‘SIRENA’ Y OTROS POEMAS DEL COSTARRICENSE ANDRÉS BRICEÑO BONILLA. PINTURAS DEL PERUANO GINO CECCARELI

 

 

Andrés Briceño en el Parque Jorge Debravo, Turrialba (foto de Luis rodríguez Romero)

 

Crear en Salamanca se complace en publicar estos poemas de Andrés Briceño Bonilla (San José, Costa Rica, 1982), licenciado en Administración de Empresas con énfasis en Mercadeo, actualmente, estudia la carrera de Producción Audiovisual. Trabaja en una empresa multinacional como especialista en operaciones mercadológicas. Su interés en la poesía nace por la necesidad de escribir canciones para un grupo musical en el periodo 2008-2010. Formó parte del Taller Literario Poiesis, donde fungió como escritor y gestor cultural en las actividades. Ha participado en recitales nacionales e internacionales. Poemas suyos se han publicado en revistas literarias latinoamericanas, tales como Revista Kametsa de Perú, Cardenal Revista Literaria y Ablucionistas de México, Casa Bukowski de Chile y en la Revista Códice Poetry. Ha sido finalista en concursos de poesía de los portales literarios ‘El Muro del Escritor’, ‘Mundo Escritura’ y ‘Creatividad Literaria’ de España. Participó en los Talleres: El Poeta y la Ciudad y La Musicalidad del Verso, impartido por los poetas peruanos Miguel Ángel Zapata y Ale Pastore.  Está incluido en antologías poéticas, como: La Sangre de las Décadas y Con las Armas de la Palabra, publicadas en Costa Rica. Es gestor cultural en diversos grupos literarios. Presidente del Movimiento Cultural Internacional ERGO en Costa Rica. Hoy por hoy, trabaja en su primer libro.

 

 

 

SIRENA

 

Ven,

trae tus escamas.

Vuélvete cómplice

de este naufragio.

 

Respira en mi cáliz

con el último trago,

con la predicción

de mis penas.

 

Esconde entre tu abismo

los mástiles de la culpa:

Y sin dejar castigos,

sin dejar muelles…

 

Antepongamos

algún adiós

que nos perdone.

 

Que la oscuridad agite

nuestros nudos

y se detenga

en el seno de tu trova.

 

Ya ves,

los cauces y tu cintura

seducen

mi andanza.

 

Estoy a merced de la proa;

admito por fin

tu canción.

 

Son tus cabellos

sirena,

el eco que sacude

todos mis errores.

 

No te vuelvas espejismo

aunque baje la marea. 

 

 

 

 

DRAMA

                    «La luz hace del muro indiferente

                     un espectral teatro de reflejos»

                     Octavio Paz

 

Estos ojos quieren ser

el perdón

de mis diálogos.

Tal vez mi propio personaje

se rinde a tus candilejas.

 

Me he sentado

frente al telón entreabierto

para así disfrazar las heridas

de tu próxima escena.

 

Acto primero:

anuncias mi angustia.

Acto segundo:

el cortejo tras bastidores

se desprende de tu parodia.

 

La complicidad del escenario

dispersa cada ovación,

 

cada giro

y las miradas

en el ardid

de tu semblante.

 

La cuarta pared se rompe

con un beso entre líneas.

 

Vuelvo a improvisar

mis aplausos.

No escapo del público

ni de los espectros

que anticipan

tu última función.

Reclamo nuestro libreto.

 

 

 

 

 

ELEGÍA

 

Han pasado cuatro

octubres.

Ya no duele

releer su carta;

¿qué me puede

afligir?

 

Es sólo una canción

desesperada,

sabe a algodón

de azúcar;

esconde

el engaño

y alimenta

su venganza. 

 

¡Qué fábula!

Hallo esa ´´apología´´

como una dádiva

que no quiero,

que nunca quise. 

 

El orgullo 

intenta reventar

esos renglones

contra mi rostro

y gritarme:

–Te vi llorar, marica.

 

Pero la venganza es puerca:

su autora

cree descubrir la gloria

de un rapero

con reloj de oro,

en cambio lo que encuentra

es una factura por pagar. 

 

Hoy desconozco

su paradero,  

sé de unos tatuajes

que lamenta;

una simple colección

de remordimientos.

 

Yo

aún llevo

impresa

en las yemas

la tinta

de aquella carta.

