EUGÉNIO DE ANDRADE: LA BLANCA LUZ INABARCABLE. ARTÍCULO DE JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS

 

 

1 Eugénio de Andrade por Emerenciano

Eugénio de Andrade por Emerenciano

 

Crear en Salamanca se complace publicar este comentario de José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957), doctor en Teoría de la Literatura y, hasta hace dos años, catedrático de literatura de instituto. Ha publicado más de treinta libros de poesía, desde sus inicios en 1982, entre otros, Ritual de los espejos (accésit del Premio Adonais), Material reservado (Premio Internacional Jaime Gil de Biedma), Celada de piedra (Premio Internacional de poesía san Juan de la Cruz), El color de la noche (Premio Ciudad de Salamanca) o El rostro de la niebla (Premio Valencia. Alfons el Magnánim). Ha reunido su poesía casi completa en el libro Tiempo y memoria en 2014. Ha realizado proyectos en libros con artistas plásticos como Agustín Ibarrola, Florencio Galindo, ángel Sardina, Albano o José Antonio Elvira. Sus poemas han sido traducidos al inglés, al italiano, al portugués, al bengalí y al árabe, entre otras lenguas.

Este texto apareció publicado el viernes 12 de abril en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla.

 

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La poesía portuguesa, esa gran desconocida, tal vez una de las poéticas más interesantes que podemos sentir y vivir en la intensidad que la palabra y la emoción, que la inteligencia y el lenguaje reafirman en su valor comunicativo, tiene en Eugénio de Andrade a uno de los fundamentales creadores del siglo XX, una de las obras con más peso y mayor originalidad.

 

La trayectoria de este escritor portugués, nacido en Póvoa, en la Beira Baixa, en la raya con la frontera española, con antepasados españoles por parte materna, y cercano a nuestra cultura y a nuestra poesía, desde el mundo clásico hasta la Generación del 27, manteniendo con algunos de sus miembros no solo relaciones literarias sino personales y epistolares, habiendo traducido a Lorca, visitado en Madrid a Vicente Aleixandre y mantenido con Luis Cernuda un intercambio epistolar, su trayectoria conoce un punto de inflexión con la lectura de las rimas de Bécquer, como también le aconteció al poeta sevillano.

 

Desde sus primeros poemas hasta el final de su inmenso camino poético pleno de libros y de miradas, cuajado de luces y de reflexiones intensas, su obra fue reafirmándose, creciendo, alcanzando cimas de belleza y hondura, de sutil entramado de verdadero poeta, encendiéndose en una voz reconocible en cada poema, creciendo en cada libro, ascendiendo en todos los momentos de su creación literaria.

 

Su poética se funde con la tierra, con el paisaje luminoso donde el sol, la claridad, el verano y el blanco configuran toda una cosmovisión, donde el amor y la experiencia interior se dan la mano, complementándose, adquiriendo cumbres y alcanzando cimas.

 Materia solar se denomina uno de sus libros más emblemáticos, escrito en el año 1980, en un momento ya de madurez, que dará pié a toda una etapa en la que el poeta, ya autor de una escritura consolidada, camina hacia territorios de pureza formal, de intimidad sensorial, de sencillez y desnudamiento expresivo, alcanzando una voz lírica de enorme personalidad, obsesiva con la luz blanca y transparente del verano, tiempo primordial y espacio premonitorio de toda su existencia.

 

3 Eugénio de Andrade, por Artur Bual 1990

Eugénio de Andrade, por Artur Bual 1990

 

Acudimos al itinerario de la transparencia: “Este sol, no sé si ya lo he dicho,/ este sol es el mar entero / de mi infancia.” Y en efecto la infancia se trasmuta y se consolida en la necesidad incuestionable de la luz solar, de la blanca pesadumbre de lo absoluto recibido en la luminosa estela de la memoria del paraíso perdido, búsqueda constante, obsesiva relación con el tiempo, con la vida, con el amor, con el deseo y con la plenitud de lo poético.

