JORGE LUIS BORGES ENTREVISTADO POR MARIO VARGAS LLOSA

 

 

 

Mario Vargas Llosa entrevistó a Jorge Luis Borges en Buenos Aires en junio de 1981 para su programa La Torre de Babel. La entrevista, que se mantuvo inédita, se ha publicado dentro del libro Medio siglo con Borges (Alfaguara).  Esta fue la segunda entrevista que le hiciera el destacado escritor peruano. La primera fue en París, el año 1963. Publicamos ambas, aparecidas previamente en los periódicos El País (España y La República (Perú).

 

 

SEGUNDA ENTREVISTA

(1981)

 

 

“EL LUJO ME PARECE UNA VULGARIDAD”

 

Si tuviera que nombrar a un escritor de lengua española de nuestro tiempo cuya obra vaya a perdurar, a dejar una huella profunda en la literatura, citaría a ese poeta, cuentista y ensayista argentino que le prestó su apellido a Graciela Borges, a Jorge Luis Borges. El puñado de libros que ha escrito, libros siempre breves, perfectos como un anillo, donde uno tiene la impresión que nada falta ni sobra, han tenido y tienen una enorme influencia en quienes escriben en español. Sus historias fantásticas, que suceden en la Pampa, en Buenos Aires, en China, en Londres, en cualquier lugar de la realidad o la irrealidad, muestran la misma imaginación poderosa y la misma formidable cultura que sus ensayos sobre el tiempo, el idioma de los vikingos… Pero la erudición no es nunca en Borges algo denso, académico, es siempre algo insólito, brillante, entretenido, una aventura del espíritu de la que los lectores salimos siempre sorprendidos y enriquecidos. La entrevista que Borges nos concedió tuvo lugar en el modesto departamento del centro de Buenos Aires donde vive, acompañado de una empleada que le sirve también de lazarillo, pues Borges perdió la vista hace años, y de un gato de angora al que ha bautizado con el nombre de Beppo porque, nos dijo, así se llamaba el gato de un poeta inglés que admira: Lord Byron. (MVLl)

 

 

(Mario Vargas LlosaMe ha impresionado mucho al ver su biblioteca no encontrar libros suyos, no hay ni uno solo. ¿Por qué no tiene libros suyos en su biblioteca?

 

(Jorge Luis Borges) Cuido mucho mi biblioteca. Quién soy yo para nombrarme con Schopenhauer…

 

Y tampoco libros sobre usted, veo que tampoco hay ninguno de los muchos libros que se han escrito sobre usted.

 

Yo leí el primero que se publicó durante la dictadura, en Mendoza.

 

¿Cuál dictadura, Borges? Porque desgraciadamente ha habido tantas…

 

La de aquel… de cuyo nombre no quiero acordarme.

 

Ni mencionarlo.

 

No, tampoco, no. Algunas palabras es bueno evitarlas. Bueno, pues se publicó el libro Borges, enigma y clave, escrito por Ruiz Díaz, un profesor mendocino, y por un boliviano, Tamayo. Y yo leí ese libro a ver si encontraba la clave ya que el enigma lo conocía. Después no he leído ningún otro. Alicia Jurado escribió un libro sobre mí. Yo le agradecí, le dije: “Sé que es bueno, pero el tema no me interesa o quizás me interesa demasiado, conque no voy a leerlo”.

Borges y María Kodama (foto de Jairo Osorio)

 

 

Y tampoco ha leído entonces esa voluminosa biografía que ha publicado Rodríguez Monegal sobre usted.

 

¿Y qué me dices, que es muy buena?

 

Por lo menos muy documentada y hecha realmente con una gran reverencia, un gran afecto por usted y un gran conocimiento, creo, de su obra.

 

Sí, somos amigos. Él es de Melo, ¿no?, de la República Oriental.

 

Sí, y además aparece en uno de sus cuentos como personaje.

