«Crear en Salamanca» asistió el pasado martes, 30 de Septiembre, a la presentación de Soledad Sánchez Mulas , en el Casino de Salamanca, de su su poemario «Este Amor de nosotros», en un acto sencillo y lleno de particular belleza y sensibilidad.
En el acto intervinieron con su autora, Soledad Sánchez Mulas, la poeta Asunción Escribano,en la presentación, El pianista, Rodrigo García Gozalo y las poetas: Esmeralda Sánchez Martín, Carmen Prada, Arantxa Agudo y Elena Díaz, que hicieron lectura de algunos poemas del libro

Sobre Soledad Sánchez Mulas, su autora
Soledad Sánchez Mulas es filóloga hispánica, máster en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera y trabaja como coordinadora académica en una escuela de enseñanza de español para extranjeros en Salamanca, su ciudad natal.
Participa en recitales, encuentros literarios, eventos culturales relacionados con la literatura y en ciclos poéticos litúrgicos.
Ha sido Poeta ante la Cruz, con su poemario Agua desnuda, evento organizado por la Real Cofradía Penitencial del Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora (2014) y ha recitado su poemario Mujer de lágrima, ante la imagen de la Virgen de las Lágrimas de la Hermandad de Jesús Flagelado (2018), en Salamanca.
Sus poemas han aparecido en diferentes antologías y publicaciones conjuntas, destacando sus participaciones en varias publicaciones conmemorativas de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos organizados en Salamanca.
Entre otros galardones, ha sido finalista, en dos ocasiones, en el Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo (años 2023 y 2013); primer premio, en 2009, en el certamen de poesía Ciudad de Cantillana (Sevilla), y también finalista, entre otros, en los premios poéticos CEAM de Segorbe (2009) y Ana María del Villar Berruezo (2010)
SOBRE EL LIBRO:

Portada del libro
En “nosotros”, en este pronombre, se gesta una historia de amor que se descubre humana, limpia, apasionada o reposada, generosa, consciente del entorno y de la identidad individual de quienes conforman este universo de dos.
El lenguaje es medido y delicado, libre de ataduras, y cada término, elegido cuidadosamente, se ajusta a la expresión deseada, dotando a todo el conjunto de una ternura natural, real, fresca y próxima para el lector.
Sumergirse en este poemario supone una reflexión profunda sobre cómo sentimos el amor, sobre cómo constituimos un “nosotros” y sobre quiénes forman parte de ese territorio.
El poemario Este amor de nosotros es el título 269 de la Colección Ites de poesía de Olé Libros.
PRESENTACIÓN EN EL CASINO DE SALAMANCA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado, donde contemplo el mundo…
VICENTE ALEIXANDRE
… este amor ya sin mí te amará siempre.
ÁNGEL GONZÁLEZ
PRÓLOGO DE INTRODUCCIÓN AL POEMARIO,
Por ASUNCIÓN ESCRIBANO

