‘ESTE CUERPO’. POEMA DE LA MEXICANA AURORA CAMACHO DE SCHMIDT Y PINTURAS DE MIGUEL ELÍAS

 

130322_aurora_cAurora Camacho de Schmidt, Professor of Spanish and Latin American Studies at Swarthmore College, in her office on March 22, 2013. (Laurence Kesterson / Staff Photographer)

Crear en Salamanca se complace en publicar un poema inédito de la escritora Aurora Camacho de Schmidt, profesora emérita de Swarthmore College (Pennsylvania). De origen mexicano, se licenció en Filosofía en la Universidad Iberoamericana (D.F.) y más más tarde obtuvo la maestría y el doctorado en Literatura Latinoamericana y Española en la Temple University (Filadelfia). Entre 1962 y 1969 publicó poesía en diversas revistas culturales de su país. Fue directora del Programa para La Frontera México-Estados Unidos, del American Friends Service Committee. Su investigación académica se enfoca en la poesía mexicana y centroamericana (destacables son sus ensayos en torno a la poesía de Octavio Paz, por citar uno de sus autores preferidos), así como en la relación entre literatura y cambio social en América Latina. Desde 1979 ha participado en el movimiento para defender los derechos de los trabajadores migrantes, y ahora prepara una antología poética que llevará por título En las orillas. Vive en Filadelfia con su esposo, el historiador Arthur Schmidt, con quien tradujo y editó al inglés a Elena Poniatowska, entre otros autores latinoamericanos.
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Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca, dice sobre esta creación de Aurora Camacho de Schmidt: “La lejanía acerca con nitidez el lugar primero: la pertenencia a una cultura y a un idioma que es capital del corazón impacta y se hace verso, confesión de lo memorable en la historia personal de la poeta. Y luego el Tiempo, los catorce lustros dentro y fuera del entorno primero, imponen su balance, el recuento necesario. Aurora Camacho ocupa sólo cuatro páginas de estilizados versos para hacer un arqueo de toda una vida, y de la porción de vidas que deja como legado, hijas, nietos, defensa del más indefenso, encomio de lo Sagrado, enseñanzas para los jóvenes… Todo en cuatro páginas, algo para lo que un novelista hubiera necesitado al menos trescientas hojas en blanco: ahí reside el poder de síntesis de la poesía, la alta temperatura que va quemando lo innecesario. Poesía, la suya, cual rico tesoro que desentumece las emociones de todo aquel que haya tenido que salir fuera de su patria”.

 

 

 

ESTE CUERPO

 

 

Este cuerpo
que ya empieza a escalar la octava década
de su vida
ha cumplido con cierta lealtad
con las disposiciones
de su especie.

Nació en una ciudad
del altiplano
mientras al otro lado del mar
se repartía la muerte al mayoreo
en la guerra más atroz de la historia.

Despertó a la vida
cerca de un parque de ahuehuetes y eucaliptos
en un lugar lleno de casas, grandes edificios
públicos—algunos muy antiguos—
fuentes, amplias calzadas
bordeadas de pirules y oyameles
robles, fresnos, palmeras
altas y otras no altas,
pero sí frondosas
con hojas que la luz traspasaba
en medio de las grandes avenidas
y el ruido de los coches y la gente
las tiendas, los tranvías,
las bicicletas, los niños
todo lo que existía
en cierta paz posrevolucionaria.
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Conquistó pronto su lengua materna.
Aprendió a decir «casa», «pájaro»
«estrella», «noche» y «día»
«mar», «hermana», y además «quiero»
«no quiero», «ven», «tengo sueño».
Y luego «bucanero», «califa», «me duele»
«ten», «espérame».

Sintió el cariño
que le daría fuerza para vivir:
a su padre, a su madre, a sus hermanos,
abuelos, tíos y primos
y a otros desconocidos.

Fue a la escuela.
Se enfermó de paperas y sarampión
pero salió adelante.
Aprendió a leer y a escribir:
conquistas humanas
sólo comparables
al brote de la clorofila
en la capa terrestre
o a la supervivencia de la vida
después de las más terribles
eras glaciares.
Aprendió otro lenguaje
el que se oía en el cine
y se hablaba
en otras tierras, no en éstas
lenguaje mineral
no vegetal como el suyo
aunque también hermoso.

