RESEÑA LITERARIA DE VICENTE VIVES PÉREZ SOBRE UN LIBRO DE CONSTANTIN BARBU

Constantin Barbu

.

«Crear en Salamanca» se complace en ofrecer a sus lectores una Reseña de Vicente Vives Pérez. Constantin Barbu, Las diez elegías que acaban con la poesía, Independently Poetry, Mendoza (Chile), 2022. Traducción de Carmen Bulzan.

Vicente Vives Pérez es  Doctor en Literatura española e hispanoamericana, Lengua española, Lingüística general y Teoría de la literatura (2006). Catedrático de Lengua Castellana y Literatura en Educación Secundaria y Profesor Asociado en la UA desde 2014 en las asignaturas de Lingüística General (I y II) así como de Lingüística Aplicada a la Traducción. Es autor de publicaciones diversas en el ámbito de la poesía española contemporánea (Aníbal Núñez, Miguel Labordeta).Doctor en Literatura española e hispanoamericana, Lengua española, Lingüística general y Teoría de la literatura (2006). Catedrático de Lengua Castellana y Literatura en Educación Secundaria y Profesor Asociado en la UA desde 2014 en las asignaturas de Lingüística General (I y II) así como de Lingüística Aplicada a la Traducción. Es autor de publicaciones diversas en el ámbito de la poesía española contemporánea (Aníbal Núñez, Miguel Labordeta).

Las diez elegías que acaban con la poesía

Desconocidas totalmente para quien esto escribe, la lectura de esta Las diez elegías que acaban con la poesía (2021), de Constantin Barbu ha sido un grato descubrimiento que me ha hecho indagar con curiosidad y rápidamente en la poesía rumana contemporánea, tan poco frecuentada por desgracia para los lectores de este extremo de Europa, y especialmente en su obra poética. Y en ella, si se escarba un poco, he creido hallar restos de esa otra faceta intelectual suya, como es la filosofía, cuyo pensamiento sigue los caminos de otra eminencia en tales predios como es la figura del también rumano Emil Cioran, de quien Barbu ha sido estudioso y difusor.

El lector, al entrar en contacto con los versos que componen estas diez elegías, se da cuenta pronto que transita un espacio lleno de sombras y túmulos, de un discurso dolorido y doloroso que se va cerrando sobre sí mismo para ofrecer una visión redentora de la muerte, finalmente del amor, como un oscuro presagio que aletea en todos los poemas. Destinado el libro a “Angelei” (la Angelita de muchos de los versos de la obra)[1], la mujer del poeta se convierte en confidente de ese mensaje alucinado, y el propio Constantin pasa a ser la víctima en el ara de la destrucción poética: “ya no trato de encender mi papel con mi cerebro / los versos muertos permanecerán y darán una fiesta / celebrarán mi muerte que no conozco” (en traducción de Carmen Bulzan), afirma el yo poético en la primera de las elegías (“Esperando que el unicornio me traiga el veneno”).  Pero en esa destrucción poética, la muerte del “yo” tan posmoderna, aquí cobra un luminoso sentido porque es, a la postre, una liberación del engaño de las palabras: “yo soy un espectro / que con tu mano / sobre mares arroja rocío / en su biblia ya no / ha quedado más que una / designación metafórica / del ruido «libro», hay escrito en la tercera elegía (“El pan es tiempo con el ser en la cima”). El libro es ruido, artefacto, ilusión en donde el poeta garabatea trazos, grafías, que le llevan a la nada.

Hay un profundo pesimismo en el transcurso de las elegías que componen el libro. No en vano la elegía en su origen poético constituye piezas líricas consistentes en una lamentación, es decir, en una expresión de dolor o desesperanza ante la pérdida de un ser querido, que aquí pasa por el “yo” mismo de los poemas, identificado con ese Constantino que aparece como sujeto en los poemas. La voz griega élegos es el nombre que en la antigüedad se daba a un canto fúnebre acompañado de flauta o de lira, y que en época arcaica se usaba para cantar temas solemnes como la muerte, la guerra o la patria. Y aquí ese canto lírico adopta la forma del delirio existencial, de la visión apocalíptica y de la alucinación surrealista porque el mundo al ser nombrado carece de formas reales y está teñido de negrura: “pero la magia es un ruido / es realmente un aullido / cuando en el remolino negro / el poeta negro se suicida / y siempre aúlla / roe el vacío”, se escribe en la cuarta elegía (“El poeta negro se suicida”).

