EL HECHO MISMO DE LO QUE SE NOS CANTA: RESEÑA AL NUEVO LIBRO DE LUIS M. IRUELA ‘NO-VERDAD’

 

 

 

Crear en Salamanca tiene el agrado de compartir con sus lectores una nueva reseña al libro del poeta y psiquiatra madrileño Luis M. Iruela, que ha sido publicado este año con el título No-Verdad, por el sello de poesía internacional Independently Poetry, en su Colección Sima.

Portada del libro y el poeta Luis M. Iruela

 

 

El autor de la presente reseña, Ricardo Mena Cuevas, es abogado, escritor, editor independiente. Traductor al inglés de las Soledades, de Góngora  y al español de La reina de las hadas de Edmund Spenser. Investigador del teatro isabelino inglés y estudioso de la obra de George Santayana. Reside en Málaga (España)

 

 

 

NO –VERDAD Y EL HECHO MISMO DE LO QUE SE NOS CANTA

 

 

No-Verdad de Luis M. Iruela (Independently Poetry, 2023) nos presenta este epigrama de Pierre Drieu la Rochelle antes de comenzar a leer sus poemas: «El hombre, que no puede pasar sin la mentira para vivir, no cree haber nacido para ella». El lenguaje aspira a la musicalidad, al sonido, al canto. Esta aspiración es máxima cuando el lenguaje es el de la poesía. Lo mejor de esta aspiración reside en el hecho de que no tenemos que desentrañar ningún mensaje oculto. Lo que suena es lo que es. Eso es poesía. Canto. Al menos, así es como la entiende el autor que escribe en «Sin Partitura» sobre «la efímera verdad» que es «[e]l canto de los pájaros» (p. 15). La verdad (absoluta) de la poesía reside en cantarla.

 

Si los ochenta (80) poemas se agrupan en torno al género que los incluye con la etiqueta de No-Verdad, ¿hay algo de verdad en todo lo anterior? Una cosa es verdad de forma definitiva: el hecho mismo de lo que se nos canta. La poesía tiene una verdad definitiva y cierta, indudable, que es el hecho de cantarla. Y aparte de esto, ¿es la No-Verdad lo contrario de la Verdad, o lo es la Falsedad? Esta pregunta ya se la hizo Aristóteles (De Interpretatione). Lo contrario de la Verdad es la Falsedad, mientras la No-Verdad es la contradicción de la Verdad. Una contradicción simplemente niega, no afirma, lo que se le dice. Lo que el autor nos dice es verdad, pero una No-Verdad absoluta. Es una verdad humana, propia de su perspectiva vital y sus circunstancias históricas.

 

Todo esto también da igual, dado que, de nuevo, aunque fuera falso lo que se nos dice, no se puede negar el hecho de que se nos haya dicho ya esa falsedad. Esto es lo que Aristóteles descubrió como el axioma fundamental de toda dialéctica, de toda comunicación intersubjetiva: el principio de no contradicción. Al decir algo, ya se afirma algo, que es lo dicho. No se puede querer decir algo y negarlo al mismo tiempo y en el mismo sentido, sin caer en la brutalidad del mugido, del maullido, o del ladrido. El lenguaje, en definitiva, es una herramienta y consiste en señalar a las cosas, en identificarlas, y en comunicarnos unos con otros sobre ellas aunque sea de esta forma tan imperfecta. Pero esto es porque nos preocupamos por querer saber lo que significa ese algo visto o sentido. Si nos detenemos en el hecho simple y absoluto de que algo es visto, el hecho es absolutamente perfecto en sí. No hay más preguntas que hacer. Es verdad que solo sabemos lo mínimo cuando nos centramos en la verdad cierta e indudable de que algo es, de que algo se nos ha dicho, pero eso es porque hemos renunciado a saber y lo que queremos es ver. Esta teoría de las esencias de Santayana, que también comparte Husserl, se nos expone en el poema «El Objeto» (p. 43) con bastante claridad:

 

El ojo contemplador

desvela el objeto,

lo extrae de un seno

de indiferencia nihilista.

Y desde un limbo de esencias

aparece en la percepción

como ente único,

brillante,

merecedor de toda

la atención

que podamos darle

porque está recibiendo ahora

 la salvación conmovida.

 

Éste puede que sea el poema más intenso, más revelador, de No-Verdad. El tema de qué significa entonces lo que se nos ha dicho no entra en el ámbito de lo que es cierto y definitivo. Renunciamos al conocimiento para alcanzar la verdad absoluta a nuestro alcance: que esto lo estamos viendo, lo estamos escuchando, lo estamos sintiendo, lo estamos observando en nuestra mente. Es una apariencia, pero es una apariencia absolutamente cierta para nosotros en su misma esencia. Este algo visto es visto de forma absoluta por nosotros. La otra cuestión es: ¿de verdad es importante para nosotros saber la verdad absoluta de algo, más allá del hecho de que algo se nos dice y lo estamos viendo? No, en verdad. Nos valen las apariencias; como seres contingentes, la verdad absoluta de  algo nos está vedada. Pero no importa. Realmente lo que importa de nuestra mente humana es que gracias a ella podemos disfrutar de la vida a nuestro nivel adaptativo: al nivel contingente, relativo, de nuestro lenguaje, de nuestro mundo humano de la moral como son los valores, los sentimientos, todo eso que vemos y sentimos gracias a nuestra conciencia: «Al remover la conciencia, hemos removido la posibilidad del valor», dice Santayana en El Sentido de la Belleza (New York: Charles Scribner’s Sons, 1896; cf. Santayana’s Philosophical Naturalism, ed. Ricardo Mena, Málaga, Independently Published, 2022, §9). La función natural de la conciencia es hacernos sentir que la vida importa, que la vida es bella, que la vida tiene un valor per se, por su mismo hecho de Ser. Pretender un conocimiento absoluto es pretender no tener una perspectiva humana. Es querer No-Ser. Un suicidio. No hay que criticar una herramienta que nos sirve para comunicarnos como es el lenguaje por no ser la llave absoluta del universo. Un deseo de conocimiento absoluto solo puede llevar a misticismos como el de Kafka, del cual tenemos un ejemplo en esta obra («A Kafka», p. 27):

 

El cielo tejido

por árboles invernales,

extendido sobre

las vidas de todos,

espera distinguir

la línea de

la verdad

en el confín

de la mentira.

 

El cielo espera

distinguirla,

paciente y angustiado

a las puertas

de la Ley.

 

Ese «angustiado» revela más que todo el poema lo que significa querer lo que no se puede, lo que nos está negado. Los personajes de Molière se nos hacen cómicos cuando pretenden negar su naturaleza humana, puesto que esta acaba después afirmándose con más fuerza (cf. Robert McBride, The Sceptical Vision of Molière: A Study in Paradox, McMillan, 1977, p. 191). Si Tartufo nos hace reír cuando dice que todo lo hace con miras al Cielo y que la carne (i.e. el sexo) no es nada para él, nos reímos porque sabemos que eso es algo que diría el Hipócrita. Esto no ocurre con ningún poema de No-Verdad. Lo que se nos dice no es una hipocresía, sino un anhelo, o más bien el resultado de una decepción.

 

Aquí lo que ocurre, como bien supo ver Günter Grass (El Diario de un caracol, 1974), es que la aspiración al utopismo acaba en desilusión con todo, incluso con el mundo normal, relativo, contingente al que tenemos acceso. Como ocurre con el autor escogido para el epígrafe colocado en el pórtico de esta obra, Pierre Drieu la Rochelle, se aspira a algo absoluto (fascismo) para luego caer en su contrario (comunismo) o en su contradicción (la desesperación y el suicidio). Si no tenemos acceso a la verdad absoluta, todo es mentira: «El espejo elude/ un deber: reflejar/ lo verdadero» (p. 42). Todo esto es Neo-Platonismo, misticismo, idealismo. El autor, así lo entiendo, sabe dónde reside la liberación y contradice su deseo de absoluto tal como lo escribe en «El Objeto» ya citado.

 

El término «brillante» dice más que el resto del poema, porque ahí la luz está a máxima intensidad. Lo que brilla es el ente siendo observado. Nada más. Ninguna otra preocupación, ninguna otra duda, ninguna otra angustia se produce cuando se acepta el hecho de que algo está siendo revelado, de que ahí reside «la salvación conmovida». Y como hay una verdad absoluta a nuestro alcance como es el hecho de saber que vemos algo, quedamos salvados. Hemos llegado al máximo de verdad, el hecho absolutamente cierto y verdadero de que se nos ha cantado algo, frente al mínimo de contenido: no preocuparnos por lo que ese algo significa. La poesía tiene su verdad en su cantar mismo. Se ha hecho música.

 

En esta contradicción entre la Verdad de que la esencia contemplada ha ocurrido para nosotros de forma absoluta y la No-Verdad de que no podemos saber qué es de forma absoluta, qué es lo que significa de forma absoluta, late el corazón de la obra, su sístole y su diástole. La clave de todo está en saber disfrutar del objeto. En «El Objeto» está latiendo el corazón de la obra. Y cada latido cuenta.

 

Ricardo Mena Cuevas

 

Si desea adquirir una copia en papel del libro No-Verdad puede dirigirse al siguiente link

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