Crear en Salamanca Marisa Martínez Pérsico (Buenos Aires, 1978). Es doctora en Filología Hispánica. Enseña, desde 2010, Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas. Con 18 años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas (Baobab, 1998), que recibió dos años antes el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II”. Luego publicó Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004) y La única puerta era la tuya (Verbum, Madrid, 2015), libro por el que resultó finalista del II Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”. Codirige la revista Cuadernos del Hipogrifo y ha publicado cinco monografías y más de sesenta artículos científicos sobre lengua española, literatura española e hispanoamericana en revistas de Europa y América.
Martínez Pérsico quedó entre los 20 finalistas del II Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’.
Los textos forman parte de “He muerto… y he resucitado”, Antología del XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, coordinada por Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca
ARTERIA SECUNDARIA
El querer tiene su hemisferio de sombra, como la luna.
Jorge Luis Borges en Proa
Cada ciudad me mira con los ojos de otra
con quien pudiste pasear por una calle
suspirar al unísono en un parque público
arrojar idéntico pan a las ardillas.
Cada ciudad tiene una avenida que eludo
la vedette de los mapas
la infalible en los círculos turísticos.
Una que la vio latir, paseante, a tu costado
comprar trajes en tiendas previsibles
tomar fotos
a obeliscos de catálogo.
Yo
entonces
me sumerjo en invisibles callejuelas
pasadizos tocados por el alba que se filtra a escondidas
con macetas que hospedan arañas sigilosas.
Y danzo como una bailarina en su escenario
para un espectador en prima fila.
Quizás mi vida a tu lado sea eso:
un paseo distinto por una ciudad que aún recuerdas.
AL AMOR
Dime en qué rincón no estás que no lo encuentro
y qué silencio callas, que no puedo escucharlo.
Cómo atrapar al viento, fugaz ente fugitivo
si no puedo atraparte amor, constante esquivo.
Cuál es el color que no te pinta
la canción que no te canta
la pasión que no te invoca.
Qué infeliz destino se niega a conocerte
por la amarga desazón de la derrota.
Y qué mortal se atreve a perderse en tu delirio
sabiendo que es de fuego la huella de tus labios.
Detén esa latente ley que te gobierna
y déjame, amor, que te conozca.
DONDE HAYA TODAVÍA
Padre, a vos. A ti.
I
Las cosas regresan a su cauce
resucitan en manos intrusas de su origen
se acomodan de a poco
en otros hábitos. Tu peine
tus monedas tendidas en un vaso de lata
se traducen de gozo en un café
mientras la tarde llueve a través de mi silencio.
¿Qué porvenir tendrían tus monedas?
¿Qué acopio inaccesible te quedó en el tacto?
¿Una bolsa de pan?
¿Una corbata?
¿El asombro?
Así improviso una agenda imaginaria,
una tregua que enlace otra vez nuestros caminos
donde el cuerpo te abrigue de nuevo la nostalgia
donde haya todavía.
NO ÉRAMOS OBJETOS NI PERSONAS
No éramos objetos ni personas.
Expatriados los muebles y los vasos,
los monumentos domésticos,
las almas,
las fracturas filosas
del espacio.
Éramos un ramo de polvo untado a la madera
Un ramillete amorfo de sustancia
asilado en una caja de paredes.
Dos niños jugando a los felices,
clavándonos la espada
imposible
del amor.
ÚNICO ENCUENTRO
Ne te verrai-je plus que dans l’éternité?
I
Baja
de tu boca a mi pecho
hasta posar la trompa
abeja
en la región convexa
de néctar
que te atrajo.
Te escaparás, alada, cuando exhale
la última ronda de suspiros
que se extingue
en la cifra de tres horas.
Por mis piernas abiertas como un plato
quiero ver tu mandíbula de toro
pastar meticulosa
en el vaivén sin prisas del verano.
Entra en el ancla, barco en la bahía
último puerto que encalló en mi pampa.
Puerto apenas fundado
puerto en ruinas.