 

Esa mancha

ya no insinúa

gritos

ni penitencias.

 

No ver

nunca más

su autoría

es mi regalo.

 

 

 

 

CONTRAFUEGO

 

          «He profanado tu perdón en horas vanas,

           ya no se lleva la ciencia con la fe

           ni tu recuerdo con mi vida.»

          Juan Carlos Olivas

 

Codicio acechar tus manos,

atrincherarme con ojos benévolos

y no anteponer ninguna suerte

bajo tu destierro.

 

En medio del quebranto

escalo tu estandarte,

soy éxodo: 

el mapa que dibujas.

¿Por qué te esquivas, desnuda,

ante mis banderas?    

 

Cae tanta agua;

gira y gira

este columpio de indecisiones.

 

La madrugada ya no puede

vernos frente al espejo;

resquebraja este duelo anticipado.

Te pido mejor que no renazcas.

 

 

 

VÓRTICES

 

No tiene exilio esta marea,

frente a mis anclas se quiebra

el delirio de nuestra sal.

 

Traemos corales,

el sol derrama su tinte

encima de las burbujas.

 

Perseguimos huellas

sin llegar a puertos

ni arrecifes.

 

Este manto de estrellas

orbita en la persuasión

de nuestros cuerpos. 

 

¿Quién diría,

tú y yo acampando

este naufragio?

 

Ninguna brújula predice

las espirales de nuestra cama;

pero le seguimos

juntando amarras

a nuestro silencio.      

 

 

 

LA PUERTA

 

Es un viernes de abril,

el vestíbulo

resguarda las gotas

de este paraguas;

dejás la puerta abierta

ante mi visita.

Avanzo.

 

Entro a la habitación,

la silueta de tus curvas

me invita a yacer

junto a vos.

Cierro las persianas.

 

El colchón traquea

al arrimarme;

tras un beso

reaccionás

exclamando:

–¡muero de hambre!

 

Abro la aplicación

en el teléfono

–comida libanesa,

susurro

y hago el pedido.

 

Transcurren

cincuenta minutos;

carcajadas,

pestañeos,

flirteos pícaros.

Nada inusual.

Cancelan la entrega

del banquete,

rechazás mi cortejo

con tu enfado.

 

¿No querés morirte

de hambre

conmigo?

 

Que así sea.

 

Acá lo dejo expuesto:

Sí, te morís de hambre

en esta habitación

con ese,

el inquilino del pent-house.

 

Devuelvo las migajas

de tu seducción

sin apegarme

al cántaro hambriento

de este viernes.

 

Cerráme la puerta.

 

 

 

 

MONTEVIDEO

                            

En una calle súbdita de Pocitos,

cerca de donde

se le varó el carro

a mi abuelo

allá en los 70’s

y a veinticinco metros

de la Rambla;

me hallo sentado.

 

Aquí estoy.

Ante las pupilas

de tu avenida,

la de mi cosmos,

la de mis noches naranjas:

botín de memorias.

 

Lejos de ser

ciudad muda;

gritás 

a mis pálpitos

tu historia

ya renacida.

 

Conforme desciendo

aquel rollo fotográfico

apegado a mi sien:

 

¿Sabés?

 

Algo parecido

a la muerte

marca aires

en esta metrópoli

que sos vos.

 

Bemoles;

estruendo de cimarronas

en plena Avenida del Libertador.

 

No sé por qué,

pero me atrae

un silencio:

 

¿Es tu Iglesia

a la que solo van

ancianos?

 

¿O quizá es el sacerdote

que insiste en consagrarme

aquella hostia en la mano,

tan solo

por andar

puesta una boina

y cargar

el libro de Benedetti?

 

Tal pueda ser

mi fortuna

o la tuya;

que un marinero,

poeta

de otros tiempos:

 

lea durante días

mis versos

y recuerde

nuestra plática,

tu Río de la Plata,

en el Mercado del Puerto.

 

Desde que me atribuiste

todos los fresnos

de aquel treinta y uno de diciembre;

 

veo pasar

a la rubia periodista 

que discute con extraños

su más reciente crónica;

ojalá me invite a un mate 

 

y me haga resbalar

al borde

desde el que vos

Montevideo;

has sido siempre

mi poema a distancia.

Andrés Briceño leyendo en La Marta, Turrialba (foto de A. P. Alencart)

 

 

 

 

 

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