HÉCTOR ÑAUPARI (PERÚ). XXIII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 

 

Hector Ñaupari en el balcón del Ayuntamiento de Salamanca

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción  de publicar estos poemas de Héctor Ñaupari (Lima, 1972), poeta, ensayista, abogado, conferencista internacional y profesor universitario, con estudios superiores y de maestría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y de doctorado en la Universidad de Salamanca (España). Es autor de los libros de poesía En los sótanos del crepúsculo, Rosa de los vientos, Malévola tu ausencia y La boca de la sombra, libro este último que reúne toda su poesía. Poemas suyos han sido seleccionados en breves antologías individuales tituladas Incendio que me envuelve, Toda rama es aire y Salammbo. Publicó los libros de ensayos Páginas libertarias, Libertad para todos, Sentido liberal, Liberalismo es libertad y Por esta libertad. Ha compilado los libros de ensayos Políticas liberales exitosas 2, La nueva senda de la libertad, y Borges, Paz, Vargas Llosa: literatura y libertad en Latinoamérica. Es coautor de las antologías literarias peruanas Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002 y La hoguera desencadenada, antología poética del Movimiento Cultural Neón 1990–2015.

 

Mundo Aquí (Pintura de portada realizada por Miguel Elías)

 

 

Estos poemas serán leídos durante el XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, organizado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y que se celebrará en Salamanca del 14 al 20 de octubre de 2020, dedicado a José María Gabriel y Galán. Habrá actos presenciales y virtuales. La lectura del poeta peruano será en una sesión online y saldrán publicados en la segunda antología del encuentro, titulada “Mundo Aquí”, también coordinada por el poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, director de estos encuentros desde su primera edición.

 

 

Popescu, Alencart, el alcalde de Salamanca Carlos García Carbayo, Salvado, Colinas Ñaupari y Arcanjo (foto de J. Alencar)

XXII[1]

 

 

 

Yo soy el ciego que perdió la naturaleza del agua

y la devastó en las fisuras del mundo, condenando a los humanos al eterno desierto.

 

Es el último día del equinoccio mientras atisbo en mi cráneo entristecido,

la llegada de la pálida arena.

 

En torno a una quebrada rama, cuajada de tiernos gusanos,

brota con furia de marino

la cuerda que asimila mi garganta.

 

Oh dulce capitán de las flechas sumergidas

hacia los tendones de las olas navego

sobre mi propio cuerpo como barca.

 

Portada de Malévola tu ausencia, en el Colegio Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

OFRENDA[2]

 

 

 

Has prevalecido entre mis frágiles días como ese mausoleo que venciera al tiempo en cada uno de sus límites.

 

He de recompensar tu persistencia con dos lámparas para ofrendarte:

 

en una he recogido la ventisca intacta de las selvas

 

y en otra he robado el cierzo melancólico del norte,

 

ese que siempre me pediste.

 

También traigo desde mi acantilado corazón dalias y antorchas

 

dátiles y azucenas,

 

y una implacable promesa:

 

permanecer siempre en ti entre las ruinas de la capital que quisimos

 

para nosotros

 

y que no desaparecieron.

 

¿Qué dirás entonces?

 

¿Me mostrarás acaso esa indefensa desnudez que protegía cuando soñabas con soldados y fantasmas?

 

Entonces veo tus vestidos deslizarse de ti

 

como el vino de una copa desbordada,

 

y en el deleite de tus pezones seducidos por esta boca mía que los profana, escondida e interminable

 

da comienzo

 

este amor inclemente y enardecido que es el nuestro.

 

 

 

PASIFAE[3]

 

Pero corta con ese relato,

oculta, calla tu sueño:

su llama que quema yo temo,

tengo miedo de saber tu secreto.

Aleksandr Pushkin, Apuro sediento tu tierno gemido.

 

 

 

Estoy advertido:

es tu sonrisa el ánfora placentera que se llena, toda de ti,

como la astuta niebla colma las flores y los árboles.

 

Las corolas de tus pezones

son el bálsamo que enciende mi fiebre en lugar de atenuarla.

 

Cuando sólo los soñaba, antes de encerrarme en el desvelo,

presa de un súbito temblor,

quería imaginarlos amargos para no desearlos tanto.

 

Pero, siendo un toro condenado al sacrificio,

y salvado por tus deseos,

despertaba vencido y más enamorado.

 

¡Ah! – me decía –

¡Si tus caricias invadieran hasta mis recuerdos!

¡Qué no daría porque tal ventura me sucediera!

 

Hoy que por fin me abandono en tus brazos,

desamparados yacen tus vestidos, broches y collares

lánguidos y vacíos – cómo nos limitaban –.

 

Ellos darán testimonio ante todas

que eres mi eterna creadora,

mi amanecer más delicado,

mi atardecer más bello,

como yo soy la fruta que codicias

la presa que te caza, Pasifae,

y así, agotados de acecharnos,

nos perseguiríamos como la brisa

que acosa al sol sin alcanzarlo.

 

Ahora, que en ti me voy de mí, te suplico:

desátame en la delicia de tus lirios montes,

de tus azucenas comisuras,

róbame de la garganta la respiración,

trenza en mi lomo tus cabellos

como las notas en una melodía arcana,

pues no hay placer más pleno que satisfacer

mi ansia de ti, ausente mía,

mi dolor más amado,

la mitad de mi alma.

 

Ñaupari en Lima

 

 

[1] En los sótanos del crepúsculo, Centro de Producción Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú, 1999. Página 53.

[2] Rosa de los vientos, Ediciones el Santo Oficio, Lima, Perú, 2006. Página 35.

[3] Malévola tu ausencia. Editorial Summa, Lima, Perú, 2019. Página 19.

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