JACQUELINE ALENCAR: SALAMANCA, POR SI MAÑANA NO TE LO PUEDO DECIR

 

 

Jacqueline Alencar con un facsímil de la Biblia del Oso (regalo de J.A.Monroy), y Salamanca al fondo. Foto A.P. Alencart

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar esta Declaración de Amor a Salamanca y su provincia, escrita en junio de 2011 por la boliviana-salmantina Jacqueline Alencar, fallecida en esta capital del Tormes el pasado 24 de junio. Economista, escritora, editora de Trilce Ediciones, directora de la revista Sembradoras, y también profesora de la Universidad de Salamanca durante cinco años, ella quiso mantenerse siempre en un segundo plano, lo cual ante nuestros ojos y entendimientos la engrandecía mucho más. Colaboró en varias revistas y periódicos, comenzando por Crear en Salamanca, donde publicamos varios reportajes suyos, dedicados a escritores de su predilección, Unamuno entre ellos. La admiramos antes; la admiramos hoy y mañana, tan discreta hasta en la forma de partir para estar junto al Cristo que siempre marcó su camino. Vaya nuestro abrazo fraterno para Alfredo y José Alfredo Pérez Alencar, también recreaciones y/o creaciones suyas.

 

Plaza Mayor de Salamanca

 

SALAMANCA, POR SI MAÑANA NO TE LO PUEDO DECIR

(Texto y fotos de Jacqueline Alencar)

 

Por si no puedo decírtelo mañana, hoy te digo que me enamoré de ti a primera vista, cuando pude ver tus encrespadas torres apareciendo mientras me dabas la bienvenida hace más de cinco lustros. Cuando dejaba atrás mis palmeras tropicales, donde el hombre se marchita sangrando los árboles del caucho para hipotecarse toda la vida. Dejaba mis orillas del río Acre para instalarme en las del río Tormes, donde ya anidan mis recuerdos. Déjame decirte que me he acostumbrado a acariciar tus piedras de Villamayor. Me he acostumbrado al color dorado de tu piel. Al azul de tu cielo que se pone gris cuando me entristezco con la llegada del invierno. Y que llora en mis atardeceres sin crepúsculo.

 

Salamanca, no podría dejar de transitar por tu Rúa Mayor, que me lleva a la plaza de mis encuentros debajo del reloj. El que marca mis horas y mis días entre tus murallas que me envuelven en un abrazo eterno. Por si mañana no te lo puedo decir, quiero que sepas que en ti encontré la paz, esa que no se compra con dinero, sino a precio de sangre y mucho dolor. Me reencontré con Él y fijé mi estancia en una Estación donde pude recalar sin fecha de partida.

 

Río Tormes desde la sala del piso de Jacqueline, en Tejares

 

 

Por si no te acuerdas, te digo que hice pacto contigo en la reconstrucción de tus muros. A cambio de que me protegieras en los tiempos de frío invernal. Quiero que sepas que si no te veo mis colores empalidecen. Quiero ver amarillearse el tiempo en otoño, despedirme de tus cigüeñas. Ver los esqueletos de los árboles para luego asombrarme cuando recobran la vida y el verde de la Esperanza.

 

En Tejares tejí una cadena de amor para aprisionar a tus gentes y llevarlos hasta mi río que tiene aguas vivas y eternas que no se secan. Empújalos con ese poder que tienes para encantar a los que de ti gustan. En una especie de vasallaje de amor. Actúa como feudo protector que no el de antaño que esclavizaba.

 

Jacqueline Alencar, con Alfredo y José, camino a El Cabaco

 

 

Déjame recorrer tus alrededores. Bordearte por Monforte, La Alberca, El Cabaco, Miranda, San Martín, Cepeda… en la Sierra de Francia. Aun en Monleón donde se siente el abandono. Ver la belleza olvidada de las Quilamas… No quiero olvidarme de tus encinas, tierra charra. Olfatear la chacina. Embriagarme en tu sopa de ajo. Quiero recorrerte entera pues falta todavía. Volver a Ledesma y endulzarme en sus rosquillas. Perderme en Villaseco, Vitigudino… Perfumarme con los almendros en flor cerca de las tierras lusitanas, que me llaman con las saudades de un fado melancólico.

 

 

Publicación de la carta de la esposa del pastor evangélico Atilano Coco, pidiendo apoyo a Unamuno ante la inminente ejecución de su esposo. En el sobre el vasco de Salamanca pergeñó su respuesta a Millán Astray

 

Salamanca, quiero escuchar el tamboril y la flauta. Comer unas patatas bravas por Anaya. Déjame clamar por los huérfanos de todos los tiempos, resguardada por los pilares del Fonseca. Clamar como una de las voces proféticas en busca de tu ayuda. No me impongas el ayuno involuntario de tus caricias. Déjame seguir construyendo fuertes que te guarden de los vendavales. De los vientos fríos del Norte. Déjame ser tu sur cálido que puede traerte palabra que alumbre tus senderos en medio de la niebla.

 

Déjame darte mi gratitud porque gocé de tu apacibilidad, Salamanca.

 

 

 

 

 

 

Jacqueline Alencar en un campo de girasoles, camino a El Arco (foto de A. P. A.)

José Alfredo y Jacqueline Alencar (foto de José Amador Martín)

 

 

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