 

 

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Y este cuerpo
creció
supo de un Dios humilde
y empezó a construirse
un alma, como quien se previene
para el largo camino.

Tuvo algunas amigas
luego amigos
que persistieron en la amistad
a través de los tiempos.
Con algunos de ellos
estudió literatura
y filosofía, pensó, trató
de entender su mundo,
de conocer su historia
y su ciencia.

Como adulta que era
trabajó, tuvo un sueldo
fue productiva
pagó impuestos
se abrió paso.
Ocupó su lugar
entre los jóvenes.

Un día llegó el amor.
Primero fue un amanecer
como de primavera,
una ola que llega a la playa
con mansedumbre.
Después su torbellino
descuajó a este cuerpo,
que había sobrevivido
ya algunos terremotos
y perdió en esta forma
su más elemental afianzamiento.

Más tarde tuvo que plantarse
este cuerpo amigo de las raíces
en otras tierras
oír otras historias
compartir otros modos de sentarse
a la mesa del mundo
ver a su ciudad
desde la lejanía
y echar de menos
a los que eran de su carne
para siempre.
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La vida le dictó
a este cuerpo
que había que sembrar vida.
Y dio a luz a dos niñas
pequeños cuerpos recién imaginados
desgajados
de sus entrañas
y ya distintos, dueños
de trayectorias propias.

Y siguió trabajando
al paso de su nueva familia.
Estudió más.
Al iniciarse el último
tercio de su camino,
este cuerpo se atrevió
a dirigir a otros,
como lo han hecho muchos
seres humanos
desde el principio de los tiempos
(así también se salvan
en alguna manera
los genes de la especie).

 

 

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Su comunidad
de muchachos y muchachas
buscó desentrañar significados
construidos con palabras
celebrar el poder de su lengua
oír, ver, degustar, oler, tocar, sentir
lo que otros han escrito
con voluntad de decirnos
lo que pasa, lo que es,
lo que quieren que sea.
En la novela
encontró un mar
en movimiento,
en los cuentos advirtió el asombro
de cada día,
en el poema se hundió
hasta perder su nombre
y en los ensayos
dejó brillar el pensamiento
este cuerpo cansado y bendecido
en compañía de jóvenes
apasionados por la vida
la inteligencia
y la aventura humana.
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Ahora hay quietud
en sus días
aunque las horas se deslizan
aprisa, todavía.
El cuerpo se derrumba
imperceptiblemente
pero en forma tan cierta
como se desplomaría
una pared de arena.
Hay amor familiar
fuerte
en tres generaciones
y dos países
(cuatro niños
llevan en sí una cuarta parte
de cromosomas
suyos).
Hay amigos.
Hay música y quietud
libros, películas
y el periódico que entrega
las desgracias
de cada día.

Este cuerpo
de mujer
que se creía libre
ha sido obediente
y sumiso, en realidad.
Ahora sólo pide
cuando llegue el momento
regresar a la tierra
con la que fue hecho,
ser fiel a su destino
como sobreviviente de una especie
extraordinariamente bien establecida
en el planeta
pero en serio peligro
por su propia ceguera y violencia.

«Toda persona de ochenta años
es un milagro de la biología»
dice mi hermano médico.

Aterido de gratitud
por no estar muy lejos
de esa marca
mi cuerpo
una vez más
se entrega.

Enero 2 de 2015

 
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4 comentarios
  • Luisa Pajares Martín
    enero 9, 2015

    Soy salmantina viviendo varias décadas en Alemania y este poema me ha emocionado.

    Gracias a Crear en Salamanca por publicar trabajos así y acompañarlos por tan atractivas imágenes.

  • José Daniel Beltrán (Argentina)
    enero 9, 2015

    Un poema que invita a hacer el necesario recuento vital.

  • Gloria Torres
    marzo 2, 2015

    Hermoso poema que transmite el tránsito de un alma/esencia/espíritu, en el vehículo de un cuerpo. ¡Felicidades!

  • Peli Rosa
    septiembre 10, 2017

    Necesitaba un momento de inspiración…gracias

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