CÉSAR VALLEJO, POEMAS EN PROSA Y POEMAS HUMANOS: DE LA NARRACIÓN LÍRICA A LA EXPRESION DEPURADA. ENSAYO DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

 

 

1 El poeta peruano César Vallejo

El poeta peruano César Vallejo

Crear en Salamanca se complace publicar este ensayo de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela,  1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

 

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POEMAS EN PROSA, LA NARRACIÓN LÍRICA

 

En Vallejo, la utilización de la prosa como vehículo poético es una consecuencia natural de su escritura de vanguardia. En la modernidad el poema en prosa es una forma idónea para abordar con libertad determinadas preocupaciones poéticas que venían incubándose desde el romanticismo, cuajaron luego durante el modernismo y después fueron acogidas por los poetas de vanguardia, especialmente por los surrealistas.

 

La obra paradigmática durante el romanticismo francés para esta forma son los poemas en prosa del Gaspard de la nuit, (1842) de Aloysius Bertrand, consistentes en cuadros o estampas del viejo París, los cuales combinan el retrato y la descripción de ambientes con breves anécdotas, atmósferas nocturnales y misteriosas, personajes borrosos de Paris durante el siglo XIX, que encajaron muy bien dentro del ambiente de la época

 

Arthur Rimbaud escribió muchas de sus Iluminaciones (1875) y Una temporada en el infierno (1873) en prosa, haciendo aportes de primera magnitud al género (o más que género: un instrumento, una forma). También Charles Baudelaire en El Spleen de Paris (1864) y Mi corazón al desnudo (1865) realizó notables aportaciones en este sentido, haciendo de estos una suerte de paradigmas. Luego en casi todos los surrealistas (Paul Eluard, André Breton, Guillaume Apollinaire o Tristan Tzara) lo utilizaron. En la tradición romántica de España podemos citar las Leyendas (1857) de Gustavo Adolfo Bécquer, y en el siglo XX numerosos autores como Luis Cernuda en su libro Ocnos (1942), entre otros. En Venezuela está el caso paradigmático de José Antonio Ramos Sucre, quien publicó toda su obra poética en prosa, que incluye los libros La torre de timón, (1928), Las formas del fuego (1928) y El cielo de esmalte (1929), a causa de lo cual muchos no lo consideraron poeta, debido a las limitaciones conceptuales y prejuicios de su contexto cultural. Estos son escasísimos ejemplos del uso del poema en prosa.

 

En Vallejo, esta forma se adecuó perfectamente a sus necesidades expresivas. En el tema constante de la madre y de la familia el texto que abre  los Poemas en prosa[1], titulado “El buen sentido” comprobamos el espontáneo dominio de la prosa, cómo fluye su escritura, el modo plástico, dinámico, elocuente con que al autor usa su instrumento en el logro de piezas soberbias, como creo que nadie había logrado hasta ese momento en la prosa lírica hispanoamericana, con excepción quizá de Rubén Darío y de Leopoldo Lugones. Se abre Vallejo a realizar observaciones profundas: “La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soy  dos veces yo: por el adiós y por el regreso.” En “La violencia de las horas” segundo poema, el tiempo discurre implacable y se lleva consigo a los seres queridos, se halla expresado de modo magnífico. Después de enumerar a sus muertos, a señores y señoras conocidos de la antigua casa juvenil, el cura, las tías, un viejo tuerto, el perro de la casa, un cuñado, un músico amigo, Vallejo expresa de un modo magnífico y patético: “Murió mi eternidad y estoy velándola”.

 

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Una situación domestica, cotidiana, es el núcleo del poema “Lánguidamente su licor” donde la familia, los hermanos, los padres están sentados en el hogar. Tocan a la puerta. Va la hija, Nativa, a abrir. Se ve el patio. Ese sólo hecho se torna trascendental en Vallejo.

Qué diestro de subprefecto, la diestra del padre (así, con E mayúscula al final) revelando, el hombre, las falanges filiales del niño / Podrá así otorgarle las venturas que el hombre  deseara más tarde (…)”

 

Luego se produce a aparición de una simple gallina, donde Vallejo pone un énfasis extraordinario. Y en esos simples pollos y en sus diminutos hijos y su destino, termina el poema. En “El momento más grave de mi vida” asistimos a una serie de instantes existenciales in extremis a través del modo dialogal, donde distintos hombres emiten sus juicios acerca de cuál es el momento más grave en sus vidas desde distintas ópticas y creando diversos efectos poéticos, por lo disímil de sus respuestas. Hasta que el último hombre da una respuesta sorprendente.

 

La metafísica del universo (y de Vallejo) está presente en el poema “Las ventanas se han estremecido”, alusivo al paso de un huracán por la ciudad, barriendo las ventanas de un hospital. Se trata del poema en prosa más extenso de los escritos por Vallejo, donde se describe la situación de enfermos y pacientes, de médicos y enfermeros. En el texto existe un espíritu narrativo, con anécdotas mínimas que sirven para desarrollar determinados personajes. En la forma del poema en prosa los personajes no tienen que ser necesariamente humanos; en un poema en prosa el personaje puede ser cualquier cosa: una nube, una hoja. Por supuesto, el escenario del hospital permite una serie de situaciones absurdas sólo posibles por efectos de la poesía, y desde luego para hacer las necesarias digresiones o especulaciones; incluso se otorga una licencia para realizar la sátira:

 

“No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida!”. Frase ésta que se repite exactamente igual en tres ocasiones, para crear un efecto de continuum entre vida y muerte.

 

En “Voy a hablar de la esperanza” Vallejo confirma varias de sus visiones esenciales como poeta. Su primer párrafo constituye algo más que una declaración de principios: se trata de una filosofía humana que podríamos identificar parcialmente con el existencialismo. Dos décadas después, filósofos como Sartre y Camus abordan el asunto del Ser propuesto por Hegel y Heidegger, y se llevaría a sus consecuencias extremas en las novelas La náusea  (1938) de Jean-Paul Sartre o El extranjero (1942) de Albert Camus. Vallejo parece decirnos que el dolor es parte constitutiva de la esperanza. Se pregunta su causa en “Me duelo ahora sin explicaciones: 

 

            Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo una causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que    dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa.            ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del             viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento.           Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente. Miro     el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que             de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba          al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la         mía sin fuente ni consumo![2]

 

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Me parece que este poema en prosa es síntesis de la filosofía existencial –aún no existencialista— de Vallejo. Pero cabe preguntarse ¿dónde está la esperanza en este texto? Pudiera responderse: en el sufrimiento, mediante la purificación que otorga el sufrimiento.