Este amor de nosotros de Soledad Sánchez Mulas
poesía Reserva en barrica del mejor roble
Al describir los usos de la preposición de, afirma la Gramática de la Real Academia Española que “el complemento introducido por de puede interpretarse como agente”, y es esa opción por la preposición y el consiguiente alejamiento del posesivo (nuestro) lo que define la idea fundamental de este poemario, sobre la que ahondaremos en los siguientes párrafos.
Ese elemento característico es el que otorga verdad a la autora al sostener, a lo largo de estos poemas, el canto de un amor que se define por ser –y estar– construido entre –y no poseído por– dos. Precisamente, dos son los versos de los que toma el título esta obra (Este amor de nosotros); dos versos compuestos por las mismas palabras, reiteración inusual en poemas diferentes que, sin embargo, insiste en señalar como no casual la estructura del sintagma. Como tampoco es casual, en este caso, la coincidencia de uno de ellos con el verso que cierra, al tiempo que lo nombra, el poemario.
Este amor de nosotros puede enorgullecerse, además, de estar engalanado con méritos y saberes a los que son ajenas, por razones obvias, no pocas óperas primas. Asistimos al despliegue de una técnica sólida, aprendida verso a verso, que ha permitido cocinar a fuego lento una poesía seria, solemne, fuerte y densa, como la mujer que la escribe, y en cuyo contacto ambas parecen haber ido gestando, mutuamente, sus respectivos caracteres. Sin prisa, como quien sabe que la poesía no es solo para compartirla, sino, sobre todo, para encendernos el interior. La poesía como ginseng que aporta lo que hace falta para seguir adelante, como piedra angular, como viga maestra sobre la que toda la vida se sostiene, especialmente en los peores momentos.
El poema inicial expone ya la idea vertebradora del amor sobre la que se construye el libro. En él se deja sentir también su autora, que irrumpe en versos bellos y buenos, con toda la fuerza de su poesía sincera. Lo hace, a su vez, con palabras clave como gineceo, libros, silencio…, cuyas ondas y eco se extenderán a lo largo de todo el poemario. Se trata de un amor elegido en igualdad, un amor que es símbolo consciente de la mitad de la que uno está conformado, en clara evocación a la libertad defendida por Cernuda cuando escribía aquellos dos versos tan hermosos como plenos de amor y fuego: “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien/ cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”. No otra cosa evoca Soledad Sánchez Mulas cuando escribe: “esta cesión de mí/ se produce en tu esencia/ que me completa// que me otorga la libertad/ de ser/ única en ti/ única en el mundo”.
Avanzada la lectura hallarán los lectores que los votos de este primer poema se renuevan en otros, por ejemplo: “En cada viaje se dilata el significado/ de nosotros”, se nos dice. Y viaje no es aquí espacio, sino tiempo y sus vicisitudes. Porque, a lo largo de todo Este amor de nosotros, siente la voz lírica un amor puro, más allá del tiempo y del espacio; más allá, también, de la persona amada, podría pensarse: “entregarme a ti/ no se corresponde con tu género/ ni con tu sexo/ ambos pudieron ser otros”. Y es que, sin duda alguna, ahí radica lo incondicional del querer apasionado del que es testimonio este hermosísimo libro.
En este sentido, y desde la misma perspectiva, el lector asiste a la exposición de una historia de amor que va más allá; que hace –podría decirse– de los dos seres amantes entidades de una especie civilizada. Como si todo amor humano fuese resto dividido, tal y como señaló Platón, luz o estela del primigenio amor divino del creador por su obra. También el final del libro apuntará hacia la trascendencia. Al fin y al cabo, el amor verdadero es uno solo, aunque múltiples se muestren sus versiones. Y, muy concretamente, aquí nos hallamos ante un amor cómplice entre cuyas características se hallan las que siguen: se trata de un amor cuyo significado reside en ser asumido como propio, dicho de otro modo, en “su acepción/ en nuestro glosario”; es asimismo un amor libre (“alma elegida/ de todas mis aspiraciones”); compatible con lo intelectual (“viniste estridente/ a mi oquedad de silencio/ y libros”); un amor delicado (“en la sencillez/ de un paseo en tus manos”); consciente de la fuerza de lo construido (“atamos allí/ un hilo poderoso/ en lo menudo”) y, por ello mismo, de “la seguridad del siempre”; conocedor del valor y la importancia del detalle (“y cada nudo cuenta/ en la delicadeza de nuestro tapiz”) y sabedor, también, y en definitiva, de lo inútil de la batalla, que sólo arroja “la pobreza/ de un vencedor/ y un vencido”.
La obra, formalmente, se erige, sobre todo, a partir de versos de arte menor, con abundancia del encabalgamiento de carácter emocional, que expresa la intensidad y la acumulación del amor, que en ocasiones no es sino provocado por la partición de los versos. La voz lírica encuentra en la anáfora una ley no escrita por la que regirse, que insiste y reitera para que el lector pueda acercarse a lo que siente, mas también esa insistencia afectiva es vital necesidad de ese propio sujeto lírico. Así, por ejemplo, en “Dices que quisieras entender mis poemas”, donde la enumeración de sinónimos incrementa el sentido del mensaje amoroso, con un llamativo y contundente encadenamiento de infinitivos de posesión, y en ascensión vertiginosa hacia una de las más hermosas metáforas del amor que yo he leído, y cuyos ecos del siglo de Oro incrementan la belleza que se le comunica al lector: “entenderme/ ¿qué es/ sino saberme cada instante/ degustarme/ atraerme/ llevarme/ vivirme/ darme/ congraciarme conmigo/ y arrancar de mí las malas hierbas?”. ¡Qué hermosa imagen la de arrancar las malas hierbas en los afectos cercanos! Cuidar el amor como se cuida un jardín, apartar lo malo para que crezca fuerte lo bueno, lo útil, lo hermoso. ¡Cuánto dice de sí misma y de su concepción de la vida la poeta con este modo de entender y de comunicar los sentimientos!
También la reiteración muestra la otra cara de eros, menos hermosa tal vez, aunque necesaria también: la del “aunque”. Aunque, que precisamente es la batuta que otorga el ritmo a un poema como “Las noches del amor nos salvan”, donde la ausencia o el miedo contribuyen a edificar la relación amorosa. Porque, al fin y al cabo, lo que muestra, entre otras muchas cosas, este poemario bellísimo de Soledad Sánchez Mulas es que el verdadero amor, como ya sabían los griegos, no es eros solamente, sino que también es filia y ágape. Dicho de otro modo: sexo, amistad y conexión espiritual en ese delicioso revoltijo de sentimientos que llamamos Amor.

