CHAPLIN EN MONSIEUR VERDOUX : EL ASESINATO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES. POR GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

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Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este ensayo, en homenaje al genial Chapin, escrito por el poeta y narrador venezolano Gabriel Jiménez Emán, a quien agradecemos por sus continuas e interesantes colaboraciones.

 

 

 

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El modo en que Charles Chaplin aborda en su filme Monsieur Verdoux (1947) el tema del asesino en serie es verdaderamente admirable. No hace ninguna concesión al estereotipo del asesino que vemos en el cine europeo o norteamericano de cualquier tiempo, donde imperan las interminables persecuciones de la policía o un inventario de escenas cruentas, disparos o laberinticos desplazamientos por ciudades. En plena época de crisis económica en Europa, cuando en Francia se produce el crack financiero de la bolsa de valores en 1930 y un enorme desempleo es el principal reflejo de esa crisis, tenemos a banqueros y trabajadores desesperados, muchos de ellos suicidas, y a la gente sumida en una gran decepción, creando un terreno propicio para ganarse la vida de modo ilícito, con el fraude como método principal.

Henri Verdoux es uno de esos hombres que, en plena crisis, enamora mujeres solas o viudas adineradas para luego estafarlas: no sólo para cobrar su seguro de vida , sino para arrebatarles dinero en efectivo y luego invertirlo en empresas que puedan ser rentables. Las envenena o estrangula, se deshace de ellas con los métodos más sofisticados, teniendo el cuidado (el director, a su vez el mismo actor) de no presentarnos los actos donde Verdoux les quita la vida a las respetables damas.

Después de haber trabajado como cajero en un banco por tres décadas –contando un dinero que no era suyo– y de ser despedido de ahí, Henri Verdoux debe arreglárselas para mantener a su mujer inválida e hijo pequeño, que viven en una casita en la campiña. Por supuesto, Verdoux le oculta a su esposa Mona (int. Maddy Cornell) absolutamente todo, le miente diciendo que trabaja de ayudante en un barco, cuando lo cierto es que viaja a Paris a seducir y timar mujeres. Para una de ellas, la más alegre, Annabella Bonheur (int. Martha Raye) Henri es Capitán de barco, y mientras la enamora y convence de entregarle su dinero para ponerlo en un banco a ganar intereses, o quitarle unos diamantes valiosísimos diciéndole que son falsos. A ella piensa matarla con una poniendo una buena dosis de cloroformo puesta en su pañuelo sin lograrlo, pues su sirvienta se devuelve esa misma noche y su presencia se lo impide. Pero nada lo detiene: finiquita detalles para hacer fraude a otras dos. Verdoux (quien toma también los apellidos de Varnay, Florey o Bonheur) muestra enorme sutileza en sus procedimientos: envía ramos de flores durante varias semanas a una viuda de alcurnia, Marie Grosny (int. Isobel Helsom) a quien desea vender la casa de la viuda que acaba de heredar, y no pierde tiempo para montar la farsa de una nueva declaración de amor, a través de la cual logra sus principales cometidos. Con Marie Grosny pierde los estribos, la acosa mientras intenta venderle la casa; ella se retira asustada. Pero tiempo después vuelve por sus fueros enviándole todas las semanas ramos de flores, en los que invierte cuantiosas sumas. Para ser ex cajero de un banco, Verdoux tiene bastante cultura: toca piano, cultiva flores en su jardín, posee finos modales, una labia impresionante pero sobre todo una inteligencia pasmosa para actuar rápido.

 

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Verdoux, en el fondo, es un decepcionado pesimista, un hombre que no pierde ocasión para denostar del mundo, o más bien, de la sociedad. Este resentimiento lo alimenta para urdir sus planes y, como se trata de una persona metódica, las cosas parecen salirle a pedir de boca. Henri desarrolla su personalidad entre la crueldad y la sutileza, entre sus planes de dar muerte y las destrezas que usa para conseguirlo. Verdoux miente a todo el mundo: a su esposa, a la ley, a sus víctimas, a si mismo, de la manera más elegante. Desde el inicio del filme se presenta al personaje como el villano que es, sin ambages, y las investigaciones de los cuerpos policiales para ir tras él son reveladas desde un principio, procedimiento inverso al que apreciamos en el cine de Hollywood.

