primer momento en la mirada de su mujer. Ingrid atravesará entonces realidades alternativas en las que recibirá instrucciones de un Buda o hablará en una mezcla de idiomas asiáticos mientras Ignacio tratará en vano de hacer que recobre la cordura.

Es cierto que cada uno de nosotros tiene su locura particular, pero avistar a través de ella el desequilibrio del otro nos aterroriza. Ignacio buscará un especialista en psiquiatría, otro en lenguas orientales —que es, a la sazón, el escritor y sinólogo venezolano Wilfredo Carrizales, a quien Hernández convierte en uno de sus personajes—, luchando contra la desesperanza ante la evidencia de que todo está perdido. “Tanta Ingrid aquí y yo solo”, se lamenta hacia el final de la novela.

Don Quijote, de Miguel Elías

Don Quijote, de Miguel Elías

 

 

Ingrid e Ignacio recorren caminos similares a los del Quijote. Don Quijote, loco de atar, se lleva en su locura al bueno de Sancho Panza, cuerdo con la cordura del hombre sencillo, y cuando al final de sus innúmeras aventuras, ya en lecho de muerte, don Alonso —ya no más don Quijote— se arrepiente de lo que llama “su necedad”, es Sancho quien le pide que vuelva a soñar con dulcineas y gigantes, pues “la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía”. Así Ignacio, el soñador de la pareja, el hombre que pasa el tiempo “estudiando las nubes”,  verá cómo Ingrid, la científica, la racional, se interna en fantasías inhóspitas de las que no regresará. Se intercambian así, en ese juego cervantino, los papeles: él será, para su loca, el último rasgo de cordura.

La interesante premisa de la obra viene matizada con la experimentación metaficcional: en algunos tramos Ingrid e Ignacio toman conciencia de ser personajes de una novela e incluso interactúan, no de buena gana, con el autor. Hernández, por otra parte, intercambia con comodidad el papel de narrador con sus personajes, pasando de primera a tercera persona cuando lo amerita la necesidad de recalcar el punto de vista correspondiente.

La única hora es la primera novela del escritor, periodista y docente Alberto Hernández autor de la avenida ‘Crónicas del olvido’ de nuestra Ciudad Letralia.

 

 

4 Apunte de Miguel Elías

 

 

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