LA MÍSTICA DE LO VERDADERO: LEOPARDI, CIORAN, VITTORINI. ENSAYO DE LA DRA. LAURA PAVÍA (ITALIA)

«Crear en Salamanca» , publica en esta ocasión un ensayo de la Dra. Laura Pavía (Acquaviva delle Fonti, Bari, 1972)  escritora y poeta italiana, licenciada y doctora en Letras Clásicas

Ponencia presentada en el Foro Internacional de Poesía realizado en Constanza, Rumania, en el mes de agosto de 2025.

 

 

 

La poesía es la experiencia de la verdad del poeta; el acto creativo se origina como modo de ser del yo lírico, como acto de fe de la propia existencia. En el prólogo de El clavel rojo Elio Vittorini declaraba que escribir es el testimonio de nuestro estar en el mundo.

 

Escribir poesía es, por tanto, un modo de revelación del ser que libera la experiencia humana de superestructuras conceptuales y de las expectativas de las convenciones comunes. No es solo una experiencia artística, es un modo en que el ser se manifiesta, se desvela, se dona. Es la puesta en obra de la verdad filosóficamente dicha del ente.

 

El poeta es ante todo ser humano, y ser un ser humano significa principalmente plantearse preguntas, exactamente como el pastor leopardiano que se interroga a sí mismo, a la luna, a su rebaño para encontrar respuestas, verdades que se convierten en universales e irrefutables en el ámbito de consideraciones existenciales, psicológicas e históricas. Estamos en un contexto despojado de superestructuras religiosas, ideológicas o políticas; el poeta elige un pastor para expresar estos valores, un ser humano no desligado de estructuras culturales, lejano de la civilización occidental, que vive una vida aún primitiva, dando voz así al punto de vista ingenuo y originario del ser humano.

 

«Esto yo conozco y siento, / que los eternos giros, / que de mi frágil ser, / algún bien o contento / tendrán quizá otros; / mas para mí la vida es mal» (vv. 100-104). «O quizá yerra de lo verdadero, / mirando la suerte ajena, mi pensamiento; / tal vez de cualquier forma, en cualquier / estado que sea, dentro de choza o cuna, / es funesto al que nace el día natal»¹.

 

El punto de vista espontáneo y directo del pastor, que se plantea preguntas sobre el significado de la existencia, representa la necesidad antropológica de encontrar sentido y valor.

 

El pastor expresa la reflexión del ser humano común, inquieto, en búsqueda de respuestas, que se enfrenta con su propia limitación. Su ignorancia refleja la condición de todos los seres humanos que ignoran el misterio: nacer es una desgracia, la vida no es otra cosa que un camino fatigosísimo hacia la muerte y, por tanto, el ser humano por su misma naturaleza es un ser infeliz.

 

Nacer es en sí mismo un pasaje del no-ser al ser: convirtiéndose en ser, el viviente se determina a sí mismo, privándose de todas las demás posibilidades de ser. Venir al mundo nos confronta ya con el sufrimiento, es la condena del ser humano.

 

En El inconveniente de haber nacido Emil Cioran, a través del aforismo, expresa de modo eficaz este concepto: «Hemos perdido al nacer cuanto perderemos al morir: Todo»².

 

Nacer lleva en sí el grado más alto de sufrimiento, aquel que Kierkegaard identificó como aut aut, cristalizando al ser humano en una única elección de ser, que excluye desde el inicio todas las demás posibilidades.

 

Leopardi recupera la tradición asiática de acoger con tristeza el nacimiento:

 

«Nace el ser humano con fatiga,
y es riesgo de muerte el nacimiento,
prueba pena y tormento
como primera cosa; y desde el principio mismo
la madre y el padre
lo toman para consolarlo de haber nacido»³.

 

Es ciertamente un acto valiente el de acercar a Leopardi y Cioran, pero la profundidad de su reflexión está lejos de ser superficialmente pesimista: nacer es ya un acto de fuerte afirmación de sí mismo que conlleva una responsabilidad fundamental.

