ANÁLISIS CRÍTICO DE TRATADO DEL AMOR DE DIOS DE SAN BERNARDO DE CLARAVAL, POR STEFANÍA DI LEO.

 

«Crear en Salamanca» ,  publica el Análisis crítico del Tratado del Amor de Dios de San Bernardo de Claraval (en versión e introducción de Luis Frayle Delgado) realizado por nuestra colaboradora Stefanía Di Leo, poeta, traductora y crítica.  

 El poeta Luis Frayle Delgado y la crítica Stefanía Di Leo, autora del artículo

 

 

Análisis crítico de Tratado del Amor de Dios de San Bernardo de Claraval (versión e introducción de Luis Frayle Delgado, Ed. Cypress, 2024)

El Tratado del Amor de Dios (De Diligendo Deo) de San Bernardo de Claraval es uno de los textos fundacionales de la espiritualidad cisterciense y de la mística cristiana occidental. Redactado hacia 1126, este breve tratado ha ejercido una influencia perdurable sobre la teología afectiva, la devoción personal y el pensamiento amoroso de la Edad Media.

La edición de Cypress (2024), en versión castellana de Luis Frayle Delgado, representa no solo una recuperación literaria sino también un puente contemporáneo entre el lector moderno y la palabra monástica medieval. Frayle Delgado, filósofo, poeta y traductor de sensibilidad humanista, no se limita a verter el texto al castellano, sino que lo interpreta, lo acaricia lingüísticamente y lo contextualiza con una introducción esclarecedora. Su versión no sacrifica la densidad mística del original, sino que la vierte con elegancia sobria, respetando la cadencia del pensamiento bernardino y su lirismo espiritual.

El tratado se articula en torno a los cuatro grados del amor, eje conceptual y espiritual de la obra: El amor del hombre a sí mismo por sí mismo, El amor del hombre a Dios por los beneficios que de Él recibe, El amor de Dios por sí mismo, El amor del hombre a sí mismo solo por Dios. San Bernardo parte de una antropología espiritual cristocéntrica que asume la radical caída del hombre y su progresiva recuperación por el amor.

La estructura es dialéctica: el amor humano, imperfecto y apegado al interés, debe ascender, mediante la gracia, a un amor puro, desinteresado, donde el sujeto se disuelve en el objeto amado: Dios. Este camino amoroso no es sólo ascético, sino también místico: el cuarto grado de amor conlleva una forma de éxtasis, de anonadamiento del ego en la presencia divina, donde el yo desaparece sin aniquilarse, fundido en una alteridad beatífica. La teología de San Bernardo, aunque rigurosa, está impregnada de un lirismo suave, casi maternal, que explica su enorme resonancia entre místicos posteriores (Beatriz de Nazaret, Hadewijch, San Juan de la Cruz, etc.).

Luis Frayle Delgado ofrece una versión que se distingue por unas virtudes notables como la precisión, la sobriedad y la sensibilidad,

En el texto podemos evidenciar:

  • Fidelidad conceptual: Sin incurrir en literalismos que entorpezcan la lectura, el traductor mantiene la lógica interna del pensamiento bernardino. Los términos técnicos del latín medieval como caritas, amor, gratia, conversio, sapientia o fructus amoris son traducidos con conocimiento semántico y filosófico.
  • Estilo sobrio y elegante: Frayle evita el barroquismo y opta por un castellano limpio, de ritmo pausado, casi contemplativo. En esto, su estilo es afín al original: no hay afectación, sino una transparencia que deja pasar la luz del contenido.
  • Introducción lúcida: La introducción del traductor actúa como guía interpretativa. No se limita a presentar el contexto histórico, sino que interpreta el tratado como una “fenomenología espiritual del amor”, subrayando la originalidad de San Bernardo en un siglo XII aún dominado por la escolástica incipiente.

 

Aunque pueda parecer anacrónica, la propuesta bernardina posee una vigencia sorprendente. En tiempos de amor líquido, de relaciones efímeras y utilitarias, San Bernardo nos ofrece una pedagogía del amor basada en la interioridad, la constancia y la gratuidad. Su cuarto grado de amor puede parecer utópico, pero funciona como faro ético y espiritual.

Luis Frayle Delgado subraya en su introducción este aspecto: el amor no es solo un afecto sino un modo de ser, un ascenso hacia lo Otro que transforma al sujeto. En este sentido, la lectura del Tratado del Amor de Dios puede ser profundamente terapéutica para el alma contemporánea.