Otro tanto ocurre con  la vida. De súbito en una calle de Paris un personaje descubre la vida en “Hallazgo de la vida”, luego de descubrir la maravillosa experiencia del existir, en el cuerpo del poema descrita, el personaje exclama “Dejadme!  La vida me ha dado ahora en toda mi muerte”.

 

En “Nómina de huesos” aparece el asunto de ver realizados varios deseos del tipo “imposible”. Los huesos que duelen, que arden con el frío o con la enfermedad. En “Una mujer” nos dice. “Oh la palabra del hombre; libre de adjetivos y de adverbios, que la mujer declina en su único caso de mujer”. En “No vive ya nadie” alude otra vez a un tema central en Vallejo: la casa de la infancia, la morada poblada de presencias humanas o familiares, o mejor: del recuerdo de quienes la han habitado. Leemos entre otras líneas: “Los pasos se han dado, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos, el corazón.”

 

En los próximos poemas, Vallejo maneja un idiolecto propio tanto para su prosa como lo haría para su verso: no abandona su lenguaje cifrado; los adjetivos y “situaciones “que han construido su mundo, a saber: la permanente convivencia entre la  vida y la muerte al modo paradójico (“Existe un mutilado”). “El mutilado de la paz y del amor, del abrazo y del orden y que lleva el rostro muerto sobre el rostro vivo (…), el ir y el volver, el viaje de retorno a su patria y de regreso al exilio a París (“Algo te  separa al que se queda contigo, y es a la esclavitud común de partir: de ahí tus más nimios regocijos”, como dice el propio poeta, la explicación de toda la mecánica social cabe en estas palabras. La paradoja de existir en el cuerpo y en el alma simultáneamente, sin saber dónde empieza uno y termina el otro, en “Cesa el anhelo”; de nuevo la voluntad de filosofar dentro de los límites de lo poemático, como ocurre en el texto “Cuatro confluencias”: aquí se organizan al modo de bóvedas –de modo “aplastante”– y simultáneamente enredadas en una sola: “(…) a penas os tenéis de pie ante  un cuadrúpedo intensivo”.

 

5 Vallejo por Picasso

Vallejo por Picasso

 

A partir de este poema, Vallejo abandona la prosa corrida como tal y adopta el verso; más no el verso sonoro y rítmico como tal, sino la cláusula cortada a la manera de verso, aunque siguiendo el espíritu de la prosa. En esta ambigüedad formal se ubican “Cuatro conciencias”, “Entre el dolor y el placer”, “En el momento en que el tenista”, “Me estoy riendo”, “He aquí que hoy saludo…” y “Lomo de las sagradas escrituras”, textos ciertamente complejos en estructura y sentido. Una sinopsis de éstos puede hablarnos en el caso de “Entre el dolor y el placer”, donde se lleva a cabo el ejercicio de la palabra. El texto que incluye al tenista en el título compara al deportista lanzando su bala con “inocencia animal” como el filósofo que “comprende una nueva verdad” a la manera de una bestia intelectual. Aparecen varios autores, desde Anatole France, y en el último verso, entre exclamaciones, Marx y Feuerbach. El homenaje a su cifra más significativa, el número 3, se cumple en “Me estoy riendo” (“Son tres treces paralelos, / barbados  de barba inmemorial, / en marcha 3 3 3 ”) y difíciles de desentrañar en este comentario; parecen estar organizados hacia el tiempo andando, inexorable, hacia la muerte, y su título ironiza ese drama. En el poema siguiente el caso es muy distinto: su título ha sido tomado del primer verso, mientras al final el poeta invita a los lectores a ponerle el título que deseen a este texto, que parece hablarnos del oficio de poeta y de su sentido, confrontado a su necesidad de hombre político:

 

Políticamente mi palabra

Emite cargos contra su labio inferior

Y económicamente, cuando doy la espalda a oriente

Distingo en dignidad de muerte a mis visitas.

 

Aquí el animal político y el animal poético se definen ante el lector.

De regreso de París hacia el tiempo perdido de la peruana “madre unánime”,  pasando por la experiencia cristiana a lomo de las sagradas escrituras (“Hombre, te digo en verdad que eres el  Hijo Eterno”) Vallejo se está midiendo en el tiempo humano, pero también en el tiempo cósmico o trascendente, a la luz del verbo encarnado, y ello es cuando la poesía tome posesión del espíritu a “un alto grado de perfección”. La medida de su humanidad (“mi metro está midiendo ya dos metros”) y su humanidad, simbolizada en sus huesos (“conciertan en género y en número”) contienen una suerte de Arte Poética.

 

 

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CONTRA EL SECRETO PROFESIONAL

 

Hará bien aquí detenerse un poco en una serie de anotaciones de Vallejo sobre arte, literatura y política, ideología, historia, sociedad, dialéctica y otros tópicos, conocidas con el título de Contra el secreto profesional[3], las cuales pueden resultar útiles en el momento de clarificar las ideas del poeta peruano sobre estos asuntos, y cómo éstos inciden en su posterior producción poética. Llama la atención su forma breve, concisa, distante del artículo periodístico. Para ello procederemos de la misma manera de vuelo rasante, a fin de extraer de ellos algunas ideas dominantes. Veamos.

 

Luego de una sucinta reflexión sobre el deporte y los espectadores del deporte, y de una descripción del monumento erigido en la tumba de Baudelaire en París —que toma como pretexto para hablar sobre algunos animales que pudieran condensar en esa tumba la memoria del gran poeta francés– Vallejo describe el espíritu del murciélago, habitante del reino tenebroso y las cúpulas, de vuelo y de tiniebla, animal que practica la caída hacia arriba, y aprovecha la ocasión para decirnos que Baudelaire no practicó el diabolismo en el sentido católico de este vocablo, sino un “diabolismo laico, un natural coeficiente de rebelión y de inocencia.” No sé quiénes habrán establecido conexiones entre estos dos poetas, mas yo, personalmente, no veo que compartan casi nada en su visión del mundo, excepto quizá en su rebeldía interior, y en la de hallarse incomprendidos –siempre relativamente incomprendidos— en su tiempo.