 

De Melo yo recuerdo unos versos muy lindos de Emilio Oribe, que empiezan de un modo trivial y luego se exaltan, se ensanchan: “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas”… Bueno, eso no está muy…, “coloniales casas”, “casas coloniales” ligeramente diversas… “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas, en medio de la pánica llanura interminable”, y ahora se agranda, “en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil”. Cómo va creciendo el verso, ¿eh? Cómo va ampliándose.

 

Sobre todo como lo dice usted.

 

No, pero… “Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas” no es nada; “en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil”, y ya ves un imperio al final del verso. Es lindísima. Emilio Oribe.

Es muy bonito. Dígame, Borges, hay una cosa que hace muchos años que quiero preguntarle. Yo escribo novelas, y siempre me he sentido dolido por una frase suya muy linda pero muy ofensiva para un novelista, una frase que es más o menos la siguiente: “Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase”.

 

Sí, pero es un error, un error inventado por mí. La haraganería, ¿no? O la incompetencia.

 

Pero usted ha sido un gran lector de novelas y un maravilloso traductor de novelas.

 

No, no. Yo he leído muy pocas novelas.

 

Sin embargo, las novelas aparecen en su obra, son mencionadas o incluso inventadas.

 

Sí, pero yo he sido derrotado por Thackeray. En cambio, Dickens me gusta mucho.

 

Vanity Fair (La feria de las vanidades) le resultó muy aburrida.

 

Pendennis lo pude leer, haciendo un esfuerzo, con Vanity Fair no, no pude.

 

Conrad, por ejemplo, que es un autor al que usted admira, ¿no le importaban las novelas de Conrad?

 

Pero claro que sí, por eso le digo que con escasas excepciones. Por ejemplo, el caso de Henry James, que era un gran cuentista y un novelista, digamos, de otro calibre.

 

Pero, entre los autores más importantes para usted, ¿no hay ningún novelista?

 

¿Mencionaría algún novelista entre los autores que considera más importantes o son sobre todo poetas y ensayistas?

 

Y cuentistas.

 

Y cuentistas.

 

Porque no creo que Las mil y una noches sea una novela, ¿no? Una infinita antología.

Fotos de Jairo Osorio Gómez

 

 

La ventaja de la novela es que todo puede ser novela. Creo que es un género caníbal, que se traga todos los géneros.

 

A propósito de “caníbal”, ¿usted conoce el origen de la palabra?

 

No, no lo conozco, ¿cuál es?

 

Muy linda. Caribe, que dio caríbal, y caníbal.

 

O sea que es una palabra de origen latinoamericano.

 

Bueno, sin “latino”. Eran una tribu de indios, los caribes, una palabra indígena, y de ahí surgió caníbal y Calibán, de Shakespeare.

 

Curioso aporte de América al vocabulario universal.

 

Hay tantos. Chocolate, que era xocoatl, creo, ¿no? Se perdió la tl, desgraciadamente. Papa, también.

 

¿Cuál diría usted que ha sido el mejor aporte en el campo de la literatura de América? De toda América: América hispana, portuguesa… ¿Algún autor, algún libro, algún tema?

 

Yo diría más bien el modernismo en general. Era obra de la literatura en lengua castellana, y eso surge de este lado, según lo hace notar Max Henríquez Ureña. Hablé con Juan Ramón Jiménez y él me dijo de la emoción con la cual había recibido un ejemplar de Las montañas del oro, año 1897. Y su influjo en grandes poetas en España. Pero eso surge de este lado. Y curiosamente, estamos aquí —no geográficamente— mucho más cerca de Francia que los españoles. Yo me di cuenta en España que podía alabar a Inglaterra, alabar a Italia, alabar a Alemania, alabar incluso a Norteamérica, pero que si hablaba de Francia ya se sentían incómodos.

 

El nacionalismo es algo muy difícil de erradicar en cualquier parte.

 

Uno de los grandes males de nuestra época.

 

Quisiera hablar un poco de eso, Borges, porque… Le puedo hablar con toda franqueza, supongo.

 

Sí, y además quiero decirle que es un mal que corresponde a las derechas y a las izquierdas.

