LA BICICLETA DE OFELIA, RELATO DE LA CUBANA SILVIA BURUNAT

 

 

 

1 La bicicleta, de Benjamí Tous

La bicicleta, de Benjamí Tous

Crear en Salamanca difunde con especial aprecio uno de los treinta relatos escritos por Silvia Burunat, contenidos en el libro ‘Danny y Danielle y otras historietas’, que acaba de salir bajo el sello de la madrileña eEditorial Betania, dirigida por el poeta Felipe Lázaro, especialmente vinculado con Salamanca. Silvia Burunat es profesora y escritora cubana. Doctora en Lengua y Literatura Española (Ph.D.), y desde hace años reside en Nueva York, ciudad donde ejerce la docencia en el City College. Autora, junto a otros colaboradores, de los libros de texto: El español y su sintaxis (2010), El español y su estructura (2012) y El español y su evolución (2014), entre otros, y de los títulos:  Jornada de amor y lágrimas (2006), Josefa y Josefina (2007), Monólogos  dialogados (2008), Autobiografía póstuma (2009), Fantasías reales en tiempo presente y en cinco continentes (2010), Diecisiete memorias y un prólogo (2010), From heaven to Earth and Back. Manual para enamorados (2015) y Danny y Danielle y otras historietas (2017). Este último reproduce en la portada la obra  Las gigantillas (1791-1792) de Francisco de Goya y Lucientes y tiene -como colofón- el cuento “La Diabla”, del profesor y escritor Ángel Estévez.

 

 

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LA BICICLETA DE OFELIA

 

 Tenía nueve años, era bastante alta para su edad, delgada y con cabellos muy rubios que le llegaban a la cintura, atados con una cinta de satén blanco para echarlos hacia atrás. Sus ojos azules eran muy bonitos, a pesar de cierto estrabismo que, en vez de restarle belleza, le prestaba un no sé qué de picardía a su carita que siempre sonreía. Daba gusto verla paseándose por las calles empinadas de La Víbora, el reparto donde vivía con su hermana Aida, doce meses menor que ella, junto al resto de la familia que consistía en su madre Josefa, su padre Salvador, su hermanito Mario, quien aún era casi un bebé de tres añitos y Natalia, una parienta lejana que había venido del campo para fungir de ama de llaves, un título rimbombante para no decir sirvienta. Aida no la seguía en sus travesuras pues tenía una personalidad totalmente opuesta a la suya; poseía un interesante sentido del humor y sabía apreciar las travesuras de Ofelia, pero prefería imbuirse en el estudio, especialmente en los recovecos de la gramática castellana que tanto le gustaba y en cuyas clases siempre se destacaba en el Colegio La Domiciliaria donde ambas estudiaban.

 

Todo este preámbulo no da la impresión de nada extraordinario, si no fuera por la época en que esto ocurría: el último decenio del siglo XIX, cuando las niñas de bien ni soñaban con subirse a una bicicleta en público, compitiendo con los chicos del barrio. Los pantalones les estaban vedados, por lo tanto, la bicicleta se montaba con faldas recogidas a un lado. Por suerte, las medias blancas de algodón hasta por encima de las rodillas, estaban de moda.

 

Aquello de la bicicleta comenzó un día al salir del colegio cuando Ofelia se detuvo frente a la puerta del plantel para observar a una docena de chiquillos que se lanzaban por las lomas a todo pedal, muertos de risa y a pura gritería. Aquello, obviamente, era mucho más divertido que los tiempos verbales que a Aida tanto le gustaban. Ya, desde el interior del aula, Ofelia había divisado a los muchachos desde una ventana y en medio de la clase de Gramática, cuando Sor Rosa le preguntó: -Srta. Osuna, ¿qué particularidades tiene este tiempo?, refiriéndose a las formas verbales de un párrafo que otra alumna acababa de leer.

 

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-Pues parece que va a llover, observó la rubita con desparpajo. O tal vez, en sus devaneos mentales, había creído que, realmente, Sor Rosa se interesaba por el medio ambiente.

 

Pues fascinada como estaba con las bicicletas, Ofelia llegó a su hogar aquella tarde con la cabecita llena de ilusiones. Se dirigió a su padre, quien alrededor de una treintena mayor que su esposa, ya peinaba canas y estaba más inclinado a consentir a sus preciosas hijas. –Papá, ¿tú crees que me puedas comprar una bici? Muchos vecinitos tienen y parece algo muy divertido. Por favor, padre querido, ¡cómprame una!

 

-¿Estás loca, hija mía? ¡Las niñas decentes no montan bicicleta! ¿Cómo se te ocurre semejante desatino? Ofelia, viendo que a su padre casi le daba un ataque cardíaco, se dirigió entonces a su madre. La chica pensaba que tal vez, siendo mucho más joven, iba a ser más comprensiva con sus caprichos. –Mamá, escúchame, ¿podrías convencer a papá para que me compre una bicicleta? Vi a muchos niños tirándose cuesta abajo por las lomitas del vecindario y estoy segura que es divertidísimo. Te prometo mejorar mis notas en las clases si Uds. me compran una y solo voy a usarla los fines de semana. ¡Ay, madre mía, no me niegues mi deseo, te lo pido de favor!

