JORGE GÓMEZ JIMÉNEZ: EL FUNDADOR DE CUENTOS. ENTREVISTA DE JOSÉ PULIDO

 

El escritor y editor venezolano Jorge Gómez Jiménez (foto de César Chiquito)

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta entrevista realizada por nuestro colaborador José Pulido (Villa de Cura – estado Aragua, Venezuela, 1945), destacado poeta, narrador y periodista cultural venezolano. Fue asistente del director de la revista BCVCultural, del Banco Central de Venezuela, desde 1998 hasta su jubilación. Recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador, 2000, por el poemario Los Poseídos. Fue Subdirector de El Diario Católico (1975), jefe de redacción del diario Última Hora (1978), jefe de redacción de la revista Imagen (1994) y asesor de prensa del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber (1996). Director de las páginas de arte de El Universal (1996-98), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Nacional (1981-1988). Miembro fundador de los suplementos culturales Bajo Palabra (Diario de Caracas) y El otro cuerpo (Suplemento del Ateneo de Caracas, encartado en El Nacional). Ha publicado los poemarios Esto (1972), Paralelo lelo (1972), Los poseídos (2000), Peregrino de vidriera (2001), Duermevela. (2004) y Nunca es un artificio el viejo exilio (2020). También es coautor de los poemarios: Linajes (1994), Vecindario (1994), Cortejos (1995) e Invocaciones (1996). En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor (novela, Premio Otero Silva, 1989), Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos), Los Mágicos (novela, 1999), La canción del ciempiés (novela, 2004), La sal de la tierra (entrevistas, 2004), El bululú de las Ninfas (Novela, 2007), Dudamel, la sinfonía del barrio en los Libros de El Nacional 2011, El requetemuerto (novela, 2012), Los héroes son villanos tímidos (cuentos, 2013), entre otros. Sus poemas están publicados en diversas antologías de América Latina, España e Italia. En la actualidad reside en Génova (Italia).

 

 

EL FUNDADOR DE CUENTOS.

 

Es un Jorge. Es un Gómez. Es un Jiménez. Es de Cagua. Ha podido ser una persona común y corriente. Pero es imposible que lo fuera. Estaba obligado a ser escritor. Un escritor retumbante y apacible a la vez.

 

Él también pelea con un dragón como San Jorge, es humorista como Ramón Gómez de la Serna, tiene la ternura comprensiva de Juan Ramón Jiménez el hombre que escribió Platero y yo. Y ese pueblo llamado Cagua no solo ha producido escritores, músicos, artistas diversos: también es ejemplo de voluntad de trabajo y por si fuera poco ahí nació la vocación de uno de los mejores jinetes de toda la historia hípica mundial: Ramón Alfredo Domínguez, el primer venezolano que obtuvo un lugar en el National Museum of Racing and Hall of Fame. Montó 21.267 caballos de carrera y ganó 4.985 veces.

 

(Jorge Gómez Jiménez, como escritor que ha jugado con el misterio, deberá explicar en alguno de sus relatos por qué el nombre de Ramón se atraviesa en todos estos ejemplos que he señalado. Inclusive, uno de los autores aragüeños que él más admira, es el inolvidable poeta Miguel Ramón Utrera)

 

Por cierto, la revista literaria Letralia, creada por Jorge Gómez Jiménez cumplió hace poco 25 años. Fue la primera publicación digital de literatura que circuló en Venezuela. Según los datos que el mismo Jorge ha suministrado, Letralia es visitada cada mes por un promedio de 100 mil usuarios y ha publicado hasta ahora nada más y nada menos que a 3.955 autores de todo el mundo. Las estadísticas son como bandadas de golondrinas adornando los cielos de Cagua.

 

 

SU ESCRITURA

 

La escritura y la vida de Jorge Gómez Jiménez han sido un viaje. Él ha atravesado todos los paisajes urbanos y humanos, todas las satisfacciones y tristezas, para llegar hasta la vital estación del presente. Él entendió desde la adolescencia esa vocación de crear y de contar, de mirar y describir, de comprender y mostrar lo comprendido. Y ha respetado sus exigencias.

