Saad Al-Yasiry
Irak y yo somos dos pecados
Y otros poemas
«Crear en Salamanca», se complace en presentar, en traducción de Abdul Hadi Sadoun, los poemas del poeta iraquí, Saad Al-Yasiry
Poeta de Irak, con nacionalidad sueca. Licenciado en ciencia de información por la Universidad de Bagdad (Irak) y la Universidad de Trípoli (anteriormente Al-Fateh) – Libia, 1994-2000. Escribe y publica en periódicos y revistas en los ámbitos de la literatura, la cultura y las artes desde el año 2000. Reside en Kuwait y Suecia. Trabaja como editor literario con varias editoriales árabes. Entre sus publicaciones: La llegada (2021), Lo suficiente para un funeral de un pájaro (2018), Cuento las bellas y los muertos con los mismos dedos (2015), La vid – Textos de Saad Al-Yaseri, ilustraciones de Mohsen Al-Mubarak (2013), Como un poeta feliz… como un tirano que sonríe (2012), Siesta en las pecas de los hombros (2011), Redibujó el significado con una ajorca (2008), y No te salvará el caminar (2007), Mi vara (2005).
Traducción: Abdul Hadi Sadoun
Algunas portadas de sus poemarios publicados
Un anhelo de consecuencias inciertas
(Fragmento)
Me preparé;
me puse los calcetines bordados —con letras asiáticas en la planta—,
y me bastó con una flor
a la que juré crecer en el hambre de la camisa.
Salí, escoltado por algo de vino;
llamé justo antes de cruzar la puerta,
y por cortesía dije:
— ¡Hola, soy yo!
Ella respondió:
— Exactamente, así como yo soy yo;
pero mi dirección ha cambiado,
ahora mi fuego está al alcance de los dedos… de tu infierno.
Dije: ¿Cómo?
Entonces dejó caer su pañuelo desde un balcón sobre mí,
y finalmente el perfume se posó en mi palma.
La gacela del propósito
No tengo ocupación lejos de ti… ¡sólo tú! —digo,
y el sentido ordena mis palabras con la ligereza
de una perdiz perseguida por fusiles,
allí donde se dirige el fulgor.
Y yo, que exageré en la interpretación,
hice que la metáfora notara mi artimaña;
te arrojé rosas…
y jadeante me alcancé a mí mismo
en el último beso,
confundido con el agua del manantial,
desbordado por la visión.
Íntima, te vistes con mi otro yo viviente
que cuida de la gacela del propósito
y del silencio sobre el significado de tus manos,
esas dos misericordias,
y de una tierra donde todas sus palmas
se volvieron leña para la mesa de los poemas,
de un opuesto cuya boca derramó el opuesto…
y no hay nadie más que tú;
lo digo,
y el sentido ordena mis palabras.
Un beso… o dos
¡Juro por quien soy, por el mandato de Su majestad,
que mezcló el pudor con el agua del desenfreno en su imaginación!
Si tuviera la montaña de la ternura a mi merced,
no la escalaría sino para alcanzar su regalo.
Yo decido y actúo, hago lo que deseo y él desea
que no desee… y así, acabo en su destino.
¡Oh, tú que me destruyes, y me ausentas con tu ausencia,
que me cubres con sombra, y me extravías con su extravío!
No haría daño regalar una rosa al enamorado,
o dos… y embriagarse con la unión anhelada.
O tocar, con un dedo, el rostro del rocío,
¡para que en ti se pierda lo prohibido… hecho lícito!
La añoranza… y las demás cosas ordinarias
Y la añoranza, ¿qué es?
Preguntó una niña, exclamando,
y se perdió en su propia pregunta,
en su boca bulle una posibilidad,
en su barro se esconde un hambre,
tiene la inquietud de una gacela… ¡y el repliegue del miedo!
La añoranza es la cintura del violín.
Quien se convierte en melodía en la noche, lo devoran las canciones:
se extravía, se aleja, se encuentra, ama, besa, se dobla, se marchita… y pide auxilio.