Así, el acto creador no deja de ser un acto de fracaso, y el poeta que siente ese alarido en su conciencia no puede más que preguntarse: “la escritura se detuvo / tal vez se acabó / ¿de qué sirve transcribir cualquier verso / si ya no vas a leerlo? / ¿a quién hacer señales / y por qué debería dejarlos / pequeños excrementos en el vacío? (elegía quinta, “El poema que termina la escritura”). El poeta es capaz así de imaginar “(…) el corazón de la ausencia / que nos ilumina”, verso de connotaciones rimbaudianas, origen de las desavenencias de la escritura con el orden del mundo que la razón impuso y que la poesía verdadera siempre cuestiona, como se hace en estas elegías de ecos tan rimbaudianos. La certeza es clara, pues: “(…) no queda ninguna sílaba / y el vacío no tiene nada que decapitar” (elegía sexta; “Tú lloras lentamente y sólo tú te oyes”).

La destrucción del sujeto en los poemas conlleva otra destrucción de mayor alcance, pues todas las cosmogonías culturales y sus dioses acaban siendo metáfora de la nada y de la abolición del cosmos; junto al existencialismo, hay una sima evidente de nihilismo en las composiciones porque “dios ya no quiere / salir de la muerte” (elegía octava; “En vano escribe dante sobre mi meninge”). Si el eco de Rimbaud está presente a él se une ahora el de Mallarmé (el azar de los dados también es una referencia que hallamos en estos versos): poesía rigurosamente cercana al valor destructivo del lenguaje, esa que se aleja de las palabras de la tribu, que dinamita sus resortes racionales para renacer nuevamente  como belleza nunca dicha, ni manida ni marchitada, libre de unas convenciones que la lastran en su código esclavo: “(…) tengo un nuevo trueno de mudez / en la mente que aprende / a no existir” (elegía novena; “La estrella de la travesía”). Valga decir, una especie de nuevo “Non serviam”, como rezaba el lema del Creacionismo del chileno Vicente Huidobro, que aquí se apura hasta las últimas consecuencias: “(…) he sido rey sin reino antes / sobre / todos los objetos imaginarios” (elegía décima; “Cerraré el libro para que lo vueles”). La destrucción o el amor, tituló un hermoso libro otro Vicente, Aleixandre (premio Nobel de literatura en 1977), como una declaración de redención poética por el amor, sentimiento inextinguible: algo así ocurre en estas diez elegías que acaban con la poesía entendida como artilugio retórico falaz para hablar del verdadero amor. Por el contrario, las elegías se encargan de destrozar lo creado para poder “salvar” a Angelita, mujer del poeta ya muerta: son, por ello, un canto desesperado, doloroso, elegiaco en su más estricto origen por mantenerla en el único reino posible de la memoria, la poesía. Como un Orfeo contemporáneo que baja al inframundo para recobrar a Euridice o un Dante actual que pasea su mirada por el infierno, así Constantin Barbu desea transmutar a la amada en verso para permanecer inmortal: “(…) y abriré el fenomenal libro / para volar a través de ti misma / con todas las alas del mundo / de repente / para que sólo tú veas / cómo el último verso vuela mi cerebro” (así acaba el poemario). Una obra que se erige en un deslumbrante canto de dolor cósmico que renueva el valor del amor más allá de los estereotipos. La escritura lírica de Constantin Barbu, un gran hallazgo para los lectores españoles,  

 

[1]. Hemos sabido por una entrevista al autor que Angelita es su esposa, quien falleció poco antes de que escribiera Constantin Barbu el poemario, que al parecer ya tenía pergañado y que ella le dictaba (vid, https://www-activenews-ro.translate.goog/stiri/Despre-scrierea-si-soarta-Celor-zece-elegii-care-sfarsesc-poezia.-Interviu-cu-prof.-Constantin-Barbu-191083?_x_tr_sl=ro&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=sc)

 

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario