UNA INTERPRETACIÓN POÉTICA DE KANDINSKY: RESEÑA A UN LIBRO DE CRUZ-VILLALOBOS

 

Luis Cruz-Villalobos, la portada del libro y Víctor Ilich

 

Crear en Salamanca se complace en presentar una nueva reseña, realizada por el poeta y juez chileno Víctor Ilich, que explora íntima y brevemente la conexión entre la obra pictórica de Kandinsky y la interpretación poética de Luis Cruz-Villalobos en su libro Kandinsky 30: pictopoesía (NoteBook Poiesis, 2013). Aunque Kandinsky negaba buscar revelar secretos en su pintura, Cruz-Villalobos propone una clave interpretativa para la obra Treinta del pintor ruso, que recorre la vida desde el nacimiento hasta la resurrección, evocando una hermenéutica basada en la esperanza cristiana.

 

Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978) es abogado, juez de garantía y autor de más de una docena de obras literarias. Destacan Infrarrojo, Réquiem para un hombre vivo, El silencio de los jueces y Cada día tiene su afán. Ha incursionado en poesía, ensayo y podcasts, abordando temas como la libertad de expresión y el compromiso social. En 2023 ganó el premio Vicente Bianchi por la canción El silencio de la luz.

 

Por su parte, el autor de Kandinsky 30: pictopoesía, Luis Cruz-Villalobos (Santiago de Chile, 1976) es poeta, editor, psicoterapeuta y académico chileno. Doctor en filosofía por la Vrije Universiteit Amsterdam, que ha publicado más de 60 obras, incluyendo poesía y ensayos, como Poesía Teológica, Hombre lleno de flores, Melodías Orientales, Diccionario Poético de Psiquiatría, Trauma y Esperanza, Keys of Posttraumatic Coping y Psicología del Perdón. Parte de su trabajo literario ha sido traducido a más de 10 idiomas y ha recibido reconocimiento internacional, incluyendo el título de Doctor Honoris Causa de la Academia Tomitana de Rumanía en 2024.

 

 

ESCLAVOS DE LAS FORMAS

 

“El contenido de la pintura es pintura. No es necesario descifrar nada: el contenido habla lleno de alegría sobre aquello por lo que vive una forma, por lo que es trascendental” (Becks-Malorny, 2003, p. 191). Esto lo declaró Kandinsky en una entrevista de 1937. Es más, pidió “que no crean que mi pintura pretende revelarles algún ‘secreto’”. Por esto llama la atención la sugerencia final de Luis Cruz-Villalobos en su obra poética Kandinsky 30, pictopoesía, que se sustenta en la obra del famoso pintor ruso Vasili Kandinsky, de 1937, titulada Treinta, compuesta por 30 casillas rectangulares con 30 dibujos distintos, en blanco y negro, intercambiando los fondos de dichos colores, evocando reminiscencias de los pictogramas chinos o de las casillas del ajedrez.

 

Nada es casualidad. Mejor dicho, no creo en la casualidad.

 

Al final del texto, Cruz-Villalobos da una clave interpretativa de relectura: la descripción del proceso de desarrollo de una vida desde su nacimiento hasta la resurrección.  En otras palabras, nos invita a un proceso de hermenéutica y fe. Es decir, de interpretación de un texto aportando contexto: la fe y no cualquier fe, sino aquella que habla de la resurrección. Ya lo dijo Saulo de Tarso: “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco el Cristo resucitó, y si el Cristo no resucitó, nuestra predicación es en vano, y vana es también su fe…” (1 Cor. 15:13-14).

 

Es inevitable hacer cuatro asociaciones imposibles de omitir: si bien hoy está alejado de cualquier cargo eclesiástico, el autor de los poemas fue presbítero docente en una iglesia cristiana de vertiente reformada; además, tiene antepasados chinos —su bisabuelo—; conoce la muerte desde el miedo más incisivo que todo padre evita: la pérdida de un hijo, y por último es psicólogo clínico de profesión, por tanto, las manchas del test de Rorschach —imagino— le evocan muchas cosas: algunas dignas de develar y otras más privadas, por ende, no resulta casual su reinterpretación del cuadro de Kandinsky y la clave interpretativa que propone.

 

Es así como es posible sostener que nosotros, cada uno de nosotros, somos el contexto de todo lo que percibimos, nuestro bagaje cultural, emocional, profesional, en definitiva: el bagaje vital es el filtro con el cual leemos y releemos al mundo y a los demás.

 

Y lo dije antes, y lo sostengo otra vez: no creo en las casualidades.

 

Kandinsky estudió Derecho. Por ende, no resulta extraño que quiera liberarse de las formas, en otras palabras, en un mundo como el jurídico donde imperan las formas, hace sentido el querer liberarse de ellas haciendo de la abstracción en su pintura, en todo caso, otra forma de canalizar su bagaje vital y necesidades. Somos esclavos de las formas: sean figurativas, interpretativas o abstractas. ¿Y quién nos podría liberar de aquello? Alguien podría afirmar que los hongos alucinógenos contribuyen a dicha libertad. Y en esa búsqueda de libertad las adicciones muestran sus cadenas.

 

La poesía de Cruz Villalobos tiene algo de melancolía, pero también de esperanza.

 

Kandisnsky perdió un hijo: Vsevdod.

 

Quién podría negar que la búsqueda de Cruz-Villalobos es la de quienes anhelan liberarse de las formas. Pero no nos equivoquemos, jamás abandonamos una forma sin adoptar otra. Ya sea la regeneración cristiana o la resurrección, siempre algo nos define: somos seres formales, respondemos a un diseño. Basta pensar en un átomo o en una célula. Nadie escapa al diseño.

 

Por consiguiente, que cada uno escoja el pictograma que más le acomoda, representa o al cual aspira, pero tenga claro que no hay nada secreto que no vaya a hacerse manifiesto. En definitiva, el contenido del ser humano es una madeja de hilos que en el mejor de los casos es posible desenredar, pero seguirán siendo hilos que alguien puede conocer, cuidar, cortar o manipular.

 

No pretendo revelar nada, todo está escrito, al menos lo necesario para poder leer a Cruz-Villalobos. Y si la vida imita al ajedrez, como sostuviera Kasparov, hay una alta probabilidad de ganar la partida que nos toca si leemos adecuadamente las claves interpretativas que nos dan. El que tenga oídos que escuche y el que tenga ojos que lea.

 

Víctor Ilich

San Vicente de Taguatagua, Chile

Primavera 2024

 

 

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