La añoranza son veinte posibilidades de vida,
todas te asedian;
pero una acertará…
aquella que amasó el poema con rocío,
y sobre ti dejó caer su abrigo.
La añoranza es lo que el forastero regala a la forastera;
bailan como todo ser vivo,
infiltran el cariño con una leve rebeldía,
entonan: “Si el cielo se abre en dualidad,
y en sus aguas nos sumergimos,
entonces la nube… será toalla.”
La añoranza es el lunar de quien amé;
brilla altivo en la bandeja de su mejilla.
El arrullo de dos palomas, entre temblores,
escribe el testamento final del trigo…
¡agotadas!
La añoranza es que el enamorado llegue,
o se derrame en el vino de aquella
cuyo perfume embriagó hasta al violeta,
y ella dijo: “No me impresiona mucho.”
Pero el violeta es el argumento de los amantes:
no lo venció el sueño, ni cambió de postura.
La añoranza es el archivo de la ciudad,
la carretera costera,
el sabor del té con cardamomo,
un dedo, el vaivén del manto,
una vela roja, un cable, una pinza,
aceite para el abismo del infierno,
y el resumen de un beso…
cuando una chica dijo:
“Me enamoraré una vez —solo una—,
y será suficiente para probar unos labios.”
La añoranza —también— es que tu casa sea un laberinto;
ni la gacela sirve ya,
ni el juego del caballo,
ni el pan,
ni aquellos que imaginaron espigas doradas en tus ropas.
Mi oro, mi trigo, es mi voluntad.
Y la añoranza es…
disolverme así, a lo lejos,
¡siendo tu huésped… y tu definición!
Irak y yo somos dos pecados
Yo y Irak somos dos profecías.
Regresaremos —cuando el barro del ocaso se deslice—
al bolsillo de nuestro padre,
y estallará el canto:
“Oh padre nuestro, hemos protegido el himno,
no tocamos las copas vecinas,
no perdimos una oveja en el sueño de los pastores,
no dijimos a los que cruzaban sobre los lomos del texto:
¡no saltéis al árbol de la palabra!
Y en nuestro decir, no habitó más que la paz.”
Oh, nuestro padre recluido en el plumaje de su sabiduría:
¡acógenos!
Aún somos flauta…
y tú, sigues siendo el violín.
Irak y yo somos dos víctimas.
Y me cansé de ser el autor, el actor, la presencia poética,
me cansé de ser la derrota,
de ser el testigo…
y de aquellos que vieron desde la rendija de la pesadilla el crimen.
Me cansé de mi patria,
que parece gentil en los himnos escolares,
cuántas veces me mataré al matarlo,
gritaré:
“Oh tú, eterno: tu corona está hecha de los cráneos de mis hermanos…”
Y yo solo quiero morir para —un poco—
olvidar lo que cometió el tambor en la boda de la huérfana.
Hice como suelen hacer los pastores:
busqué una palmera para sombrear el ardor de mi sueño,
conté al vacío dos historias:
una del cristal y su espada,
otra del hierro…
y cómo, al final de la visión, ¡se convirtió en caballo!
Irak y yo somos dos poemas.
Y los pasos de los poemas no llevan a la claridad,
ni se infectan del comercio nostálgico de los poetas.
Nuestro desvarío, como sombra,
es prenda de lo que dos manos corrompieron,
y nuestra vida una carga mítica sobre la cúspide del obelisco…
No dijimos:
¿Quién de nosotros estaba sentado allí?
¿A quién ahogará la patria y quién nos ahogará con ella?
No nos inclinamos al viento,
pero sí nos doblamos ante la encrucijada de la metáfora…
y el más bello de nosotros —el que tienta temprano a su hermano con la muerte—
quedó absorto en la decisión.
No encontramos un dios para profesar plegarias:
“Oh nuestro dios, apresura un poco el final.”
No glorificamos al fénix en el confín de la ciudad…
ni al escombro deseado.
Nos separamos solo para saber cómo luce la añoranza…
medimos en el canto de la mariposa lo que se deshojó de su violeta,
y corrimos —humildes— hacia el infortunio
de lo que el sueño dice desde su mentira.