 

Habitar este mundo es difícil, nos hace sentir perdidos, invisibles e indefensos. Elegir requiere coraje, cambiar requiere coraje. Cada posibilidad lleva en sí también el riesgo de encontrarse encerrado en una forma, sea esta social, familiar o personal, que puede impedir a cada uno de nosotros abandonarse al fluir de la vida que es la única posibilidad de ser felices.

 

Esta es la forma y la sustancia del tedio, del hastío que siente y vive E. Cioran cuando escribe: «el no-ser es mejor que el ser». Él escribirá: «Prefiero un alma vacía pero llena de dudas a un gran alma que no se base en una mente devorada por interrogantes»⁴. En La tentación de existir Cioran añade: «No hay obra que no se vuelva contra el autor: el poema aniquilará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al ser humano de acción»⁵. Cada uno, respondiendo a la propia vocación y llevándola a cumplimiento, se agita dentro de la historia causando su propia ruina, se vacía dando contenidos y forma a la propia arte.

 

Vivir inmediatamente la eternidad significa vivir día a día. El sabor de la vida y, por tanto, la verdad, tanto para Cioran, como antes para Leopardi, es la infelicidad, en cuanto por naturaleza íntima es la servidumbre y el sometimiento a ella del mismo ser humano.

 

Pero entonces, ¿quién se salva? «Cualquiera se salva con el sueño, cualquiera tiene genio mientras duerme: no hay diferencia entre los sueños de un carnicero y los de un poeta. He aquí por qué a los poetas les es querida la noche», escribe Cioran, «el día nos arrebata los dones que la noche dispensa»⁶.

 

Shakespeare hace que Hamlet en el Acto III ponga en práctica la búsqueda de la verdad del existir mismo del ser humano a través del lenguaje poético:

 

«Ser o no ser, este es el dilema:
si es más noble en la mente sufrir
golpes de honda y dardos de atroz fortuna
o tomar armas contra un mar de afanes
y, oponiéndose, ponerles fin. Morir, dormir…
nada más; con un sueño decir que ponemos fin
al dolor del corazón y a los mil tumultos naturales
de que es heredera la carne: es una conclusión
que devotamente se debe desear. Morir, dormir».

 

No estamos ante una forma de pesimismo extremo. En realidad, es la expresión más alta de la conciencia de la nada que impregna y constituye la experiencia filosófico-literaria y existencial tanto de Leopardi como de Cioran, quien siempre gustó definirse hermano del poeta recanatense, aun sin haber escrito nunca poesía. Seguramente la suya es una visión nihilista, pero extraña a acepciones e implicaciones negativas. Cioran comparte con Leopardi el sentido de la vacuidad universal de las cosas. Aun sin haber escrito nunca poemas, siente la poesía como una verdadera religión. Llegará a decir que «sueña un mundo donde se podría morir por una coma»⁷.

 

Antihistoricistas y antihumanistas, Leopardi y Cioran pensaban al ser humano proyectado hacia su propia destrucción. Si Cioran es heredero e intérprete de todas las decadencias de su tiempo (y no por casualidad profundo admirador de la poesía maldita de Baudelaire), Leopardi es la expresión más alta de la hibridación clásica y dieciochesca.

 

Admírese la lucidez de su pensamiento, que aun subrayando la vanidad de vivir, no hace sino enamorar al lector de la vida, como supo decir De Sanctis.

 

Mario Andrea Rigoni en El pensamiento de Leopardi recoge las palabras de Cioran, como autor del Sumario: «Envidiamos a quienes han hallado la liberación y la paz, pero permanecemos con quienes no han encontrado ni la una ni la otra […] Rechazar la idea de solución, hundirse cada vez más en el impasse capital que anula todas las preguntas y todas las respuestas y que se llama hastío»⁸. Nadie ha conocido sus tormentos como Leopardi, nadie como Cioran.