En un artículo posterior, en 1928, Vallejo publica en el diario “Mundial” de Lima un artículo intitulado  “Aniversario de Baudelaire” donde amplía algunas de estas ideas sobre el poeta parisino. Vallejo le da nuevos toques al breve trabajo y le agrega párrafos, hasta  convertirlo en artículo periodístico. Al final de éste encontramos que éste adquiere más valor: justo el día en que Baudelaire cumple cien años de fallecido, organizan una lectura frente a su tumba una serie de personalidades: ahí estaba Vallejo, confundido entre la gente. Le agrega los siguientes párrafos:

 

            “Ha sido pues, ante esta autentica piedra de catedral y ante una muchedumbre reverente, que Gustave Khan ha pronunciado un discurso sobre el culto a los grandes artistas del mundo, entre los cuales,       dijo, Baudelaire ocupa un lugar eminente. M. Balmi Baysse dijo luego la influencia creciente de   Baudelaire en las literaturas extranjeras.

 

 

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            Damas particulares, unas artistas de la Comedia Francesa y del Odeón otras, recitaron versos del           poeta, entonando así la escena de un inefable tinte humano y viviente y comunicándole una      simplicidad de trance natural y libre, despojado de todo aire de gremio o de capilla.

 

            La voz de contralto de una artista dijo “El extranjero”. Otra recitó, con una unción realmente             conmovedora, “La invitación de viaje”. M. Alexandre hizo una declamación suprema de  “La danza             macabra” y M. Lambert, otra no menos cautivadora, de “La muerte de los amantes.”

 

            El grupo de la posteridad se deshizo por el lado de la estatua “Souvenir”. Entre las deshojadas avenidas, el viento se quedaba cantando en dos silencios, su silencio.”[4]

 

En “Concurrencia capitalista y emulación socialista” hay una alusión crítica al progreso capitalista basado en los récords y en las competencias deportivas, del match, al cual contrapone la emulación socialista. “De Feuerbach a Marx” es un remake del poema en prosa “En el momento en que el tenista…” que habla del “disparo” de las ideas desde la mente humana. Estoy consciente de que la enumeración de artículos uno a uno pudiera ser fatigoso para el lector, debido a lo cual prefiero acometer el asunto del modo contrario: las ideas marcarán los trabajos. La historia, por ejemplo, es visitada desde la óptica turística, desde la noción superficial de la actualidad. Los grupos de turistas tras los guías que lo explican todo de modo superficial y comercial, sobre todo cuando de cultura se trata. Vallejo realiza esta glosa: “La historia no se narra ni se mira ni se escucha, ni se toca. La historia se vive y se siente vivir, al animal se le guía y se le empuja. Al hombre se le acompaña paralelamente.”

 

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EL HUMOR VALLEJIANO

 

Resultan graciosas las observaciones entrelíneas realizadas por Vallejo en estos textos, su fina ironía. Es de advertir un elemento, un ingrediente de primera importancia en la estética de Vallejo: el humor. Este sentido del humor recorre el mundo vallejiano manifestándose mediante los más diversos modos: el humor político, la capacidad crítica de la sátira, la manera de contrastar los significados y significantes, las ironías inteligentes, las sutilezas lingüísticas construidas al amparo de la ambigüedad: son muchas las posibilidades humorísticas del poeta. Veamos algunos ejemplos de este humor:

 

“No hay nada qué temer. No hay nada qué esperar. Siempre se está más o menos vivo. Siempre se está más o menos muerto”.

 

Ello, al reflexionar sobre “La muerte de la muerte”. También están las opiniones científicas o sociológicas de Vallejo, las ideas que se mueven casi siempre entre los juegos de la paradoja y la inteligencia, las especulaciones numéricas o metafísicas. Pueden adquirir las formas del fragmento o del aforismo, pero nunca son directas; siempre está ahí el ingrediente sorpresivo o asombroso para remitir a los juegos o al ejercicio del intelecto, merced al humor. Un caso claro de ello son los fragmentos reunidos bajo el título “Negaciones de negaciones”, donde se hace acopio de un conjunto de textos signados por la paradoja. Citemos unos pocos:

 

Conozco a un hombre que dormía con  sus brazos. Un día se los amputaron y quedó dormido para siempre.

El día tiene a la noche encerrada dentro. La noche tiene al día encerrado afuera.

 

***

 

Las personas y cosas  que se cruzan en opuesta direcciones, se van a sitios diferentes. Todos van al mismo sitio, sólo que van uno tras otro.”

 

***

 

André Breton cuenta que Philip Soupault salió una mañana de su casa y se echó a recorrer París, preguntando de puerta en puerta

–¿Aquí vive el ser Philip Soupault?

Después de atravesar varias calles, de una casa desconocida salieron a responderle:

–Sí, señor, aquí vive el señor Phillipe Soupault.

 

En esta “Negación de negaciones” cohabitan reflexiones varias, aleatorias, sin orden preciso. Reflexiones filosóficas personales, juegos de palabras, argumentos absurdos, ideas sueltas, aforismos intentan integrarse mediante el humor, y lo logran en buena medida. Veamos estos nuevos ejemplos:

 

“El ruido de un carro, cuando éste va lentamente, es feo y desagradable. Cuando va rápidamente, s torna melodioso.”

 

Renan dice de Joseph de Maistre: “Cada vez que en su obra hay un efecto de estilo, ello es debido a una falta del francés. Lo mismo puede decirse de todos los grandes escritores en los diversos idiomas.”

 

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¿Porqué Vallejo tituló este libro Contra el secreto profesional? Tal vez porque no quiso hacer de crítico profesional. Porque se opuso al argumento de autoridad., pues el argumento de autoridad implica un juicio de valor, y este juicio a su vez implica un juicio moral, de lo cual huye Vallejo constantemente. Vallejo puede ser todo, menos un moralista. Sabe distanciarse de la política cuando habla de literatura, y de la poesía cuando escribe sobre política. Nunca se plegó al arte panfletario, ni a una literatura esencialista. Siendo cristiano, jamás pregonó la moral cristiana en su poesía; se distanció de Dios para poder abordarlo a través del poema. Y ello se debe en parte a su gran sentido del humor.

 

La verdad es que los textos finales de Contra el secreto profesional se asemejan a los poemas en prosa, aún cuando poseen argumentos más claros (ya dijimos que la poesía no argumenta) y acciones más concretas, se mantienen aún dentro del rango de la prosa lírica. Así tenemos por ejemplo en “Teoría de la reputación”, “Ruido de pasos de un gran criminal”, “Conflicto entre los ojos y la mirada”, “Magistral demostración de salud pública”, “Lánguidamente su licor” y “Vocación de la muerte” no solamente podrían ser considerados poemas en prosa, sino también minicuentos o microrrelatos, situados en esa ambigua frontera genérica que Julio Cortázar creó, décadas más tarde, para sus Historias de cronopios y de famas, esto es, historias absurdas o fantásticas protagonizadas por personajes atípicos, desdibujados, sólo aprehensibles por intermedio de la poesía. Elegimos tres o cuatro párrafos de algunos de ellos para ilustrar lo afirmado.