Nos hermanamos —un poco— para que los soldados
pasen sobre otra víctima…
y dijimos:
Quien sea soldado en la noche,
leerá en el alba lo que forjó el hierro.
Y quien se refugie en la mañana, caerá en trampas.
Quien diga: “No es asunto mío,
es solo una guerra entre dioses que desean ser poseídos por el Éufrates”,
ese…
es el festín.
Quien muera primero, lo guardará la elocuencia sin duda.
Así bordamos las posibilidades de permanecer…
y así también será nuestra permanencia:
luna de una promesa hecha de humo.
Guiamos el sentido al alboroto de los cuchillos,
como dos sufíes examinados en el amor divino.
Ya no basta permanecer listos como amantes,
ya no aceptamos nada peor que la separación.
Astutos somos…
Irak y yo, astutos.
Desde que él me sobrepasaba y tomaba su té con cardamomo al mediodía,
y yo lo bebía con algo de leche.
No me alcanzaba la decepción de quienes caminan sedientos por el mapa,
él no decía: “el vino arruina el sabor del sentido.”
Yo dormía ceñido por el temor del andén,
él caminaba envuelto en el agua de las admiradoras,
vestía el traje del tiempo.
Irak y yo somos dos pecados.
Cuando él pedía consejo a la blancura,
yo lo envidiaba,
lo observaba —íntimo— doblarse como rosa,
y dije:
“Le inyectaré toda la culpa en su sangre,
y verteré sobre los ojos de nuestro padre —recluido en su sabiduría—
la camisa.”
Y cuando cayó el ocaso, volví a su bolsillo…
De otra forma, ardí | lloré:
“¡Padre mío! Lo maté…
Y descansó sobre mis ropas, púrpura…”
La Llegada
1
Y ahora que las especies
entran en su estación de aislamiento
y se hunden en la somnolencia,
las palabras abandonan su sentido,
y el lobo viste un uniforme de guerra,
y las altas bestias y plantas
se marchitan en la sequía.
Cada leñador
se ha purificado con cipreses
y rezado con cobre.
Ahora hay un pacto
para cada gacela,
y para cada presa
que sigue mi estela en la nube.
No diré: el bosque ha sido dividido,
ni que el lobo generoso ha prolongado
las ilusiones de las presas.
Sino que el aullido ha muerto
más allá de mi mañana,
y tú eres el bosque.
Concédeme un refugio
en el bolsillo de tu vestido,
compañero del último amanecer.
Quiero aullar,
exhalar abiertamente
todo lo que has encendido —
como si el fuego de los magos
ardiera en el lecho.
Y estos,
mis ojos,
como un lobo inclinado sobre su presa,
relampaguean.
2
El rostro del semejante vaga rítmicamente y con el corazón,
desea un tatuaje solitario que anhele la interpretación,
y un nombre que no se pronuncia.
Cubierto con dos nubes que anhelan lluvia — vine —
interpretando mi sueño:
¡Oh padre mío, te vislumbré; y la venda está sobre mis ojos!
Descansé, y mi cabeza desapareció entre los pies de los soldados.
Confuso, no vi la lanza extraña que pasaba de una mano a otra,
pero escuché a las lamentadoras que me lamentaron.
Y la acusación del ritmo me invadía,
como un sufí en la puerta de la certeza.
Ni el semejante — oh padre mío — ahora me engañará,
ni habrá patria que abra sus brazos;
ni mañana antes de tiempo.
3
En el verso pareado la voluntad del viento es más fuerte si sopla la pasión.
Un amigo lejano, imposible, me llevó en la gloria del mar,
que el invasor recorrió su costa.
Oh mi acompañante, sol del amor,
cuando me revelaste lo oculto.
Oh mi grupo, desde el deseo de la búsqueda hasta el agua del asentamiento;
y nos familiarizamos con un vino entre caminos y reproches.
Declaro tres veces, temblando:
— Ahora, si el amor es verdadero, el lugar es dulce.
Ahora, si el amor es verdadero, el lugar es dulce.
