COMENTARIO SOBRE “TE DOY EL MAR”, DE LA CUBANA DÉBORAH GARCÍA, PREMIO ALEGRÍA 2019 DEL AYUNTAMIENTO DE SANTANDER

 

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por nuestro colaborador Manuel Quiroga Clérigo, poeta y ensayista madrileño, en torno al nuevo libro ‘Te doy el mar’ (Ediciones Rialp, Madrid, 2019).

 

 

 

DÉBORAH GARCIA: “VERANO TRAS VERANO

 EL ALBA FUE MI HALLAZGO”

COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

Seguramente inmersa en esa majestad del oleaje plácido, la mujer impaciente imagina su infancia, abandona el futuro y vive los presentes allí donde, precisamente, se detienen las horas de la supuesta dicha y los mundos sin mancha reaparecen de nuevo. Nacida en Santa Clara (Cuba), en 1971, Déborah García ha escrito un poemario lleno de lucidez y recuerdos, resumen de unas vivencias largas y difíciles. En el primero de sus poemas, “Casa de huéspedes”, leemos: “En oleada creciente los rostros familiares emigran a la ausencia./Tras la felicidad se alejan, enmudecen/las voces que llenaban mis versos de mar”. Comienza la autora a relatar el recorrido de su reciente existencia y a situarnos en un mundo que quería ser apacible pero que determinadas cuestiones, desde el bloqueo hasta las carestías de todo tipo, lo fue haciendo (casi) intransitable. Pero aún nos quedan los sabrosos helados de Coppelia.

 

 

 

“El sitio de la dicha” se titula la primera parte con poemas grandiosos como “De vuelta ante las olas” (“Quizás fuera el recuerdo, esa pátina nívea del recuerdo…”), “Puente de Versalles”, preciosista historia de la juventud: “Viajábamos en tren hacia la costa…”,  esos “Gondoleros” que “Reinaban en la hermosa estación del verano”, “Nacimiento del agua” (“…el agua fue mi hallazgo”) o ese fresquísimo “Naturalmente”: “Sin aspavientos,/sin reclamar la admiración de nadie/sobre el oscuro océano tiene el aire sus vastos territorios./Tranquilamente había donde habitan mis sueños./El negro mar que impone y apasiona;/el nocturno, el profundo,/el negro intenso mar reside en la distancia./En mis sueños amable y en los temibles sueños/viajo a las aguas mansas, hondas, impredecibles,/rondo los infinitos abismos del delirio…/Y acariciando el agua que para mí es quimera/el aire viene y va/sin aspavientos”. Pero los demás poemas de este grupo demuestran que Déborah García maneja el lenguaje con eficacia, nos permite penetrar en los espacios de las emociones y relacionarnos con la mujer que vive en una isla rodeada de agua e inmersa en momentos de continuos sacrificios. Y es que de esto también puede/debe hablar la poesía, como lo hace esta autora la cual, por cierto, mantiene un delicado discurso poético a la altura de los grandes poetas de la
América hispana o de Iberia. Nos recuerda, por ejemplo, al zamorano Jesús Hilario Tundidor quien, en su “Canto de gratitud”, escribe: “…igualmente  feliz es el poema/que sencillo, inicial, invulnerable/el que lo escribe en entusiasmo siente/toda la realidad”. Esa realidad es la que muestra Déborah en los versos de “September boys”, “Las diosas del verano”, “Uvero, costa norte”, “Aire” (“En los años felices,/cuando se construía mi idea de la dicha,/el placer era el mar…”, si ese mar abierto, azul, repleto de horizontes y nostalgia, penetrando en los poros del cuerpo húmedo y el alma de los habitantes de un espacio limpio y sencillo.

 

El jurado del Premio Alegría 2019

 

Déborah García es Graduada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y Especialista en Edición de Textos por la Facultad de Letras de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, como editora habrá sufrido, como nos decía Aitana Alberti, la incertidumbre de vivir en un país donde todo se convierte en lucha desde la compra del papel y la incertidumbre por la que atraviesa la edición de revistas, libro y cualquier muestra gráfica en que se pretenda hacer posible mostrar a los demás la literatura que un país produce y, también, necesita para avanzar, pervivir. No obstante es autora varios libros publicados tanto en Cuba como fuera de la isla y de este poemario, publicado por Ediciones Rialp tras serle concedido el Premio Alegría 2019 del Ayuntamiento de Santander, leemos que “se distinguió sobre un total de 768 poemarios por su intenso lirismo y su expresiva inteligencia emocional”.

