ANTONIO CARLOS JOBIM: MÚSICA POR LOS CUATRO COSTADOS. ENSAYO DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

 

 

 

Crear en Salamanca se complace publicar este ensayo de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

Antonio Carlos Jobim

 

 

ANTONIO CARLOS JOBIM: MÚSICA

POR LOS CUATRO COSTADOS

 

A mi hermano Ennio

 

 

No sé muy bien cómo han logrado sobrevivir, pero guardo una colección de casetes musicales que pueden escucharse en un viejo equipo estéreo que conservo desde aquellos días en que podíamos hacer grabaciones de discos de acetato y trasladarlas a un casete. Después se habló de la innovación de los CD y resultó que eran de inferior calidad que aquéllos. Conservo colecciones de jazz, música clásica, rock, salsa, pop y bossa nova en estos casetes, y entre los de samba y bossa nova han aparecido varios de Caetano Veloso, Gal Costa, Joao Bosco, Gilberto Gil, Elis Regina, Joao Gilberto y uno que seguramente es mi favorito: Antonio Carlos Jobim. Cuando oigo la música de Jobim algo se opera en el interior de mi sensibilidad: las notas de la samba y el bossa entran por mis oídos a embriagarme con sus cadencias, mediante una serie de disonancias y medios tonos que construyen en el fondo una armonización diferente, osada, de rupturas melódicas que componen otro orden musical, captado en lo profundo de mi audición sensible. No se parecen a ninguna otra música: mis sentidos se aprestan a impregnarse del alma profunda de ese querido país, el Brasil, tierra del grandes escritores y artistas, tierra de Machado de Assis, el primer gran escritor moderno de América, me atrevería a decir, y de narradores como Jorge Amado, Joao Guimaraes Rosa y Rubem Fonseca; de poetas como Manuel Bandeira y Ferreira Gullar, de cineastas como Glauber Rocha; de futbolistas como Pelé y Garrincha; de arquitectos como el Aleihadinho y Oscar Niemayer;  un país de músicos, poetas, grandes artistas, cineastas y buenas telenovelas, actores y actrices inolvidables, el país de las garotas, las mujeres más sensuales. La música brasileña tiene para mí un gran valor personal y sentimental, por hallarse asociada a una época de mi vida donde yo me dedicaba exclusivamente a ser feliz.

 

Este gran país del sur tiene una de las geografías más dilatadas y complejas de América, con una población que supera los180 millones de habitantes y una extensión territorial de  8. 512.000 kilómetros cuadrados; tan inmenso que la mayoría de sus habitantes no conocen al país completo, y donde se mezclan culturas completamente diferentes unas de otras. Contiene la selva tropical más grande del mundo, la Amazonía, y el rio más caudaloso, el Amazonas, además de contar con la más grande cantidad de fauna silvestre en el mundo. Lo mismo ocurre con su cultura, donde se dan cita lo negro, lo indio, lo portugués y lo europeo, con unas características a veces tan contrastantes que hacen de su cultura una mezcla poderosa, de donde destacan precisamente sus expresiones musicales, entre las cuales descuella en el siglo veinte lo que se llamó y sigue llamando el bossa nova.

 

Durante los años cincuenta del siglo veinte el guitarrista y compositor Joao Gilberto viajaría de Bahía, su ciudad natal, a Rio de Janeiro, donde conoció a Antonio Carlos Jobim,  y se pusieron a trabajar y a experimentar, de lo cual  fue producto el singular álbum Chega de Saudade, el cual apareció en 1958 casi simultáneamente con otro disco llamado Bim Bom. Ambos se cree constituyen la génesis de este movimiento. En un trabajo posterior, un disco sencillo llamado Desafinado se pone en evidencia uno de los elementos definitorios de esta modalidad: la interpretación sincopada de la guitarra de  Joao Gilberto. Fue algo nunca antes escuchado: nadie antes había pulsado el instrumento de esa manera. Nótese además el elemento discorde, atonal, que contiene ya el título de la canción, de modo que la innovación viene por las dos vertientes, la rítmica y la armónica.