Ahora, si el amor es verdadero…
Y caí desmayado, y el dueño de la tienda susurraba junto a mi cabeza versos.
4
¡El día del juicio no terminará!
Dije a los guardias; entonces atáquenme.
Desperté, resucitado, embriagado con el efecto del medicamento,
y con Irak y la noche de la canción adolescente / la tentación del cuerpo virginal.
Vine — me limpia la Tamimiyya —
de una tormenta que sopló en el extremo del infierno;
para evitar la humillación de la sumisión.
Y de un feto en el que los imanes, los siervos y las esclavas se hundieron en su sangre.
Desde la senda de la herida — cambió el juego del destino — en mi mano izquierda,
ya la estación de la vida no es favorable para la suerte en la estación de la marchitez.
Digo a los guardias: ¡Calma!
Estoy arrojado al mar de la desolación con cuarenta dificultades,
arrastrado a seis en una nube,
pesado por la ola que me empuja a una ola izquierda…
Recupero mi profecía:
El día del juicio no terminará antes de que Irak herede la tierra,
el idioma herido y las canciones.
5
¿De qué destrucción escapé para presenciar la visión y que mi curiosidad interceda por mí?
Mil demonios y genios lucharon contra mi infancia,
y formaron fuego con el agua de la sospecha,
y huyeron tribus de mi timidez.
Dijo un espíritu, revelando su perspicacia:
“Extiéndelo y córtale los brazos, no te salvará la suerte vacía.”
Me asusté / grité cuando extendieron mis manos
como si fuera mi asesino y mi víctima.
Vine de lo que los dormidos no ven,
vi vasijas en las que cada figura dibujada baila y luego cae en un vacío de cansancio.
Vi un fanal que me agitaba, y la llama me colgaba…
Y escuché a un genio llamar:
“Liberen sus ojos del miedo al testimonio.”
Entonces me di cuenta, estaba agachado sobre un demonio,
y miraba desde el vacío de las cuencas hacia mi desconcierto.
Luego — de lo que los dormidos no ven —
desperté en un lenguaje y me perdí con un intérprete.
6
Mi libertad es un valle y agua.
Vine salvaje, sin país, ni hijos, ni amigo para compartir la presa,
y me conformé con mi soledad — amansado por el desierto y los animales —
mi pertenencia me duele.
Te quité el vestido, y mi naturaleza humana se dio cuenta de ti,
huyó de mí un grupo de gacelas, y mi rostro fue negado por las ciervas.
Y te convertiste en mi retiro, donde te ofrezco copas,
y tuve un hijo y una hija que caminan sobre mis pestañas y mi frente,
y tuve una patria rodeada por lanzas y cráneos,
tuve contigo pertenencia.
Vine del extremo norte para jurar lealtad al desierto y al mar viajero
para vender la llanura / Enkidu, el ojo del agua, el olor a nubes,
y mi soledad / mi libertad, y una sangre ignorada por los soldados,
y la castidad del país condenado.
Caminando alejándote… y la escena es placentera
Las historias no terminarán…
Digo: voy hacia ti.
Y respondes: ¡Ven!
Te sientas a mi lado en silencio…
Y la escena es placentera: no hay lugar para la tristeza en tus ojos.
Entierro mi rostro en tu camisa…
Y la escena es placentera: dos pájaros se levantan de su sueño.
Te dedico elogios e insultos por igual, de dos en dos…
Y la escena es placentera: una ligera lluvia que basta para perfilar la tarde.
Me pierdo como el último de los hombres perdidos en la curva de tu cintura…
Y la escena es placentera, murmuras una sola súplica:
“¡Solo estate presente!”
Revuelvo como el último de los niños enfadados en los bordes de tu rechazo…
Y la escena es placentera, soportas mi humor y mi tedio:
Duermo entre tus manos como la primera vez, y tú velas.
Caminas alejándote,
Tu espalda hacia mí…
Y la escena es placentera: ¡tu trasero me despide con nostalgia!
Pasará un tiempo que no será como el tiempo,
Y las historias terminarán…
Diré: voy hacia ti.
Y responderás: ¡No lo hagas!
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