 

Algunas declaraciones políticas suyas a mí me provocan desconcierto, pero hay un aspecto en el que cuando usted habla merece toda mi admiración y todo mi respeto, y es el asunto del nacionalismo. Creo que usted siempre ha hablado con gran lucidez sobre ese tema o, mejor dicho, contra el nacionalismo.

 

Y sin embargo yo he incurrido en él.

 

Pero ahora, en estos últimos…

 

El hecho de haber hablado de las orillas de Buenos Aires, el hecho de haber conocido payadores, de haber conocido cuchilleros, de haberlos usado en mi literatura. Yo he escrito milongas… Todo es digno de la literatura, ¿por qué no también los temas vernáculos?

 

Borges y Vargas Llosa en París

 

Yo me refería al nacionalismo político.

 

Eso es un error, porque si uno quiere una cosa contra otra es que no la quiere realmente. Por ejemplo, si yo quiero Inglaterra contra Francia es un error, tengo que querer ambos países, dentro de mis posibilidades.

 

Usted ha hecho muchas declaraciones en contra de toda posible ruptura de hostilidades entre Argentina y Chile.

 

Más aún. Yo actualmente, a pesar de ser nieto y bisnieto de militares y más lejanamente de conquistadores, que no me interesan, soy pacifista. Creo que toda guerra es un crimen. Además, si se admiten guerras justas, que sin duda las hubo —la guerra de los Seis Días, por ejemplo—, si admitimos una guerra justa, una sola, eso ya abre la puerta a cualquier guerra y nunca faltarán las razones para justificarla, sobre todo si se las inventan y encarcelan como traidores a quienes piensan de otro modo. De antemano, yo no me había dado cuenta de que Bertrand Russell y Gandhi y Alberdi y Romain Rolland tenían razón al oponerse a la guerra, y quizás se precise más valor ahora para oponerse a la guerra que para defenderla o participar en ella, incluso.

 

Ahí yo estoy de acuerdo con usted. Creo que es muy exacto eso que dice. ¿Cuál es el régimen político ideal para usted, Borges? ¿Qué le gustaría para su país y para América Latina? ¿Qué régimen le parecería el más adecuado para nosotros?

 

Yo soy un viejo anarquista spenceriano y creo que el Estado es un mal, pero por el momento es un mal necesario. Si yo fuera dictador renunciaría a mi cargo y volvería a mi modestísima literatura, porque no tengo ninguna solución que ofrecer. Yo soy una persona desconcertada, descorazonada, como todos mis paisanos.

 

Pero usted se considera un anarquista, básicamente un hombre que defiende la soberanía individual en contra del Estado.

 

Sí, sin embargo, no sé si somos dignos. En todo caso, no creo que este país sea digno de la democracia o de la anarquía. Quizás en otros países pueda hacerse, en Japón o en los países escandinavos. Aquí evidentemente las elecciones serían maléficas, nos traerían otro Frondizi u otros… etcétera.

 

Ese escepticismo no está reñido con algunas declaraciones suyas optimistas que hace sobre la paz, justamente en contra de la guerra, últimamente en contra de las torturas y de toda forma de represión.

 

Sí, ya sé. Pero no sé si eso puede ser útil. He hecho esas declaraciones por motivos éticos pero no creo que sean serviciales, no creo que puedan ayudar a nadie. Pueden ayudarme a tranquilizar mi conciencia, nada más. Pero si yo fuera gobierno, no sé qué haría, estamos en un callejón sin salida.

 

Yo le hice una entrevista hace casi un cuarto de siglo en París y una de las cosas que le pregunté…

 

Cuarto de siglo… Pará. Qué triste si vamos a hablar de cuarto de siglo…

 

… una cosa que le pregunté fue qué opina de la política, ¿y usted sabe qué me respondió? “Es una de las formas del tedio”.

 

Ah, bueno, está bien.

 

Es una bonita respuesta y no sé si la repetiría ahora: ¿sigue pensando que es una de las formas del tedio?

 

Bueno, yo diría que la palabra tedio es un poco mansa. En todo caso fastidio, digamos. Tedio es demasiado… Es un understatement…

 

¿Hay algún político contemporáneo que usted admire, que respete?