 

  1. de Andrade es un poeta que se subordina a la constancia de la escritura, estableciendo con el poema una relación de cercanía que el lector percibe como una promesa de identidad verdadera, de consagración de la vivencia, de mimesis emocional y de constancia de todo lo que nos asiste con fulgor y con belleza: “Claro que los deseas, esos cuerpos/ donde el tiempo no ha hundido todavía/ sus cuernos-¿no es el deseo/ el amigo más íntimo del sol?”, clama el poeta, se interroga, nos pregunta y nos llena de ansias solares, de reclamos de consciencia y de gravitación de espumas, y se fundirá en poemas concéntricos que tienen al sol como eje emocional y plástico.

 

Unos de sus libros más intensos es “Blanco en lo blanco”, poemario de insistencias (como lo es toda su obra, como lo es la sucesión de sus poemas):” Los primeros días de la amistad/ llevan siempre a la gloriosa locura del verano…” y camina en la memoria del tiempo del estío con toda una milagrosa sucesión del tiempo, del vivir en la luz, del sometimiento del tránsito del calor en la piel de los días. Poesía plagada de dunas, soles, playas en candente sosiego, sensoriales instantes subyugados de placeres ocultos, misterio y gravitación del hombre frente al ser primigenio de la infancia, y el amor que colapsa las horas y germina los cuerpos, que invade y llena cada espacio, que en sucesivos tiempos del calor y la claridad va trenzando la vivencia en un solo racimo de pasión y de ímpetus renovados.

 

La presencia del invierno, por contraposición, por una polarizada intransigencia de las cosas “es invierno, las manos apenas pueden/ con los dedos,/ el nombre que me trae el viento son/ cuatro sílabas de nieve.” No es una poesía para el helador anhelo de la muerte, para el pesar de lo invisible que el frío del invierno transforma en silencio. Su poesía es la necesidad de sobrevivir, el existencial secreto de la materia de la vida, pero que guarda, como un poso oculto, todo un afilado cuchillo de desesperanza y de anhelo atravesando los cuerpos.

 

La poesía de Eugénio de Andrade es un campo verdecido por soleadas mañanas de fruta madura. Es un espacio que no nos atrevemos a atravesar en soledad, sin nadie que acompañe tus miradas y tus palabras. La poesía desnuda, mínima, propia de los grandes poetas, de los que en verdad necesitan ir quitando, borrando, dejando la esencial palabra dibujada en el mapa de las emociones.

 

4 Eugénio de Andrade, por Jose Rodrigues 1998

Eugénio de Andrade, por Jose Rodrigues

 

Cuando leemos un texto del poeta portugués nos estamos acostumbrando a una estética de la mínima exactitud, como la línea de un pintor en un inmenso lienzo blanco :”otra vez las manos, dios mío, las manos,/ la porosa morada del verano,/ el vaso de agua fresca como hoja/ del álamo,/ el golpe de amarillo/ partiendo los troncos del silencio.” No se pueden decir más emociones con menos palabras, la tensión expresiva se dilata y nos comunica un extraño pájaro de luz, un vuelo secreto y dulce y una transformación de la realidad subjetiva con magisterio y con el dominio de un hombre seguro de sus dudas.

 

La vida del poeta se irá cubriendo de libros que llenan todo su universo renovador y múltiple, construyendo la voz más necesaria de la poesía última de la historia de la creación poética. En Oporto seguirá reformulando su existencia, sus obsesiones, sus temas, sus palabras. La muerte de su madre dejará en su vivir un hueco irremplazable que dará el fruto de alguno de los poemas más bellos de su obra. Sirva como ejemplo:

 

Casa en la lluvia

La lluvia, otra vez la lluvia sobre los olivos.

No sé por qué ha vuelto esta tarde

si mi madre ya se ha ido,

ya no viene al balcón para verla caer,

ya no levanta los ojos de la costura

para preguntar: ¿Oyes?

Oigo madre, es otra vez la lluvia,

la lluvia sobre tu rostro.

 

Cuando la poesía se hace necesidad expresiva, cárcel de luz, milagro de tersura sobre la que se tambalean los recuerdos y se nutre la experiencia hasta fortalecerla, entonces, solo entonces, el poeta ha alcanzado la cima de la blanca luz inabarcable.                

 

                      5 Eugénio de Andrade, por Jorge Pinheiro 2000 Eugénio de Andrade, por Jorge Pinheiro 2000

 

6 José maría Muñoz Quirós en el Aula Unamuno (foto de José Amador Martín)

José maría Muñoz Quirós en el Aula Unamuno (foto de José Amador Martín)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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