“EL CAMINO DE LEDESMA”, NOVELA DE EDUARDO CASANOVA. COMENTARIO DE ALBERTO HERNÁNDEZ

 

El escritor Eduardo Casanova

 

Crear en Salamanca se complace en publicar el prólogo, que para la novela “El Camino de Ledesma”, de Eduardo Casanova, ha escrito Alberto Hernández, poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano (Calabozo, 1952). Reside en Maracay, Aragua. Tiene un posgrado en literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador de la revista Umbra. Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa del musgo (1980), Amazonia(1981), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991),Intentos y el exilio (1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca ajena: antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), El poema de la ciudad (2003), El cielo cotidiano: poesía en tránsito (2008), Puertas de Galina (2010), Los ejercicios de la ofensa (2010), Stravaganza (2012), 70 poemas burgueses (2014), Ropaje (2012). Además, ha publicado los libros de ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981) y Notas a la liebre (1999); los libros de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994), Cortoletraje (1999), Virginidades y otros desafíos (2000) y Relatos fascistas (2012), la novela La única hora (2016) y los libros de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999) y Cambio de sombras (2001). Dirigió el suplemento cultural Contenido, del diario El Periodiquito (Maracay), donde también ejerció como director, secretario de redacción y redactor de la fuente política. Publica regularmente en Crear en Salamanca (España), en Cervantes@MileHighCity (Denver, Estados Unidos) y en diferentes blogs de Venezuela y otros países. Sus ensayos y escritos literarios han sido publicados en los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Carabobeño, entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. Con la novela El nervio poético ganó el XVII Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2018).

 

 

 

 

“EL CAMINO DE LEDESMA”, NOVELA DE EDUARDO CASANOVA

(Prólogo a la novela de Eduardo Casanova publica por Ítaca Editores)

 

 

 

1.-

 

El último instante de Alonso Andrea de Ledesma pudo haber estado centrado en el luminoso cielo de Santiago de León de los caracas, o en el polvo que comenzaba a ocultarle los ojos. Ese último rato, esa precipitación, producto de un disparo de arcabuz en la frente, pudo haber revelado el carácter tenaz de quien durante toda su existencia, como muchas otras, fue un aventurero hidalgo, un soñador, un afiebrado lector de Amadis de Gaula, páginas de autor anónimo que ampliaban el mundo de quien se creía caballero andante o soñaba que de llegar a serlo se convertiría en eterno jinete entre la algarabía de una revuelta de la que saldría cadáver llevado en hombros por sus enemigos, quienes respetarían el coraje de esa suerte de fantasma senil que los retaba. Esa visión ensoñada, alucinada, dio pie para que más tarde, en supuesto ajuste de cuentas con personajes reales o ficticios, un ex convicto escribiera una pieza literaria que aún sigue siendo motivo de discusiones, y que dio pie a que otros autores tomaran como modelo el que Cervantes igualmente tomó para continuar ensayando, creando, inventando, desde la calentura de las letras, otros sujetos actantes que seguramente existieron mucho antes de Alonso Andrea de Ledesma y también de ese don Quijote que sigue atacando molinos de viento en nuestra imaginación y que seguramente existió en algún lugar de la realidad que Cervantes convirtió en leyenda, porque se lee, porque nos lo creemos como inventado pero que nos hace reales en la medida en que sabemos que la locura ya es cosa normal en el pasado y actual mundo en el que ellos vivieron, y nosotros vivimos y nos vive.

 

En la presentación que escribe el profesor Ángel Rosenblat para la sexta edición de Losada (Buenos Aires, Argentina, 1975), usa dos fragmentos tomados del Quijote, que podrían servir para entrarle a un personaje que ha marcado parte de la historia colonial de Venezuela. Ese Alonso Andrea de Ledesma aparece como un retrato que más tarde sería convertido en la novela más importante de la lengua castellana, escrita por otro aventurero bautizado como Miguel de Cervantes y Saavedra, quien –según muchas voces- concibió su novela gracias a escritos o relatos que le llegaron desde el Nuevo Mundo a la celda donde pagaba una culpa ajena. Rosenblat cita: -Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen déste; y así me parece que, como dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna, condenar al fuego. -No, señor –dijo el barbero-, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar. -Así es verdad –dijo el Cura-, y por esta razón se le otorga la vida por ahora. (Don Quijote, I, cap. VI).

