LOS VERSOS DEL CAMINO DE EDUARDO DALTER, MÁS ALLÁ DEL SUR. ENSAYO DE  JOSÉ PÉREZ

 

El poeta Eduardo Dalter

 

Crear en Salamanca  se complace en publicar este ensayo del poeta venezolano José Peérez, en torno a la obra poética del argentino Eduardo dalter (Buenos Aires, 1947), poeta e investigador cultural. Desde 1971, año en que editó su primer poemario, ha venido desarrollado un quehacer sostenido en los ámbitos poéticos. Importantes publicaciones de su país y de América han incluido en sus páginas poemas de su autoría: revista Crisis (Buenos Aires), Shantih magazine (Nueva York), Revista Nacional de Cultura (Caracas), y revista Casa de las Américas (La Habana), entre otras. Durante los años de la última dictadura militar de su país vivió en el Oriente venezolano y en la ciudad de Maracaibo, donde en 1982 se publicó uno de sus libros. Dio conferencias y participó de encuentros internacionales, y asimismo brindó numerosas lecturas; entre otras: en el Ginsberg Tribute, en el Central Park, Nueva York, y en la 26ª Feira do Livro, en Brasilia. En el año 2000 tuvo edición su trabajo de investigación Harlem: los blues de la historia, que incluye una selección poética. Por otra parte, en el lapso 1994-2002 dirigió en su ciudad la revista de poesía latinoamericana Cuaderno Carmín, de difusión continental. En la década pasada  preparó y ofreció diversos seminarios acerca de la poesía de América en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, entre otras instituciones. En 2013 dio charlas y lecturas en escuelas y en centros culturales de Italia y de Inglaterra, y en 2015 el Ministerio de Educación de su país publicó dos de sus libros. De sus obras se cuentan: Silbos (1986), Mareas (1997), Bocas baldías (2001), Canciones olvidadas (2006) y Dos cigarrillos para Eliot (2015), entre algunas otras. Reside al oeste de su ciudad natal.

 

 

 

 

LOS VERSOS DEL CAMINO

DE EDUARDO DALTER, MÁS ALLÁ DEL SUR

 

Algo hay en la cola del continente de América, algo en su lado más flaco y lejano, algo en su pico de océano y niebla; algo hay en su dedo de pirámide y encantamiento, que permite surgir la poesía y la narrativa genial; el verbo sin fin para el sentir y el contar, la creación rebelde y honda; llámese Vicente Huidobro o Pablo Neruda, Nicanor Parra o Juan Gelman, Leopoldo Castilla o Eduardo Dalter; César Vallejo o Pablo de Rohka, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, Mario Benedetti o Augusto Monterroso, Adolfo Bioy Cáseres o Gabriela Mistral, Susana Thénon o Alejandra Pizarnik más una larga lista de nombres relevantes; pasándose de un país a otro, como las brumas de la sierra y la cordillera, hasta la pampa y el desierto, el lugar del temblor y del río sobre las piedras, como si el destino les pidiera salir a la carrera hasta donde sueñan otros hombres del mundo; hacia donde esperan otros hombres para ser libres.

 

De ese misterio sin fin nace el poeta Eduardo Dalter.

 

De la Buenos Aires de 1947, que es el año en que se nos fue en un accidente del destino, nuestro gran escritor venezolano Rufino Blanco Fombona. Año también en que el tango se pasaba del Uruguay a la Argentina, o más exactamente a la inversa, para no alimentar polémicas; como una brisa suave, sobre el rumor de las plazas y los bares, donde la bohemia prendía velas y el amor sonaba sus campanas para despertar princesas ocultas. Por eso, en la juventud, la poesía se le hizo camino, la tomó de la mano, la lleva por la vida como una copa servida, la entrega, la comparte, la crea, la regala en el abrazo, la bendice en  la solidaridad; la hace su morada más preciada.

 

Eduardo Dalter es un poeta de oficio, de entrega, en inocultable matrimonio con su misterio.

