VIDAL GONZÁLEZ ARENAL, UN PINTOR RECOBRADO

«Crear en Salamanca», os ofrece hoy un detallado artículo de Charo Alonso sobre la exposición del pintor salmantino Vidal González Arenal que actualmente se muestra en el Museo Diocesano ( Palacio del Obispo), en la Sala Taller José Luis Núñez Sole, en el que analiza su obra y detalles sobre su vida.

Cartel de la exposición, realizado por Carmen Borrego

 

Vidal González Arenal, un pintor recobrado

Texto: Charo Alonso

 Fotografía: José Amador Martín

 

 

         Recorre el fotógrafo maravillado la muestra del pintor salmantino Vidal González Arenal. Le son familiares las paredes de hormigón de la magnífica sala expositiva José Luis Núñez Solé, un espacio que compensa su quizás, pequeño tamaño, con la versatilidad con la que resuelve las diferentes muestras que nos ofrece. Tiene algo, verdaderamente, de sala-taller para el trabajo desnudo, la visión cercana de las obras. Algo propio del arte de quien le da su nombre, el artista José Luis Núñez Solé, de cuya espiritualidad y naturaleza sobria y sencilla se hacen eco los privilegiados muros que, ante el fotógrafo, se vuelven tierra en fiesta, paisaje y paisanaje de un relator de nuestra esencia.

 

Es para el objetivo de Amador Martín, la obra del artista de Vitigudino, Vidal González Arenal, un auténtico descubrimiento de genio y color. Y su cámara registra esta voluntad que guía al pintor por las gentes de la tierra, con su colorido inaudito, sus detalles de puro orfebre para destacar las joyas de las mujeres de fiesta, el hato salmantino lleno riqueza. Y se produce el descubrimiento ¿Quién es Vidal González Arenal?

 

 

 

Aprende en su recorrido por la muestra nuestro fotógrafo, que el artista regresó a Salamanca en 1905, después de un tiempo pródigo en Roma, en el que vendió su obra a marchantes que la distribuyeron por América y Europa. González Arenal era, como tantos otros brillantes becados en Roma, un pintor dotado en medio de los más grandes estímulos de la época. Compañero de Sorolla, su impresionante cuadro “La deposición de Cristo” había quedado en segundo lugar tras “Y dicen que el pescado es caro”. En él, la construcción de la escena y el tratamiento inusual de la luz, sorprende al visitante y al fotógrafo… y eso que se muestra en la sala una magnífica reproducción, el original está muy cerca, en el Museo de Salamanca. Merece una visita, su tamaño y su importancia emocionan, y nos preguntamos cómo hemos podido obviar a un artista nuestro tan notable que vivió entre dos siglos y dos épocas.

Llega en el 1905 González Arenal a una Salamanca escindida, como toda la sociedad española. Liberales y conservadores, tensión entre los miembros de la iglesia… tiempo que precisa la concordia que proclama un Papa, León XIII, agustino como el Padre Cámara, obispo de Salamanca. Y es este último quién ha llamado al joven becado en Roma, al joven que viaja por Europa, para que regrese a la ciudad letrada. Y lo hace González Arenal con entrega. Afirma en un periódico de la época, el 6 de diciembre de aquel año, una declaración de intenciones: “Todo pensionado debe sacrificarse por el pueblo que le ha ayudado. Vengo a Salamanca a luchar, incluso con privación, para despertar en mis paisanos el amor al dibujo”.

¿Qué era ser un pensionado en aquel comienzo feroz del siglo XX? Nace en 1859 nuestro pintor en Vitigudino, en cuya iglesia fue bautizado y a cuya iglesia entregó lo que hoy es su espléndido retablo, pintado en Roma, sobre San Nicolás de Bari, una pieza de la que solo cobró el material. Huérfano tempranamente de ambos progenitores, el niño comienza a trabajar y, ya en Salamanca, compagina su tarea con las clases de pintura. Es pensionado por la Diputación de Salamanca, primero para estudiar en la Noble Escuela de San Eloy, y después, en Madrid, en San Fernando, donde se les pide a los alumnos que hagan copias en el Museo del Prado. Diligente y laborioso desde siempre, el muchacho trabaja en una notaría, no le llega para comprar los materiales de pintura. Es un pintor entregado, compensa su beca enviando cuadros a la Diputación de Salamanca quien después le pensiona para viajar a Roma.

La estancia en la ciudad eterna, donde coincide con Sorolla y, como todos los estudiantes, sigue la estela de Fortuny, es una lección diaria de arte a cada paso. Se les pide obras de gran formato de argumento histórico y religioso, y Vidal González Arenal cumple con creces, enviando obra a Salamanca para corresponder a la Diputación, pintando también escenas propias del siglo XVIII, esos delicados cuadros que también se exponen en las paredes de la Sala Núñez Solé. No sabemos cuál hubiera sido el futuro de nuestro pintor si no hubiera sido interpelado por el Padre Cámara ¿Se hubiera quedado en Roma trabajando para esos marchantes que no le pagan bien esos cuadros que acaban en manos de los coleccionistas norteamericanos y europeos? ¿Se hubiera instalado, como Sorolla, en ese Madrid donde viven sus queridas hermanas?