 

 

 

Luego tendrían lugar otros sucesos decisivos para la instauración del bossa nova: la película Orfeo Negro, cuya banda sonora escrita por Jobim y por Luis Bonfá, contiene dos piezas que luego se convertirían en clásicos: “Mañana de Carnaval” y “Samba de Orfeo”, las cuales, junto a los otros doce temas que constituyen el álbum Samba de una sola nota, coronaron el prestigio del bossa nova en el mundo. De inmediato, importantes disqueras  como Capitol y Verve se mostraron dispuestas a explotar y difundir esta nueva vena musical y se aprestaron a convocar a músicos  de renombre internacional como Stan Getz y Charlie Byrd para difundirla: el producto de dicha colaboración fue el disco Jazz Samba, aparecido en 1962; de tal modo el bossa nova pasó a ser una tendencia de la música popular del siglo veinte, justamente en esa década llamada prodigiosa. A partir de ahí sería indetenible su eco. Los jazzistas norteamericanos no querían quedarse atrás y grabaron sus discos bajo este influjo; entre ellos Dave Brubeck (Bossa nova Usa), Herbie Mann (The Bossa Nova), Eddie Harris (Bossa Nova) o Gene Ammans (Bad Bossa Nova) y muchos otros, rindiendo así homenaje a las raíces viejas del jazz que ya se venían anunciando desde los años cincuentas en músicos decisivos como Chet Baker, Shorty Rogers y Gerry Mulligan, quienes pienso yo pudieron haber sido muy escuchados por Jobim, tomando de ellos algo de esa suavidad y lentitud, esa delicadeza con que trabajaban sus piezas, muy cercana a los acordes del romanticismo popular de donde también supo extraer ese aire de sofisticación con elementos que podían provenir de la samba popular brasilera, plena de cruces polirrítmicos conectados subterráneamente, junto a una suavidad de origen poético como impronta del bossa.

 

De ahí en adelante numerosos cantantes del Brasil comenzaron a interpretar sus canciones, y músicos a realizar arreglos. Estadounidenses, franceses, europeos, lanzaron grabaciones que poblaron tiendas, fiestas, bailes, clubes, discotecas, mientras se producían conciertos en distintas partes del planeta, y el bossa nova entró en una fase de internacionalización. Un buen día Tom Jobim conoció al poeta Vinicius de Moraes, y desde entonces la amistad con él se convirtió en una alianza perfecta entre música y poesía, entre sonido y verso. Se enamoraron de la bohemia y de las garotas que recorrían las calles de Sao Paulo y de Bahía; invitaron entonces a otros músicos a compartir sus nuevos hallazgos, realizando una mixtura de la samba con el jazz, la música clásica, los boleros, el tango y otras modalidades de América Latina, de la canción romántica norteamericana y de los musicales de Broadway. De todo ello surgió el bossa nova; su repercusión se hizo sentir en todo el mundo, cuando orquestas, cantantes, conciertos, grabaciones y películas fueron hechizados por ella en todas partes: Rio de Janeiro, Caracas, Madrid, Bogotá, Nueva York, México, y en grupos y orquestas que acusaron aquel influjo ya fuese en baladas, boleros, tangos o flamenco, estaban esperando nuevos aportes musicales.

 

Cada uno de ellos hacía versiones distintas en las que aparecían los temas de Jobim más conocidos: “La chica de Ipanema”, “Desafinado”, “Samba de una sola nota”, “Corcovado”, “Insensatez”, “So Danco Samba” y muchas otras, entre las cuales unas habían sido versionadas por otros músicos brasileros, contribuyendo a su difusión. Una generación de poetas, compositores e intérpretes, entre los que se encontraban Doryval Caimmy, Chico Buarque, Joao Gilberto, Maria Bethania, Gal Costa, Gilberto Gil, Joao Bosco, Milton Nascimento, Caetano Veloso y Elis Regina, instrumentistas como el saxofonista Stan Getz, y los guitarristas Charlie Byrd, Laurindo Almeida y Baden Powell.