 

Jorge intuyó una obra, la puso en marcha y ha sido fiel a su creación. No es solo un escritor que dedicó su vida a ese arte. Jorge Gómez Jiménez escribe y al mismo tiempo va fundando. Es un fundador. No sé con exactitud desde cuándo lo conozco, desde cuándo somos amigos, pero sí tengo la certeza de que lo leo desde el mismo día en que descubrí sus primeros relatos. Me sentía orgulloso de que fuera un autor aragüeño. Aunque lo que más me ha hecho admirar a Jorge es que escribe sin pensar que encarna a un escritor. Sin proponerse ningún acto de vanidad al respecto. Es su oficio natural. Como si formara parte del legado familiar, de lo que la tribu espera de un hijo esclarecido. 

 

Todas las cosas increíbles suceden en la realidad, pero las historias que Jorge Gómez Jiménez asume y convierte en narrativa son tan asombrosas que se convierten en recuerdo, en material de tertulia. Provocan adicción. Sus cuentos suceden. Colocan al lector en una especie de atmósfera en la que se siente una prolongación más vertiginosa de lo real. Las variantes que caracterizan esa realidad expuesta por Jorge, solo pueden ser el producto de una sensibilidad y una visión muy particulares de alguien que creció inmerso en literatura, bañado en imaginación y además, poseído por el oráculo de la ironía.

 

Jorge Gómez Jiménez narra y el lector cree que está viviendo en ese momento lo que ocurre. Porque él echa el cuento, lo distribuye con aureolas alucinantes que parecen sencillas sin serlo. Y de pronto, en medio de aquel universo de sensaciones, florece el misterio. Brota la sorpresa. Se despliega lo insólito, lo nunca pensado y lo nunca visto.

No hay una civilización universal. Todo está ahí, a la mano. Pero solo puede ser descubierto por una sutileza como la de este narrador y poeta nuestro, que creó su propio capullo de seda y se desarrolló en él. Letralia, he ahí la residencia de su voluntad. Junto con ese medio cultural y literario fue creciendo Jorge porque lo fundó como un hogar para las letras. Y ahora alberga miles de voluntades creadoras como la suya. Su escritura también es un digno lugar.

El cuento en la pared, foto de César Chiquito

 

UN RELATO CORTO DE JORGE

 

“Fue algo súbito, como cuando se enciende una luz en una habitación a oscuras. Cuando sus ojos se encontraron, el aire se inundó de chispas y se les hizo imposible la paciencia. El pidió un vaso de agua y sólo pudo beber dos tragos, pues el resto ascendió vaporizado, bailando entre ambos, y el vaso estalló en su mano. Ella hizo ademán de buscar un trapo para limpiarle la sangre, que empezaba a brotar de sus dedos, pero fue inútil, pues en un rato ya sólo quedaba una costra negra y rugosa. Guardó el trapo, que había adquirido algunas manchas negruzcas, y entonces se dio cuenta de que las puntas de sus cabellos se retorcían y se enroscaban en minúsculos muñones negros. El intentó hablar, pero sus dientes estaban calientes como piedra de fogón y sólo logró unas molestas ulceraciones en la lengua. Ella le hizo unas señas, se quitó con dificultad los zapatos, que habían comenzado a derretirse, y juntos subieron las escaleras. Precisaron detenerse varias veces para dejar por momentos en el suelo las llaves de la habitación, que apresaban temperaturas intolerables. Cuando entraron, un halo rosa los envolvía.

 

Después de que los bomberos apagaron el incendio, los hallaron abrazados y sonrientes, felizmente muertos, fundidos en una incomprensible masa de carne quemada, cabellos y algunos jirones de ropa que aún llevaban consigo”.

 

Nada impide el amor. La realidad y la fantasía se juntan para mostrarlo. Jorge ha actuado con hermosa fidelidad ante la literatura. Tal vez algo parecido ocurrió en Pompeya. Antes de que alguien quiera anteponer dificultades científicas a un cuento precioso, vale la pena leer lo que dijo George Steiner:

 

“La ciencia puede haber suministrado instrumentos y animado con demenciales pretensiones de racionalidad a los que concibieron los asesinatos en masa. En cambio, casi nada nos dice sobre sus motivos, tema acerca del cual valdría la pena oír a Esquilo o a Dante. Tampoco, a juzgar por las ingenuas declaraciones políticas de nuestros actuales alquimistas, puede hacer mucho para conseguir que el futuro sea menos vulnerable a lo inhumano. Las luces que poseemos sobre nuestra esencial, acendrada condición, son todavía las que el poeta nos refleja”.