 

Yo no sé si uno puede admirar a políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares…

 

¿Qué tipos humanos admira usted, Borges? Aventureros…

 

Sí, los he admirado mucho pero ahora no sé. Tienen que ser aventureros individuales.

 

¿Cuál, por ejemplo? ¿Recuerda algún aventurero que le hubiera gustado ser?

 

No, a mí no me gustaría ser otra persona.

 

Usted está contento con el destino de Borges.

 

No, no estoy contento, pero sé que con otro destino sería otra persona. Y como dice Espinoza, “cada cosa quiere la soledad de su ser”. Yo insisto en ser Borges, no sé por qué.

 

Recuerdo una frase suya: “Muchas cosas he leído y pocas he vivido”, que por una parte es muy bonita y por otra parece nostálgica…

 

Muy triste.

 

Parece que usted lo deplorara.

 

Yo escribí eso cuando tenía treinta años y no me daba cuenta de que leer es una forma de vivir también.

 

 

 

Pero ¿no hay una nostalgia en usted de cosas no hechas por haber dedicado tanto tiempo a la vida puramente intelectual?

 

Creo que no. Creo que a la larga uno vive esencialmente todas las cosas y lo importante no son las experiencias, sino lo que uno hace con ellas.

 

Supongo que eso le ha dado un gran desprendimiento por las cosas materiales. Uno lo descubre al llegar a su casa. Vive usted prácticamente como un monje, su casa es de una enorme austeridad, su dormitorio parece la celda de un trapense, realmente es de una sobriedad extraordinaria.

 

El lujo me parece una vulgaridad.

 

¿Qué ha significado el dinero para usted en la vida, Borges? Borges?

 

La posibilidad de libros y de viajes y de desarrollarlos.

 

Pero ¿nunca le ha interesado el dinero?, ¿nunca ha trabajado usted para ganar dinero?

 

Bueno, si lo he hecho parece que no lo he conseguido. Desde luego, es mejor la prosperidad, superior a la indigencia, sobre todo en una zona pobre, donde estás obligado a pensar en dinero todo el tiempo. Una persona rica puede pensar en otra cosa. Yo es que nunca he sido rico. Mis mayores lo fueron, hemos tenido estancias y las hemos perdido, han sido confiscadas, pero bueno, no creo que tenga mayor importancia eso.

 

Usted sabe que buena parte de los países de esta tierra hoy día viven en función del dinero, la prosperidad material es su estímulo.

 

JLB. Natural que sea así sobre todo si hay esta pobreza. En qué otra cosa puede pensar un mendigo sino en el dinero o en comida. Si usted es muy pobre tiene que pensar en dinero. Una persona rica puede pensar en otra cosa, pero un pobre, no. De igual modo que un enfermo sólo puede pensar en la salud. Uno piensa en lo que le falta, no en lo que tiene. Cuando yo tenía vista no pensaba que eso fuera un privilegio, en cambio daría cualquier cosa por recobrar mi vista y no saldría de esta casa.

 

Borges, una cosa que me ha sorprendido en la modesta casa en la que usted vive, sobre todo en el austerísimo dormitorio que es el suyo, es ver que uno de los pocos objetos que hay en su dormitorio es la condecoración de la Orden del Sol que le dio el gobierno peruano.

 

JLB. Esa condecoración volvió a la familia al cabo de cuatro generaciones.

 

¿Y cómo así, Borges?

 

JLB. La obtuvo mi bisabuelo, el coronel Suárez, que aunó una carga de caballería peruana en Junín. Obtuvo esa Orden y fue ascendido de capitán a coronel por Bolívar. Luego esa Orden se perdió en la guerra civil. Aunque mi familia era unitaria, yo soy lejanamente pariente de Rosas —bueno, todos somos parientes en este país casi deshabitado—. Al cabo de cuatro generaciones volvió, por razones literarias, y yo fui con mi madre a Lima y ella lloró porque recordaba haber visto esa condecoración en los retratos de mi bisabuelo y ahora la tenía en las manos y era para su hijo. Estaba muy emocionada.