 

 

 

 

Uno de los eventos mediante los cuales se produjo el fenómeno de la internacionalización del bossa nova, acaeció un día del año 1963, cuando el saxofonista estadounidense Stan Getz y Tom Jobim se dirigieron a Nueva York a grabar un disco que sería decisivo para la resonancia del bossa nova en ese país, titulado Getz / Gilberto, donde iban a participar –la por entonces esposa de Joao Gilberto– Astrud Gilberto, sin duda una gran intérprete vocal, cuya versión de “La chica de Ipanema” recorrería los Estados Unidos y los lanzaría a la fama, incluyendo a Jobim. Al mismo tiempo, el poeta Vinicius de Moraes y el guitarrista Baden Powell habían iniciado una colaboración. Powell era un compositor nato y ello se tradujo en una de las alianzas más ricas de la música popular brasilera, haciendo evidentes sus elementos africanos. Asimismo, otros músicos como Luis Bonfá y el ya mencionado Laurindo Almeida contribuyeron al afianzamiento del bossa nova en Estados Unidos y en América Latina, que vieron sucesivos reconocimientos en los trabajos de músicos como Ivan Lins y Milton Nascimento, éste último dotado de un caudal de voz que merece el calificativo de sorprendente; tanto como de otros artistas de la talla de Hermeto Pascual (pianista y compositor), Elian Elías (pianista y cantante), Toninho Orta (guitarrista), Carlos Barboza Lima (guitarra), Flora Purim (cantante), Oscar Castro Neves (guitarra), Airto Moreira (percusionista), Nilson Mata (bajo), Romero Lubanbo (guitarra) y Duduka Da Fonseca (batería).

 

Justo es advertir que Jobim no sólo poseía una clara perspectiva de la tradición musical de su país, sino también de la música culta llamada clásica, muchos de cuyos acordes están extraídos de diversas tradiciones europeas. En estos casos, suelo poner el ejemplo de Federico Chopin, cuyos impromptus, polonesas y mazurcas dieron vigor popular a sus composiciones pianísticas; así otros músicos clásicos, tales son los casos de Franz Schubert y Claude Debussy, pudieron influir en las ejecuciones pianísticas del jazz en músicos como  George Gershwin, Bill Evans, Erroll Garner,  Fats Waller, Art Tatum, Duke Ellington, Oscar Peterson o Earl Hines, hasta más jóvenes como Chick Corea y Dave Grusin, pueden acusar el influjo de Chopin por el tratamiento impetuoso del piano, por la poderosa fuerza anímica con que abordan el instrumento, cuestión que se advierte sobre todo en los impromptus del pianista polaco. Algo de ello se nota cuando Jobim interpreta el piano y canta sus propias canciones (como solía hacerlo Chet Baker) y de él dimana una fuerza lírica de primera magnitud, atemperada por la nostalgia o la saudade (ese sentimiento de melancolía que los franceses e ingleses llaman el spleen y los portugueses la morriña) y al mismo tiempo por una alegría implícita que proviene del legado popular del baile, la fiesta o la celebración callejera.

Sinatra y Jobim

 

 