 

Pudo su olfato y su sed hurgar en las teorías de la literatura, pero se decidió por tener un sombrero sobre sus manos para recibirla. Pudo beberla en las academias, pero la esperó en la lluvia. Su barrio sin duda le hizo mirar su primer libro, junto a los padres que trabajaban y los hijos que iban a la escuela, pasando junto a los otros hombres en armas y caras severas, porque la patria se metía en cintura de un general, de un coronel o de un teniente de montonera, mientras la poesía internamente le enseñaba a entender las injusticias de la humanidad, el rigor de la impiedad, la barbarie del crimen, el desconsuelo de la impunidad, el dolor de los barrotes para la libertad del alma.

 

Un día de cualquier otoño, de cualquier primavera, trashumante en Nueva York, se consigue unos versos, tal vez tristes, de una soñadora indomable de color llamada June Jordan (1936-2002), de avasallante impulso vital en su voz lírica antimperialista, de firmeza incuestionable en su decir rebelde, a quien invita a hablar en nuestro idioma español, con la cicatriz de aquellas desgarraduras comunes: Nada es más cruel/ que los soldados que/ ordenan/ a la viuda/ que esté agradecida/ de estar viva todavía.

 

Por eso, se adentró en lo profundo de aquellas calles oscuras u oscurecidas por la discriminación, y compila y ofrenda una obra extraordinaria, titulada Harlem: los blues de la historia (Ediciones del Nuevo Cántaro, Buenos Aires, 2010), en la que participa como traductor junto a Nidia Santa Cruz. Allí descubre para todos nosotros, extraordinarias voces de altísima calidad estética.

 

Otros misterios tiene también este continente llamado América, y es la necesidad perpetua de nombrarse, de buscarse en las brumas y tinieblas; tal vez porque el sol abunda, y la magia —la maravilla y la naturaleza convertidos en realismo mágico—, son bondad de Dioses; y porque no hay un por qué para descubrila del todo.

 

Esto lo digo porque me parece absolutamente improbable que un joven venezolano de 24 años de edad, llamado Luis Castro (1909-1933), hijo de madre pescadora y de padre pescador de Porlamar, isla de Margarita, poblado aledaño a la isla Cubagua, donde un misterioso evento de mar borró para siempre la colonial Ciudad de Nueva Cádiz en 1534 (la primigenia del sur del continente), por ser lugar de venta de esclavos negros africanos y de sumisión de nativos indios caribes guaiqueríes; de buzos de ostras y de hombres de guerra; preso en una carcel de Caracas por una rebelion estudiantil en 1928, bajo la dictadura del general Juan Vicente Gómez, en la que también participó el muy joven escritor Arturo Uslar Pietri y el novelista Rómulo Gallegos; escribiera, repito, Luis Castro, su célebre poema “Yo soy américa”, publicado en la revista válvula; y que años después, otro poeta de color, afrodescendiente, nativo del Harlem neoyorquino, llamado Langston Hughes (1902-1967) escribiera con ese mismo tono desgarrado “Yo también soy América”.

La única obra de Luis Castro, el poemario póstumo Garúa, salió a la luz en 1934 (Caracas, Editorial Élite), pero el poema “Yo soy América”, salió antes, en la revista vanguardista válvula, en 1928. El sentir valiente de Luis Castro, quien a la postre murió de paludismo y secuelas insuperables por las torturas en la cárcel, a tan temprana edad; tiene en ese poema la misma expresión que Eduardo Dalter consiguió en Langston Hughes.

 

          El largo poema “Yo soy América” de Luis Castro comienza así: Yo soy el indio,  blanco, el negro./ Yo;/ Yo soy América./ En su conjunto de caotismo/ la refundo toda. Cuando me conocí era arisco, /áspero; con la aspereza de las rocas y los cerros incultos. /Rebelde;/y en la tierra fueron pozos de sangre/ las marcas de mi huella”.

