DIEZ POETAS DE LA ANTOLOGÍA “TRECIEMBRE. CORO DE VOCES”

 

 

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir los poemas de diez autores incluidos en la antología “TRECIEMBRE. CORO DE VOCES” (Editorial Vitrubio, Madrid, 2021).

 

 

 

CARLOS AGANZO

 

Carlos Aganzo en un Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de José Amador Martín)

 

En la voz de la noche

se oyen todas las voces

que callan durante el día.

Negras voces distantes

que llaman desde lejos

y saben nuestros nombres

y aguardan en los claros de los bosques

a que andemos perdidos

para poder llevarnos a su reino

de misterio y de bruma.

Turbias voces que claman desde dentro,

nos hablan cuando menos lo esperamos

y se visten de rabia, a veces de ternura,

casi siempre de fe en lo inaprensible.

Voces que son redoble de conciencia

y no las calla el mar, el viento ni la lluvia.

Embriagadoras voces de sirena

que nos rozan la piel y que interpretan

con su tacto de rosa sin espinas

la música callada de los cuerpos.

Voces que son el eco de otras voces

que no se acaban de ir, que nos persiguen

con paciencia de siglos.

Voces amigas, voces subterráneas,

voces abstractas, voces encendidas,

voces secretas, mudas, incorpóreas,

sordas, muertas, sublimes, minerales…

Voces que a veces vienen de lo alto,

vestidas de hermosura,

y nos cantan sin miedo

esa otra canción que nos aguarda.

 

(Voces encendidas)

 

 

 

JOSE ANTONIO VALLE ALONSO

 

José Antonio Valle Alonso en un Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de José Amador Martín)

 

LAS SIMAS DEL AMOR

 

Hoy me sabe a mañana todavía

cuando tengo tus labios en los míos,

rendidos al amor dándonos caza

en un coto de fiebre hasta el desmayo.

 

Ay, y las rosas de tu pecho brotan

el fuego en erupción, -volcanizadas

hambrientas de la noche de los tiempos

para seguir ardiendo eternidades.

 

Los ojos de la noche y de la luna

las simas del amor han horadado,

vigías de la sangre enamorada.

 

Y bebemos el fuego de los besos

para saciar la sed de la locura,

la sed de nuestro amor, la sed del alma.

 

 

 

ARACELI SAGÜILLO

 

 

 Araceli Sagüillo

 

OS ASEGURO

 

Que mi garganta dormida se ha puesto hoy a cantar,

a pesar de que el camino sea corto los pasos por el sendero

se clavan, y ante la mañana ilusionada me siento cerca

de todas las horas juntas.

Voy en busca de una gota más de vida,

y mis ojos se clavan en la pared del temblor

atizado en llantos. Deslumbra la luz

y crece la blancura de las nubes,

se abre el cielo de los mares, y al arrullo, los versos

desatan el ensueño de todos los caminos.

Borrada ya la nieve, el refugio abre sus puertas

para que penetren por las paredes sobredosis de claridades.

En ese lugar no queda nadie, solo los árboles dejan caer sus hojas

en el rincón tranquilo, donde un enjambre de tiempo

marchitado cabalga, la dura realidad del verano cargado

de destino. Y voló,

y sin querer acaso murió aquella golondrina.

Desde aquel día siento una inmensa ternura,

una emoción sin color, un abismo de lágrimas

 

 

 

 

JOSE MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

 

José María Muñoz Quirós en un Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de José Amador Martín)

 

LA SEMILLA DEL SUEÑO

 

I

 

Si cae la nieve, todo cambia:

es un blanco desnudo que pasa a ser camino

cuando diluyen sus aguas en regatos oscuros.

Como llega, se aleja,

se disuelve, se apaga suavemente,

y ese clamor espanta la belleza

que se sumerge en los copos

derrotados y mudos.

Todo cambia después de que tú llegues,

alimentes caminos y yo quede

en permanente asombro

sobre las alas de tu vuelo,

en las laderas de mi ser,

en el árbol señero de tu sombra.

 

 

JAVIER LOSTALÉ

 

  Javier Lostalé foto ANTONIO QUINTERO

 

 

 

EXISTIR

 

Sé que existo por ti,

que más me alzas

cuanto más me olvidas.

Sé que aunque no llegues

te escucho hasta ensordecer.

Cada uno de mis pasos

ha ido escribiendo tu vida

que entera es ya mi cicatriz.

Quiero ascender, ascender

hasta en tu vuelo respirarme.

No regresar de todo cuanto fui

en su paraíso imposible.

Amor: No seas

para que mi memoria te imagine

hasta ocupar tanto tu lugar

que la muerte sea vencida.

 (Inédito

 

 

ALFREDO PÉREZ ALENCART

 

 

Alfredo Pérez Alencart en un Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de José Amador Martín)

 

TALLER

 

Vi cosas

que no se ven

y me revestí

de lo justo,

 

amando en carne

y en espíritu,

 

cual señales

de lo que aconteció

en mí.

 

Y más que

repetir palabras

las lijé,

 

como un humilde

carpintero

en su taller.

 

 

 

JOSÉ AMADOR MARTÍN

 

José Amador Martín (foto de Ángel Holgado)

 

Nos diremos todo al final de la guerra

cuando el tiempo pase, y las batallas de los cuerpos acaben,

cuando nos encuentre el día buscando las caricias perdidas

revolviendo los correos que tiempo nos dejó.

Al verte, esperaré ese encuentro,

tu sonrisa tranquila, y será el miedo un rumor,

cuando al acercarnos el espacio se nos haga pequeño

y grande el horizonte de nuestro amanecer.

siempre estuvimos juntos, quiero que lo sepas,

siempre me ha pesado tu ausencia,

y cuando tenga ese instante contigo,

te veré y te diré lo mucho que te sueño.

