Dos poemas del chileno José Ben-Kotel. Poesía en la Universidad

 

Fotografías de José Amador Martín

 

El día martes 10 celebró la lectura de poemas de dos invitados especiales, llegados Estados Unidos (el chileno Ben-Kotel) y desde Perú (Héctor Ñaupari). Sus intervenciones cerraron el Día de las Letras Portuguesas. Dicho acto formó parte de la I Semana de la Poesía en la Usal, De uno y otro continente, organizada por la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Salamanca (ASUS), en colaboración con la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes y el Ateneo de Salamanca. Ahora hacemos conocer los poemas leídos por Ben-Kotel

 

 

 

Ben-Kotel, en su lectura en la Universidad de Salamanca
                 

 

Nació en la ciudad de Osorno, Chile, en 1951. Reside en Estados Unidos. Profesor de Literatura Española e Hispanoamericana; poeta y narrador. Ha publicado los siguientes libros: en poesía, Autos de Fe (1983), La separación de los amantes (1990), Viaje a Ithaca (1993), Firmamento y olas (2008); en narrativa, Roja tus bocas (1982), Para nunca olvidar (1985; 2010, segunda edición), Los elegidos (1990), El toro y otros cuentos del sur (2001), Sacrilegios (2005). Actualmente está en el programa de doctorado en Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca, España. Su tesis doctoral es sobre la poesía del poeta chileno Jorge Teillier.

 

FIRMAMENTO Y OLAS

I

 

Un fragmento, sí.

Un árbol abierto en brazos paralelos.

Ventana traslúcida, la del ahora

y la anterior.

 

Voz de negro que ilumina.

 

Afuera el sol, adentro la luz

–lumbre y albur– que viene de lejos,

de otros puertos y otras llegadas,

de otras partidas y misterios,

de otros martirios y magisterios.

 

Su voz no es la suya; es las otras,

las de ayer, las de hace un instante

que estuvo, que pertenece, que ya no es.

 

Desde su resonancia de alfa y omega o Aleph

llega el relámpago a la pequeña nave

donde aprenden a leer los navegantes

de otros cielos, de otras pasturas y esferas,

los de las estrellas fugaces

–tan fugaces como una muerte temprana–

las coordenadas del tiempo y el espacio,

la velocidad de la luz,

que va a la par del pensamiento

en expansión

como el universo o las galaxias,

o la sabiduría de lo humano

más allá de la luz y su oscuro.

 

Éstos sabían al pie de la letra, o de la leche

de aurora, que también eran forasteros,

mas en otra arena, en otro paisaje.

Por eso medían el tiempo en el Libro

que les fue revelado en un lejano ayer,

o presente, el que algún día llegará a puerto:

 

sueño o quimera que aún persigue

al pensador, al que sueña, a la poeta herida.

 

Las categorías en el Libro de Horas

estaban enunciadas en letras divinas:

eran las palabras del Dios que se hacían verbo

o poema, historia rediviva a través de su voz

de médium o de oráculo moderno y arcano

o un Tiresias de estas modernas edades.

 

Las palabras y su evidencia son las que acompañan

–son el son, el sóngoro cosongo

y no descuidan al maestre de aqueste barco

que camina desde hará tanto con su proa

hermosa rompiendo el horizonte incierto,

dirigiendo el Arca de sus Libros

a través de sus mares, penumbras y desafíos,

con maestría de naviero insigne.

 

 

 

 Plaza de Anaya al atardecer.

 

 

ACTO DE FE DE FRAY LUIS

 

a Jorge Aguilar Mora

 

 

El martirio acepté, aunque injusto era; por el Libro

lo hice, y porque creo en Ti acepté la celda, pero no

la blasfemia y el delirio de los que tuviéronme en el ojo

de la hoguera. Para estar más cerca de ti, mi Cristo,

lo hice: De tu palabra y su sabor, su fervor y magisterio;

ascendí a ella para que me alumbrases de Fe y así, yo,

pudiese deslumbrar a los que no llegaban a tu Luz;

para hacerlos más tuyos, a tus feligreses, desde tu voz.

 

¿Sabes, mi Señor?: No tenían, aquellas almas, tu alfabeto.

Algo sabían de Ti por medio de los doctos; sólo algo, nada

más: Por eso los acerqué, con amor, al amor de tu palabra,

sin nadie de por medio. Por esa razón traduje tu Verbo

sabio, para acercarlo al todo de tus fieles, ignaros del decir

de la letra que contiene tu enseñanza: Por ello fue, mi Pastor,

el castigo abyecto que me dieron. ¡Yo no era sacrílego!

Sólo te acercaba a esas almas vivas, como llegaba yo a Ti.

 

Tú, eras vivo en mí porque era hombre docto, por herencia,

en la lengua prohibida: En ‘ellos’, mi pasado reciente

era una condena; esta fabla, ‘maldita’ según sus decires,

estaba viva en mi sangre – algo tuvo que ver en mi caída.

Por eso, años de cilicio dimos a mi espalda; por expropiar

tu palabra del poder de los letrados tuve el castigo, ¿por qué

más? Aquellos doctores practicaban la ‘doctrina de la fe’

¡sin piedad! e incendiaron, arteros, los campos de Castilla.

 

Tú me entiendes, lo sé; por esa ‘causa’ me dieron ‘auto de fe’.

¡Pero no fui cordero! Maestro aprendí a ser desde tu Luz; sí.

Más vivo en Ti estuve: Mi sala, mis alumnos y  los que no

me vendieron por unas monedas, me esperaron. Y os digo hoy,

con más fe, como lo dijimos ayer: ¡Todo en mí a su bosque iba!

Y a ‘mi’ Cantar de Cantares; ahora, nos pertenece a todos.

 

 

Silver Spring, 28-30 de julio de 2013

 

 

 

 

 

 

 

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