‘APRENDER DE MIGUEL DE UNAMUNO’. APUNTE DE RAMÓN ORDAZ Y PINTURAS DE MIGUEL ELÍAS

 

 

Retrato de Miguel de Unamuno, de Miguel Elías

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este comentario, enviado por el poeta Alfredo Pérez Alencart, y escrito por el poeta y ensayista venezolano Ramón Ordaz (Anzoátegui, 1948). Licenciado en educación por la Universidad de Oriente (UDO), tiene una maestría en literatura iberoamericana por la Universidad de Los Andes (ULA). Investigador en el Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres” de la ULA (Mérida) y profesor de posgrado en la Maestría en Literatura Iberoamericana (ULA-Mérida) y en la Maestría en Literatura Latinoamericana y del Caribe (ULA-Táchira). Director-fundador de la revista de arte y literatura En Ancas (Caracas, 1976-1981, 9 números), director del periódico Oriente Universitario (Cumaná, 1981-1983) y director-fundador de la revista Trizas de Papel del Centro de Actividades Literarias “José Antonio Ramos Sucre”. Dirigió el Centro de Actividades Literarias “José Antonio Ramos Sucre” (Cumaná, 1983-2000). Docente de la Escuela de Humanidades y Educación de la UDO-Sucre. Profesor de posgrado en la Universidad de Carabobo (UC), en el Instituto Universitario Pedagógico de Maturín y en la ULA. Colaborador de varias publicaciones literarias de Venezuela, integra el cuerpo de colaboradores de la revista Poesía. Ha publicado, entre otros, los libros Esta ciudad, mi sangre (Caracas, 1977), Potestades de Zinnia (Caracas, 1979), Antología del otro (Caracas, 1990), Grafopoemas (Barcelona, Anzoátegui, 1992), Diario de derrota (Cumaná, Sucre, 1993), Kuma (Caracas, 1997), En los jardines de Colón (Cumaná, 1998), El pícaro en la literatura iberoamericana (México, 2000) y Profanaciones (Mérida, 2002). Ganador del Premio Conac de Poesía 1991 y del Premio de Poesía Bienal Literaria “Teófilo Tortolero”.

 

Retrato de Unamuno, de Miguel Elías

 

APRENDER DE MIGUEL DE UNAMUNO’

 

Después de Cervantes, tal vez sea Unamuno el escritor español de más renombre en el mundo.  Desde finales del siglo XIX hasta la hora de su muerte, en 1936, su presencia en la literatura siempre fue inquietante, renovadora como demoledora de los prejuicios de su época.

 

Polémico, contradictorio, acucioso investigador de la intrahistoria, filósofo, dramaturgo, poeta, novelista y ensayista de apasionadas páginas, su obra en ningún momento puede pasar inadvertida para cualquier lector que se acerque a conocer las letras españolas. Como Andrés Bello, fue prolijo en hijos y en obras.

 

 Siendo vasco, se consideraba más español que muchos y no gratuitamente hizo de Salamanca la atalaya de su universo cultural. A pesar de eventuales destituciones y destierros, nunca dejó de lado sus objetivos salmantinos. Allí regresaría siempre para restituir el ejemplo de su misión de escritor. Llama la atención cómo barajaba la enormidad de su obra con los traviesos y esterilizantes asuntos de la política. Muy probable que de sus estudios sobre el Quijote el espíritu de aventura de Alonso Quijano haya impregnado el suyo. No podía contar tu vida, llegó a escribir, “sino quien esté tocado de tu misma locura de no morir”.

 

Su polifacetismo lo abarcó casi todo, pero es en la religión donde centra buena parte de sus libros. Sin que pueda decirse que era un dogmático, no lo fue, su angustia existencial rebrota en muchos de sus párrafos. Vivió casado con una búsqueda de Dios hasta sus últimos días. ¿Monologaba Unamuno? Es probable. Muchas de sus crónicas las denominó autodiálogos, cuidándose de que siempre acontece la interlocución, en presencia o ausencia del otro. Ese otro puede ser Dios.

 

Unamuno pintado por Miguel Elías sobre un artículo suyo publicado en La Nación

 

 

Los prólogos y cartas de Unamuno son muchos. En cada trazo deja un verbo perturbador que, así como ilumina, defiende su derecho a contradecirse. Por cualquier página que entremos a su universo, hallaremos una vela prendida como señal de que, a las primeras, hay luz, pero más allá está la oscuridad de la que también debemos aprender. “La soberbia, la refinada soberbia, -nos advierte en Vida de don Quijote y Sancho- es la de abstenerse de obrar por no exponerse a la crítica”. Vivir agazapado, hundido en la miseria del polvo que arrastran nuestros zapatos, es como la vida de los topos que obstruyen el cauce de las aguas; es acto de cobardía. Enfrentar la vida en todas sus aristas y dimensiones es el plan del filósofo, del intelectual.

 

Quienes trabajan para el eterno reconocimiento y el aplauso público transitan un camino estrecho, limitado, de exhalaciones perentorias en el pequeño círculo, porque un paso más allá se impone la incertidumbre, las almas de los desgaritados. Penetrar en la parte oscura, fomentar en lo “otro” una posibilidad de lo que somos, puede traernos el aguijón de la crítica, pero nos libera de la soberbia. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Unamuno!

 

El escritor venezolano Ramón Ordaz

 

 

 

 

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