Que te abrí mi alma, cada día en silencio

y que guardo en mis manos esta esperanza de ti.

Aunque pasen los días y el universo sea un lugar lejano

Quiero verte de nuevo cuando acabe la guerra,

como la primea vez mientras los días se vuelven como rosas

y con sus espinas se aman, como, yo, sólo a ti.

Después de ese reencuentro que ha de venir

vayamos donde vayamos, estarás conmigo

porque para mí eres tú…

siempre hay un beso para quitar el mal sabor,

porque siempre habrá un después para cambiarlo todo…

y siempre estaremos tú y yo.

Encendamos una luz al final de esta guerra,

porque pasará este tiempo

y encontraremos las caricias perdidas78

el roce de los labios,

en el tibio beso que hizo nuestro este sitio

donde todo recomienza a partir de ese día.

 

 

YOLANDA IZARD

 

Yolanda Izard, Jacqueline Alencar, Marian de Vicente, Carlos Aganzo y Annie Altamirano en el Colegio Fonseca,

durante un Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

LA ÚLTIMA VISITA

 

He subido a lo alto de la colina

para ver a mi padre.

Allí estaba, sentado sobre una piedra

tal y como lo recordaba,

elegante y poderoso

pero como nunca sosegado.

−Vienes de la oscuridad, me dijo.

 

Nunca entendí su fascinante complejidad.

Su ojo derecho mirándome con protectora ternura,

el izquierdo alojando tempestades.

−He venido, padre mío, para verte.

−De la oscuridad, repitió.

 

Yo quería que me estrechara en sus brazos.

El viento ondeaba sus cabellos grises,

el viento ondeaba mis grises cabellos.

Pero allí todo era simple: el planear de un milano,

las diminutas margaritas blancas

con su ombligo amarillo,

el hilo de agua que descendía

salmodiando notas azules.

Puso su mano sobre mi hombro.

Abajo, más allá de la nieve,

sombras inquietantes envolvían mi casa,

pero alrededor de mi padre

solo había destellos

del color del ámbar silencioso

 

 

ISABEL BERNARDO FERNÁNDEZ

 

 

 

Se ha quemado el tiempo bajo las nubes

que esquivaban las palomas.

A mi alrededor las zarzas ardientes.

A mi alrededor las horas vacías.

A mi alrededor sombras desbordadas y silencios constreñidos.

La nada sólo necesita una pequeña grieta

Para ensancharse en el aire.

Todo lo demás reclama una avianta de alba

Hacia lo más desvanecido de la Luz

 

JOSÉ ALFREDO PÉREZ ALENCAR

 

 

José Alfredo Pérez Alencar en un Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de José Amador Martín)

 

AQUELLA VENTANA EN LA QUE SOMOS UNO

(Con el abuelo)

 

Tu miraba la sentía, vibraba en mí,

enardecida por el invierno,

abriendo un abanico de posibilidades

rehechas en el ocaso de las horas inexactas.

 

Tu mirada la palpé en el subconsciente,

como si descubriera el virginal aroma

del amor adolescente.

Es algo fulgurante que sólo yo siento.

 

Por eso recojo los papeles, Alfredo Troncoso,

esos papeles en los que pretendo hallar el paroxismo

de esta sobrevenida nostalgia.

 

En tu ausencia me escudo en elucubraciones

y soy partícipe de tu incandescente deseo,

que resuena en mí como una atemporalidad

de la que no puedo ni deseo escapar.

 

En la surgida lejanía te observé, lo recuerdo,

mientras tu silueta se diluía

en la distancia insalvable de un océano

y durante el interludio que nunca acordamos.

 

Nos despedimos sin un reconfortante abrazo.

cada uno a su manera,

cada uno en su momento.

Era más fácil así.

 

No nos agarramos la mano

porque lo perpetuo no se alimenta de rituales.

 

El vaticinio,

que con una simple mirada me dabas,

no fue instantáneo.

Me diste regocijo en el silencio.

Alfredo Pérez Troncoso, dibujo de Miguel Elías

 

Hago una catarsis de los momentos que nos faltaron.

En esas ocasiones escribía a las telarañas,

aquellas que recogen el polvo

de mis pensamientos pasajeros:

tú estabas arraigado en mi esencia.

 

Nunca desdeñé el aliciente de una mente apresurada,

pues es testigo del despertar tardío

en un paraje hastiado por las cicatrices,

donde todo se presenta como nuevo.

 

Olvidé el sosiego de una enseñanza

que forjaste con la resonancia de tus pasos.

Mientras, yo embelesaba a mi juventud,

aquella que me otorgaste,

con los espasmos de la inconsciencia.

 

Déjame decirte que acaricio aquellos momentos

como si fueran mariposas.

Escapo de las desavenencias,

pues sólo son pasado.

 

Te hago partícipe del todo

cuando ya eres un recuerdo insoslayable,

pero te siento presente, abuelo.

 

Vives y mueres en mí,

somos el éxtasis del sentimiento.

Ya no estás, me repito años después,

pero yo, tendido en el alféizar de lo inmaterial,

resurjo en tus ideas.

Ya nunca más te llamaré por tu nombre,

abuelo.

 

Ahora los halagos anónimos se topan con mi puerta

y sólo dejo entrar a la asonancia.

 

Mientras, tú respiras conmigo

en aquella ventana en la que somos uno.

 

 

 

Araceli Sagüillo, Andrés Quintanilla Buey y Francisco Brines, en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos de 2004

 

 

 

 

 

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