También es justo reseñar aquí la resonancia que el bossa nova tiene y sigue teniendo en el jazz. Creo que después del gran auge de los años cincuenta y sesenta en el siglo veinte, el bossa vivió un momento muy significativo durante los años 70, que fue justamente cuando yo lo comencé a escuchar en mi país, junto a mis amigos y hermanos. Recuerdo a mis hermanos Ennio e Israel, excelentes ejecutantes del bossa en la guitarra, y a mi amigo Juancho Ospino en la ciudad de San Felipe, mientras yo vocalizaba algunos temas. Y en Caracas, cantantes como Biela Da Costa y María Rivas  hacían versiones magníficas de estos temas brasileros, acompañadas de excelentes músicos. También por entonces estábamos descubriendo el jazz de los años treintas y cuarentas que haría eclosión en la trompeta y la voz de Louis Armstrong, cuando este inmenso personaje tuvo pleno reconocimiento durante los años cincuenta junto a las voces de Ella Fitzgerald, Billie Holiday, el saxo de Charlie Parker, las trompetas de Dizzy Gillespie y Miles Davis o el piano de Bill Evans, músicos de donde probablemente bebió también Antonio Carlos Jobim cuando trabajaba en su proyecto del bossa nova. También, por supuesto, tendríamos que tomar en cuenta a la música latinoamericana en las formas del bolero, la rumba, el tango, la ranchera, el corrido, el son, la guaracha o el merengue, y lo que luego se denominó salsa, rótulo genérico que abrió un compás para abrazar aquellas expresiones musicales donde se dieron cita amalgamas de todas ellas. Justo cuando Jobim se encontraba haciendo sus primeros escarceos en el bossa, también se estaban cocinando a fuego lento las diferentes “salsas” en América Latina que tendrían su mejor expresión en el Caribe, especialmente en Cuba, Panamá, Puerto Rico y República Dominicana. Por ejemplo, un músico de jazz, el trompetista Dizzy Gillespie, fue quien introdujo el jazz en la salsa con una pieza clásica suya estrenada en Cuba titulada “Manteca”.

 

Lo que deseo indicar es que ninguna de estas expresiones surge aislada; todas ellas se van forjando a través de influjos simultáneos o azarosos; sus elementos no se transmiten de manera directa sino de modo oblicuo. Cuando uno de estos grandes creadores está concibiendo una pieza, no está pensando en “cómo” la va a escribir ni para qué; ésta surge de modo mágico, casi aleatorio, de lo profundo de su sensibilidad, y luego él mismo, mediante su subjetividad, la convierte en algo propio. El músico no sabe, a ciencia cierta, de qué manera ni porqué razón afloró esa creación a su mente o espíritu. Cuando la salsa caribeña está surgiendo en el caribe lo están haciendo también la música pop, el rock y la samba; luego todo ello constituirá el complejo enjambre de la música popular.

 

En cierto modo, la historia del bossa nova es la historia de Antonio Carlos Jobim, quien nació un día de enero del año 1927 en Sao Paulo, Brasil. Lo tenían encaminado a Tom en la familia a seguir estudios de arquitectura, pero el muchacho se la pasaba embebido en audiciones de música de todo tipo, desde clásica de Debussy y Chopin y del gran músico brasilero Heitor Villalobos, piezas del folklor brasileño, hasta las armonías del cool jazz y los musicales de Broadway. Un día comenzó a rasguear la guitarra apaciblemente, con mucha suavidad, tratando de imitar aquellas melodías  y replicando a veces los ritmos sincopados del jazz. De ahí pasó a tocar piano en casas de amigos y familiares, quienes un día descubrieron que el muchacho tenía verdaderas cualidades. Tenía solo veinte años cuando comenzó a tocar en night clubs, y de ahí a trabajar en estudios de grabación, hasta que un día del año 1954 apareció acompañando con su guitarra al cantante Bill Farr, para luego formar su propio grupo llamado “Tom y su banda”. Empezaban a conocerse sus primeras composiciones, como aquella titulada “Orfeo de Conceigao” compuesta en 1956 para una obra basada en el mito de Orfeo, adaptado al Brasil con el nombre de Orfeo negro. Más tarde, a raíz de su amistad con Joao Gilberto, como ya hemos referido, tiene lugar la pieza intitulada “Chega de saudade”, la cual se convertirá en un gran éxito en todo Brasil, para después en los años sesentas cumplirse su colaboración con el ya mencionado saxofonista Stan Getz en “Desafinado”, que los llevaría a los escenarios del Carnegie Hall.