 

            El poema corto de  Langston Hughes se expresa así: Yo también canto, América.//Soy el hermano más oscuro./Ellos me mandan a comer a la cocina/Cuando vienen invitados./Pero yo me río/Y me alimento bien//Y crezco fuerte./Mañana/Me sentaré a la mesa/Cuando vengan invitados./Nadie se animará/A decirme/»Ve a comer a la cocina».//Entonces,/Ellos además verán qué hermoso soy/Y se sentirán avergonzados./Yo también soy América”.

 

            Ese tono en primera persona para reconocerse en la extrañeza, en el dolor, en el ser dolido y firme en su sentir, los une más allá del tiempo. Dolor del indio, de un lado, en el Sur de América; dolor del negro, en el otro, al Norte del Continente.

 

Ambos poetas, si se quiere contemporáneos, por cuanto Castro había nacido en 1909 —aunque vivió apenas 24 años—, y Langston Hughes nació en 1902 —aunque alcanzó los 65 de edad—, vivieron esa América dura, desgarrada y en extremo plagada de injusticias sociales, que ellos perciben en plena infancia, cuando la poesía ya les tendía la mano también; como se la tendió a Eduardo Dalter el rigor histórico del mundo militar en la Argentina de los años sesenta-setenta.

 

La poesía suele despertar del espíritu humano ocultas sombras y no pocos resplandores. Si bien esos años del `20 al `30 del siglo veinte supusieron sociedades cerradas y múltiples formas de vejar, de matar, discriminar, explotar, cercenar derechos humanos, coartar libertades, imponer el capital sobre el trabajo, las garras del poder sobre los derechos del hombre y la mujer; el mundo se advino en el nacimiento de grandes movimientos artísticos de las llamadas vanguardias europeas e hispanoamericanas, entre las cuales futurismo y cubismo, dadaísmo y surrealismo,  poesía negrista y poesía indigenista, poesía social y realismo social, o cualquiera otra de las “nuevas poesías” de la llamada modernidad, plantean no pocas búsquedas estéticas, y se da un signo de valoración en la sensibilidad de lectores y receptores de literatura para reconocerse en esas voces, porque en el fondo se plantean también temas de la identidad nacional y continental, y porque la poesía y la literatura jamás serán ajenas a las luchas de la justicia y de las libertades humanas. Podemos decir, de modo rasante algunos nombres, sin teorizar nada ni animar discusiones “generacionales”. Decir, por ejemplo, Rosamel del Valle, Huidobro, Neruda, Pablo de Rokha, Jaime Torres Bodet, Argüedes Vela, Macedonio Fernández, Jorge Zalamea, Martín Adán, Gilberto Owen, Xavier Villaurrutia, Isaac de Diego Padró y Nicolás Guillén, entre otros autores que abren ese compás visionario hispanoamericano.

 

Aunque José Carlos Mariátegui, de pensamiento marxista influyente desde la revista Amauta (1926-1930) sostuviera que el artista contemporáneo  (en general el artista de la década de 1920) llevaba el alma vacía, y que ese vacío se manifestaba también en su arte, tanto Luís Castro en su poema “Yo soy América”, con plena conciencia de su identidad mestiza, como Langston Hughes en “Yo también soy América”, permiten poner en duda aquella aseveración.

 