 

O sea que la relación de usted con el Perú se remonta a muchas generaciones.

 

Sí, a cuatro generaciones. No, es anterior, le voy a decir, yo estuve… Ah, no, no, espere… Sí, yo estuve en el Cuzco y vi una casa con un escudo con cabeza de cabra, y de ahí salió Jerónimo Luis de Cabrera hace cuatrocientos años para fundar una ciudad que se llama Ica, que no sé dónde está, y la ciudad de Córdoba, en la República Argentina. Es decir, es una vieja relación.

 

Así que usted, de alguna manera, es también peruano.

 

Sí, desde luego que sí.

 

¿Qué idea se hacía del Perú antes de ir a Lima?

 

Una idea muy vaga que creo que estaba basada sobre todo en Prescott.

 

En la Historia de la conquista del Perú de Prescott. ¿Cuándo leyó esa historia?

 

Debo haber tenido siete u ocho años, tal vez. El primer libro de historia que yo leí en mi vida. Después leí Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López, y luego las historias romanas y griegas. Pero el primer libro que yo leí, throughout, es decir, del principio hasta el fin, fue ese.

 

Mario Vargas Llosa (Foto Daniel Mordzinski)

 

 

Y qué idea tenía del Perú, ¿la de un país tal vez mítico?

 

Un poco mítico, sí. Y luego yo fui muy amigo de un escritor sin duda olvidado entre ustedes, el peruano Alberto Hidalgo, de Arequipa.

 

Que vivió mucho tiempo en la Argentina, ¿no es verdad?

 

Sí, y él me reveló un poeta del que yo sabía muchas composiciones de memoria.

 

¿Qué poeta, Borges?

 

Eguren.

 

José María Eguren.

 

Sí, exactamente. ¿El libro se llamaba “La niña de la lámpara azul”, o no?

 

Es un poema, uno de los poemas más conocidos de Eguren.

 

Sí. Y había otro… Tengo una vaga imagen de un barco y de un capitán muerto que recorre el barco. No recuerdo los versos.

 

Es un poeta simbolista de una gran ingenuidad y delicadeza.

 

JLB. Una gran delicadeza. No sé si ingenuidad. Yo creo que era deliberadamente ingenuo.

 

Digo ingenuidad no en el sentido peyorativo.

 

No, no. La ingenuidad es un mérito, claro.

 

No salió nunca del Perú y creo que nunca de Lima y escribió buena parte de su obra sobre un mundo nórdico, de hadas escandinavas y temas especialmente exóticos para él.

 

Es que la nostalgia es muy importante.

 

Quizá eso establece alguna afinidad entre ustedes dos, entre Eguren y usted.

 

Sí. Es cierto que yo estoy pensando en países que no conozco o que he conocido mucho después. Me gustaría tanto conocer la China o la India…, aunque conozco literariamente mucho ya.

 

¿Qué país lo conmovió más conocer, Borges?

 

Yo no sé, yo diría el Japón, Inglaterra y…

 

¿Islandia, por ejemplo?

 

Islandia, desde luego, porque yo estoy estudiando el idioma nórdico, que es la lengua madre del sueco, del noruego, del danés y parcialmente del inglés también.

 

Es un idioma que se dejó de hablar ¿hace cuántos siglos?

 

No, no, se habla contemporáneamente en Islandia. Yo tengo ediciones de los clásicos, obras del siglo XIII, y esas ediciones, que me fueron regaladas o compré en Reikiavik, no tienen glosario, ni prólogo ni notas.

 

O sea que es un idioma que no ha evolucionado, que sigue siendo el mismo a lo largo de ocho siglos.

 

Es que yo sospecho que la pronunciación ha cambiado. Ellos pueden leer a sus clásicos como si un inglés pudiera leer por ejemplo a Dunbar, a Chaucer, o como si nosotros pudiéramos leer, no sé, el Cantar de Mío Cid o los franceses La Chanson de Roland.

 

O los griegos a Homero.