 

“No sé quién hizo de nuevo la luz. El mundo volvió a agazaparse en sus raídas peles: la amarilla del domingo, la ceniza del lunes, la húmeda del martes, la juiciosa del miércoles, la de zapa del jueves, la triste del viernes, la haraposa del sábado. El mundo volvió a aparecer así, quieto, dormido o haciéndose el dormido. Una espeluznante araña, de tres patas quebradas, salía de la manga del sábado.” (“Ruido de pasos de un gran criminal”)

 

“Hartas veces he querido –a la fuerza y revólver en mano—relatar este recuerdo o esbozarlo siquiera, aún sin poder conseguirlo. Ninguna de las formas literarias me han servido. Ninguno de los accidentes del verbo. Ninguna de las partes de la oración. Ninguno de los signos puntuativos. Sin duda, existen cosas que no se han dicho ni se dirán nunca o existen cosas totalmente mudas, inexpresivas o inexpresables.” (Conflicto entre los ojos y la mirada”)

 

La capacidad humorística de Vallejo toca fondo –o mejor sería decir, asciende a lo más alto— en el cuento-poema “Vocación de la muerte”, donde nos encontramos con una parodia de los últimos días de Cristo, a través de un lenguaje coloquial, en la conversación de varios personajes de la época: Hernón, Armani, Zabadé. El nombre de Cristo o de Jesús no aparece –simplemente se le alude como “el hijo de María”– contemporizado en el siglo XX, mientras el doctor lee a Lenin junto al hijo de María, que tiene hambre.

 

El hijo de María  cumplía aquel día treinta años durante toda su vida había viajado, leído y meditado mucho. Su familia le odiaba, a causa de su extraña manera de ser, según la cual desechaba todo oficio y toda preocupación de la realidad.

 

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Un día se sienta en una piedra, a pensar y a esperar la muerte, para convertirse luego en el Mesías. La manera en que Vallejo narra este cuento es elusiva, sugerente, y nos habla una vez más no sólo de la extraordinaria admiración hacia Jesús como personaje literario, sino de su  identificación espiritual con éste.

 

Suelen incluirse en Contra el secreto profesional las notas, apuntes, reseñas de ideas y de fragmentos que en Francia suelen denominarse “Carnets”, por hallarse éstas anotadas en pequeñas libretas que se portaban en los bolsillos. Muchas de estas anotaciones tienen las características de la espiritualidad (“El carnet de 1929)”; otras nos hablan sobre teatro, pintura, poesía, la muerte o el tiempo, la risa, incluso el cine, llamado por entonces “cinema”. Pudieran llamarse lo que hoy denominamos de modo genérico “pensamientos”, tal se llamó en su tiempo a los fragmentos aislados de las obras de Blaise Pascal. En muchos de estos sigue estando presente el ya referido sentido del humor (“Yo quiero que me vida caiga por igual sobre todas y cada una de las cifras (44 kilos) de mi peso.”)

 

Posee Vallejo ideas muy atrevidas acerca del amor, como éstas: “El amor me libera en el sentido que puedo dejar de amar. La  persona a quien amo debe dejarme la libertad de poder aborrecerla en cualquier momento”, nos dice con desenfado, en este tema sobre el cual se han escrito tantas hipocresías y sensiblerías, o haciendo frases que pudieran parecer obvias (“Todo empieza siempre por el principio”) y otros sencillamente geniales (“Mi amargura cae jueves”), o aquellos que tienen un contenido político deslindado del arte. “Artísticamente socialismo no es lo mismo que humanismo” (“Carnet de 1930”), o aquellos que involucran una paradoja (“El único que dice la verdad es el mentiroso”) o aquellos de un contenido poético por excelencia (“Bien me doy cuenta de que en este momento comen en mi corazón”) o construcciones simplemente geniales (“Hace un frío teórico y práctico”); también hay otros que cumplen su función de teoría poética: “Escribí un verso en que hablaba de mi adjetivo en el cual crecía hierba. Seis años más tarde, en París, vi en una piedra del cementerio Montparnasse un adjetivo con hierba”. (“Profecía de la poesía, Carnet de 1932)

 

Y así sucesivamente, podemos ir encontrando en estos carnets ideas, imágenes, pareceres que toman las formas más diversas, pero todos tienen la base común del ingenio, concediéndose incluso la licencia de acotar  “frases pronunciadas por Vallejo en un semi-sueño, el que no era delirio.”

 

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POEMAS HUMANOS, LA EXPRESIÓN DEPURADA

 

Para quien interpreta, no es nada cómodo situarse frente a un libro cuyo título suena muy elemental, una colección de poemas agrupados por personas cercanas al poeta, y él nunca vio editados en libro. En teoría, todos los poemas escritos en la humanidad deberían ser humanos, pero esa aparente elementalidad tampoco es ajena a Vallejo. A excepción de “Trilce” –palabra inventada- aunque no suene rebuscada— “Los heraldos negros” es una construcción bastante gráfica, si se quiere, y “Poemas en prosa” una construcción genérica muy común para un grupo de poemas que pudieron haber tenido un título mucho más sugerente, elegido de entre los muchos que componen el volumen. Con el siguiente título, “España, aparta de mí este cáliz” ocurre otro tanto. A mí me parece bastante patético           –incluso melodramático— para Vallejo, pero ya está acuñado así (en efecto así se llama uno de los poemas del libro) y ya no podemos eludirlo, pues el libro tiene como tema central la Guerra Civil Española. Pero estos son asuntos meramente enunciativos. Los que importan son los poemas.

 

El primero de ellos, “Altura y pelos” no puede ser más “vallejiano”, en su entonación exclamativa: “Ay, que yo sólo he nacido solamente!”. “Yuntas”, el segundo continúa ese tono, así como “Un hombre está mirando a una mujer”, aunque no sean de las piezas que más me convencen de Vallejo.