Intentaremos aquí hacer una relación de las principales grabaciones de Jobim, aparte de las ya referidas. Luego de grabar en el sello Verve en 1963 The composer of Desafinado, el sello A & M (sello del trompetista Herb Alpert), graba el álbum Wave que sería decisivo para su internacionalización en 1967. También de este año es el álbum Cierto míster Jobim donde las composiciones destacadas son “Bonita”, “Si todos fuesen iguales”, “Desafinado”, “Nunca te vayas”, “Fotografía” “Surfboard”, “Otra vez”, “Calle del sol”, “Zingaro”, “Bonita”. Mientras que de Wave (Ola) son nueve piezas entre las que destacan “Ola”, “Mira hacia el cielo”, “Triste”, “Mojave”, “Lamento”,  “Antigua”, Dialogo” y se caracterizan por el tono contemplativo de la saudade y la presencia del mar, del paisaje marino en permanente diálogo con la interioridad lírica del poeta.

 

 

 

 

Ese mismo año 1967 Jobim recibe una invitación de Frank Sinatra para grabar en el sello Reprise, bajo la conducción del director y arreglista Claus Ogerman una selección de sus piezas, interpretadas por el gran cantante norteamericano, cuyo álbum lleva los nombres de pila de ambos: Francis Albert Sinatra y Antonio Carlos Jobim. Debo anotar aquí una infidencia personal. Tal álbum concertó para mí la admiración hacia ambos músicos en un LP que fue colocado obsesivamente en mi antiguo tocadiscos de adolescencia en la ciudad de San Felipe, cuya maravillosa sonoridad era compartida con numerosos amigos y familiares. Buena parte del poco inglés que sé lo debo a la perfecta dicción de Frank Sinatra, cuyas canciones seguía álbum tras álbum, y era considerado por muchos como la mejor voz masculina del mundo. A la par de ser uno de los deleites musicales más amplios que me pude prodigar, Sinatra fue para mí la mejor cátedra de inglés. Nadie como él, cantando en ese idioma, pronuncia las palabras con tal claridad, además de los matices y la belleza implícita de su voz. Disfruté de este disco apenas a los diecisiete años, gracias al alto grado lírico de ambos músicos y a los magníficos arreglos orquestales de Ogerman, se produjo en mí un especial embeleso, confirmado ahora, cuando termino de poner el casete que atesoro. Aquí Jobim le acompaña con la guitarra a Sinatra y hace eventuales intervenciones vocales muy sutiles, que aportan delicados relieves a la magnífica voz del cantante estadounidense.

 

A principios de la década de los setentas aparece otro de los grandes trabajos de Jobim: Stone flower, álbum que lo confirma como músico en piezas maestras como “Choro”, “Thereza mi amor”, Brasil”, “Flor de piedra”, “Amparo”, “Dios y el diablo en la tierra del sol” (para la película del mismo nombre) y “Andorhina” donde el tono poético es relevante. También de 1970 es el álbum Tide (Marea), donde el tema marinero es primordial y se hace patente el influjo del jazz en composiciones como “Cariñoso”, “Tema jazz”, “Recuerda”, “Marea”, “Katanga”, “Caribe”; su imantación marina es consustancial con el movimiento rítmico y armónico.  En 1973 lanza un disco asombroso por el vuelo y densidad de su estro musical, con piezas antológicas como: “Ana Luiza”, “Matita Peré”, “Tren para Codesburgo”, “Llora corazón”, “Un rancho en las nubes”, “Nubes doradas” y “Aguas de marzo”. Sus creaciones se van haciendo más complejas y experimentales, advirtiendo en ellas ecos tanto de la música popular como de la clásica, rasgos que se notan en otros trabajos de esa época de madurez, como Matita Peré en 1973 y en otro con el título de Jobim y compañía del mismo año.