 

 

 

 

LA CURIOSIDAD INICIÓ TODO

 

—¿Cuándo comenzaste a pensar en hacer un medio como Letralia? ¿Qué te motivó?

 

—Eso fue en los primeros meses de 1996. Tuve mi primera cuenta de Internet a finales del año anterior, con limitaciones hoy inimaginables: mi acceso era sólo por correo electrónico; si quería “visitar” una web tenía que enviar unos comandos complicadísimos a ciertos servidores para recibir después de un rato el código fuente de esa web, que yo debía replicar en mi computadora; para colmo, estaba en Cagua y todo este proceso implicaba llamadas costosas a servidores de Caracas. Y así, lo primero que hice en esa navegación a tientas fue buscar recursos sobre literatura, pues me mataba la curiosidad por lo que estuvieran escribiendo en el mundo otros desconocidos, tipos como yo que por estar en pueblos del interior eran ignorados por medios como el Papel Literario pero que, estaba seguro, estaban haciendo cosas interesantes.

 

—¿Qué encontraste?

 

—Muchísimas revistas literarias en inglés, tanto en la Web como de distribución por correo electrónico, y en español algunos sitios literarios de Argentina, España o México, pero sólo en la Web, lo que para mí representaba un problema por lo que ya expliqué. De Argentina es la revista Axxón, decana de las revistas literarias digitales, que todavía lleva adelante Eduardo J. Carletti, quien la fundó en 1989 con Fernando Bonsembiante, pero es una publicación especializada en ciencia ficción y yo quería leer de todo; además, su distribución era a través de boletines electrónicos (una especie de prehistoria de Internet). De Venezuela no encontré nada, quizás alguna página personal. Me frustró mucho que no hubiera alguna revista que recogiera textos de otra gente y me los enviara a mi correo. Así que un día me dije: “¿Y si la monto yo?”. Y bueno.

 

—Letralia es hoy por hoy uno de los espacios más importantes en el mundo hispanohablante. ¿Recibes mucho material de otros países?

 

—Fíjate que yo me planteé al principio Letralia como una revista de literatura venezolana. Yo conocía gente de algunos grupos literarios y confiaba en que con ellos podría conseguir los textos para las ediciones quincenales que entonces publicaba. Sabía, además, que más pronto que tarde Internet terminaría llegando a todo el país y con el tiempo la tarea sería más llevadera. Para la primera edición, que anuncié por dos meses en varios espacios de aquella Internet prehistórica, tenía doce suscriptores. Uno de ellos estaba en Japón y otro, creo, en Alemania, y yo por supuesto estaba infladísimo. Después de que salió ese primer número, empezó a llegar gente y para la segunda edición tenía alrededor de setenta lectores registrados. Todo muy bonito, pero en esa época los correos había que enviarlos uno a uno, y eso implicó una llamada de ¡cuarenta minutos! al servidor de Caracas al que me conectaba. Salió en una millonada. Ahí sí me dije: qué va, esto no llega al número veinte…

 

—¿Cómo lo resolviste?

 