 

El ensayista venezolano Guillermo Sucre nos dice que Poemas humanos  (1938) es el libro de la enajenación, donde el hombre está condenado a la penuria existencial como única trascendencia; aquí la desposesión es radical y el dolor lo trastoca todo. Se trata de una observación certera. Toda la desilusión y el vacío parecen estar presentes en él, un sentimiento de la huida, del destierro. A mi modo de ver  –y aún compartiendo la opinión de Sucre— la mirada de Vallejo en este libro es expectante, implacable en el instante de acercarse a cuanto le rodea o a aquello que espera; se despoja de todo, se prepara para vivir una experiencia “histórica” definitiva, a experimentar ser otro. O a vivir en otro mundo. A esto le llama Sucre una utopía, necesariamente identificada con la aspiración socialista. Creo que acierta una vez más Sucre en este sentido, cuando afirma que lo espiritual y lo político están en Vallejo indisolublemente ligados, porque “lo religioso en Vallejo es una forma de ver la historia, así como la historia es una proyección de su espíritu religioso” y que sus intereses sociales iban más allá del nivel social o económico” [5], puesto que éste no se permite “confundir la militancia política con la vocación estética”.

 

 

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Ahora pasemos a aspectos más específicos.

 

A la mismísima primavera, símbolo del renacer y del florecer y reina de las estaciones, le pone el sórdido adjetivo de “tuberosa”, y le endilga otros no menos terribles: “primavera exacta de picotón de buitre”, “tela de mis despilfarros”, “gallina negra”. Los temas continúan siendo trágicos o dramáticos en este libro: un “terremoto” (interior, exclamativo), “un óxido profundo de tristeza”, visible en el poema “Sombrero, abrigo, guantes” y en el siguiente “Hasta el día en que vuelva de esta piedra” que ésta se halla “con su juego de crímenes, su yedra / su obstinación dramática, / su olivo.”. Y así sucesivamente.

 

Sería poco menos que pretencioso tratar de elucidar todos y cada uno de los contenidos o rasgos formales de estos poemas; cada uno posee –creo yo— un mundo verbal autónomo, una expresión poderosa del dolor, la fatalidad o la muerte confundida con temas sociales (“Los mineros salieron de la mina”), es decir los mineros del tungsteno, los mineros peruanos. En “Epístola a los transeúntes” es la soledad metafísica de Vallejo la que impera:

 

Para cuando yo muera de vida y no de tiempo

cuando lleguen a dos mis dos maletas

este ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos

(…)

 

Los transeúntes aquí serían los semejantes, la humanidad que nos acompaña sin saberlo. El poder vallejiano de la palabra se torna aquí trascendental, sube en su aspiración cósmica o se rebaja a la nada, puede ser ambas cosas. Puede decirle esto a los mineros: “¡Salud, oh creadores de la profundidad! (Es formidable)”

 

Una obra maestra lírica, donde la ternura infantil asoma de un modo admirable, donde se aloja el Vallejo niño, el Vallejo herido de nostalgia, el Vallejo desterrado y el Vallejo completamente dueño de su logos, huérfano de amor, ungido en Cristo y en la pureza de los sentimientos, vestido con el traje de su desnudez primal, hablando ante los hombres y el tiempo, se halla en el texto “Fue domingo en las claras orejas de mi burro”. Es imposible no citarlo íntegro:

 

Fue domingo en las claras orejas de mi burro,

de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)

Mas hoy ya son las once en mi experiencia personal,

experiencia de un solo ojo, clavado en pleno pecho,

de una sola burrada, clavada en pleno pecho,

de una sola hecatombe, clavada en pleno pecho.

 

Tal de mi tierra veo los cerros retratados,

ricos en burros, hijos de burros, padres hoy de vista,

que tornan ya pintados de creencias,

cerros horizontales de mis penas.

 

En su estatua, de espada,

Voltaire cruza su capa y mira el zócalo,

pero el sol me penetra y espanta de mis dientes incisivos

un número crecido de cuerpos inorgánicos.

 

Y entonces sueño en una piedra

verduzca, diecisiete,

peñasco numeral que he olvidado,

sonido de años en el rumor de aguja de mi brazo,

lluvia y sol en Europa, y ¡cómo toso! ¡cómo vivo!

¡cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales!

y cómo, por recodo, mi ciclo microbiano,

quiero decir mi trémulo, patriótico peinado.

 

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Sigue en “Telúrica y magnética” la entonación exclamativa, patética, exhaustiva en adjetivos nuevos o inventados, contrastantes con los sustantivos. Los textos más extensos en verso de Vallejo son éstos, madurados en este libro entre la experiencia neo modernista de Los heraldos negros, la experimentación transgresora de Trilce y la gramática vanguardista de los Poemas en prosa: todo va a encontrarse y depurarse en Poemas humanos con una fuerza y una relevancia impares. Los extensos desarrollos de “Gleba”, “Pero antes que se acabe”, “Piensan los viejos asnos”, “Hoy me gusta la vida mucho menos” y muchos otros que se han vuelto ya “clásicos” de Vallejo por el carácter representativo de su mundo y su lenguaje. En virtud de esto, pudiera decirse que esta colección de poemas representa ya al poeta en pleno dominio de su arsenal de recursos formales: el absurdo, la paradoja, la numerología, la implosión semántica de los vocablos, la adjetivación brusca y contrastante, el hermetismo como vía del conocer, los viajes cósmicos en el espacio-tiempo, el manejo del ingrediente utópico para expresar los temas seculares de la madre, la familia, el amor, la muerte, el tiempo, la carnalidad en pugna con la espiritualidad, para ascender, al final, a una personal cristiandad. Todo ello logra Vallejo en Poemas humanos, el libro más extenso de los suyos y acaso el más ambicioso estéticamente hablando. Se trata de 76 poemas, la mayoría de ellos más extensos que los 77 de Trilce y con desarrollos formales más irregulares y vastos. Serían prolijos los ejemplos para ilustrar lo dicho.

