A. P. Alencart con el puente Romano y Salamanca de fondo (Foto de Martin Cilleros)
Crear en Salamanca se complace en recuperar esta valoración que Asunción Escribano Hernández escribiera en 2001, para la presentación del libro La voluntad enhechizada (Verbum, Madrid, 2001) del poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart. Escribano (Salamanca, 1964) es una destacada poeta, ensayista y catedrática de Lengua y Literatura Española en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca.
LA CIUDAD DE LAS PALABRAS
Pido al lector que me permita iniciar estas reflexiones sobre el último libro de poemas de Alfredo Pérez Alencart, “La voluntad enhechizada”, fijándome en su final. Porque cuando uno ha concluido el libro, y se halla ante el colofón en el que alude a la elaboración material del libro en la imprenta Kadmos, y se nombra –como anteriormente se ha hecho tantas y tantas veces a lo largo del libro, con todos aquellos a los que ama el poeta– a sus artífices, lo que se está haciendo es resumir, para concluir, lo que venimos leyendo y sintiendo a lo largo de sus páginas: que el color dorado de Salamanca es el de la sonrisa de sus gentes, a las que el poeta agradece su haber estado y su estar, aun hoy, ayudando a olvidar “múltiples crucifixiones”. Incapaz de escribir un verso sin pensar en alguien, la poesía de Alfredo Pérez Alencart está hecha de los retazos de sus placeres y sus días, hilando lo dulce y evitando lo agrio.
Alfredo Pérez Alencart ha hecho de la poesía un territorio que trasciende el mundo solidario desarrollado ya en su vocación profesional. Es un hombre cuya vocación le impele a unir voluntades, a sumar y no restar, a multiplicar y no dividir los esfuerzos por hacer de la vida cultural en nuestra pequeña Salamanca un fruto preciado para todos. Sin duda alguna es éste un motivo suficiente por el que el poeta ya se ha ganado lo que él mismo reclama para Girolano de Sommaia: “Concedámosle un trozo de cielo/ y ningún olvido”. El ha hecho del cielo de Salamanca una jaima bajo la que pueda reposar todo aquél que se preocupe por la poesía y la cultura en general, un resguardo bajo el que todo el que llegue a orillas del Tormes pueda descansar. Como su forma de ser, la sencillez se ha instaurado en sus poemas para siempre.
“El perímetro donde me levanto”, auténtico eje vertebrador de la obra, y su mascarón de proa, es a la vez la parte más tumultuosa de “La voluntad enhechizada”. Es al tiempo un homenaje a la Salamanca eterna y una salva de agradecimientos a aquellos de sus habitantes que el poeta trató en ella, ya fuera con la boca del presente o los ojos del pasado. Desde sus primeros versos del poema inicial “Llegada”, dedicado a su hijo (obsérvese esta consciente circularidad cronológica que se cierra con el último poema del libro, también dedicado a José Alfredo), el poeta encara ya la nueva vida que se abre ante él en el nuevo mundo al que se incorpora en Salamanca: “Abro los ojos/ y desamarro los límites/ a dos mundos que comienzan/ en el lugar exacto de la ausencia”.
Portada de La voluntad enchizada, ilustrada por Luis Cabrera
Se trata de unas palabras que nos recuerdan, aunque muy diferentes, aquellas otras que el escritor Vintila Horia pusiera en boca del también poeta Ovidio a su llegada a la ciudad de Tomis, junto al Mar Negro, tras ser desterrado de Roma por Augusto: “Cierro los ojos para vivir. También para matar”. Lo que en la novela de Horia, “Dios ha nacido en el exilio”, era odio y malestar ante la llegada a los confines del imperio, el lugar habitado más apartado de Roma, es en “La voluntad enhechizada” una grata aceptación del lugar de llegada como parte de un destino fraternal ante el que “conviene resistir/ contagiarse del drenaje de eternidad/ que se levanta cuando presentimos poesía”. Mientras el poeta latino nos es mostrado en franca rebelión contra el exilio que se le ha impuesto, Alfredo Pérez Alencart se deja mecer conscientemente en la nueva tierra, confiado en la benignidad de su clima y de sus gentes.