            Quienes hemos tenido por lecturas los temas sobre y desde el Caribe venezolano y antillano, hasta Cuba y más allá, desde Trinidad y Tobago para abajo; como navegantes de letras, adjurados por el oficio de la poesía y de la vida; hemos estado guarecidos en algún momento bajo la palabra y el signo de rebeldía y esclarecimiento de la identidad y la voz propia tanto de Aimé Césaire (1913-2008) como en Derek Walcott (1930-2017), sin dejar por fuera—por injusto e imperdonable— a V.S. Naipaul (1932-2018) ni a Joseph Brodsky (1940-1996); todos poetas del cielo hoy día, fulgurantes sus versos en el tiempo, notables sus ejemplos para la humanidad que lucha por sus derechos civiles; tanto como se pueda decir, con otros tonos y quizás parecidos sentimientos, de Martin Luther King (1929-1968), del Bob Marley (1945-1981) del rebelde y cadencioso raggae. Por supuesto, sin dejar de lado a Allen Ginsberg ni a Jack Kerouac, Neil Cassady ni a Herbert Huncke. ¿Acaso no hay que incluir a Lawrence Ferlinghetti? Sin dejar de mencionar el blues, el jazz, el soul, el bossa nova y todo eso. Sin dejar de mencionar tampoco los Miles Davis, los John Coltrane, los Duke Ellington, los Gil Evans, los Charles Mingus, los Billie Holiday ni los Joe Pass.

 

 

 

Adviértese en la poesía de Eduardo Dalter su profundo conocimiento del tema de las vanguardias literarias en Europa y América, porque sus desafíos formales en el poema y con el poema permiten afirmar esa necesidad de estudio en su decir. Sus textos descubren caminos, ensayan los pasos, experimentan y muestran con valor el riesgo de no parecer monódicos, monorrítmicos o monótonos. De ahí nace esa viveza, esa gracia y esa picardía que tanto nos divierte y encanta.

 

Su expresión creadora viene de un pasado lúcido que no se somete a escuela, tendencias ni orientaciones específicas, pero las pone en juego, las recrea, se mete en su espejo y las alborota. Esto convierte su poesía en grande hallazgo dentro de los mejores autores de poesía contemporánea en lengua castellana. Valga decir, de poeta mayor en el idioma de Cervantes y Andrés Bello. Y no lo digo en un sentido académico, lo digo en un sentido literal. De máxima sinceridad e ineludible justicia.

 

Su poema “Caracoles sobre la repisa” puede y debe verse como una obra de arte hecha en América por alguien que desde el pasado dice yo soy América, yo también soy América, y yo soy Eduardo Dalter; porque sólo así se puede comprender y sentir a plenitud el tema, el leiv motiv de esta extraordinaria poesía, gestada en el oriente de Venezuela, donde el calor abraza a más de cuarenta grados Celsius durante nueve o diez meses al año, y su gente bullera y alegre parece no dormir y bebe ron de roble —catalogado como el mejor del mundo—; come pescado salado y arepas de maíz; duermen casi desnudos y se olvidan del tiempo, ignoran la palabra estrés y con sacar la mano al cielo ya son dueños del sol, de las estrellas, de la luna; y cantan y viven en poesía perpetua; y sólo en contadas veces se dan cuenta de que son dueños absolutos del mar Caribe´; que para verse la cara y los dientes basta con mirarse fijamente en ese mar cristalino semejante a un espejo de agua dulce, donde aparecieron tantas vírgenes Marías extraviadas hacia otros territorios de la colonia, para palpitar en el corazón de niños, de hombres y mujeres (y viceversa) de manera perpetua.

 

 

CARACOLES SOBRE LA REPISA

 

 

Yo nunca jamás viví en Güiria ni pernocté en Irapa

ni conocí las remotas costas de Macuro,

aunque estas fotos desteñidas me desmientan.

Tampoco comí carne asada con yuca en los bordes

del Manzanares, en las noches tibias del Caribe,

aunque por años estuvieran sobre la repisa

tres extraños caracoles y una moneda que alguien

tomó por suya y se llevó. Tampoco regresé en la mañana

un día nublado de octubre o de noviembre: pareciera

en verdad que siempre estuve aquí, entre estas

ocho paredes, también desteñidas, mirando

cómo la vida imagina, alumbra y nos sopla

como a una hoja que el viento esconde finalmente

en algún paisaje donde nunca llega el sol.