 

En el Zibaldone Leopardi atribuye a la poesía, más precisamente a la lírica, el más alto valor cognoscitivo: «¡Cuantísimas verdades se presentan bajo el aspecto de las ilusiones, y en virtud de grandes ilusiones!; y el ser humano no las recibe sino por gracia de estas, y como recibiría una gran ilusión. ¡Cuántas grandes ilusiones concebidas en un momento de entusiasmo, o de desesperación o en suma de exaltación, son en efecto las más reales y sublimes verdades o precursoras de estas, y revelan al ser humano como un relámpago repentino los misterios más ocultos, los abismos más hondos de la naturaleza, las relaciones más lejanas y secretas, las causas más inesperadas y remotas, las abstracciones más sublimes, detrás de las cuales el filósofo exacto, paciente, geométrico, se afana en vano toda la vida a fuerza de análisis y síntesis. ¿Quién no sabe qué altísimas verdades es capaz de descubrir el verdadero poeta lírico, es decir, el ser humano inflamado por el más loco fuego?»⁹.

 

El acto poético es entonces instrumento de investigación de la verdad. Tanto Leopardi como Cioran eran escépticos, privados de aquellas ilusiones, aun reconociendo su necesidad para la vida y para la historia, una visión acompañada por la religión de la poesía, de la forma y del estilo. En ambos, el pensamiento dominante es la muerte.

 

Pero si en Leopardi sopla un hálito de progresismo, un estremecimiento de voluntad, como deseo de captar la luz incluso en las tinieblas, la filosofía moderna, instaurando la superstición del Yo, lo ha convertido en el resorte de nuestras inquietudes. Hemos querido ser sujetos y todo sujeto es ruptura de la unidad. Somos seres heredados, aniquilados por nuestro ser-en-el-mundo.

 

Cioran ve lo verdadero como realidad nihilista, carente de significado y trascendencia. Lo verdadero es la condición humana y está caracterizada por el sufrimiento, la angustia, la conciencia del absurdo de la existencia. Él invita a la desilusión radical, reconociendo que la verdad es a menudo dolorosa, pero solo su aceptación puede llevar a una forma de liberación.

 

«¿La felicidad? ¿La habéis saboreado alguna vez? Nunca estaréis saciados; la buscaréis en todas partes […] Dondequiera que se halle, expulsa el misterio y lo hace luminoso. La infelicidad es sabor y clave de las cosas. […] Hemos impreso al universo los estigmas de nuestra historia y nunca seremos capaces de aquella iluminación que invita a la placidez de la muerte»¹⁰.

 

Aunque influido por Nietzsche, Schopenhauer y Heidegger, Cioran elabora una identidad propia, orgulloso de su “yo” que «escucha a todos pero decide por sí solo». Su “inconveniencia de existir” encuentra su más alta expresión justamente en su obra El inconveniente de haber nacido, donde llega a afirmar: «todo es dolor. No me perdono haber nacido. Es como si, al insinuarme en este mundo, hubiera profanado un misterio, traicionado algún compromiso solemne, cometido una culpa de inaudita gravedad»¹¹.

 

Y sin embargo, de inmediato el propio autor precisa que junto al sufrimiento existe el gozo de la experiencia de estar vivos: «Me ocurre, sin embargo, ser menos tajante. Nacer no me aparece entonces como una calamidad de la que estaría inconsolable de no haber conocido. […] Ningún sufrimiento entre el ser y el no-ser si se perciben con igual intensidad. Hubo un tiempo en que el tiempo aún no era. El refugio del nacimiento no es otra cosa que la nostalgia de aquel tiempo anterior al tiempo»¹².

 

¿Y Vittorini? Él explora lo verdadero a través de la literatura, buscando representar la realidad en su complejidad y contradictoriedad. Su obra es la búsqueda de lo verdadero que se entrelaza con la experiencia personal y la reflexión crítica sobre la sociedad. Vittorini pretende ir más allá de una mera representación de la realidad, buscando sus contradicciones y ambigüedades, a través de un estilo que refleja las dificultades de la condición humana.