 

Al año siguiente aparece Elis y Tom, uno de los más acabados, pues se trataba nada menos que de la más grande vocalista del Brasil: Elis Regina, fallecida relativamente joven, quien cumplió una rutilante carrera musical, patrimonio sensible del Brasil. De este trabajo con Regina todas son obras que pudieran representar lo mejor de la música de Brasil para el mundo: “Corcovado”, “Triste”,  “Aguas de marzo”, “Retrato en blanco y negro”, “Por toda mi vida”, “Fotografía”, “Soneto de separación”, “Inútil paisaje” o “Modinha”, donde esta gran cantante nos eleva hacia espacios de arrobamiento. Escribí en esos años un poema a su memoria; cito algunos versos:  “Por qué río de la luna corre esa voz dormida / en el corazón afrutado Por qué lago sin sueño entra a saco esa voz / en tiempo de saudade/ preámbulo alzado por los cuatro lugares / del músculo enamorado (…) Elis es mío también tu brebaje letal / lo bebo lentamente en esta tarde de agosto / mientras mi cigarrillo quema la punta de mis presentimiento / y las ilusiones se vuelven crudas / las puedo ofrecer a tu memoria / Elis pájaro del Brasil…” Hacia la mitad de esa década es de notar el álbum Urubu en 1976; mientras en la que sigue la expresión de Jobim se va penetrando de una serie de registros de la música pop, el jazz, el folklore brasileño, la música clásica, y aparece en 1980 Terra Brasilis en el sello Warner, obra que lo ubicará como uno de los músicos indispensables del siglo.

 

Jobim y Vinicius de Moraes

 

 

No es posible registrar aquí en qué consisten los logros musicales acaecidos en estos álbumes, por la enorme cantidad de músicos participantes de variados temperamentos, estilos y carismas; quienes deseaban aportar algo al maestro Jobim cada vez que éste decidía acometer una nueva empresa de grabación o presentarse en conciertos, en los cuales parecía poner un empeño perfeccionista. Casi al final de la década de los ochentas, Jobim grabó para el sello Verve el álbum Passarim, de estupenda factura, para volver por sus fueros al inicio de la década siguiente con el extraordinario trabajo Antonio Carlos Jobim and friends en el sello Verve, en 1993. Esta importante grabación incorporará talento y genio de arreglistas, cantantes, intérpretes, compositores, saxofonistas, pianistas y percusionistas que bien puede recibir el calificativo de clásico.

 

Antonio Carlos Jobim y sus amigos es en verdad un homenaje al jazz donde participan los músicos John Hendricks en la voz; Ron Carter en el bajo; Herbie Hancock y Gonzalo Rubalcaba en el piano; Gal Costa en la voz; Alex Acuña en la percusión; Shirley Horn en el piano y la voz. Demás está decir que se trata de un personal jazzístico de primera magnitud para ese momento. Recordemos que Hancock fue uno de los jóvenes prodigios del jazz, y escribió entre otros temas la cinta de la película de Michelangelo Antonioni Blow up basada en el cuento de Julio Cortázar; después mostró por qué era uno de los brillantes jazzistas de la nueva generación. El cubano Gonzalo Rubalcaba es otro de los maestros pianistas del caribe y Gal Costa una de las eximias cantantes del Brasil, discípula de Elis Regina; Rob Carter, leyenda del jazz, interpretando el bajo; la guitarra impecable de Oscar Castro Neves; la extraordinaria voz masculina de John Hendricks y la exquisita guitarra de Oscar Castro Neves terminan de configurar este destacado elenco de músicos. Se producen coincidencias espectaculares cuando se unen los pianos de Jobim, Hancock o Rubalcaba en algunas piezas como “Wave”; o en “La chica de Ipanema” al final lo hacen Rubalcaba y Jobim. La selección de canciones en este caso es la siguiente 1. “Si todos fuesen iguales”. 2. “Ella es Carioca”. 3. “The boy of Ipanema” (“El chico de Ipanema”) 4.” Once I loved” (“Una vez amé”) 5. “Grande amor” 6. “No more blues” (“No más blues”) 7. “Agua de beber” 8. “La felicidad”. 9. “Si todos fuesen como tú”.10.” Luiza” 11. “Wave” (“Ola”). 12. “Caminos cruzados”. 13. “La chica de Ipanema”.

