POEMAS DE JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA. XIX ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 

 

 

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José Luis García Herrera, por Miguel Elías

Crear en Salamanca anticipa algunos de los poemas que en Salamanca leerá José Luis García Herrera (Esplugues de Llobregat – Barcelona, España), 1964. Poeta, narrador y crítico literario. Fundador de los premios literarios “Ciutat de Sant Andreu de la Barca”. Ha publicado 24 libros de poesía. A destacar: Lágrimas de rojo niebla (Premio Villa de Martorell, 1989), La ciudad del agua, Los caballos de la mar no tienen alas (Premio Villa de Benasque, 1999), El guardián de los espejos, Las huellas del viento, Mar de Praga (Premio Blas de Otero, 2004), La huella escrita (Premio Mariano Roldán, 2007), Las huellas en el laberinto, Cuaderno de Britania (Premio Juan Alcaide, 2010), Hielo, El lento abandono de la luz en la sombra, La luz del frío y Mares de Hierba (Premio Miguel de Cervantes en Armilla, 2015). En narrativa ha sido finalista de los premios “Villa de Torrecampo” y “Tierra de Monegros”. Ganador del premio “Villa de San Esteban de Gormaz”.

 

 

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Don Quijote y Sancho, de Miguel Elías

 

 

 

ESCRITO EN LOS CAMINOS

En homenaje a Don Miguel de Cervantes

 

Está escrito

que los polvorientos caminos de la locura

conducen a los frondosos valles de la razón.

Y también quedó escrito en un libro inmortal,

por la mano docta de un avezado escritor,

que por esos caminos, contra toda ley terrena,

dos almas cruzaron las fronteras de la leyenda

para instalarse en la región insondable del corazón.

 

Por los caminos venturosos de la eternidad

cabalgan Don Quijote y Sancho Panza,

héroes de todas las derrotas, inocentes villanos

que cargaron a su espalda las chanzas y tragedias

reflejadas en el espejo opaco de todos los vicios

y en las escasas virtudes que atesora la humanidad.

 

Aprendieron, más a base de golpes que de letras,

que la fe mueve montañas, que la sabiduría

se adquiere sumándole experiencia, que la vida

es la búsqueda de la verdad, de la belleza,

de los sueños antiguos que fueron promesa

y serán realidad cuando miremos hacia atrás.

 

Caballeros de honor y capitanes de nobleza

elevaron hasta el cielo la palabra amistad,

nos enseñaron, con alma de gigante o galeote,

que para alcanzar la libertad sólo hay un camino,

que todo hombre es a un tiempo Sancho y Quijote:

Señor de su razón, de su locura y su destino.

 

 

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Páramo, de Miguel Elías

 

SOBRE EL PÁRAMO AGRESTE

 

 

 

Escribo para no morir. Ese es mi oficio.

Unir palabras sobre una estepa blanca

donde no caben las mentiras y la verdad duele

aunque cure todas las heridas que no he visto.

Hablo contra el viento para escuchar

todo lo que he escrito antes de que el día

fallezca entre las fauces de la noche.

Son palabras que queman en la piel

los días vividos en el majal de la rutina,

en el apeadero de los sueños rotos

y en la cantina de las promesas incumplidas.

En los amaneceres de la nada escribo

para no morir, para saberme hombre

entre las calles que nadie recorre

llamándome con la voz de los milagros.

Escribo para quien, un día, quizá lejano,

encuentre entre mis versos un ápice de esa vida

que he ido dejando -gotas de sangre o tinta-

sobre el páramo agreste de todos mis silencios.

 

 

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Vuelo del pájaro, de Miguel Elías

 

 MIGRACIÓN

 

 

Migran las aves. El bosque

se viste de una extraña ausencia,

de un frío fantasmal. Sólo resuenan,

en el estrecho sendero hacia el río,

los pasos sobre ramas secas, heladas.

El viento sustituye el fragor de las aves.

Entona un cántico de ritmo cortante,

de golpes en las sienes, de sílabas

rozándose contra las hojas y las rocas.

Migra la vida, hibernan los sueños.

De regreso a la ciudad, al centro de la noche,

las farolas iluminan las calles borradas

que nadie recorre. En las ventanas

contemplo los rostros que me miran

desde las gradas de su encierro.

Migran las aves.

 

 

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Caminante y catedral

 

 

CATEDRAL DE NIDAROS

(Trondheim)

 

 

 

Para sellar el tiempo se eleva la piedra.

Para sellar el tiempo y el peso de la sangre.

Por encima del frío, de la ventisca,

del granizo y la sombra de la nieve.

Para honrar a la muerte, para temerla.

Piedra sobre piedra hasta tocar el cielo.

Entre la bruma del incienso se nombra

a quien no está, no estará y está presente.

En la fachada de la catedral cien estatuas

defienden la tumba de un rey, de un guerrero;

el sueño de la eternidad, la fe de los creyentes.

Luchando contra la espada del frío, o la ventisca,

o las balas del granizo o el mordisco de la nieve.

En sus corazones de piedra duerme el tiempo.

 

 

 

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Flor, de Miguel Elías

 

ACTA DE FE

 

No pretendo ir más allá de donde he venido.

Que sean otros quienes jueguen su fortuna

en saltos de acrobacia y búsquedas sin norte

en el amplio claustro de las huellas lejanas.

Sólo sé que anhelo conocerme a mí mismo

desde los roquedales de la soledad y desde el mar

que tiñe de azul la sal de mis palabras.

Quede la eternidad en el mármol rojo de la ira

y en la placa oxidada de la envidia. No deseo

beberme la pócima secreta de la inmortalidad

ni dejar en mis versos el perfume agreste

que despliegan las hierbas en el camposanto.

Al fin, soy nada más que alma en pena

con tiempo hipotecado, deudor de un amor de mujer

que no merezco, afortunado aprendiz de poeta

que halló felicidad haciendo lo que más quería:

amar y ser amado,

y escribir.

 

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 Puente sobre el Arno, de Miguel Elías

 

 

 

PONTE SISTO

 

                    Agua de Roma para mis insomnios.

                                            Rafael Alberti

 

 

Al otro lado del puente nos esperan.

Siempre, al otro lado. Alguien, no sé, que nos mira.

En ocasiones desearíamos estar en las dos orillas,

contemplar nuestra historia desde el balcón del ayer,

desde el desfiladero del mañana. Vernos

con otros ojos, con la mirada que nos contempla,

alejándonos hacia la ribera contraria de este río.

En mitad del puente, apoyados en la barandilla,

con el rumor lento del agua

discurriendo hacia su fin, hacia el mar,

adivinamos la vida que queda a nuestra espalda,

con el fondo musical de la memoria,

con la luz tenue de las horas compartidas,

de las huellas selladas sobre las piedras romas…

Más allá se abre un silencio frío, incómodo,

de madrugada despeinada y cruda.

Alguien, no sé, nos espera. Allí,

donde el puente termina y empieza la noche.

Como sombras del viento, desaparecemos.

Como el viento cruzamos el puente,

caminamos por Roma.

 

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 Collage, de Miguel Elías

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