 

Sí, exactamente. Ellos pueden leer a sus clásicos en ediciones sin notas, sin glosarios, pronunciándolos sin duda de un modo distinto. Pero, por ejemplo, la pronunciación inglesa también ha cambiado mucho. Nosotros decimos To be or not to be y parece que Shakespeare, en el siglo XVII decía aún, conservando las vocales abiertas sajonas: “Tou be or nat tou be”. Esto es mucho más sonoro, completamente distinto, y resulta casi cómico ahora.

 

Borges, esta curiosidad o, más que curiosidad, esta fascinación suya por las literaturas exóticas…

 

Es que no sé si exóticas…

 

Me refiero a su interés por la literatura nórdica o anglosajona.

 

Bueno, la anglosajona es la antigua literatura inglesa.

 

… usted cree que tiene algo que ver con…

 

¿Con la nostalgia?

 

Con Argentina, con el hecho de que Argentina sea un país totalmente moderno, casi sin pasado.

 

Yo creo que sí, y que quizás una de nuestras riquezas es la nostalgia. La nostalgia de Europa, sobre todo, que un europeo no puede sentir porque un europeo no se siente europeo sino, digamos, inglés, francés, alemán, español, italiano, ruso…

 

Buenos Aires, junio de 1981

 

 

PRIMERA ENTREVISTA

(1963)

 

 

Un documento excepcional: el reciente Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, entrevistó a Jorge Luis Borges, una de las mayores glorias literarias del siglo XX, cuando Vargas Llosa era un joven que empezaba (sólo había publicado La huida del inca, teatro, en 1952 y Los jefes, libro de cuentos, en 1959, publicando ese mismo año 1963 La ciudad y los perros, su primera novela y su primer gran éxito) y Jorge Luis un autor ya totalmente consagrado y celebrado en todo el mundo. Disfruten de la entrevista. En 1963, cuando Jorge Luis Borges fue a París a ofrecer dos conferencias sobre literatura fantástica y literatura gauchesca, concede una entrevista al joven traductor de noticias al español de la radiotelevisión francesa, Mario Vargas Llosa.

 

-Discúlpeme usted, Jorge Luis Borges, pero lo único que se me ocurre para comenzar esta entrevista es una pregunta convencional: ¿cuál es la razón de su visita a Francia?

 

-Fui invitado a dos congresos por el Congreso por la Libertad de la Cultura, en Berlín. Fui invitado también por la Deutsche Regierum, por el gobierno alemán, y luego mi gira continuó y estuve en Holanda, en la ciudad de Ámsterdam, que tenía muchas ganas de conocer. Luego mi secretaria María Esther Vázquez y yo seguimos por Inglaterra, Escocia, Suecia, Dinamarca y ahora estoy en París. El sábado iremos a Madrid, donde permaneceremos una semana. Luego, volveremos a la patria. Todo esto habrá durado poco más de dos meses.

 

-Tengo entendido que asistió al Coloquio que se ha celebrado recientemente en Berlín entre escritores alemanes y latinoamericanos. ¿Quiere darme su impresión de este encuentro?

 

-Bueno, este encuentro fue agradable en el sentido de que pude conversar con muchos colegas míos. Pero en cuanto a los resultados de esos congresos, creo que son puramente negativos. Y, además, parece que nuestra época nos obliga a ello, yo tuve que expresar mi sorpresa -no exenta de melancolía -, de que en una reunión de escritores se hablara tan poco de literatura y tanto de política, un tema que es más bien, bueno, digamos tedioso. Pero, desde luego, agradezco haber sido invitado a ese congreso, ya que para un hombre sin mayores posibilidades económicas como yo, esto me ha permitido conocer países que no conocía, llevar en mi memoria muchas imágenes inolvidables de ciudades de distintos países. Pero, en general, creo que los congresos literarios vienen a ser como una forma de turismo, ¿no?, lo cual, desde luego, no es del todo desagradable.

