Versos en el colegio Santísima Trinidad de Salamanca. XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

Ñaupari, Cortés, Benedetti, Sánchez Terrones y Bonilla en el Fonseca, de salida al acto en las Trinitarias

(foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar textos e imágenes de la visita de cinco poetas del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos al Colegio Santísima Trinidad, el cual se acaba de sumar al empeño que tiene el poeta A. P. Alencart, director de los encuentros, por difundir la poesía en los colegios salmantinos. Esta labor comenzó en la XVI edición, cuando el Instituto Fray Luis de León abrió su biblioteca para recibir a los poetas. El año pasado, en la edición XXI, se incorporó el Colegio Maestro Ávila. Y el pasado 15 de octubre, las Trinitarias celebraron un recital en su Salón de Actos de Peña de Francia.

 

El profesor Torijano presentando a los poetas invitados

 

 

Bajo el rótulo ‘Poetas de España y América’, allí leyeron los poetas Carlos Bonilla (Costa Rica), Héctor Ñaupari (Perú), Giovanna Benedetti (Panamá) y David Cortés Cabán (Puerto Rico). El poeta español José Manuel Suárez no pudo asistir por problemas de última hora, pero sus versos fueron leídos por el rapsoda salmantino José María Sánchez Terrones. Tras la lectura de tres textos de cada uno, los alumnos hicieron preguntas y se generó un fértil conversatorio donde los poetas comentaron sus propias experiencias creativas. Más tarde, ya en la comida en el Colegio Fonseca, los mismos me expresaron su contento por esta experiencia y su agradecimiento por la acogida recibida en dicho Colegio. Desde la coordinación de los encuentros se agradece a la dirección del centro y al profesor José Andrés Torijano Pérez, quien se encargó de coordinar el acto.

 

David Cortés Cabán

 

 

EL EXILIADO

(David Cortés Cabán)

 

Uno regresa

y el día exige otro paisaje.

Uno se aleja

o permanece cerca del comienzo

y al final descubre el color

que se derrama

sobre la esfera luminosa

para que acontezca

lo que iba acontecer

y acontece para que vivas

la imagen

detrás de los cristales

como

el que se recuesta sobre un sofá

y espera a la mujer que soñó

en tiempos de exilio

en tiempos la soledad.

 

Carlos Bonilla

 

 

 

NO SÉ DÓNDE COMIENZA EL MUNDO

(Carlos Bonilla)

 

 

No sé dónde comienza el mundo

y acaba la mirada.

 

Arrastro la feliz angustia

de confundir la piedra con la sangre.

 

Amo esta luz,

la escucho sin barreras,

filtrándose a pesar de tanta herida,

cantando en las bodegas interiores.

 

Claridad de las cosas, habitándome.

 

 

Giovvana Benedetti

 

 

 

PABELLÓN DE LA ROSA

(Giovvana Benedetti)

 

Detrás de todo resplandor está la rosa.

En una sombra fugaz, también lo está.

Moviéndose silenciosa, en la nostalgia, está la rosa.

y está en el fondo del mar y en las promesas.

 

Hay una rosa invisible dando la vuelta al viento

y una rosa atrevida por cada robo de un beso.

Hay una rosa desnuda, en la noche, bailando.

y una nube de rosas, cuando cae el aguacero.

 

Una rosa es ya cristal si la traen los recuerdos

pero es rosa primordial cuando se pinta al lienzo.

Nadie olvide que el arte es una fuerza de rosas

y que no hay rosa imposible cuando nace un poema.

 

Toda selva en lo profundo es un santuario de rosas

y se habla de una cierta rosa que dejaría caer la luna.

Rosas habrá siempre bajo un balcón que espera

y no han de faltarle rosas a aquéllos que nos dejan.

 

Hay rosas callejeras, primordiales, infinitas

(o rosas abismales, como esa de la guerra).

Hay rosas que son números y rosas que son letras

¡y es que la rosa es la rosa …aunque parezca otra cosa!

 

 

 

El Rapsoda José María Sánchez Terrones que leyó los versos de José Manuel Suárez

 

 

 

PUNTOS DE SUTURA

(José Manuel Suárez)

 

 

Tu corazón es bueno y mira al mío,

que un disparo ha abatido en pleno vuelo.

Después de haber caído contra el suelo

me da respiración –yo me confío.

 

Con agua que recoges de aquel río,

mi sed estás saciando con desvelo.

Arropado en tus alas me consuelo

–me dan calor en pavimento frío.

 

Una cura de urgencias aquí abajo,

para intentar volver hasta allá arriba.

El aire de tu vuelo lo señala.

 

Te tengo a ti para coserme el tajo

–tu corazón es bueno en mi hora mala–,

herido de este abril a la deriva.

 

 

Héctor Ñaupari

 

 

CERVANTES EN LIMA

(Héctor Ñaupari)

 

 

Un día de niebla metálica y melancólica

llegó Miguel de Cervantes a Lima, para no regresar jamás.

 

Y alcanzó el puerto amurallado de El Callao, invadido de corsarios y escombros,

sin un duro, a punto de quedarle inmovilizada la otra mano por los acreedores

y con la imaginación, amante caprichosa e histérica como la muerte,

soplándole en la nuca.

 

Atravesó los sembríos que siglos más tarde quedarían cercados

De barrancones y sicarios,

los imaginó ejércitos de moros que combatiría con ardor su

caballero enloquecido y de triste figura.

 

Lo cogió un temblor que lo hizo enmudecer de miedo. Un gigante

ha pisado fuerte, evocó, Arcángel San Miguel, protégeme

de este huracanar de la tierra, dijo, santiguándose.

 

Acercándose a los extramuros vio a las mozas entrar y las vislumbró

Dulcineas, damas imaginadas y sin diálogos de sus novelas,

invento de su inventado personaje, sin que sus lectores

conozcamos nunca el color de su cabello, el verdadero rojo

de su boca, la profundidad de sus ojos.

 

Llegó al damero que pizarristas y almagristas tintaron de sangre.

Buscó una taberna donde beber lo de Castilla, leer un poema, un cuento,

o promover un entremés.

 

Y un tercio que le admiraba por su bravura en Lepanto lo llevó

a un lugar que quinientos años después sería conocido como El Cordano.

 

Concolcorvo, Felipe Santiago Salaverry, Ricardo Palma, Abelardo

Gamarra el Tunante, César Vallejo, Martín Adán y Antonio

Cisneros, entre otros fantasmas del futuro, le esperaban.

 

Y todos le pidieron leyeran la novela de su héroe.

 

Y el Príncipe de los Ingenios empezó: «En un lugar de La Mancha,

de cuyo nombre no quiero acordarme».

 

Y entonces, despertó, para recitar:

 

Puesto ya el pie en el estribo,

con ansias de la muerte,

gran señor, esta te escribo.

 

 

 

 

Cortés, Ñaupari, Benedetti, Bonilla y Sánchez Terrones-001

 

 

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