 

Cada uno de estos poemas puede constituirse en un universo autónomo, y contener claves insospechadas. Incluso si se tomaran versos aislados, pudieran escribirse sobre éstos tratados completos. No exagero. Un solo verso de Vallejo da pie para una especulación filosófica o metafísica, social o estética, espiritual o cultural si tomamos en cuenta que su mundo recorre todos estos orbes con similar intensidad y eficacia. Veamos unos pocos ejemplos:

 

Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse

de días;

que es lóbrego mamífero y se peina…

 

Considerando

que el hombre procede suavemente del trabajo

y repercute jefe, suena subordinado;

que el diagrama del tiempo

es constante diorama en sus medallas

y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,

desde lejanos tiempos,

su fórmula famélica de masa…

 

Comprendiendo sin esfuerzo

que el hombre se queda, a veces, pensando,

como queriendo llorar,

y, sujeto a tenderse como objeto,

se hace buen carpintero, suda, mata

y luego canta, almuerza, se abotona…

 

Considerando también

que el hombre es en verdad un animal

y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…

 

Examinando, en fin,

sus encontradas piezas, su retrete,

su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…

 

Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

 

Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito…

le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué más da! Emocionado… Emocionado

 

Entre estos se encuentra el que constituye el poema más célebre y más conocido de Vallejo, pues sintetiza su drama cultural entre América y Europa:

 

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PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

 

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París —y no me corro—

talvez un jueves, como es hoy, de otoño.

 

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

 

César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

 

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos…

y otro que se le aproxima en celebridad, “Intensidad y altura”:

 

 

INTENSIDAD Y ALTURA

 

Quiero escribir, pero me sale espuma,

quiero decir muchísimo y me atollo;

no hay cifra hablada que no sea suma,

no hay pirámide escrita, sin cogollo.

 

Quiero escribir, pero me siento puma;

quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay toz hablada, que no llegue a bruma,

no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

 

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

carne de llanto, fruta de gemido,

nuestra alma melancólica en conserva.

 

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

El fascinante ejercicio de la escritura se palpa en:

 

 

 

QUEDÉME A CALENTAR LA TINTA EN QUE ME AHOGO…

 

Quedéme a calentar la tinta en que me ahogo

y a escuchar mi caverna alternativa,

noches de tacto, días de abstracción.

 

Se estremeció la incógnita en mi amígdala

y crují de una anual melancolía,

noches de sol, días de luna, ocasos de París.

 

Y todavía, hoy mismo, al atardecer,

digiero sacratísimas constancias,

noches de madre, días de biznieta

bicolor, voluptuosa, urgente, linda.

Y aun

alcanzo, llego hasta mí en avión de dos asientos,

bajo la mañana doméstica y la bruma

que emergió eternamente de un instante.

 

Y todavía,

aun ahora,

al cabo del cometa en que he ganado

mi bacilo feliz y doctoral,

he aquí que caliente, oyente, tierra, sol y luno,

incógnito atravieso el cementerio,

tomo a la izquierda, hiendo

la yerba con un par de endecasílabos,

años de tumba, litros de infinito,

tinta, pluma, ladrillos y perdones.

O los primeros veros de “Palmas y guitarra”

Ahora, entre nosotros,

ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.

 

Ahora, ven contigo, hazme el favor

de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche teneblosa

en que traes a tu alma de la mano

y huimos en puntillas de nosotros.

 

 

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En “Intensidad y altura” asistimos la reflexión del poeta sobre la naturaleza arisca del lenguaje y de la voluntad de atraparlo; el lenguaje y la lengua parecen huir o desvanecerse mientras discurren: en vez de palabras, surge algo evanescente como la espuma; la “cifra hablada” que intenta apresarse se suma a otra de modo sucesivo. “Beber lo ya bebido”, es decir, lo ya dicho y redicho. Se impone aquí la rusticidad, el prosaísmo, lo rutinario y cotidiano. Los títulos elípticos de casi todos los poemas encubren una crítica a sí mismos. Ello es notable en Vallejo quien, en cuanto intenta construir un ars poética, de inmediato salen a su encuentro signos de lo cotidiano que se lo impiden. Vallejo realiza así una autocrítica de su lenguaje sólo para crear otro lenguaje, un lenguaje que no se refleja nunca a sí mismo, sino su reverso. Por ello es posible hablar de una alteridad lingüística en Vallejo, de una pugna constante con las palabras: las maltrata él a ellas antes de que éstas lo destruyan a él por las vías de la imitación, o por vías de absorción de otra tradición literaria u otra historia que pueda ser postiza, como una simulación.

 

Vallejo intenta someter las palabras antes de que éstas le sometan y jueguen con él; entonces se ve obligado a crear una suerte de alquimia verbal y una vía de iniciación a través de ésta, a la espiritualidad. Vallejo sufrió también una crisis existencial que pudo volcarse en el escepticismo o el pesimismo, y ante ese peligro Vallejo tomó el camino de una espiritualidad gozosa donde vio una salida con dos caminos: uno es el cristianismo y el otro el refugio en la memoria infantil, donde la casa y la madre son los símbolos principales.

 

Nos limitaremos aquí a señalar escuetos rasgos temáticos de los textos, impedidos de momento ahondar en ellos. Un repaso temático nos permite ver que los motivos se reparten entre un exhorto a continuar la vida (“Los desgraciados”): “Ya va a venir el día pónte el cuerpo”; el frágil destino humano en “La punta del hombre”; el efímero goce del vio ( la celebración y la efusión en “Oh, botella sin vino, oh vino…”; el paisaje de la infancia en “Al fin, un monte”: “Monte que tantas veces mañana / oración, prosa fluvial de llanas lágrimas”; los desvaríos producidos por el dolor en “Quiere y no quiere su color mi pecho”; mientras en un texto como “La paz, la avispa, el taco, las vertientes” lo que observamos es sobre todo un ejercicio formal traducido en un alarde enumerativo como pocas veces se ha visto en Vallejo; o el virtuosismo adjetival y adverbial en el logro de un efecto dramático en el caso de “Transido, salomónico, decente”, para luego dar el salto hacia el sufrimiento de los obreros explotados, esclavizados casi: “Señor esclavo ¿y bien? Los melaloudes obran en la angustia” Y en una suerte de renovación del género de la Oda, celebra a su amigo Alfonso:

 

Palpablemente

tu inolvidable cholo se oye andar

en París, te siente en el teléfono callar

y toca en el alambre a tu último acto

tomar pan, brindar

por la profundidad, por ti, por mí

 

 

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O el uso de prosaísmos, feísmos y adverbios con el fin de causar un malestar en el lector, para que éste quede perturbado por la situación extrema del sujeto poético en el poema “Escarnecido, aclimatado al bien, mórbido, hurente”. Nos encontramos luego con otra obra maestra de Vallejo “Traspie entre dos estrellas”. Se trata de una declaración de amor al pueblo, a la gente, a los niños, en un tono realmente conmovedor:

 

(…)

 

Amado sea aquel que tiene chinches,

el que lleva zapato roto bajo la lluvia,

el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,

el que se coge un dedo en una puerta,

el que no tiene cumpleaños,

el que perdió su sombra en un incendio,

el animal, el que parece un loro,

el que parece un hombre, el pobre rico,

el puro miserable, el pobre pobre!