—…Entonces recibí un correo de Jesús Sanz de las Heras, que dirigía los servicios de correo electrónico de RedIris, el ente que introdujo a las universidades españolas en Internet y que aún hoy en día surte el servicio a la comunidad académica española. La propuesta de este español era que ellos se encargarían de la distribución, por lo que ya podía tener tantos suscriptores como quisiera y la llamada iba a ser de apenas unos segundos; sólo tenía que enviar un correo y ellos lo replicaban a todos los que se suscribieran. La condición: al ser RedIris un ente del gobierno español, no podía brindar apoyo a una publicación de alcance local, así que para ayudarme necesitaban que redefiniera la revista y la convirtiera en un medio para autores de España y América. La cosa me produjo vértigo y le pedí un par de días para pensarlo. Y, por supuesto, decidí arriesgarme. El tercer número salió a través del servidor de RedIris para más de doscientos suscriptores y, además de dos autores venezolanos, incluí poemas de un mexicano. Yo me sentía importantísimo, tocado por la suerte. Y después de esta larguísima digresión, respondo tu pregunta: Letralia recibe textos de autores de Venezuela, de España y de casi todos los países de América, pero además de sitios donde no se habla español, autores que por haber estudiado en España o por otras razones escriben en español. Gente de Túnez, Marruecos, Estados Unidos, Francia… Para el momento en que te escribo esto, la revista alberga textos de 3.955 autores.

 

—En Cagua ¿encontraste algún encanto tipo Aquiles Nazoa?

 

—Bueno, en Cagua encontré la vida, y con la fortuna de haber nacido en el seno de una familia lectora. Mi mamá, Carmen Jiménez, maestra de lengua en la escuela en la que cursé mi primaria; mi papá, Jorge Gómez Blanco, escribía poesía, era pintor, gestor cultural, empresario, periodista. Una tía paterna, Carmen Felicia, tenía un kínder y allí, sin haber cumplido cuatro años, aprendí a leer antes de aprender a hablar bien (me costaba mucho pronunciar la erre), y ese fue el primero de los muchos encantos que encontré en Cagua: la lectura. En mi casa había miles de libros y yo quería leérmelos todos. A la par de mis juguetes tenía ese montón de libros; con éstos leía las historias más sorprendentes y con aquéllos inventaba las mías. En Cagua encontré encantos como el amor y el desamor, los hijos (y ahora los nietos), el valor de la amistad, el valor del trabajo. También en Cagua leí el Humor y amor de Aquiles, y siendo muy niño descubrí allí aquel “Judas quemado en Cagua” y eso me hizo ver que la literatura no tenía por qué transcurrir en la antigua Persia o en Grecia o en París, que podía hacerse también con la tierra de uno.

 

 

LOS EFECTOS DEL TIEMPO: SU TEMA DE AHORA

 

—En La Candelaria ¿surgen con más fuerza tu narrativa, tu poesía?

 

—La verdad es que escribir no tiene para mí mucho que ver con el lugar donde viva. Si tengo la idea en la cabeza y el tiempo para escribir, puedo hacerlo aquí o en Cagua o en cualquier otro lugar; todo mi trabajo está en la nube y puedo retomar mis cuentos o mis poemas donde esté. Lo que me ha dado La Candelaria es el gusto de estar donde siempre quise. Viví aquí un par de años, entre 1988 y 1990; después me fui a Cagua a dirigir el periódico de mi familia y desde 2011, cuando regresé a Caracas, estuve buscando alguna forma de vivir en esta parroquia tan tradicional y tan querida. Finalmente llegué en noviembre de 2019. Cuatro meses después comenzaba la cuarentena y me di cuenta de que podía abordar la poesía a través de otro lenguaje, la fotografía.

 

—Hay una búsqueda muy propia en tu narrativa, cierta tendencia a entender unos orígenes… ¿es lo que sientes más importante? ¿Qué te interesa expresar con mayor énfasis?

 

—No soy mucho de analizar mis escritos, pero ahora que lo mencionas me percato de que sí, los orígenes, mis orígenes, están desparramados a lo largo de todo lo que he escrito, incluso cuando he ambientado un cuento en algún lugar distinto a Cagua. Supongo que uno demarca los confines de su reino y todo lo que crea pasa por el tamiz de lo que conoce. Ahora bien, mis intereses cambian a medida que me cambia la vida, y así como mi más reciente libro de cuentos, Uno o dos de tus gestos, es una exploración del tema de la mujer, ahora me encuentro escribiendo sobre los efectos del tiempo en nuestro yo más íntimo.

 

—Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino narrativo? ¿Por qué te gusta echar el cuento?