Ya en el primer poema, deja claro el autor el afán de seguir religado a la ciudad por las palabras fieles “cuando ya sólo sea huesos o cenizas”. La escritura se conforma, así, como una manera de superación de la muerte. Una forma auténtica de permanecer en espíritu cuando la carne ya no exista. Alfredo Pérez Alencart toma postura ante aquella duda que corroía la esperanza de ese otro gran poeta peruano, César Vallejo, cuando se preguntaba entre exclamaciones: “¡Y si después de tantas palabras,/ no sobrevive la palabra! A lo que Alfredo responde: “Dorándome, aquí estaré”.
En toda esta primera parte del libro, el poeta recorre la ciudad y deja que sea la voz la que le conduzca a través de la historia que ha labrado su huella en todos los lugares que constituyen el perfil exacto de esta tierra, y que el poeta ya ha hecho suyos. En sus palabras Alencart se convierte en un guía, en una lámpara privilegiada que ilumina Salamanca “con los ojos del amor/ y la voz purificada por el tiempo”.
A partir de ahí, los versos se entremezclan amalgamando entre ellos la memoria de diversos personajes históricos salmantinos y la descripción de las calles de la ciudad por las sensaciones que sus piedras generan. A estos poemas se unen otros, aparentemente ajenos a este mundo, pero de cuya pertenencia a él sólo el autor puede responder. Tal es el caso, por ejemplo, del bello adiós a Gastón Baquero en “Adherencia”. No es casualidad que dichos poemas estén siempre dedicados a personas concretas. ¡Quién sabe cómo Salamanca inspiró todos estos versos!
Los poetas Alfredo Pérez Alencart, Juan Antonio González Iglesias y Asunción Escribano (2003, foto de Luis Monzón)
Hay en esta obra ecos constantes de la historia y la palabra salmantinas. Esa misma palabra convertida en bastión del imperio por el gramático Aelio Antonio de Nebrija, y de quien Pérez Alencart escribe uno de sus más bellos poemas: “Algo le decía al maestro Antonio/ que su trabajo era para siempre,/ que las palabras adecuadas son un poder,/ no para hablar por encima del hombro/ sino como una alianza labrada/ desde el principio hasta el final”.
Pero enamorarse de la ciudad de Salamanca no es un mérito, sino un deber al que nadie osa resistirse. Por el contrario, hacerlo de los lugares que la rodean implica el respeto que lleva al autor a acercarse a ellos. Es aquí, en esta segunda parte de la obra, la “Vida envuelta de provincia”, donde el poeta refleja con mayor fuerza su fusión con el ser y las tradiciones salmantinas. Es quizás este pequeño conjunto de poemas el que nos revela certeramente la imbricación profunda de Alfredo Pérez Alencart con nuestra tierra y sus gentes. Por eso el autor sabe ya diferenciar y hacer complementarios ambos paisajes: “La ciudad no me entrega el lujo ni el mordisco del campo/ que nada estorba y se esfuerza plantándome fiestas/ para no olvidar el yugo de la Historia o el espacio/ donde se labran los espíritus”.
Porque si en la urbe está la hermosura de piedra esperada, en el campo halla el poeta los orígenes del hoy salmantino: los símbolos en toda su pureza y con toda su fuerza. Es esta segunda parte la que nos hace entender que Alfredo Pérez Alencart va de lo general a lo particular, y que “La voluntad enhechizada” es una obra que, pese a su pretensión inicial de hablar de Salamanca, va mucho más allá para mostrar al lector, tal vez contra la propia intención de Alfredo Pérez Alencart, más que la relación del poeta con la ciudad que le acoge, la propia vivencia interna del autor.