¡Amado sea

el que tiene hambre o sed, pero no tiene

hambre con qué saciar toda su sed,

ni sed con qué saciar todas sus hambres!

¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,

el que suda de pena o de vergüenza,

aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,

el que paga con lo que le falta,

el que duerme de espaldas,

el que ya no recuerda su niñez; amado sea

el calvo sin sombrero,

el justo sin espinas,

el ladrón sin rosas,

el que lleva reloj y ha visto a Dios,

el que tiene un honor y no fallece!

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora

y el hombre que ha caído y ya no llora!

¡Ay de tánto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!

 

Mientras tanto, el tema de la alteridad campea en “A lo mejor soy otro”, y en el “Libro de la naturaleza” nos topamos con metáforas asombrosas, cumbres del vanguardismo, como “Profesor de sollozo”, “Rector de los capítulos del cielo”, “Técnico en gritos”, “Profesor de haber tanto ignorado” que cumplen ese lado risueño, feliz, humorístico, de la poesía de Vallejo.

 

También el arte del disparate, del absurdo vallejiano se cumple en “Tengo un miedo terrible de ser un animal”, como bien observamos en las expresiones: “Un disparate, un permiso ubérrimo / a cuyo yugo espiritual sucumbe / el gonce espiritual de mi cintura” el disparate vivo y el disparate muerto”/ por la vida que tiene tres potencias”

 

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De seguidas está un canto a la esperanza, a la utopía, encarnado en un matrimonio con la vida y con un mundo nuevo en una “Marcha nupcial”, como advertimos en los versos finales del poema:

 

Luego, haciendo del átomo una espiga,

encenderé mis hoces al pie de ella

y la espiga será por fin espiga.

 

En otro sentido va el poema “La cólera que quiebra al hombre en niños” donde queda  plasmada la ira social contra la injusticia; o bien el trabajo, el pan de cada día, el esfuerzo de los trabajadores y la crudeza de lo cotidiano se entrelazan para constituir el texto de “Un hombre pasa con un pan al hombro” Se trata de la confrontación de la realidad-real de lo social con la realidad interior o metafísica, a través de una serie de preguntas y de su respectiva respuesta. Son 13 interrogantes y  13 contestaciones. Citaré dos de ellas.

 

Alguien va en un entierro sollozando

¿cómo luego ingresar a la academia?

Alguien limpia un fusil en la cocina

¿con que valor hablar del más allá?

 

Un examen del dolor tiene lugar en el texto “Hoy le ha entrado una astilla”, mientras el combate entre el cuerpo y el alma lo es en “El alma que sufrió de ser su cuerpo”. El tono imperativo, reiterativo, no siempre afortunado, tiene lugar en “Ande desnudo, en pelo, el millonario”, en el que es probablemente uno de los poemas más extensos de cuantos venimos revisando, a excepción por supuesto de los textos pertenecientes a libro España, aparta de mí esta cáliz, el cual observaremos más adelante.

 

La dulzura, el canto a la amada y al amor son los núcleos de “Dulzura por dulzura corazona”, donde al final leemos:

 

Cuando ya no haya espacio

Entre tu grande y tu postrer proyecto

Amada,

Volveré a tu media, haz de besarme

Bajando por tu media repetida, tu portátil ausente, díle así

 

El poema que cierra el volumen constituye para mí el más humano, nuevo, diáfano de los textos que Vallejo haya escrito en toda su vida, y necesariamente merecería un estudio aparte. La diafanidad expresiva de este texto ciertamente contrasta con los demás poemas. No sé si esto fue buscado por su autor. Pero este final es un final majestuoso en su humildad, significativo en su desnudez, grande en su despojamiento de artificio. Es arduo lograr en 54 versos sostenidos, que invita a leerlo íntegro.

 

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ELLO ES QUE EL LUGAR DONDE ME PONGO…

 

Ello es que el lugar donde me pongo

el pantalón, es una casa donde

me quito la camisa en alta voz

y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España.

Ahora mismo hablaba

de mí conmigo, y ponía

sobre un pequeño libro un pan tremendo

y he, luego, hecho el traslado, he trasladado,

queriendo canturrear un poco, el lado

derecho de la vida al lado izquierdo;

más tarde, me he lavado todo, el vientre,

briosa, dignamente;

he dado vuelta a ver lo que se ensucia,

he raspado lo que me lleva tan cerca

y he ordenado bien el mapa que

cabeceaba o lloraba, no lo sé.

 

Mi casa, por desgracia, es una casa,

un suelo por ventura, donde vive

con su inscripción mi cucharita amada,

mi querido esqueleto ya sin letras,

la navaja, un cigarro permanente.

 

De veras, cuando pienso

en lo que es la vida,

no puedo evitar de decírselo a Georgette,

a fin de comer algo agradable y salir,

por la tarde, comprar un buen periódico,

guardar un día para cuando no haya,

una noche también, para cuando haya

(así se dice en el Perú — me excuso);

del mismo modo, sufro con gran cuidado,

a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos

poseen, independientemente de uno, sus pobrezas.

quiero decir, su oficio, algo

que resbala del alma y cae al alma.

 

Habiendo atravesado

quince años; después, quince, y, antes, quince,

uno se siente, en realidad, tontillo,

es natural, por lo demás ¡qué hacer!

¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?

Sino vivir, sino llegar

a ser lo que es uno entre millones

de panes, entre miles de vinos, entre cientos de bocas,

entre el sol y su rayo que es de luna

y entre la misa, el pan, el vino y mi alma.

 

Hoy es domingo y, por eso,

me viene a la cabeza la idea, al pecho el llanto

y a la garganta, así como un gran bulto.

 

Hoy es domingo, y esto

tiene muchos siglos; de otra manera,

sería, quizá, lunes, y vendríame al corazón la idea,

al seso, el llanto

y a la garganta, una gana espantosa de ahogar

lo que ahora siento,

como un hombre que soy y que he sufrido.