 

—Siempre escribí poesía, pero es en la narrativa donde me siento a mis anchas. El grueso de mis lecturas de niño eran narrativa e historia —que es otra forma de la narrativa—, así que ese “echar el cuento” es lo que más me ha gustado desde niño. Y si es por echar el cuento, te echo este cuento: en la escuela cuando se avecinaba la fecha de nacimiento o muerte de algún prócer se hacían concursos literarios, nos pedían que escribiéramos sobre la vida de Bolívar o Sucre. La primera vez que participé en algo así llegué emocionado a la casa porque sabía que en la biblioteca había varias biografías de Bolívar. Tomé una de las cortas y me senté a transcribirla palabra por palabra en una hoja blanca. En eso venía llegando mi papá del trabajo, y cuando me vio copiando aquello del libro me preguntó qué estaba haciendo. Le dije que estaba copiando la vida del Libertador para un concurso de la escuela y él me dijo: “Pero así no vale. Tienes que leer lo que está en el libro y después contarlo con tus palabras”. Y así fue como recibí de mi papá el primer consejo literario, y el que ha marcado todo lo que he hecho.

 

 

—Te han traducido a varios idiomas. ¿Has recibido respuesta de ese nuevo lector?

 

—Muy poca, la verdad. Pero sí, las traducciones siempre te deparan vivencias fuera de lo común. La más interesante creo que sería en China, donde leí mis poemas ante un auditorio internacional y luego una traductora china leía su versión; al terminar la actividad me encontré, no sé cómo, conversando en inglés sobre mi poesía con escritores chinos y de otras nacionalidades. Hay un cuento mío, “Estocolmo”, que ha sido traducido al francés y al esloveno. La traducción a este último idioma fue para un libro de cuentos de varios autores venezolanos como Milagros Mata Gil, Silda Cordoliani, Alberto Barrera Tyszka; imagínate, qué lujo. Estoy en ese libro por la gentil invitación que me hizo entonces Juan Carlos Chirinos. Cuando recibí mi ejemplar por supuesto me fui de inmediato a ver mi cuento traducido al esloveno y noté que en la primera página la traductora había puesto una nota al pie. En ese cuento hay cuatro amigos que se van de farra en el Avispón, que es el nombre que en verdad le pusimos a un carro que tuve. Por la ubicación de la nota al pie, era obvio que la traductora intentaba aclarar algo respecto al Avispón. Pasé el texto por el traductor de Google y descubrí que ella había intuido que el carro en el que andaban estos cuatro amigos era un modelo Imperial de la Chrysler producido entre los años 60 y los 70. ¿La razón? Ella asumió que como el carro se llamaba el Avispón, debía ser del mismo modelo del carro del Avispón Verde, el Chrysler Imperial. Y no, el Avispón era un Ford Zephyr de 1980 y su nombre completo era el Avispón Carrubio, porque en teoría era de color rojo ladrillo pero la pintura era de mala calidad y con los años se fue destiñendo hacia amarillo de la mitad para atrás.

 

 

“UNO ESCRIBE COMO ES”

 

—La sociedad de hoy, la ironía, el desenfado que sin embargo lleva planteamientos serios, parecen predominar en tu escritura, son como un centro, un punto primordial en algunos de tus cuentos y tus poemas. ¿Cultivas ese aspecto o es algo que te surge de manera natural?

 

—Uno escribe como es. Te cuento que hay una gran influencia de mi familia en eso que detectas. En mi familia, tanto la paterna como la materna, el humor es la lingua franca en que nos comunicamos incluso ante la coyuntura más adversa. La ironía responde a la necesidad de sobreponerse ante un mundo implacable. Y a eso súmale que no tenemos esos grandes conflictos de otras familias donde hay miembros que se distancian o incluso terminan odiándose a muerte. Entonces sí, con frecuencia me pasa que, si me tranco escribiendo un cuento, me levanto, camino un rato y empiezo a contarlo como si estuviera con uno de mis hermanos, con un primo, con un tío o con un amigo cercano, que también son parte de la familia. Escribiendo las respuestas a esta entrevista me he levantado varias veces y he imaginado que estás aquí con Petruvska y que les he hecho café mientras les cuento la vaina.

 

—Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

 

—En el fondo y en la superficie. Escribir me produce placer a todo nivel. Incluso cuando escribo sobre temas duros, pues hay cosas que uno debe sacarse de adentro para poder vivir.