 

Los poetas Eduardo Dalter y Ronaldo Cagiano, en un tren, en la terminal ferroviaria de Lisboa

 

Como Eduardo Dalter residió en Güiria, poblado costero venezolano, durante 1977 y 1978, sabe de moradores acostumbrados a tanto sol, cuando una nube hace de paraguas mágico, y ocurren milagros y revientan los misterios. Se vino, pues, a vivir a Venezuela escapando de la dictadura en Argentina en otra etapa de su juventud infinita, y más tarde su nombre se hizo vallenato y fuego de olimpiada en el 25º Festival Internacional de Poesía de Medellín de 2018. Y se hizo Eduardo Dalter de todas partes y siempre de su Argentina; y apareció igualmente Eduardo Dalter un día en las páginas de la revista www.crearensalamanca.com, de la mano del Alfredo Pérez Alencart, para que lo miráramos con absoluta libertad.

 

Me parece interesante que nos encontremos un poeta, un buen poeta, que lleve tantas tierras sobre su corazón y en su corazón. Es el caso de Eduardo Dalter y Leopoldo “Teuco” Castilla en la Argentina, de Ramón Palomares y Gustavo Pereira en Venezuela, de Alvaro Mutis y Jotamario Arbeláez en Colombia, de muchos otros en muchos sitios, para no alargar más las velas del barco.

 

Da igual que sean las tierras de Castilla o de la Grecia Antigua. Las tierras de los desiertos de Sherezade o de la Cuba de José Martí. De la tierra amplia de Walt Whitman o la dura tierra de César Vallejo. Del Paris de unos y de otros, del México de aquellos y de estos. Decir países es ocioso, es mejor decir tierras. Porque de eso, precisamente, sabe mucho nuestro poeta amigo Eduardo Dalter. Como quien, habitando dentro del sol, abre la puerta al mundo para recibir la amistad y brindar regocijo:

 

Dejá que entre la luz,

 

dejala que entre,

que se acomode,
que abra su valija;

no vayás a echarla;
dale de comer;

dejá que ande por la casa.

 

 

Ese regocijo de leerlo, descubrirlo y celebrarlo lo hallamos en cualquiera de sus libros: Aviso de empleo, 1971; Las espinas del pescado, 1973; En las señales terrestres, 1975; En la medida de tus fuerzas (Ediciones Cantaclaro, Maracaibo, 1982); Versus (1971-1984), Cuaderno flor (1983-1983), Estos vientos, 1984; Silbos, 1986; Hojas de sábila, 1992; Aguas vivas, 1993; Las costas del golfo (Ediciones Mucuglifo, Mérida, 1995); Mareas, 1997; N. Y. Postales para enviar a los amigos, 1999; Almendro de naufragio, 2000; Bocas baldías, 2001; Marcha de los desocupados, 2002; El mercado de la muerte, 2004; Macuro, 2005; Hojas de ruta (1984-2004), 2005; Canciones olvidadas (Editorial Recovecos, Córdoba, Argentina, 2006); 7 poemas, 2007; Cuatro momentos, 2009; Dos cigarrillos para Eliot, 2015; La hora de los zorros (2016). Y en soporte digital: 18 poemas, 2015, y 21 poemas – La hora de los zorros, 2016. Mención aparte merecen, en este corpus, insistimos, Harlem: los blues de la historia (Un siglo de poesía), Editorial Leviatán, 2014; y Viento Caribe  (Poesía de Guadalupe, Guayana, Martinica y Haití; selección e investigación en coautoría con María Renata Segura), Editorial Leviatán, 2014.

 

Bibliografía abundante y rica en sugerencias como para decirle a un chaval, vamos, buscáte un buen profesor de literatura en la facultad y pedíle que sea tu tutor, y dedicale una buena tesis de doctorado a este poeta argentino, americano y español, universal e inocultable, llamado Eduardo Dalter. Y después que terminés esa tarea me decís si vos estás arrepentido o feliz.

 

—No me adelantés la respuesta, por favor. Dejáme terminar este cigarrillo y este mate. Después vamos a por una cerveza.