 

Análisis crítico de «Del verdadero y el falso bien de Lorenzo Valla»

(Ed. Cypress, 2024)

 

Lorenzo Valla, humanista radical del Quattrocento, se sitúa en la encrucijada entre la decadencia de la escolástica medieval y el amanecer de la modernidad intelectual renacentista. En Del verdadero y el falso bien, nos hallamos ante un texto que, más que una simple meditación ética, constituye una intervención deliberada contra la tradición filosófica de matriz estoica y cristiana que había sacralizado la virtud como valor absoluto, divorciado del placer, del cuerpo y de la experiencia humana concreta. El propósito de Valla es profundamente polémico: desmontar la noción clásica y cristianizada del summum bonum —el bien supremo— que había regido durante siglos el pensamiento moral europeo. Contra las visiones ascéticas, Valla postula una ética del placer que, sin caer en el hedonismo vulgar, recupera el valor del deleite y del gozo en la vida presente. Se enfrenta directamente a Cicerón, pero también, de modo implícito, a Agustín y Tomás de Aquino.

La obra adopta el modelo del diálogo filosófico, heredado de Platón, que permite contrastar ideas de forma viva y progresiva. Aquí, sin embargo, la estructura no sirve solo como recurso didáctico, sino como campo de batalla retórico donde Valla refina su crítica.

El autor enfrenta a distintas concepciones del bien —el estoicismo que equipara virtud y sufrimiento, el epicureísmo que busca la serenidad del placer, y el cristianismo que pospone el bien al más allá— y las somete a examen filológico, lógico y existencial. En lugar de considerar que la virtud es buena en sí misma, Valla afirma que solo lo es en tanto proporciona felicidad; y esta no es posible si se desprecia el placer y el bienestar del cuerpo.

Es, pues, un texto hedonista pero no hedonístico: no ensalza los placeres sensuales sin límites, sino que devuelve a la ética la dimensión humana del gozo, del amor, de la amistad y del juego. Valla, influido por Epicuro y en contraste con Séneca, redime lo placentero de su condena moral. Su crítica a la hipocresía filosófica (y religiosa) es feroz: condena a quienes predican la renuncia pero buscan placeres en secreto, y propone una ética transparente, fundada en la experiencia vital.

 

 

Valla brilla aquí no solo como filósofo sino como filólogo combativo. Su latín es elegante, terso, preciso, ajeno al formalismo rígido de la escolástica. El lenguaje directo que emplea, y que esta traducción cuidada por el maestro Luis Frayle Delgado respeta con notable fidelidad, le confiere una fuerza persuasiva que desarma.

El estilo es dialógico, pero no neutral: Valla toma partido. Sus interlocutores están cuidadosamente diseñados para permitirle avanzar su visión, refutando lo que considera errores conceptuales y desvíos dogmáticos. El tono es crítico pero no cínico; irónico pero no frívolo. Su uso del lenguaje es parte del argumento: la claridad se convierte en forma de verdad, y la elocuencia en herramienta filosófica.

La traducción al español realizada por Luis Frayle Delgado mantiene esta tensión entre claridad y profundidad, sin renunciar al tono provocador de Valla. Se agradece una prosa cuidada, sin anacronismos, que permite una lectura fluida sin perder la gravedad conceptual del texto.

Del verdadero y el falso bien anticipa, de forma sorprendente, debates contemporáneos sobre ética del cuidado, bienestar subjetivo, felicidad sostenible, y autonomía moral. Valla aparece aquí como precursor de una moral laica, vitalista y humanista, que resuena con pensadores modernos como Michel de Montaigne, Friedrich Nietzsche o incluso Martha Nussbaum.

Su cuestionamiento de la virtud como sacrificio recuerda a la crítica moderna de las estructuras religiosas de control. Su énfasis en el placer como fundamento del bien lo emparenta, desde otra vía, con el utilitarismo ilustrado. Y su defensa del cuerpo como lugar legítimo del bien sigue siendo revolucionaria.

Valla, en este texto, rompe con siglos de ética trascendente para proponer una ética inmanente, centrada en la vida concreta, en los afectos, en la alegría de existir.

Esta edición de Cypress recupera un texto clave del humanismo europeo, no solo por su valor histórico, sino por su actualidad filosófica. Frente a la moral del sacrificio, Valla propone una ética del vivir bien. Frente a la renuncia, el gozo. Frente a la abstracción, la experiencia.

Leer Del verdadero y el falso bien es reencontrarse con una tradición alternativa, minoritaria pero persistente, que defiende que la virtud no está reñida con la alegría, ni el pensamiento con el cuerpo. En un mundo saturado de deberes y renuncias disfrazadas de virtud, Valla nos recuerda que el bien no tiene por qué doler.

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