 

Este primer texto pareciera sostenerse en la idea actual de que Alonso Andrea de Ledesma estaba destinado a ser parte de un libro como protagonista. La otra muestra traída por Rosenblat añade: -Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en un tiempo en el mundo. (Don Quijote, I, cap. XXV) Y así como el personaje de Cervantes dijo tal cosa, podría la conseja histórica ser afectada, toda vez que el Amadís de Gaula, pura ficción, pura ensoñación, fue parte de la vida de quien sí fue en verdad de carne en hueso. De manera que la ficción en aquella Bretaña se hizo realidad en esta Caracas, que luego se vertió invención en la llanura castellana. Todo lo que se había escrito sobre el caballero Alonso Andrea de Ledesma era historia, documento ´fiel´. Faltaba la novela, aun cuando Mario Briceño Iragorry haya tanteado el asunto a través de aquellas líneas en El caballo de Ledesma, más ensayo, cartas cruzadas, crónica alegórica, sabrosa y contenciosa que recreación literaria, cuento o novela.

 

 

Don Quijote, de Miguel Elías

2.-

 

Pero imaginemos que el Manco de Lepanto nunca se enteró de la existencia de Ledesma. Entonces, un paralelismo, un reflejo inusitado, dio pie para que dos sujetos, uno real y otro ficticio, pudieran encontrarse ante los ojos de los curiosos lectores: los que leen la historia colonial de Venezuela y los que se adentran en las aventuras de un anciano enhorquetado en un caballo al que llamaban Rocinante, y quien se espantaba, como se dice en los llanos, a correr por la planicie castellana en busca de líos, un amor inalcanzable, fantasmas y gigantes que sólo existían en su imaginación, la cercana loca imaginación que años antes “sufriera” Ledesma en el Valle de Caracas cuando enfrentó solo o acompañado de algunas sombras la entrada de unos piratas que venían a alterar la tranquilidad de la comarca. Y aquí entra esta novela de Eduardo Casanova, El camino de Ledesma, donde la ficción enriquece la realidad. Donde todo es posible porque la novela es eso, todo lo posible. Ledesma es otro sujeto visto desde la mirada de Casanova. Es el ´verdadero´ Ledesma porque es uno inventado, con sus retazos de realidad, pero más recreado porque se trata precisamente de convertirlo en literatura para quitarle la costra de la ´historia´ que lo falsea y farsea. Es decir, Alonso Andrea de Ledesma, en estas páginas de Eduardo Casanova, encuentra su camino, sus caminos, desde que salió de la Puebla de Ledesma hasta Santo Domingo en el Caribe, luego de una travesía que fue más sufrimiento que alegría. Tierra que apareció cuando el mundo, tan redondo como sus ojos, se hizo presente en la curva del horizonte en los lomos no tan altos de aquella ínsula que no era Barataria porque no existía aún y por ésta, la del Nuevo Mundo era riquísima. Y después, Tierra Firme, donde puso pies y manos desde casi todos los puntos visibles en la que supo lidiar con flechas, piedras y mucha sangre. Pero también con su demencia cuando hacía de las estrellas los muertos que habían sido en vida sus afectos.

 

 La lectura configura un espacio, un tiempo. La vieja España de nacimiento y la nueva España, la colonizada, martirizada, el sitio para la muerte. Ledesma las cruzó en su sangre y en sus iluminaciones, que eran demencias nocturnas en las voces de su hermano y sus amigos muertos. En la mirada agrietada del pirata inglés Amyas Preston, en la de su escudero el joven Gaspar de Silva, hijo de Garci-González de Silva, en su flaco caballo Pénculo, en su perro Corredor, en su lanza oxidada, en aquel mayo de 1595, en el Amadís comido por los bichos, en todos los caminos desde Coro, pasando por El Tocuyo hasta el valle de Caracas. Toda una vida para llegar a la muerte con aviso, con la suerte echada desde el lomo quebrado de su montura. Y desde la porfía de fabricar espadas para la muerte ajena. Y hasta la siembra y cría. Y hasta la nada, cuando sus ojos fijos en el cielo colmaron la lástima de los invasores y lo convirtieron en héroe, en un mito que sigue siendo novelesco, que sigue en las andaduras de los tantos fantasmas que aún habitan el valle donde cayó muerto y corre hoy día un río que no es el mismo de antes.

 

Alberto Hernández

 

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