En Salamanca, el insigne obispo deja su marca personal en numerosas obras, interviene en política y es capaz de enfrentarse incluso a Miguel de Unamuno. Su fuerte carácter influye en la Salamanca conservadora y crea los Círculos Católicos, una institución donde González Arenal dará clase a los obreros y a los hijos de los obreros. Desde Roma, la encíclica de la Doctrina Social del Papa León XIII impulsa a la iglesia para que salga al encuentro del proletariado, y en Salamanca, el Padre Cámara no perderá la oportunidad de traer a uno de los artistas más prometedores salidos de esa tierra a la que ambos desean regenerar culturalmente.

Regresa González Arenal a Salamanca. Sexto hijo de un herrador, perdió a su padre con trece años y a su madre, pocos meses después. Una madre que redacta el doloroso testamento en el que reconoce que sus hijos menores quedan absolutamente desamparados. El pequeño Vidal ha trabajado desde la infancia, entregado a su pasión por la pintura. El recuerdo de esta niñez aparece en sus cuadros, en las “maternidades” que no lo son, porque es el padre el que sostiene al niño mientras la mujer, mira alejada. Hay algo en este artista que se debe a su orfandad, a la sensación de que debe algo a la tierra que le permitió estudiar pintura. Su regreso es un deber inexcusable ¿Hubiera sido un artista más consagrado, exitoso, en el Madrid que visita para estar con sus hermanas y ver exposiciones? No lo sabemos. Lo cierto es que la pintura del recién llegado cala en la sociedad salmantina, los principales de la ciudad le piden retratos, cuadros para adornar sus casas solariegas. Da clase a las mujeres que se interesan por la pintura, a los hijos de los obreros, a los obreros… se ocupa de los encargos de la iglesia que pronto dejarán de ser tantos con la muerte del Padre Cámara, su principal valedor. La vida salmantina tiene compañía de tertulias, afecto y trabajo, sobre todo, trabajo.

La pintura de González Arenal, aprendida en Salamanca, Madrid, en las copias realizadas en el Museo del Prado y en Roma, se basa en una formación clásica ajena a todo intento de renovación. Los estudiantes siguen el colorido de Fortuny, los temas de interiores de la pintura de “casacón” de ambiente dieciochesco. Las pautas académicas del dibujo marcan sus impresionantes bocetos en los que ensaya lo que serán las figuras de grandes obras como la que entrega a la iglesia de Vitigudino. Practica el retrato, se deja llevar por el paisaje, y sobre todo, durante el tiempo en el que no da clases, recorre la provincia regresando a sus escenarios de infancia y a las tierras de la Sierra de Francia que, más tarde, descubrirá Sorolla, fascinado, como tantos pintores de la época, por la belleza de las ceremonias y los trajes típicos de las gentes de la tierra charra.

 

Tenía González Arenal propensión a la soledad y al aislamiento, un carácter retraído que, con el tiempo, derivó en problemas de salud. Sin embargo, sus viajes por la provincia son de puro gozo. Asiste a las celebraciones de los pueblos, retrata a sus gentes, testimonia sus ritos, se detiene morosamente en los atavíos riquísimos de charras y charros. El tratamiento de la luz sigue siendo, como en 1895, cuando pinta “La deposición de Cristo”, de una maestría inigualable. La minucia de orfebre se convierte en volumen cuando pinta las joyas de las mujeres. El encuentro con la esencia charra le hace olvidar las largas jornadas de docencia, las estrecheces económicas, la falta de éxito. Toma apuntes como tantos pintores que recorren el interior de la provincia, fascinados por su autenticidad. Pertenece nuestro artista a una época que bascula entre el costumbrismo heredado de los románticos que indagan en lo genuino, la visión objetiva de los realistas y la búsqueda noventayochista de la esencia que se pierde. Escritores, intelectuales y artistas de finales del siglo XIX y principios del XX buscan recuperar y retratar la tradición ancestral española que va perdiendo ese sabor auténtico que se guarda en las incomunicadas estancias del interior de Castilla. Se busca lo exótico, lo variado, lo costumbrista, lo incontaminado, y Salamanca, con espacios prácticamente vírgenes de modernidad, es un ejemplo de vida campesina tradicional, usanza ancestral y atavíos de inusual riqueza. Eso buscan artistas que también solicitan la persona de Miguel de Unamuno, imán para los intelectuales que representan en la Generación del 98, la búsqueda de la esencia.

Y esta búsqueda hará que desembarquen en Salamanca artistas como Francisco Iturrino, Manuel Benedito, fascinado por Candelario; como Edmond Charlas Theódore Milcendeau o los hermanos vascos Zubiaurre. La nómina de los pintores fascinados por el paisaje charro y el despliegue de sus ropajes se completa con Beruete, Regoyos, los Zuloaga, Pablo Uranga, Ángel Larroque… artistas de la periferia española que, como los escritores del 98, se sienten imantados por la Castilla interior que retratan en tonos oscuros. Artistas entre los que reina por méritos propios el valenciano Joaquín Sorolla, que visita en diciembre de 1910 junto a los Zubiaurre la capital salmantina, fascinado por lo que ve.