 

 

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TEXTOS ÚLTIMOS DE POEMAS HUMANOS

 

Al proseguir nos damos cuenta que “Palmas y guitarra” es uno de los más elevados poemas amorosos de Vallejo, quizá el más representativo en este sentido. Alejado del tono romántico, clasicista, modernista o nativista, incluso vanguardista, Vallejo se interna en los aspectos más humanos de la mujer amada, de la mujer protagónica consciente y reflexiva, que comparte un destino histórico. Alejado de la sensiblería y de los lugares comunes, de las metáforas cargadas de amor o erotismo, Vallejo invoca el amor de la compañera mediante un tono innovador:

 

PALMAS Y GUITARRA

 

Ahora, entre nosotros, aquí,

ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo                       

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.

Ahora, ven contigo, hazme el favor

de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche teneblosa

en que traes a tu alma de la mano

y huimos en puntillas de nosotros.

 

Ven a mí, sí, y a ti, sí,

con paso par, a vernos a los dos con paso impar,

marcar el paso de la despedida.

¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta la vuelta!

¡Hasta cuando leamos, ignorantes!

¡Hasta cuando volvamos, despidámonos!

¿Qué me importan los fusiles,

escúchame;

escúchame, ¿qué impórtanme,

si la bala circula ya en el rango de mi firma?

¿Qué te importan a ti las balas,

si el fusil está humeando ya en tu olor?

 

Hoy mismo pesaremos

en los brazos de un ciego nuestra estrella

y, una vez que me cantes, lloraremos.

 

Hoy mismo, hermosa, con tu paso par                                   

y tu confianza a que llegó mi alarma,

saldremos de nosotros, dos a dos.

 

¡Hasta cuando seamos ciegos!

¡Hasta

que lloremos de tánto volver!

Ahora,

entre nosotros, trae

por la mano a tu dulce personaje

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.

Ahora, ven contigo, hazme el favor

de cantar algo

y de tocar en tu alma, haciendo palmas.

 

¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!

¡Hasta cuando partamos, despidámonos!

 

De su partida de la capital francesa el año 1936 ha escrito un breve poema (“París, octubre, 1936”) que no tiene desperdicio –ni paralelo— en la poesía hispanoamericana:

 

PARIS, OCTUBRE 1936

 

De todo esto yo soy el único que parte.

De este banco me voy, de mis calzones,

de mi gran situación, de mis acciones,

de mi número hendido parte a parte,

de todo esto yo soy el único que parte.

 

De los Campos Elíseos o al dar vuelta

la extraña callejuela de la Luna,

mi defunción se va, parte mi cuna,

y, rodeada de gente, sola, suelta,

mi semejanza humana dase vuelta

y despacha sus sombras una a una.

 

Y me alejo de todo, porque todo

se queda para hacer la coartada:

mi zapato, su ojal, también su lodo

y hasta el doblez del codo

de mi propia camisa abotonada.

 

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Otro rasgo notable de Vallejo reside en indicarnos una situación existencial profunda con un mínimo de recursos a través de imágenes secas, certeras, despojadas de toda retórica. A esa despedida de París pertenecen los poemas “Despedida recordando un adiós”, “Y no me digan nada”; mientras que las autocriticas y los reclamos a sí mismo, los exámenes de la propia existencia están realizados en “Los desgraciados”, y uno que resulta central en el momento de sacudirse a sí mismo, llamarse por su nombre, exultante: se hiere, se grita, se somete a un implacable rosario de preguntas e imprecaciones, se trata de “En suma, no poseo nada para expresar mi vida sino mi muerte”, en versos de largo aliento:

 

EN SUMA, NO POSEO PARA EXPRESAR MI VIDA, SINO MI MUERTE…

 

En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte.

Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión

en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra.

Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando

en la marcha impertérrita del tiempo.

¿Por qué la cuerda, entonces, si el aíre es tan sencillo? ¿Para qué la

cadena, si existe el hierro por sí solo?

César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo

con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta.

César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de

ornamentales áspides y exagonales ecos.

Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos,

cierra ambas grutas al sañudo antropoide; repara, en fin, tu antipático venado;

tente pena.

¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera

ubre que el amor!

¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas!

¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente!

¡Que ya no doy gusanos, sino breves!

¡Que ya te implico tánto, que medio que te afilas!

¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas!

Pues el afecto que quiébrase de noche en mis bronquios, lo trajeron de

día ocultos deanes y, si amanezco pálido, es por mi obra; y, si anochezco

rojo, por mi obrero. Ello explica, igualmente, estos cansancios míos y estos

despojos, mis famosos tíos. Ello explica, en fin, esta lágrima que brindo por

la dicha de los hombres.

César Vallejo, parece

mentira que así tarden tus parientes,

sabiendo que ando cautivo,

sabiendo que yaces libre!

¡Vistosa y perra suerte!

¡César Vallejo, te odio con ternura!

 

No hay aquí poema que no merezca un examen detenido, como mencioné antes. Todos merecen invitaciones descifradoras, todos son variantes de los temas enunciados desde tratamientos distintos, con aportaciones novedosas de acuerdo a la circunstancia epocal del poeta; todos y cada uno ofrecen referentes interpretativos, que sería apasionante emprender. Se trata, lo dije ya, de los poemas más complejos de toda su obra, no en esta ocasión debido a su hermetismo o significaciones cifradas, sino al reto formal que ofrecen a los estudiosos de la lengua poética hispanoamericana, debido al transvase que Vallejo realiza de nuevos vocablos, de nuevas inflexiones y sonoridades.

 

 

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NOTAS

 

[1] César Vallejo,  Poemas en prosa. Contra el secreto profesional, Seguido de  Apuntes biográficos sobre César Vallejo, por Georgette de Vallejo, Editorial Laya, Barcelona, España, 1983. Al parecer, la primera edición de esta breve colección de poemas no se publicó nunca en libro,  si no hasta 1973, pues Vallejo publicó estos textos de manera dispersa en revistas.

2 Ibíd. Pág. 40.

3 César Vallejo,  Poemas en prosa. Contra el secreto profesional, Seguido de  Apuntes biográficos sobre César Vallejo, por Georgette de Vallejo, Editorial Laya, Barcelona, España, 1983.

4 “Aniversario de Baudelaire”.  [Fechado en París, mayo de 1928] Aparecido por vez primera en: Mundial, N° 421, Lima, 6 de julio de 1928.  En: César Vallejo, Crónicas de poeta, Prólogo, selección y notas de Manuel Ruano, Colección La Expresión Americana, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1996.

5 Guillermo Sucre,  “Vallejo: inocencia y utopía”. En: La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana, Monte Ávila Editores, Caracas, 1975, pág. 51.

 

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23 El escritor Gabriel Jiménez Emán, en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

El escritor Gabriel Jiménez Emán, en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

 

 

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