Poesía del Eros. Constance, del peruano Héctor Ñaupari. Poesía en la Universidad

 

Pinturas de Miguel Elías

 

El día martes 10 celebró la lectura de poemas de dos invitados especiales, llegados desde Perú (Héctor Ñaupari) y Estados Unidos (el chileno Ben-Kotel). Sus intervenciones cerraron el Día de las Letras Portuguesas. Dicho acto formó parte de la I Semana de la Poesía en la Usal, De uno y otro continente, organizada por la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Salamanca (ASUS), en colaboración con la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes y el Ateneo de Salamanca. Ahora damos a conocer el poema del autor peruano

 

 

 

HÉCTOR ÑAUPARI

 

 

             Héctor Ñaupari.  Foto: José Amador Martín

 

 

(Lima, 1972). Poeta, abogado y ensayista. Fue integrante de los Grupos Neón y Vanaguardia en la década del noventa del siglo XX. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca y Ciudad de Guatemala. En poesía ha publicado los libros En los sótanos del crepúsculo (1999); Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002 (2002) y  Rosa de los vientos (2006). El año 2010 obtuvo la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos ‘Caminos de la Libertad’, organizado por la Fundación Azteca de México. En el 2001 resultó ganador del Premio Académico Internacional de Ensayo Charles S. Stillman, Guatemala, organizado por la Universidad Francisco Marroquín (UFM); ese mismo año, obtuvo el tercer lugar en el Concurso de Poesía On–Line para Jóvenes Universitarios de la Universidad de Castilla-La Mancha. Poemas suyos se han publicado en antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú.

 

 

 

OLIVER MELLORS BUSCA A CONSTANCE CHATTERLEY

 

Y en mis noches te sueño.

José Escajadillo, valse ‘Yo perdí el corazón’.

 

 

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

 

En cada gota de la garúa que hizo infeliz a Melville.

En cada paso de los años

también por el vientre desnudo de los claustros,

que se hallaban igual de desnudos que tus caderas, hermosas y fieras,

acezantes, febriles y acombadas como el tigre de Blake, o el de Borges.

 

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

 

Para volver a amordazar tu boca y hacer de nuestro amor

lleno de tierra y hojas secas un condado de silencios y cadáveres exquisitos,

una ruta de heridas apenas curadas en tu piel,

un rosario de mentiras para que tu marido no se entere,

 

Y así te busco, Constance,

¡Oh cómo pugnaba tu lengua por salir de la trampa!

¡Oh cómo no poder liberar tu boca pues sería la mía devorada!

 

Ante ti, bacante mía, mi lengua arrebatada de raíz

como una rosa en el ojo de un huracán, consternado la veía sangrienta

en tu úvula espléndida, mis dientes y mejillas sometidos a tu capricho,

ah Perséfone de mis crepúsculos más siniestros.

 

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

 

 

 

 

 

 

Te busco sin hallarte en esos momentos nuestros,

cuando tus manos eran noches cada vez más nocturnas,

cuando tus muslos eran tallos cada vez más frágiles temblando

entre mis piernas,

 

Cuando nuestros labios se parecían tanto a las jóvenes extraviadas

en el laberinto de Creta de nuestros besos,

 

Cuando decías, sé mi Minotauro, embísteme sin tregua,

come mi carne, bebe mi sangre,

libérame de una vez de este estupor cotidiano,

apártame de este maldecido calvario de días que se suceden,

todos iguales.

 

Quiero ser libre, musitabas, quiero estar sumergida s

in cesar hasta tus más álgidos vellos, gritar más allá del frenesí del vino,

como una Ménade delirante.

 

Quiero que seas mi mujer y yo tu hombre, rogabas,

el que rasga tus vestidos y te hace suya sin ningún juego previo

y sin pedir permiso.

 

Quiero invadirte como las olas a la orilla del mar o el olvido al tiempo.

 

Quiero acercarme a ti hasta que no exista más distancia entre nosotros

que tu cuerpo en el mío y el mío en el tuyo.

 

Quiero abandonarme en tu sexo imparable como una inundación

hasta la eternidad sin pausas que se prometen los amantes

que nunca más volverán a verse.

 

Y quiero que, cuando agotados todos los susurros que del fuego vienen,

cuando se hayan vueltos negros por el hollín de la chimenea

donde nos conocimos y fuimos otros, o tal vez los mismos,

sólo queden flores como poemas en tus venas.

Y así te busco, Constance, Constance,

desenredándote en mi pecho, en mis huesos, en mi espalda,

 

te busco en el borde de la cama donde tomaba tus muñecas,

para tensarte y contraerte como un músculo expuesto,

 

donde te bebía, copa mía, hasta dejarte vacía,

donde te encendía, tea insondable, para no dejar sino cenizas.

 

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

 

Repaso con mi lengua y mi cuerpo todo el frío piso

donde te sometía bruscamente como la tormenta del otoño.

 

Te estoy buscando, Constance,

en el recuerdo de la curva rotunda de tu culo perfecto,

alzado

vibrante

dispuesto

 

viniendo a mí arrogante como los ejércitos de Jerjes dispuestos a morir en su entrega,

como moría yo cada tarde en tus brazos.

 

Y ahora que muero, en la penumbra, será tu nombre

la última palabra que mi boca pronuncie:

 

Constance

Constance

Constance.

 

 

 

 

 

 

 

 

Un comentario
  • Xenaro Ovin
    junio 21, 2014

    Cuando el interior grita los instintos, nace imparable el otro yo.

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