Que estemos leyendo, por otra parte, una escritura minimalista en cuanto a la puntuación contribuye, además, a que el lector se implique y tome las riendas del monólogo de la voz lírica, fácil de interpretar porque se muestra diáfana y alejada de ambigüedades formales o semánticas. Es otra muestra de la sincera desnudez con que la poeta ofrece sus sentimientos. Dice lo que quiere decir, y la voz del poema y la de la poeta coinciden, sin que la forma en que fluyen las ideas eche de menos la coma o el punto, puesto que los lectores tienen claras las claves para interpretar con acierto las cesuras. Es más, a lomos de un casi continuo encabalgamiento al que ya se ha aludido, y dejándose caer por el tobogán de versos de arte menor, el ritmo del poema, profundamente musical, conduce al lector hasta el final sin que apenas lo perciba.
Precisamente hablamos de un amor, por otra parte, que, como el propio poemario, fluye, y queda como testigo de ello el agua y su importancia en varios de los textos, una imagen de pureza que le permite a la autora construir notabilísimas metáforas, por ejemplo: «aventurar el alma de un dique/ la fuerza de una presa/ es también amarnos/ en lo raro». Habla el sujeto lírico (quizás a estas alturas debamos ya decir la autora) de un amor ilimitado. Se diría que lleva años amando y pensando sobre ello. O, como dijera Rilke, madurando “como el árbol, que no fuerza su savia y se enfrenta valeroso a las tormentas”.
Las imágenes de la poesía de Soledad Sánchez Mulas, y de ahí otra de las riquezas patentes en Este amor de nosotros, proceden de los más distintos ámbitos: el religioso y hasta bíblico (“nos unge/ con el óleo de la certeza/ de sabernos uno” o “gozamos de la gracia/ nos sabemos ungidos” o “porque cada célula/ es un arca que ha preservado/ todo lo que somos/ de los naufragios cotidianos”); el geográfico (“ríes sin fórmulas/ sin conciencia de tu envergadura/ ese acto sutil/ inadvertido/ es siempre oasis en mi travesía” o “solo yo observo/ cómo la pérdida circunda/ la isla de nosotros” o “tú y yo/ somos de tierra seca y dura/ amamos el amarillo/ de la piedra y el grano” o “nos expatriamos del continente/ amado”); el de la zoología (“y aviento el miedo/ entre mis pájaros húmedos/ entre tus jaguares/ que rugen en la noche”); el lingüístico (“nos conjugamos en otro paisaje” o “sino por su acepción/ en nuestro glosario”); el de la biología (fui/ nada y semilla/ aventada/ por los divinos dedos/ para que tú me crezcas” o “nada guardo en la corola/ de esta flor/ que cortas con el frío/ del alba); por supuesto, también el bélico (si conocieras la destrucción/ profunda/ que provocan/ esos mínimos combates” o “me fortalezco en cada duelo/ cuando el oponente me mira/ a los ojos”); o incluso el del lenguaje de la arquitectura militar (“somos aún fortaleza/ con gloria” o “que habitaron nuestra fortaleza/ no exenta de peligros/ ni de puertas abiertas a la sombra” o “si supieras cómo caen/ todas mis paredes”). Uno lee deliciosamente de corrido el poemario y pareciera que la ingente sabiduría acumulada en esa multitud de campos de conocimiento se hubiera volcado en aquello que siente la voz de Este amor de nosotros, agrandándola y dotándola de una fuerza y un sabor poderosos, como elevando su graduación si de un licor se tratase.
Pero, más allá de saber o no del amor, acaso no exista mayor confianza en su importancia que la planteada en esa pregunta –retórica, paradójica– que se hace la autora casi al final del poemario, al cuestionarse si “¿solo la muerte delimita/ esta inmensidad que nos une?”. La hermosa y sencilla respuesta se manifiesta realzada en los versos finales de este libro: “nada temeré a pesar de la sombra/ que la soledad ciñe/ en torno a nuestros cuerpos/ ya en declive// me basta levantar la cabeza/ mirar/ donde los árboles se apiadan/ y permiten un círculo de cielo/ para que respire/ y escape a lo más alto/ este amor de nosotros”. Pocas veces la autora ha utilizado mejor la aguja del endecasílabo para enhebrar sus palabras y sentimientos, pero cuando lo hace muestra nuevamente la poesía que la constituye, como manera verbal de respiración y de vida plena. Quien es capaz de evocar así a los grandes poetas y mostrar, igualmente, una poesía propia y distinta, no solo ha aprendido del pasado, sino que ha contraído la deuda que obliga a dejar al futuro algo a cambio.
A principios del siglo pasado Rainer María Rilke señaló al joven Kappus algo de lo que Soledad Sánchez Mulas –Este amor de nosotros es prueba de ello– ha demostrado ser consciente: lo importante que es la paciencia para el poeta (entendiendo, claro está, la poesía como arte). Ser artista era, para Rilke, “no calcular ni contar; madurar como el árbol, que no fuerza su savia y se enfrenta valeroso a las tormentas primaverales, sin miedo a que pueda no llegar el verano. Y sí que llega. Pero solo les llega a los pacientes, que están ahí como si ante ellos se encontrase la eternidad, tan despreocupadamente inmóvil y lejana.” Y concluía confesando el Maestro: “Yo lo aprendo a diario, lo aprendo entre dolores a los que estoy agradecido: ¡la paciencia lo es todo!”.
Soledad Sánchez Mulas es paciente, y el fruto de su paciencia es un poemario coherente, lleno de viveza, intensidad, luz y experiencia, que nombra y ensalza los sentimientos buenos y los dice profunda y hermosísimamente bien. Si la poesía siguiera los procesos de crianza de los vinos, Este amor de nosotros sería un Reserva cuyos versos han ido madurando y cogiendo cuerpo en barricas del mejor roble. Un poemario verdadero, luminoso y esperanzado que honra a la poesía y a quien la ama.
Asunción Escribano