 

-En los últimos años, su obra ha alcanzado una audiencia excepcional aquí, en Francia. La “Historia universal de la infamia” y la “Historia de la eternidad” se han publicado en libros de bolsillo, y se han vendido millares de ejemplares en pocas semanas. Además de “L’Herne”, otras dos revistas literarias preparan números especiales dedicados a su obra. Y ya vio usted que en el Instituto de Altos Estudios de América Latina tuvieron que colocar parlantes hasta en la calle, para las personas que no pudieron entrar el auditorio a escuchar su conferencia. ¿Qué impresión le ha causado todo esto?

 

-Una impresión de sorpresa. Una gran sorpresa. Imagínese, yo soy un hombre de 65 años, y he publicado muchos libros, pero al principio esos libros fueron escritos para mí, y para un pequeño grupo de amigos. Recuerdo mi sorpresa y mi alegría cuando supe, hace muchos años, que de mi libro “Historia de la e ternidad” se habían vendido en un año hasta 37 ejemplares. Yo hubiera querido agradecer personalmente a cada uno de los compradores, o presentarle mis excusas. También es verdad que 37 compradores son imaginables, es decir son 37 personas que tienen rasgos personales, y biografía, domicilio, estado civil, etc. En cambio, sí uno llega a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto que es como si uno no hubiera vendido ninguno. Ahora, el hecho es que en Francia han sido extraordinariamente generosos, generosos hasta la injusticia conmigo. Una publicación como “L’Herne”, por ejemplo, es algo que me ha colmado de gratitud y al mismo tiempo me ha abrumado un poco. Me he sentido indigno de una atención tan inteligente, tan perspicaz, tan minuciosa y, le repito, tan generosa conmigo. Veo que en Francia hay mucha gente que conoce mi “obra” (uso esta palabra entre comillas) mucho mejor que yo. A veces, y en estos días, me han hecho preguntas sobre tal o cual personaje: ¿por qué John Vincent Moon vaciló antes de contestar? Y luego, al cabo de un rato, he recapacitado y me he dado cuenta que John Vincent Moon es protagonista de un cuento mío y he tenido que inventar una respuesta cualquiera para no confesar que me he olvidado totalmente del cuento y que no sé exactamente las razones de tal

 

-¿Qué ha significado en su formación la cultura francesa?; ¿algún escritor francés ha ejercido una influencia decisiva en usted?

 

-Bueno, desde luego. Yo hice todo mi bachillerato en Ginebra, durante la primera guerra mundial. Es decir que durante muchos años, el francés fue, no diré el idioma en el que yo soñaba o en el que sacaba cuentas, porque nunca llegué a tanto, pero sí un idioma cotidiano para mí. Y, desde luego la cultura francesa ha influido en mí, como ha influido en la cultura de todos los americanos del Sur, quizá más que en la cultura de los españoles. Pero hay algunos autores que yo quisiera destacar especialmente y esos autores son Montaigne, Flaubert –quizá Flaubert más que ningún otro–, y luego un autor personalmente desagradable a través de lo que uno puede juzgar por sus libros, pero la verdad es que trataba de ser desagradable y lo consiguió: Leon Blo y. Sobre todo me interesa en Leon Bloy esa idea suya, esa idea que ya los cabalistas y el místico sueco Swedenborg tuvieron pero que sin duda él sacó de sí mismo, la idea del universo como una suerte de escritura, como una criptografía de la divinidad. Y en cuanto a la poesía, creo que usted me encontrará bastante “pompier”, bastante “vieux jouer”, rococó, porque mis preferencias en lo que se refiere a poesía francesa siguen siendo la Chanson de Roland, la obra de Hugo, la obra de Verlaine, y -pero ya en un plano menor- la obra de poetas como Paul-Jean Toulet, el de las “Contrerimes”. Pero hay sin duda muchos autores que no nombro que han influido en mí. Es posible que en algún poema mío haya algún eco de la voz de ciertos poemas épicos de Apollinaire, eso no me sorprendería. Pero si tuviera que elegir un autor (aunque no hay absolutamente ninguna razón para elegir un autor y descartar los otros), ese autor francés sería siempre Flaubert.