 

Bretoniano o Dalilesco, cualquiera sea el odioso parentesco que a capricho queramos interponer entre lo genuino de su verbo y sus ocurrencias formales, su poesía dibuja ejercicios muy sabios, muy bien logrados, bien cincelados, para mantener despierta la atención, los sentidos, el ser. Veamos este poema de su libro La hora de los zorros, para advertirlo de una manera ingeniosa:

 

AL BORDE DEL CAMINO

ANTE TANTAS FÁBULAS
Sólo dos palabras: por favor

ANTE TANTA HISTORIA
Sólo dos palabras o ninguna

UN SILENCIO PROFUNDO
Que no deje dudas ni rendijas

HACER MEMORIA Y SILENCIO
Y llenarse los pulmones

TANTO CUESTA EL SUEÑO
Como volver a equivocarse

MIENTRAS BULLEN AL AIRE
Cantilenas tan incómodas

 

 

 

            Eduardo Dalter extraña del aire la premura de la vida, la efímera circunstancia del soplo. Lo vital se hace reclamo de sueños, compromiso de lucha, conciencia sensible para advertir caminos de bien y de amor. La humanidad es su destino y hacia ella apunta su esperanza. La enajenación y los círculos del caos le son impropios. Su voz reclama y entrega porque su verbo tiene de esas escuelas de la rebeldía soñada para batallar por la libertad, la solidaridad, el bienestar de las gentes, la paz, la tolerancia, el amor a la natura, contrapuesto a toda usura, a las mercancías de la explotación, al despojo y cuanto supone consumismo y depredación:

 

OH BELLO PAÍS SUPERMERCADO

              Nuestro desafío es ser el supermercado del mundo.

En el gran supermercado, que sueña nuestro bailador
y mandatario, ¿dónde estaría el sol y dónde la bandera?

¿Dónde la gente, el pueblo, con sus oleajes y tristezas?
¿Dónde la conciencia, la memoria, y dónde la obediencia?

¿En cuál góndola?; ¿entre las latas de arvejas y los
frascos de aceitunas?, ¿o entre los detergentes en oferta?

¿Y dónde los lastimados y los desaparecidos del siglo?;
¿en la ancha playa donde se reciben las mercaderías?

¿De dónde el aire para respirar y vivir todas las horas?
¿Por dónde saldría el sol?; ¿dónde finalmente se pondría?

Su contemplación adviene en viaje interior, donde lo menudo, animado e inanimado, toma sentido. Su ojo percibe movimientos inadvertidos de la cotidianidad y los muestra al espejo que nos llama a su reflejo. Muestra ese hombre que se consume en las rutinas del día, pero lo salva de sí mismo ante la intemperie y el azar. Algo en su fibra interior lo mueve a buscar ese mundo que siempre es ese mundo. El de todos los días y otra vez de todos los días y siempre de todos los días. Ad infinitum, ad perpetum.  

 

MERCADO

Cada vez que me despierto deseoso
      de poesía
espontánea, me voy con mi viejo
      Rimbaud
y mi Manzi al mercado, donde la
      gente
va, vuelve, mira la balanza y da las
      noticias
en voz alta. La oralidad, como
      antaño,
marca el tono, el afiebrado pulso
de la hora, sin interferencias, sin
      artificiosas
manzanas de plástico o de humo.
Alguien afirma algo con un gesto;
      alguien
mira el techo, las frentes tristes, las
      ofertas,
o balbucea cuatro palabras contra
      el frío.
Los ojos, entretanto, también hacen
      lo suyo
y a veces dicen más que dos voces
      en secreto.
La poesía va de boca en boca, de
      aire
en aire, desde antes de Khayyam
      y de Tu Fu,
como un río ancho de mil venas y
      mil voces
que murmuran, se arremolinan y
      se esfuman.