Ilustraciones musicales de Rodrigo García Gozalo

En una sala abarrotada de público
Algunos poemas del libro
Descalzos en las esperas sobre la nieve
buscamos abrigo en las rosas
que preceden nuestra historia
y que nos perfuman
¿Sólo la muerte delimita
esta inmensidad que nos une?
aunque el cuerpo
se encoja ante lo por venir
ante el frío de lo por llegar
somos aún fortaleza
con gloria
que expande su humo y su ardor
en las alcobas
el bosque teje sus caminos
en nuestros silencios
en nuestras decisiones
para reanudar la andadura
hacia la mañana
y nuestra aura
es refugio de pájaros
perdidos
gozamos de la gracia
nos sabemos ungidos
también en el frío
necesarios
para recomponer la humanidad
que nos nomina
nada temeré a pesar de la sombra
que la soledad ciñe
en torno a nuestros cuerpos
ya en declive
me basta levantar la cabeza
mirar
donde los árboles se apiadan
y permiten un círculo de cielo
para que respire
y escape a lo más alto
este amor de nosotros
dices que quisieras entender mis poemas
y esa parte tan íntima
que me derrota y sana
que se contiene tantas veces
se asombra
ante esta impropiedad
entenderme
¿qué es
sino saberme cada instante
degustarme
atraerme
llevarme
vivirme
darme
congraciarme conmigo
y arrancar de mi las malas hierbas?
esos poemas
que anidan en tu lengua
son mis exabruptos
por tus ausencias
son miedo sin raíces
que alimento
cuando me miras
amarte de este modo
no me resta entidad
pertenezco al gineceo
de la equidad luchada
en los silencios
de las armas sutiles
complejas
traficadas en la negociación
con los antecesores
gineceo
amparado en los libros
en el hambre
de animales salvajes
que se domestican
con la fuerza del hogar
entregarme a ti
no se corresponde con tu género
ni con tu sexo
ambos pudieron ser otros
sólo herramientas
para construir lo habitable
esta cesión de mi
se produce en tu esencia
que me completa


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