 

En “Ensenada de Mora”, el también cubano de Pilón de Manzanillo, Alex Pausides escribe “Arreglo mis cuentas./Voy de viaje”. Déborah va analizando la infancia, adolescencia, los misterios de la edad adulta, el sufrimiento y los momentos felices y  ahí donde se inscriben sus versos de “La felicidad no vende” aunque de los discursos que escuchábamos a Fidel podría colegirse lo contrario y más aún cuando Raúl pudo charlar con Obama creyendo que acababa el bloqueo, al menos el bloqueo moral, y que Cuba entraba en una fase en que comenzaba a recuperar la merecida dignidad, algo que el posterior inquilino (no propietario) de la Casa Blanca echó por tierra. Sigue sin ser momento de echar las campanas al vuelo. Escribe la autora en “Daños colaterales” una delicada muestra del universo cubano que, todavía inserto en su Revolución, sigue teniendo trenes lentos como los que hemos visto en Guantánamo:: “Mucho tiempo después/cuando se descorrieron las cortinas/que habíamos confundido con el paisaje/cuando pudimos ver el paisaje real/tan bien disimulado todos aquellos años/ya no quedaba nadie a quien hacer preguntas,/los del cartel promocional no estaban/,/nadie iba a devolvernos la moneda/y a juzgar por la sangre y el cansancio/habíamos andado la mitad del camino,/acaso un poco más./Alguien dijo creer haber visto otra puerta/junto a la que elegimos al comienzo del viaje/trató de convencernos, pero sus datos parecían vagos/y de cualquier manera/acaso fuera tarde para volver atrás”. Es la necesidad de irse de viaje, de tratar de recorrer las grandes distancias de un país reducido, sintiéndonos dañados por las circunstancias y viendo cómo pasan a gran velocidad los turistas de Viazul que se dirigen a Baracoa y hacen paradas en Matanzas, por ejemplo, en Jagüey Grande donde se detienen a ver el criadero de cocodrilos o los vuelos de periquitos, palomas-perdiz, chillinas, gavilanes.

La poeta Déborah García

 

 

Todo este libro, “Te doy el mar”, es un solo y grandioso poema, muestra del detenimiento de la autora por retratar su entorno y resumir su memoria. En “Cíclica” escribe: “En los mejores días/despiertas a las vastas claridades,/recuerdas, tomas aire,/maldices por tu única moneda derramada, recompones la fe…”. Ese solo poema, con variedad de humores y de posibles instantes felices, se convierte en una ceremonia sublime al tiempo que, inexorablemente, contiene todo un bagaje de silencios y deseos que las revoluciones en marcha, y todas lo son, mantienen casi en secreto por lo que pueda ocurrir… Hay como una especia de individualizada decisión de laboriosa abeja, la necesidad de seguir trabajando para que no todo se decide en los comités centrales, en el Hotel Habana Libre donde ya puede pernoctar cubanos y cubanas que no sean del Gobierno en el propio Vedado o la Aduana. En “Manada”, las contradicciones de la existencia cotidiana tan llenas de contrasentidos, hemos leído: “Cuando llegó al lugar/la multitud corría en dirección contraria…”. Tal vez Díaz Canel consiga que todos  vayan en la misma dirección, desde los supervivientes del periodo especial hasta los pioneros que, todos los días bien peinados y uniformados, entonan el himno nacional y aprenden el futuro. De todas formas, ya nos recomendó Jaime Sabines: “Entreteneos aquí con la esperanza”.

 

“Casa con mar al fondo” es un relato íntimo de la autora, un esfuerzo por sacar a flote sus experiencias vitales, recordemos la emotiva página de dedicatorias: “A mi casa sobre el agua, la primera alegría. A mis tías, que me regalaron el mar año tras año y para siempre. A mi hijo, que ahuyenta las sequías”. La poeta, escritora, vidente, autobiógrafa y periodista de una isla en esperanzada transformación se convierte en esta última parte del libro en una cronista de la realidad, coleccionista de sueños, hacedora implacable de ternuras y dibujante excesiva de ternuras. Sus páginas son trozos de silencio, momentáneas excusas para seguir viviendo. En “Durmiente” leemos: “Todo lo que es hermoso,/los dones de la tierra y las aguas del aire,/todo lo que es hermoso estará en ti”.

 

Manuel Quiroga Clérigo

 

 

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