Fui la puta de un pueblo
donde la única puerta era la tuya.
Hice sonar la aldaba
vacilante
como quien se busca a sí misma:
la palabra secreta era mi sombra.
De par en par trepé las escaleras
sin treguas de café
por tu palacio.
Hoy que esa casa no existe
no sé cómo nombrarte
estoy en un exilio sin paredes
vegeto en los rincones oblicuos del deseo
haciendo agua en todas sus esquinas.
Bajo
esta vez
por la espesura vehemente de tu abdomen
recorro tus puntos cardinales
tus cinco dimensiones
suspendida en un escalofrío que no cesa
con los ojos del cuerpo que te miran.
Devasto
caracol
lo que transcurre debajo de mi lengua.
Planto mojones de saliva
me detengo
sigo
silbo
tiemblo
avanzo
por líquenes, medusas, pergaminos
con el hambre en los días de desierto.
Y mientras te acaricio con la palma de la boca
y te mastico con los dientes de las manos
como un ala danzante de cigarra
me surcan las imágenes
de un ave, de un bebé
de un alba fría de invierno en Costanera
la risa luminosa de la infancia
cuando el mundo estaba entero y era bueno.
Por un azar que no busco comprender
tu vientre me devuelve a esa otra orilla
en ti se acoplan todos mis pedazos
nada duele, por fin
y esta vez la verdad tiene tu nombre.
Nuestras manos tropiezan al borde de la cama
se atornillan con ímpetu silvestre
imantadas de moléculas y gotas.
Así duramos
en un plácido goce sin palabras.
Damos vueltas por un carretel imaginario
para ver el paisaje por todas sus costuras
ribetes
canales
ventanas
tragaluces.
La única piel que desconozco
es la que abriga tus cuevas más profundas
esa espina que late
no sé por qué perfume.
De tus derrotas sospecho las cenizas.
IV
De nuevo frente a frente
como recién nacidos
que aprenden a mirar
en la mirada lúcida del otro
infringes la aduana de mi cuerpo
con el hábito límpido del aire
eludes el confín
sin pausas de gendarmes ni requisas
corzas blancas que expulsan las colinas
y este doble retozar para eximirnos
de una deuda arcaica
estás conmigo en mí estoy contigo en ti no existe
otra certeza más pura que este instante
Lo que dura es la arena
el sótano de savia de las hojas.
Con un reloj te irás como llegaste
a esta batalla de fábulas perdidas.
En la última estación
me embiste el autobús de los adioses.
Los líquidos se empiezan a enjugar. Las horas
acaban de cumplirse. Empiezo
a recoger mis pétalos caídos por el cuarto
una hebilla
un zapato
el recato partido en seis mitades
la vista, el olfato y sus contornos.
El rito de la higiene en un salón contiguo.
Dulce y violenta intersección
Único encuentro
Te acompaño, no, no te preocupes,
la puerta que se cierra.
PLUMA DE AMOR EN EL COSTADO
La mano más humilde
te ha clavado
un ensueño…
una pluma de amor en el costado.
León Felipe
La materia de mis sueños
se compone de las cosas más inconvenientes.
Un castillo en el mar
donde no vi el atardecer
romperse de naranja.
La mancha de un volcán sin fuego
herido de ciudad
desde un tranvía que conduce al sur.
Un animal que gime a la distancia
sin que pueda auxiliarlo.
Una tarde de lluvia con paraguas.
La imperfecta pesquisa
de un abrazo.
Quien leyera
de mis sueños el tapiz oculto
me diría cobarde.
A veces me despierto
como si el mundo estuviera en otro sitio
y bastara comprar una butaca
entre el cielo y la cama,
ese barco espacial que me propulsa
como un cinematógrafo barato
al porvenir dudoso
de otra ruta contigo.
Pero el final se anuncia
en letras blancas
sobre fondo oscuro, siempre.
Ya ves,
a contrapelo de la vida,
en la penumbra,
yo te sigo soñando.
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