 

-Se suele distinguir dos Flaubert: el realista de “Madame Bovary” y “La educación sentimental”, y el de las grandes construcciones históricas, “Salambó” y “La tentación de San Antonio”. ¿Cuál de los dos prefiere?

 

-Bueno, creo que tendría que referirme a un tercer Flaubert, que es un poco los dos que usted ha citado. Creo que uno de los libros que yo he leído y releído más en mi vida es el inconcluso “Bouvard y Pecuchet”. Pero estoy muy orgulloso, porque en mi biblioteca, en Buenos Aires, tengo una ‘editio princeps’ de Salambó y otra de la Tentación. He conseguido eso en Buenos Aires y aquí me dicen que se trata de libros inhallables, ¿no? Y en Buenos Aires no sé qué feliz azar me ha puesto esos libros entre las manos. Y me conmueve pensar que yo estoy viendo exactamente lo que Flaubert vio alguna vez, esa primera edición que siempre emociona tanto a un autor.

 

-Usted ha escrito poemas, cuentos y ensayo. ¿Tiene predilección por alguno de esos géneros?

 

-Ahora, al término de al carrera literaria, tengo la impresión que he cultivado un solo género: la poesía. Salvo que mi poesía se ha expresado muchas veces en prosa y no en verso. Pero como hace unos diez años que he perdido la vista, y a mí me gusta mucho vigilar, revisar lo que escribo, ahora me he vuelto a las formas regulares del verso. Ya que un soneto, por ejemplo, puede componerse en la calle, en el subterráneo, aseando por los corredores de la Biblioteca Nacional, y la rima tiene una virtud mnemónica que usted conoce. Es decir, uno puede trabajar y pulir un soneto mentalmente y luego, cuando el soneto está más o menos maduro, entonces lo dicto, dejo pasar unos diez o doce días y luego lo retomo, lo modifico lo corrijo hasta que llega un momento en que ese soneto ya puede publicarse sin mayor deshonra para el autor.

 

-Para terminar, le voy a hacer otra pregunta convencional: si tuviera que pasar el resto de sus días en una isla desierta con cinco libros, ¿cuáles elegiría?

 

-Es una pregunta difícil, porque cinco es poco o es demasiado. Además, no sé si se trata de cinco libros o de cinco volúmenes.

Borges por Enrique Hernández-D’Jesús

 

 

-Digamos, cinco volúmenes.

 

-¿Cinco volúmenes? Bueno, yo creo que llevaría la “Historia de la Declinación y Caída del lmperio Romano” de Gibbons. No creo que llevaría ninguna novela, sino más bien un libro de historia. Bueno, vamos a suponer que eso sea en una edición de dos volúmenes. Luego, me gustaría llevar algún libro que yo no comprendiera del todo, para poder leerlo y releerlo, digamos la “Introducción a la Filosofía de las Matemáticas” de Russell, o algún libro de Henri Poincaré. Me gustaría llevar eso también. Ya tenemos tres volúmenes. Luego, podría llevar un volumen cualquiera, elegido el azar, de una enciclopedia. Ahí ya podría haber muchas lecturas. Sobre todo, no de una enciclopedia actual, porque las enciclopedias actuales son libros de consulta, sino de una enciclopedia publicada hacia 1910 o 1911, algún volumen de Brockhaus, o de Mayer, o de la Enciclopedia Británica, es decir cuando las enciclopedias eran todavía libros de lectura. Tenemos cuatro. Y luego, para el último, voy a hacer una trampa, voy a llevar un libro que es una biblioteca, es decir llevaría la Biblia. Y en cuanto a la poesía, que está ausente de este catálogo, eso me obligaría a encargarme yo, y entonces no leería versos. Además, mí memoria está tan poblada de versos que creo que no necesito libros. Yo mismo soy una especie de antología de muchas literaturas. Yo, que recuerdo mal las circunstancias de mi propia vida, puedo decirle indefinidamente y tediosamente versos en latín, en español, en inglés, en inglés antiguo, en francés, en italiano, en portugués. No sé si he contestado bien a su pregunta.

 

-Sí, muy bien, Jorge Luis Borges. Muchas gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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