Pero el libro nos depara aún una sorpresa agradable. “Cuaderno de amor para Jacqueline”, esa decena exacta de amor, traspasa con mucho las fronteras de lo salmantino para hacerse universal. Así, el poeta se hace más poeta al no poder eludir ese tema intemporal de la poesía que es el amor. Amor que ya se había particularizado en Salamanca, su provincia y sus gentes, pero que ahora, en el corazón personal de “La voluntad enhechizada”, reclama su verdad y la nombra en Jacqueline. Es entonces cuando, ante tanta pureza amatoria una recuerda esas palabras de Luce López-Baralt según las cuales “los místicos no fueron en el fondo sino grandes enamorados”. Y algo de cierto hay en la poesía de Alfredo Pérez Alencart: “Lo mío era un canto de amor, pero también una plegaria”, leemos en “Testimonio del hechizado”.
los poetas Carlos Aganzo, Alfredo Pérez Alencart, Asunción Escribano y Antonio Colinas (Salamanca, 2015)
“Cántico para entonar ante cualquier derrota”, lejos de ser el manifiesto poético que se podría pensar, es el verdadero decálogo de principios del autor ante la vida. “Convoco/ la serenidad y todo cambia en el anfiteatro,/ y ya nada es igual en este asedio de puñales ligerísimos/ donde para muchos el silencio/ resulta eficaz método de salvación”. Es la fusión plena de un lugar y una actitud ante la vida en todas sus efigies: el trabajo, el amor, la poesía, la amistad, … Todo ello se arropa en quince inviernos de fortuna que han enseñado al autor, y tal vez esto sea lo que él más agradece, a ser hombre entre la amistad y la adversidad del entorno. “La ciudad está en mí tatuada/ cuando otros reptan y mi voz no calla./ De madrugada acaricio su hermosa soledad/ y me siento vencedor tras la derrota”. Hermoso ejemplo y digno del mejor de entre los hombres el que nos da el poeta que antepone la historia de pedrería que le rodea a los intentos del hombre de vencer sobre sus semejantes. Quizá hayan de entenderse ambos poemas a modo de unas “palabras para Julia” o mejor para José Alfredo. Queden ahí, en cualquier caso, para quien quiera volver a ellas con el tiempo.
Se engañaría el lector, por lo tanto si pensase simplemente que “La voluntad enhechizada” es solamente un libro de amor por Salamanca. Libro de amor lo es, y entregado a Salamanca también, a juzgar por las palabras del autor en el prólogo. Más su grandeza radica en haber agradecido a la tierra charra su amor hacia él con lo mejor que posee el poeta, su palabra. Por eso el poeta no ha regalado a Salamanca un libro de tintes épicos y ecos arcaicos, como estoy segura que hermosamente lo puede escribir, un libro de melancólicas evocaciones de las vastas tierras que dejó atrás en pos del viejo mundo que viera nacer a una parte de sus antepasados. No; lejos de eso Alfredo Pérez Alencart ha querido no abrir la ventana aún y disfrutar, una vez más y de una vez por todas, del silencioso masticar del amor a una tierra, tan parecido al de una mujer, sobre todo cuando ambas son únicas y el hombre sabe que en ellas se quedará y hacia ellas va su destino: “Me fuiste enviada para evadir el naufragio cotidiano/ y por ello te soplo un beso ingenuo/ mientras salgo en busca del jornal”.
Por último, llaman la atención los numerosos poemas del libro que aparecen dedicados, de uno u otro modo, por el autor a sus amigos. Este hecho no es, en definitiva, sino la prueba más palpable, a pesar del tiempo, de que Alfredo Pérez Alencart es un hombre de fidelidades. Un hombre y un poeta que pasará ya con “La voluntad enhechizada” a formar parte de todos aquellos que hicieron de Salamanca la ciudad que es, bellísima de piedras y literatura.
Los poetas José María Muñoz Quirós, Alfredo Pérez Alencart, Asunción Escribano y José Amador Martín, en el Casino de Salamanca (foto de Gabriel Alonso García, 2022)
Alencart a la entrada al puente Romano (Foto de Martin Cilleros)
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.