 

No sé si exagero con esta afirmación, pero me parece que todas las composiciones e interpretaciones de Jobim merecen el título de magistrales; su manera de cantar no se ciñe a una gran voz de altos registros ni a modulaciones virtuosas, ni hace alardes tonales; es mas una voz nerviosa, trémula a veces, que expresa, transmite, comunica sentimientos profundos y conmovedores que alcanzan la fibra interior humana.

 

A medida que se iban produciendo estas grabaciones, Jobim se iba entusiasmando, tanto por la cantidad de seres humanos que movía en todo el mundo, como en el propio ámbito de su familia y amigos, donde todos se iban contagiando de su entusiasmo. Así sus hijos Paulo y Elizabeth, frutos de su unión con Thereza Hernany, lo acompañaron como músicos y productores de sus discos; otro hijo suyo llamado Joao Francisco murió prematuramente. Luego, en su segunda unión con Lontra Jobim, tuvieron a Maria Luiza, a quien Jobim dedicó varias hermosas canciones, y también le acompañaron en sus grabaciones. Después de la positiva resonancia del álbum con sus amigos, el músico se ilusionó con la idea e hacer un disco con viejas y nuevas canciones suyas y de algunos músicos próximos, cantando él y tocando el piano en la mayoría de los casos, en un proyecto donde iba a estar parte de su familia, músicos amigos de Brasil y otros de fama mundial, como el caso del australiano Sting y del brasileño Dorival Caymmi.

Sting y Antonio Carlos Jobim

 

 

Así fue. Pautaron la grabación para el año 1994 en Nueva York y allí acudieron. Como se sabe, Antonio Carlos era un fumador empedernido y un amante de la bohemia. Recordemos aquellas grandes tenidas con el poeta Vinicius de Moraes por las playas de Rio de Janeiro, especialmente de Ipanema, cuando los poetas se encerraban varios días a componer, a disfrutar de buenos tragos, habanos, abundantes comidas y compañías femeninas que no podían faltar. También es conocido el hecho de que Jobim era descuidado con su salud, no haciendo mucho caso de las recomendaciones médicas. Solía acudir a un consejero espiritual a quien consultaba siempre en momentos críticos, quien le daba consejos acertados con respecto a cuestiones personales, sentimentales o de salud, acertando en la mayoría de los casos.

 

Jobim se entregó al trabajo de grabación del disco junto a su familia. Estaba entusiasmado. Todo iba saliendo bien. El proyecto se llamaría simplemente Antonio Brasilero Jobim. Se pusieron manos a la obra y el resultado fue inmejorable. Ese fue el disco que adquirí en un aeropuerto de no sé qué ciudad, y me gustó tanto que me di a la tarea de grabarlo el mismo año desde el disco de acetato hasta un casete para llevarlo más cómodamente conmigo y poder oírlo en grabadores pequeños. Se trata de un verdadero banquete musical, donde por el lado A apreciamos la célebre pieza “So Danco Samba” que compuso con De Moraes; luego viene “Piano Na Manguerira”, escrita en asociación con Chico Buarque, otro de los músicos brasileros que pueden ser considerados tocados por el genio, tal es la cantidad y la calidad de piezas que ha compuesto y ha interpretado acompañándose de su guitarra, y a quien yo pondero como el mayor de los músicos de Brasil después de Jobim. Chico es hijo del gran historiador Sergio Buarque de Holanda y además poeta y novelista.

 

Sigue en este álbum “Insensatez”, una de las más famosas piezas en colaboración con Vinicius y cantada en inglés por Jobim con una letra de Norman Gundel, la cual se disputa uno de los primeros lugares de interpretación en el mundo. A ésta le sigue “Querida” con letra y música de Jobim, y después “Surfboard”, pieza de prodigiosa instrumentación que imita el movimiento de las olas del mar. El invitado especial en este disco es Dorival Caymmi, quien compuso la letra y la melodía de “Marachalanga”, así como de la siguiente “Maricotinha”. En ambas apreciamos un contrapunto de voces como pocas en la música moderna, donde figuran con todo su poder vocal los coros arreglados por los hijos de Jobim, Paulo, Elizabeth y María Luiza. Y por supuesto, la interpretación admirable que hace Sting de “Insensatez” al lado de Jobim.