 

Aquella noche, Salvador y Josefa tenían mucho de qué hablar. Ofelia los traía por la calle de la amargura con sus travesuras y a Aida había que desprenderla de los libros para procurar que fuese algo más sociable. Afortunadamente, Mario era el chiquillo más tranquilito que se pudiera desear, siempre jugando solo con sus trencitos y peluches. Acababa de aprender a caminar, pero nunca se alejaba de los adultos. Era un niño tímido y callado que más remedaba a Aida que a su hermana mayor. -¿Qué te parece el nuevo capricho de Ofelia? ¡Nada menos que una bicicleta! Con nueve años y pensando en semejante desatino. Josefa se mostraba pensativa y, después de un corto silencio, comentó: -Yo creo que, efectivamente, no sería una buena idea comprarle una bicicleta. Nunca he visto triciclos, pero me parece que también son para chicos. He oído decir que en los Estados Unidos se han puesto de moda estos juguetes y que tanto unos como otras disfrutan de ese deporte. Pero aquí…

 

4 Bicicleta en una calle de Trinidad

Bicicleta en una calle de Trinidad

 

Y así continuó la conversación hasta que el sueño los venció. Esa noche tuvieron pesadillas: Ofelia subida en un monociclo, trabajando en un circo con Aida, vestida de payaso a su lado y Mario en una cesta al frente de los manubrios. Al despertar al  siguiente día, descubrieron que ambos habían soñado lo mismo. Llegaron a la conclusión que su compenetración de cónyuges era tan profunda, que hasta compartían iguales sueños.

 

Mientras tanto, la traviesa Ofelia también había viajado al mundo de las ilusiones mientras dormía. Se veía vestida de princesa, con tules y gasas blancas y azules, de pie sobre el asiento de una bici, corriendo a no se sabe cuántos kilómetros por hora por cuanta calle había en su barrio. Iba al frente, de líder de un grupo de jovencitos que la aplaudían sorprendidos de su temeridad. La estudiosa Aida estaba en la acera, con una expresión de reprimenda en el rostro y el índice de la mano derecha alzado, en señal de desaprobación.

 

A la mañana siguiente de un sábado esplendoroso y tropical, Ofelia se levantó más temprano que de costumbre. Fue al baño para asearse, se vistió, se puso sus medias largas de algodón, se fue a la cocina donde ya Natalia estaba preparando el desayuno y seguidamente, se tomó un tazón de leche y un pedazo de pan con aceite de oliva. Dando saltos y soltando risitas picarescas, Ofelia se dirigió a la puerta de su casa con Natalia que le corría detrás. -¿Adónde vas, niña? –Voy a la esquina a recoger unas florecitas que hay en el terreno aquí al lado. Vuelvo en unos minutos.

 

6 Bicicleta en Cuba, de Daniel Marcucci

Bicicleta en Cuba, de Daniel Marcucci

 

Ofelia se dirigió hacia la calzada, a tres calles de su casa. No tenía que cruzarla, pues la tienda que alquilaba bicicletas estaba en la misma esquina. En ese momento estaban abriendo las puertas y la niña, temblando de felicidad y con las mejillas más coloradas que nunca, se acercó al Sr. Ricardo. –Buenos días, ¿cuánto cuesta  alquilar una bici por una hora? –Un real (diez centavos). ¿Para quién es? –Para mi primo que acaba de llegar del campo. Mire, aquí tengo la moneda, déme aquella roja, la más bajita, mi primo nada más tiene ocho años. –Bien, son las nueve, devuélvemela a más tardar a las 10 y media, si no te cobro otro real.

 

La rubita atrevida salió de allí con la expresión de felicidad mayor que nadie haya podido observar en su vida. Cuando llegó al tope de una de las lomas, allí estaban como diez chicos reunidos. Ese sábado había competencia y todos iban a participar. El ganador recibiría muchas felicitaciones y un gran cono de granizado del vendedor de la esquina. Ofelia sabía que iba a triunfar y ya se relamía de gusto pensando en el granizado de fresa y anís que tanto le gustaba. Nunca había montado en bicicleta, pero sí había observado cada movimiento de los muchachos de su barrio y estaba convencida que podría hacerlo. En unos minutos, todos estaban preparados. Ofelia se subió a la bici junto a un poste, para recostarse mientras se acomodaba en el asiento y recogía la falda de un lado. El corazón le latía hasta en las sienes. Invocó a todos los santos que conocía y que las monjas de La Domiciliaria le habían mostrado en un libro de hagiografía y, por fin, pedaleó para iniciar el descenso.

 

 

7 La escritora Silvia Burunat

La escritora Silvia Burunat

 

La valiente Ofelia apenas tuvo que esforzarse pues la cuesta era bastante empinada. Como un bólido, el viento despeinando la rubia cabellera y los ojos azules algo más bizcos que de costumbre, llegó a la meta… ¡la primera! Los amiguitos del barrio, para su sorpresa, en vez de reírse, burlarse o molestarse por su triunfo, comenzaron a aplaudirla. La niña no podía creerlo. Cuando se repuso de su mezcla de euforia y susto, su vecino, un chico llamado Miguel, le presentó el esperado cono de granizado de fresa y anís.

 

Eran casi la diez y media y Ofelia recordó que el Sr. Ricardo le había dicho que tendría que devolver la bicicleta a tiempo o le cobraría otro real. Así, una vez consumido el granizado, se fue andando las tres calles que la separaban del establecimiento. Al llegar, el reloj marcaba la diez y cuarenta y cinco minutos. Le esperaba algo extraordinario: los chicos del barrio se le habían adelantado y estaban reunidos en la tienda. El dueño, con una expresión afable, la recibió diciéndole: -Srta. Ofelia, ya me enteré de su triunfo y la felicito. Aquí sus amigos y yo hemos decidido que Ud. merece un regalo y cuál mejor que entregarle la bicicleta. Llévesela a su casa como un obsequio de sus admiradores del barrio. Es Ud. la niña más valerosa de La Víbora y la felicitamos.

 

Y así fue como “la bicicleta de Ofelia” pasó a ser una leyenda en aquel vecindario habanero.

 

 

 

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