 

—¿Cuál ha sido tu sueño más preciado?

 

—Los sueños cambian con los años. Si me lo hubieras preguntado en 1990 te habría respondido que mi sueño más preciado era graduarme de periodista. Pero entonces me fui a Cagua a dirigir el periódico y los sueños fueron mutando, enfocándose en los amores, en los hijos, en que crecieran sanos y buenos. Ahora sólo sueño con tener tiempo para escribir.

 

—¿Qué parte de la vida no puedes explicar? ¿Qué se te escapa?

 

—La conciencia de que hay un final. En el año 2010 murió mi hija mayor en un accidente de tránsito. Uno jamás se recupera de un golpe como ese; quedas para siempre marcado por una cosa que es al mismo tiempo rabia y tristeza. Nunca he sido un hombre religioso, para mí la vida es esto y nada más. Pero ese hecho me hizo entrar en conciencia de la gravedad del asunto: hay un final y en ese momento tu mente, tus vivencias, tus recuerdos, tus amores, todo desaparece, desapareces tú y, además, no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Más que vulnerables, estamos desnudos ante esa certeza.

 

—¿Cuál es tu gran pasión?

 

—Las historias. Escribirlas, leerlas, verlas, vivirlas. Mantengo la mente en un permanente tránsito a través de historias propias o de otros, reales o imaginarias. Eso me ha legado algunos hábitos. Por ejemplo, al dormir. Para mí el peor momento del día es cuando me toca acostarme a dormir. El sueño rara vez llega de inmediato, así que ahí estoy, echado en una cama, mirando el techo, con muchas cosas en la cabeza, pero sin energía para ponerme a hacerlas. Entonces me cuento historias, me paseo por recuerdos, me invento cosas. O al comer: si estoy comiendo solo, lo hago leyendo un libro, viendo una película, un episodio de alguna serie. Cuando era niño, mi abuela María me veía comiendo con un libro al lado del plato y se preocupaba. Yo la oía cuando le decía a mi mamá que si Jorgito seguía leyendo tanto se iba a volver loco. Y no le faltaba razón.

 

—¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

 

—Hay algo con lo que tuve que lidiar durante buena parte de mi vida y era esa dispersión, esa impresión de estar en un sitio que no me correspondía. Siempre una insatisfacción, una carrera por resolver unas cosas y conseguir otras. En algún momento tuve que aceptar que alguien con mi temperamento, con mi estructura, no puede vivir así, no puede controlarlo todo. Se cometen los errores, uno asume su responsabilidad e intenta construir sobre los escombros; al fin y al cabo, quién soy yo para juzgarme. El mundo está en permanente juicio; si la única persona con la que puedo tener una verdadera cercanía existencial soy yo, no es entonces muy inteligente perder el tiempo en arrepentimientos, en recriminaciones.

 

—¿Dónde vives? ¿Casa? ¿Familia? ¿Apartamento? ¿Perros? ¿Gatos?

 

—Vivo en un apartamento en la parroquia La Candelaria, en Caracas, con la única compañía de Matilde, mi mata. Matilde es un palo de agua, una mata que requiere de pocos cuidados y por eso es ideal para un apartamento. Recién mudado aquí en 2019, simplemente un día llegué de la calle y la encontré en mi puerta. No sé quién la dejó allí y, como pasaban los días y no se la llevaban, una mañana abrí y le dije: Matilde, si vas a vivir conmigo tendrá que ser aquí adentro, que a mí no me gusta estar saliendo. En cuanto a animales, quisiera tener un gato, pero supongo que será en su momento. Y en Cagua está la casa familiar, donde vive mi mamá y a donde voy con la frecuencia que la pandemia permite. Es una casa en una de esas urbanizaciones de los años 70, cuando existía la clase media. Con patio. Y dentro del patio, una enorme y querendona mata de mango.