 

 

 

En el lado B de la cinta apreciamos la letra y música de Jobim en  “Pato Preto”, y su voz en la titulada “Para mi amigo Radamés”. En “Blue Train”  nos hallamos frente a otros virtuosismos sonoros de este trabajo, donde se siente todo su influjo: en este caso la letra de “Tren azul” es de Ronaldo Bastos y la música de Lo Borges, mientras la letra en inglés es de la autoría de Jobim, quien se manejaba perfectamente en ese idioma. De seguidas tenemos “La Samba de María Luiza”, una de sus piezas más acabadas, que completa con su frescura aquella dulce y tierna melodía que le dedicara a su hija años atrás. También figura la música de Jobim para sus amigos futbolistas “Radamés y Pelé”, para luego rematar con un poema de Manuel Bandeira titulado “Trem de Ferro”  (un tren de hierro cuyo sonido se percibe en todo su movimiento, en crescendo) con música de Tom Jobim, pieza que sirve de cierre a esta obra maestra de la música donde se percibe toda la emoción, la plenitud, el entusiasmo y la riqueza artística de su lenguaje musical.

 

Poco después de terminar la grabación del álbum en la ciudad de Nueva York, Tom Jobim se quejó de molestias urinarias y acudió a su doctor, Roberto Hugo Acosta Lima. Le hicieron un examen y le detectaron un tumor en la vejiga, recomendándole una cirugía  a la brevedad posible, pero Jobim pospuso una y otra vez la recomendada intervención, debido en parte a que había consultado con su consejero espiritual y éste le había recomendado no llevar  a cabo tal cirugía. Jobim, en vez de estar más calmado y operarse, empezó a trabajar en su próximo disco al que pensaba titular sencillamente Tom Jobim. Pero de nuevo se sintió mal y acudió al hospital Monte Sinaí en Nueva York, donde le practicaron la cirugía. Mientras se estaba recuperando, Jobim sufrió una embolia pulmonar producto de su adicción al tabaco, lo cual le provocó un paro cardíaco del cual se recuperó; pero al cabo de tres días sufrió otro paro que no pudo tolerar y le produjo la muerte.

 

 

 

Al día siguiente su cuerpo fue enviado al Brasil y sepultado en el cementerio San Juan Bautista de Río de Janeiro. En su entierro estuvieron presentes, entre muchos otros, sus buenos amigos Astrud Gilberto, Joao Gilberto y Edu Lobo. A los pocos meses saldría a la luz el álbum en ciernes, Antonio Brasilero Jobim, nombre con el que fue bautizado este gran músico. Lo he oído una y otra vez en mi equipo Sony que traje conmigo desde la ciudad de San Felipe, donde pasé parte de mi adolescencia y de mi juventud, leyendo, escribiendo, trabajando, editando, cocinando, oyendo las piezas de tantos músicos y de tantas tendencias y épocas, y de cuya memoria me alimento a veces acompañado de las embriagadoras notas del bossa nova de este hombre que encaró la música por los cuatro costados.

 

Antonio Brasilero, ahora mismo te veo en una foto coloreada por mi mano en el año 1994, en el pequeño casete donde enciendes tu habano y te preparas a brindarnos las notas de tu sonido excelso, de tu música inolvidable a través de la cual nos hiciste viajar hacia esos reinos infinitos de la dulzura, la nostalgia y la saudade.

 

 

Gabriel Jiménez Emán recibió en 2019 el Premio Nacional de Literatura de Venezuela por el conjunto de su obra.

 

Junio 2020

 

 

 

 

El escritor Gabriel Jiménez Emán en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario