Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar estos poemas de Carmen Prada Alonso, nacida en Zamora, se trasladó a Salamanca a los 18 años, donde reside desde entonces. Casada, madre de 4 hijos, ejerció su profesión en hostelería y agencias de viajes, alternando con su afición a la literatura, a la que se ha dedicado plenamente como escritora y poeta desde hace más de 15 años.
Pertenece a la Tertulia de Papeles del Martes, participando con sus poemas en la revista del mismo nombre, publicada semestralmente por la Diputación de Salamanca. Su obra se compone de poesía, relatos, cuentos didácticos, tradicionales cuentos de Navidad, artículos periodísticos y novela.
Entre sus premios y galardones están: Primer premio Certamen Poesía Juan Machaca; Primer premio Certamen Poesía María Fuentetaja El Escorial; Primer premio Certamen Literario San Valentín Asociación Tierno Galván; Primer premio Certamen Microrrelatos Palabras Contadas Editorial La Fragua del Trovador; Primer premio microrrelato Museo Casa Lys Bajo un cielo de cristal; Primer premio Categoría absoluta Certamen de Cuentos Memorial Fuencisla en dos convocatorias; Primer premio Certamen cuentos infantiles Viejo Castillo ; Primer premio Certamen Cuentos de Navidad Ciudad de Béjar; Primer premio Certamen Cuentos de Navidad Ciudad de Béjar. Ha sido finalista en los siguientes premios: Premio Umbral de Poesía de Valladolid; Certamen de Poesía Treciembre; Premio Internacional de Poesía de Poesía Pilar Fernández Labrador; Certamen de poesía Taci de Torrelodones, por citar algunos. Entre sus libros publicados están los poemarios ‘Así, madre’ y ‘Mater Admirabilis’; la novela ‘La Fiscala’, así como el cuento infantil ‘Darío y el arco iris’. Poemas suyos ha aparecido en numerosas antologías.
COMO EL MÁRMOL
Preguntaba a la lejanía
por el resplandor del polvo bajo el sol,
en aquella luz terrosa
del desvencijado dormitorio
de cortinas desvaídas.
Las nubes nadaban despacio
aquel día gredoso y desolado,
en el que el aire se llenaba
de siluetas invisibles,
que me miraban fijamente,
queriendo destrizar los quizás
de aquel momento indómito.
Como el mármol era mi mirada,
blanca, dura, helada,
que asemejé a lápida
de sepulcro sin blanquear.
Se anillaron las nubes
con sus ojos de enigmas,
y yo, ciega, buscaba
quien diera luz a los míos.
Quise sacar de un cajón olvidado
la carta de perdón
que nunca llegó a su destino,
pero en aquel momento,
la lágrima germinada
en el vientre de mis ojos,
no quiso nacer.
EL DIOS SIN NOMBRE
En los recintos sagrados,
no importa de qué dios,
hierven las sombras
en aromas de incensarios.
Quedan en barbecho los llantos
y se arraciman las lágrimas
en las gargantas de los adentros
que escriben con mayúsculas
los nombres de todos los dioses.
Los corazones de barro
van de la nada a la nada,
rebotando en las piedras
de los muros que atrapan
los bufidos de los desconsolados.
Al otro lado,
donde florecen las crasas,
el susurro del mar
amaina el pensamiento,
la plata de sus reflejos
litiga con el cielo
lacerado de nubes enrojecidas,
y la brisa socorre con su bálsamo
la sequedad de los miedos.
Ved este dios omnipotente
con su manto de colores infinitos,
verted vuestras lágrimas
en las aguas que pone a vuestros pies
para que florezcan vida,
poned vuestros corazones
sobre la piedra húmeda
para que el barro se diluya
y pueda volver a latir
la sangre de los orígenes.
Desnudad vuestros cuerpos
y dejad que anide en vuestra piel
el aliento del dios sin nombre,
contad, si podéis, los colores
que vuestra vista alcanza,
y veréis destruidas las sombras
que os atenazaban en los muros
en los que ¡oh, necios!
os dejasteis encerrar.
MI EXTRAÑA TRISTEZA
Hoy me ha preguntado
mi extraña tristeza
¡oh,alma mía!
qué incendio bordó
a ese monstruo maligno
que arrasó la dulzura del ángel
y levantó mi puño hacia Dios.
Por mi casa se pasea colérica
la mirada que me muerde fijamente
y que remueve mis heridas,
como las hienas que remueven las entrañas
de los muertos abandonados.
No hay sol ni luna,
y mis manos sombrías saquean
los altares que guardan los enigmas
de mis crepúsculos vacíos.
Hoy le he preguntado
a mi extraña tristeza,
¡oh, alma mía!,
cuándo me olvidé de encender la luz
y mis versos construyeron
cementerios llenos de gusanos.
CRISÁLIDAS
Hay preguntas que nunca hice,
las que ya se hicieron,
se hacen y se harán
desde los principios de la existencia,
en todo tipo de lenguas,
de sociedades y de culturas,
y a las que nunca nadie
ha encontrado respuestas.
Cuando no hay respuestas
juega la imaginación
y se llega a conclusiones
que intentan ser dogmas,
y que no dejan de ser otras preguntas
de los que se consideran sabios.
El destino, la vida, la muerte,
la bondad y la maldad,
no tienen respuestas
para llegar a su comprensión.
Y nos envuelven en sus sombras,
convirtiéndonos en crisálidas
que nunca llegarán a mariposas,
quedando encerradas para siempre
en la urdimbre de la oscuridad.
Hay preguntas que nunca he hecho
porque nadie podría responderlas.
Y me remitirían
a los libros de los filósofos,
de los humanistas, de los eruditos,
de los santos y de los demonios,
de todos los que a las preguntas
añaden más preguntas.
Siempre seguiré crisálida,
y jugaré también con la imaginación,
pero no para buscar respuestas,
sino para encontrar metáforas
que me enseñen de una forma bella
cómo sería la luz
si llegara a mariposa.
EXALTACIÓN
Volverán las auroras
en las que en la piel no se sienta
el escozor de las ortigas,
en las que ningún desventurado
rompa los espejos en los que se miran
los sueños de los inocentes,
en las que no corran a borbotones
los crujidos de la angustia,
y en las que, al besar la tierra,
el rocío apague la sed
de los labios de la arcilla.
Volverán los días de pastoreo
en los boscajes dorados del silencio,
se erguirán los cuellos de los cisnes
y se abrirán las alas
de los puertos apacibles.
Veremos a los ángeles
con sus copas llenas de mayos,
nubes fabricando canciones,
y una marea de luz que envolverá
las aguas que se adentran sin llave
en los surcos de los abrazos.
Hallaremos nortes y senderos
con olor a primaveras
para nosotros y para nuestros hijos
y conseguiremos las noches
en las que se enciendan nuestras cinturas
y se abran los refugios
de las alcobas cerradas.
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