La historia se inicia con una escena de la familia Couvais, comerciantes de vino del norte de Francia, a la cual pertenece una de las mujeres desaparecidas; así Chaplin va imprimiendo al filme el necesario suspense, para que la trama se vaya resolviendo perfectamente. De este modo, el film rebasa el formato de suspense y también el esquema de acción para convertirse en una película de corte existencialista, por la cantidad de diálogos sobre el sentido de la existencia que contiene, y la profundidad psicológica que revela su director-actor que, fundidos ambos en uno solo, se apropia de un lenguaje extraordinario, un verdadero punto de quiebre de la cinematografía de entonces, habida cuenta que fue estrenada en Nueva York en 1947, coetánea con algunas películas de Hitchcock, aunque con otro tipo de humor y una mayor hondura humana y filosófica.

Después de liberarse de las mujeres estafadas, una de éstas es Lydia Florey (int. Margaret Hoffman), mujer fea y autoritaria, de carácter fuerte, a quien le ha dicho que es ingeniero y debe estar viajando siempre, quien tiene su dinero en uno de los bancos que van a irse a la bancarrota, y Henri Verdoux le dice que debe sacarlo todo porque corre el riesgo de perderlo. Corren al banco a sacarlo, y mientras ella cuenta los miles de francos, él le toca el piano, le sigue hablando, pero la chillona mujer se resiste a la idea, le dice que al día siguiente va a devolver el dinero al banco. Se van a dormir, suben la escalera de la casa hacia la habitación. Aquí tiene lugar una escena antológica, cuando Verdoux se asoma a una ventana a ver la noche de luna e invoca versos de un poema a Endymion, el famoso personaje de la literatura griega enamorado de la luna, dice algunos de sus versos en el balcón frente al astro nocturno, y luego entra a la habitación a perpetrar su crimen. Al otro día por la mañana, sale fresco como una lechuga a contar el dinero (sus dedos apenas se ven tal es la rapidez con que pasa los billetes) y a depositarlo en el banco, para luego visitar a su verdadera familia con la buena nueva: les ha comprado al fin la casa donde viven. Ahí Henri le dice a su hijo Peter, mientras éste juega con su gato: “Peter no le tires el rabo al gato, que eso es muy cruel. Recuerda, la violencia engendra violencia.”

 

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Hablando con un amigo suyo farmacólogo, Maurice Botello (int. Por Robert Lewis) Henri investiga sobre una nueva sustancia venenosa, cuya acción no está totalmente comprobada. Mientras habla con su amigo, Verdoux anota el nombre de la sustancia, y se le ocurre la siniestra idea de probarla en el cuerpo de algún mendigo, con cualquier indigente en la calle. Se pone manos a la obra y sale a buscar su víctima. Al rato descubre en la calle a una joven que se guarece de la lluvia a un lado de la acera, una chica (nunca se menciona su nombre, int. por Marilyn Nash) de aspecto desaliñado y desvalido. Al acercarse a ella descubre que es muy bella y un poco cándida, ideal para llevar a cabo su plan. La invita a su departamento y le ofrece un vino, donde piensa poner a prueba el nuevo veneno. A medida que se aproxima a la personalidad de la chica, –como sólo lo haría un frío analista— Monsieur Verdoux va descubriendo en ella rasgos nobles, que le hacen desistir de envenenarla, para identificarse con ella apenas ésta empieza a hablarle de la soledad, el amor o la fidelidad. Se revelan cambios extraordinarios en Monsieur Verdoux: se han modificado sus gestos, sus expresiones se tornan pícaras y condescendientes hacia ella, hasta generar una empatía con el espectador, aún sabiendo que se trata de un asesino. No sólo la perdona, sino que le da consejos, dinero, y la despide en la puerta.

Henri Verdoux pone fuera de combate al mismo policía que le sigue, el detective Morrow (int. Charles Evans), quien posee algunos hechos y evidencias para incriminarlo, pero aún sin suficientes pruebas. El inspector comete el error de confesarle en qué se basan sus suspicacias y hacen un trato; de inmediato Verdoux busca la forma de envenenarlo, poniendo el nuevo veneno de acción lenta en el vino que le ofrece cuando éste va a investigarlo; mientras van en el tren camino a la comisaría el veneno va actuando lentamente, hasta que Verdoux escapa dejando al inspector Morrow sin vida en el interior del tren. Lo mismo piensa hacer con Annabella luego. Va a visitarla, lleva la pócima letal, programa un encuentro “romántico” con ella, una cena con buen vino de Burdeos, pero un nuevo incidente surge con la sirvienta de Annabella, quien por accidente quiebra el frasco de la pócima en la cocina y para remediarlo lo pone dentro un frasco de jarabe, que Verdoux toma por el veneno para darlo a Annabella, y al no causar efecto en ésta no se explica por qué. Con Annabella le fallan todos los planes, pues intenta asesinarla mientras van de paseo en bote y también fracasa. Esta escena del bote donde la intenta matar con un remo, encierra esa mezcla de comicidad y drama que son impronta del cine de Chaplin, y sacan a relucir los gestos y sonrisas que le harían tan famoso.

 

 

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Termina entonces por convencer a Marie Grosny –con infinitos galanteos y flores– y le propone matrimonio, que ella acepta, pero no contaba Verdoux que en plena fiesta de bodas se presentaría Annabella, invitada por unos amigos. Las situaciones que se producen en esta fiesta son tan divertidas –como esas de Henri huyendo de la presencia de Annabella– que éste debe irse de la fiesta y dejar plantada a Marie, quien al otro día se dirige a la policía. Mientras tanto, se cumplen los pronósticos del hundimiento de la Bolsa de Valores, los banqueros se suicidan, etc. todos están arruinados, incluyendo a Verdoux, quien ha puesto todo su dinero en los bancos.

Pasan los años, Verdoux envejece, pierde a su familia, lee las malas noticias en un bulevar de París.

La inteligencia con que Verdoux planea sus asesinatos sólo se compara con el refinamiento que usa para enamorar a sus víctimas, a los ardides y trucos románticos que utiliza: frases hechas, flores, poemas, halagos. En el filme no se muestra ningún cuerpo muerto o acto violento que permitan ver escenas grotescas o sangrientas; más bien nos vamos identificando con la soledad del personaje, y a veces hasta nos apiadamos de sus monstruosas carencias.

Al contrario de las cintas convencionales de búsquedas afanosas de criminales, desde el comienzo reconocemos al criminal que es Henri Verdoux, de modo que la acción no se centra en quién puede ser el asesino o en la manera de acabarlo: el móvil real es la forma hábil con que Verdoux se les zafa, hasta que al fin decide entregarse, no sin antes dar una vuelta por el centro de la ciudad, donde se encuentra por casualidad con la muchacha desvalida e ingenua que conoció hace tiempo en la calle, convertida ahora en una mujer adinerada que viaja en un elegante coche (se ha casado con un fabricante de armas), e invita a subirá Verdoux, para brindarle y terminarle de agradecer aquel gesto de antaño, donde éste le mostró tanta comprensión. El diálogo que mantiene luego con ésta en un restaurante lujoso es sencillamente extraordinario, dada la ambigüedad sentimental del momento (él está ya viejo, acabado y a punto de entregarse a la policía), y ella (que siempre ignoró que él había intentado victimizarla); de este modo, Chaplin pone en escena la dualidad moral de los sentimientos humanos cuando éstos son condicionados por las circunstancias (económicas, políticas) o los esquemas sociales manipulados a través de la hipocresía o las frases tópicas.

 
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Para colmo, durante la noche de la cena elegante con la chica, se aparecen por casualidad la familia Couvais en pleno, (la familia de comerciantes de vino del principio), que tiene reservación para cenar ahí, y en ese momento reconocen a Verdoux al verlo, y lo denuncian. Ante todo, descuella la inteligencia de Verdoux, una inteligencia herida, curtida en el desengaño, que toma su cauce a través del arte de asesinar, para hacer de esta comedia de crímenes una suerte de homenaje a lo que el escritor inglés Thomas De Quincey llamó el asesinato como una de las bellas artes.

Las escenas finales, donde Verdoux se entrega a la policía, es enjuiciado y conducido a la cárcel y luego, antes de ir al patíbulo, conversa con el padre que va a confesarlo, son de una lucidez paralizante; la entereza, valentía y convicción que este personaje muestra frente a la vida, la muerte, la religión, son extraordinarios.

Con esta comedia de asesinatos, Chaplin lleva a un grado maestro el arte de la actuación y de la dirección simultáneas, a la par de componer la cinta musical del filme y de hacer un casting impecable. Se basó Chaplin en la historia verdadera del famoso asesino Henry Desiré Landrú, ejecutado en 1922, la cual fue trabajada en base a una idea original de Orson Welles, (quien la vendió al director británico gracias a un contrato puntual por 5000 dólares) nos hace presenciar una de las obras centrales de la etapa de madurez del comediante inglés, a la que pertenece la genial Candilejas, (1952). Ambas constituyen, a mi entender, las obras maestras del cine de Chaplin y del cine de todos los tiempos.
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