 

Tienen los visitantes la idealización luminosa de un Sorolla y la demonización oscura de un Zuloaga. Muestran una realidad que va perdiéndose, usos y costumbres de un ambiente rural que poco a poco, va desapareciendo. La obra, de ejecución académica, tiene éxito entre un público que compra los cuadros para decorar los espacios de sus casas pudientes. En esta corriente academicista, tradicional en su ejecución, se sitúa Vidal González Arenal, quien, a diferencia de todos los artistas de la periferia que vienen a Salamanca, sí es hijo de este paisaje que tanto admiran los visitantes. ¿Tuvo relación el pintor de Vitigudino con ellos? ¿Mantuvo contacto con Sorolla? Ese Sorolla que pintó su visión de la carestía del pescado desde Roma y lo llevó en persona, ganando la Primera Medalla, quedando en segundo lugar un González Arenal que, por carecer de dinero, no pudo acompañar al lienzo. Sorolla de quien se dice que fue el primer pintor que llegó a La Alberca, habiéndolo hecho antes nuestro pintor. Sorolla, quien reina en Madrid como artista exitoso, desmesurado, frente al provinciano y casi recluido salmantino. Tampoco pueden ser más disímiles en lo personal ambos hombres: social, enamorado de una esposa excepcional, padre amante y entregado, Sorolla es la imagen de la plenitud. En la soledad de su casa de la calle Meléndez, en la de su estudio donde ya no hay una tertulia fecunda, lejos de las hermanas que viven en Madrid, aunque apoyado por amigos fidelísimos, González Arenal es un solitario que parece haberle dado la espalda al éxito como pintor.

Pese a todo, nuestro artista encuentra alegría en esta tarea de recorrer la provincia tomando apuntes para pintar durante el invierno salmantino. Se embebe de la luz del verano, de las escenas campesinas que vive en familia, retratando a los personajes de las tareas que se pierden, como ese Animero albercano. Solitario, se dedica a dos temas que le son queridos: el matrimonio y la familia. Las mujeres se preparan para el encuentro, los padres y abuelos cuidan a los niños que están vivos en el cuadro, interactúan, disfrutan del amor de la estancia campesina. Y son estas escenas las que provocan la tristeza del espectador: niño huérfano, el artista refleja lo que le falta, muestra la alegría que no vivió, el noviazgo candoroso, pudoroso, la mujer ornada de atavíos y dispuesta para el matrimonio. El fotógrafo recoge cuadros vivos, de una excepcional alegría, donde el solitario artista se solaza con las escenas del amor en todas sus manifestaciones, como si gozara retratando algo que le falta. En las maternidades, el gesto provoca en el espectador conocedor de la vida del artista, una infinita tristeza. Esa que quizás, junto a las preocupaciones, se alojó en su estómago como un dolor que llevaba a cuestas como el caballete y la paleta de sus colores de verano. Un verano de celebraciones populares plenas de brillo, de cosecha, de alegría, de vida. Un verano que retocar en el solitario estudio de Salamanca, entre un encargo y otro para retratar a los próceres de una ciudad que no se ha entregado a la pintura. Las clases se suceden, los días no tienen el colorido y la compañía de la fiesta. Hay una soledad profunda y dolorida. Una soledad en dolor convertida. Pasan los meses y los años y se agudiza su melancolía, su enfermedad, el dolor de estómago le lleva a la capital, donde será operado. A su lado, las entregadas hermanas.

La noticia de la muerte en Madrid del artista conmueve a la ciudad que homenajea a su artista. El estudio ha quedado quieto a la espera de la última pincelada. Enterrado en Madrid, González Arenal sigue siendo en cierto modo un exiliado. Velarán sus amigos y sus hermanas por conservar la obra sobre la que cae una pátina de olvido. Y sin embargo, en un cuadro aparentemente sin acabar, en un interior holandés que es salmantino, la familia charra festeja al niño que supone su futuro. El padre le cabalga sobre sus rodillas, la criatura goza del juego y la madre, en sordina, vigila la escena. Los viejos contemplan al niño que es vida y progreso y el pintor, fotógrafo de la alegría familiar, olvida su soledad callada en el estudio salmantino. La minucia de su pincel es para el niño, para el interior humilde, para los trajes de la familia que no tuvo… y que disfruta, testigo de alegría. Vidal González Arenal, pintor de vida. Y el fotógrafo la refleja, luz de luz, paleta infinita.

A todo el equipo que colaboró en la realización de esta exposición: Tomás GilCarmen Borrego, Charo Alonso, Javier Blázquez, Juan Andrés Martín y a Marta García, familiar del artista, le expresamos nuestro agradecimiento por darnos la oportunidad de recobrar para Salamanca a este genial «Maestro»

La exposición estará abierta hasta el 30 de noviembre

Charo Alonso

Fotografías: Amador Martín.

 

 

 

 

 

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