 

 

“TODOS LOS DERECHOS HAN SIDO ARRASADOS”

 

—¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

 

—Trato de sobrellevar el horror tan bien como se pueda. Cuando a finales de 2019 empezaron a llegar las noticias del virus, supe de inmediato que esto iba a sumarse a las desgracias que han asolado a Venezuela. La inminencia de una cuarentena no me preocupaba; al fin y al cabo, ya tenía dos años trabajando en casa. Pero era obvio que en un país sin sistema de salud, sin seguridad social ni jurídica, la pandemia daría nuevos bríos a la mafia gobernante. Una distopía absoluta en la que los enfermos serían recluidos en campos de concentración pues los hospitales públicos ya estaban colapsados. Lo que he hecho es enfocarme en el trabajo, en Letralia, en mi oficio de corrector al que di un impulso en 2017 con el lanzamiento de mi web correcciondetextos.org. Y ayudar a otros en cuanto me es posible, en algunos casos a través de la asignación de tareas remuneradas, en otros usando la revista como caja de resonancia para la recolección de fondos.

 

—¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía en relación con Venezuela?

 

—Hace años que el concepto de ciudadanía dejó de existir en Venezuela. Nos queda la nacionalidad, que es como un lunar, algo que tienes ahí pero que no te sirve de nada. Todos los derechos que establece la Constitución venezolana han sido arrasados por la arbitrariedad del poder. Tenemos derecho a la salud, pero nuestro sistema de salud ha sido desmantelado; tenemos derecho a la libertad de información, pero los medios son asfixiados con argucias procedimentales o, cuando eso no es posible, son adquiridos por oscuros grupos ligados al poder; tenemos derecho a la libertad de expresión, pero si nos quejamos de todo lo anterior nos exponemos a la persecución, la prisión y quién sabe qué más. Pueden vulnerarte cualquiera de tus derechos y no tendrás cómo defenderte. Mientras escribo esto acaban de poner en libertad condicional al escritor Rafael Rattia, después de allanarle la casa, detenerlo y llevarse sus libros, su computadora y sus teléfonos. Dos meses antes habían hecho lo mismo con Milagros Mata Gil y Juan Manuel Muñoz. En casos así siempre se mueven con mucha diligencia las organizaciones como Foro Penal o Provea para proveer asistencia legal, cosa que se agradece y al menos brinda la sensación de no estar solos ante el desastre, pero ¿qué asistencia legal puede proporcionarse en un país donde el Poder Judicial es parte de una maquinaria partidista? En el supuesto de que libros, computadoras y teléfonos les sean devueltos a sus propietarios, ¿cómo los resarces de la humillación a la que fueron sometidos? No existe la deshumillación. En este entorno, la ciudadanía se ha limitado a un estado de agazapada alerta: llevar un registro de todos los desmanes del grupo dominante para que, si en algún momento nos son devueltos nuestros derechos a plenitud y sin condiciones, podamos exigir justicia.

 

—¿Qué duele más hoy en día? ¿Qué te conmueve más?

 

—La indefensión total a la que estamos expuestos en Venezuela, que se tradujo primero en la huida despavorida de millones de personas y ahora ha agregado la muerte de familiares, amigos y conocidos en el desafortunado evento global que es la pandemia. Las campañas de crowdfunding para la procura de tratamientos que deberían estar garantizados para todos los venezolanos. Los hospitales sin insumos. Las universidades asaltadas, arruinadas para quebrantar y minimizar su autonomía. El hambre clamando desde los basureros. El destemplado concierto de cuatro o cinco abyectos que todavía defienden el régimen con tal de no sentir que traicionan un cabezacalientismo estúpido y caduco. Y entre todas esas cosas, la constatación cada vez más sólida de que no hay salida para la situación venezolana. Tuvimos un filón de esperanza al principio de 2019, pero luego vinieron aquellos apagones prolongados de marzo y los movimientos del poder para poner títeres al frente de las directivas de los partidos, de manera de construir una oposición a medida, y la neutralización de los dirigentes emergentes, que de todas formas terminaron también manchados con la sospecha de la connivencia.

 

En el Encuentro de Poetas Iberoamerica de 2012, Pulido (Venezuela), Soler (España),

Belliard (Rep. Dominicana), Alencart (Perú-España), Barroca (Brasil), Meireles (Brasil) y Bulzan (Rumanía).

Foto de Jacqueline Alencar

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