Como viajero, como poeta reencontrado con aquello que le fue ajeno en su niñez-adolescencia (“Nos hacían estudiar, recuerdo, versos berretas y almidonados de memoria para todo el fin de semana. Y en la secundaria, nos tuvieron encerrados en la narrativa del asturiano Palacio Valdés, que no había quien no saliera con la cabeza acalambrada”), Eduardo Dalter  es ya un poeta mayor de nuestra América y de nuestra lengua. Por eso lo encontramos en muchas revistas y muchos vuelos. Crisis de Buenos Aires, Shantih Magazine de Nueva York, Casa de las Américas de La Habana, Revista Nacional de Cultura de Caracas, Alero de la Universidad de Guatemala, entre otras; y se agradece haber creado y compartido con todos sus lectores aquella mítica revista Cuaderno Carmín (1994-2002), que fuera y es, su revista.

 

También lo encontramos en muchas publicaciones digitales, de esas que son nuevas formas de acercarnos en las distancias y las infinitudes: https://www.lexia.com.ar/. www.crearensalamanca.com, www.letralia.com, www.paginadepoesia.com.ar, entre otras.

Dalter en una calle de Lisboa

 

Para quien esto suscribe es especialmente significativo que el poeta Eduardo Dalter haya revelado en algún momento en una entrevista, que descubrió buena poesía y buena amistad en nuestras cálidas tierras venezolanas. Significativo que haya nombrado al “poética” Eduardo Sifontes y al poetazo Blas Perozo Naveda (el mismo del maracuchismo abierto y el desparpajo en Date por muerto que sois un hombre perdido, 1973), durante su estancia setentista en Venezuela. El mismo Eduardo Dalter de la amistad con Luis Alberto Crespo, Lubio Cardozo y Gustavo Pereira, poetas mayores de nuestro país. Y es que toda cercanía a su poesía nos adentra en la amistad de algún modo. Toda cercanía a su obra, todo encuentro con su palabra, nos alumbra y nos deslumbra, nos invita al camino y a su historia.

 

Gran investigador, estudioso y promotor de la literatura universal, nutre ese ejercicio dentro del oficio de la poesía, con su ejemplar ciudadana en la fraternidad, en el abrazo y en el gesto solidario. Y su poesía nos lleva de su mano hacia este encuentro.

 

LOS DÍAS EN QUE NADIE SABE NADA

 

Nadie puede asegurarse cuándo será el día de mañana,

si dentro de algunas horas o de un mes o acaso años,

nadie puede saber cuándo volverá a caminar

tranquilo o despreocupado o nervioso por las calles,

nadie sabe, nadie alcanza a entender,

si algún país, o algún amigo, perecerá mañana,

o si acaso se cayó o se partió hace unos días,

nadie sabe nada a ciencia cierta: ni cuál follaje,

cuál paisaje, o cuál oscuridad, tendrá el mes de mayo,

aunque algunos piensan y recuerdan a sus primos,

a sus tíos lejanos, o a la escuela en que aprendieron

cómo se multiplica, cómo se resta y cómo se divide, 

mientras, las calles siguen vacías, y las esperanzas

nadie alcanza a comprender si están vacías 

o llenas, o si de verdad existen en el hueco de esta hora,

hay una sensación de que todo se dispersa o queda

flotando, flotando, para nada o para nadie,

o como si dios muy cansado, o muy aturdido,

se hubiera mudado para siempre a otra galaxia…

 

                                            Buenos Aires, 1 de abril, 2020

 

No como despedida temprana, sino como invitación al viaje, cierro estas notas con una sentencia tuya, Eduardo Dalter, extraída de la entrevista que te realizara desde Medellín en 2015,  Rolando Revagliatti, porque sirve de síntesis y nos ayuda a conocerte: “en todas las culturas el hombre buscó y encontró los caminos al agua, los caminos al fuego y los caminos al conocimiento y la poesía”. Y en todos los caminos, los hombres que somos te buscamos en la poesía y en la infinitud. Por supuesto, en los abrazos.

 

Pariaguán, 2 de diciembre de 2020

 

El poeta y ensayista venezolano José Pérez

 

 

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