 

Para Vittorini, la escritura es existir en la tragedia humana y política, una profunda humanidad filosófica, literaria, existencial. Él descubre que los humildes sicilianos están en todas partes, que existe un mundo herido y perdido, ofendido a pesar de su belleza.

 

En el prólogo de El clavel rojo Vittorini escribió: «Escribo porque creo en una verdad que decir; y si vuelvo a escribir no es porque advierta otras verdades que puedan añadirse y decirse “además”, decirse “más allá”, sino porque algo que sigue cambiando en la verdad me parece exigir que no se deje de repetirla, sino que se vuelva a comenzar a decirla. Uno no escribe para enriquecer el mundo con el conocimiento de alguna “otra” cosa. Hay sobre nosotros un compromiso que hace terrible nuestra vocación, y es esto lo que se ejercita con cada libro, con cada escrito, repetirla cada día no en algún otro aspecto suyo que varía. Hay una cuestión de vida o de muerte en nuestro oficio. Se trata de no permitir que la verdad aparezca muerta… Ella está presente entre nosotros y el día en que se detuviera, aunque fuera solo por el tiempo de una generación, adiós: no sería que la filosofía o la poesía hubieran muerto, sino que la verdad misma ya no tendría lugar en nuestra vida»¹³.

 

La escritura es resistencia, no solo en sentido político, sino en general en sentido filosófico-cultural, práctico-moral, donde el mundo ideal y autorreferencial se convierte en un continuo e incansable enfrentamiento. También la desestructuración del lenguaje es para Vittorini una forma de lucha en tal sentido.

 

Es evidente en él aquella atención a la condición humana que era propia de Leopardi, junto con la búsqueda de autenticidad a través de un pesimismo de fondo y un análisis crítico de la sociedad. Ambos no tienen una visión idílica de la realidad, subrayan críticamente sus contradicciones: y si Leopardi analiza, revelando la precariedad de la condición humana y la naturaleza engañosa de las ilusiones, Vittorini se hace portavoz de una crítica a la hipocresía de la sociedad burguesa, también a través del compromiso político.

 

Son ambos, así como Cioran, buscadores de la verdad existencial, situando en el centro de su investigación al ser humano, su experiencia y su posición dentro de la sociedad.

 

La soledad humana es el lugar de la investigación leopardiana, hallándose el sufrimiento y la infelicidad en la misma búsqueda de la felicidad. Vittorini hace de sus personajes portadores de una lucha interior y externa por su emancipación. Si Vittorini está ligado a la realidad histórico-política de su tiempo, Leopardi no está desligado de ella, pero lo central es la condición humana como ser dentro de un sistema natural. Hemos venido al mundo para la muerte, dice Leopardi, con palabras que anticipan a Heidegger: asumamos la conciencia y la responsabilidad de ello. Su mensaje de revelación, conciencia y resistencia está también en el llamado de Vittorini a no rendirse, a hacerse intérprete de una cultura capaz de acción concreta, real en el mundo. Así también Leopardi critica desde dentro su sociedad en la Palinodia al marqués Gino Capponi, o en el Canto sobre el monumento de Dante.

 

El aspecto psicológico y el literario en ambos encuentran equilibrio en la escritura y sobre ella reflexionan mientras se va afirmando un universo tecnológico e ilustrado.

 

El político debe actuar mediante criterios culturales, antes que políticos, debe tener un proyecto. El poeta es aquel que produce cultura a través de lo que siente, no para celebrar la política. El poeta tiene el coraje de sus propios pensamientos, de la verdad que vive y conoce. Es así que la cultura tiene como objeto el pensamiento orientado hacia el futuro, en busca de una revolución.

 

Si Leopardi identifica en la infelicidad la condición ontológica, universal e intrínseca de la existencia humana, connatural e ineliminable, Vittorini transforma esa misma amargura en una crítica social y política, focalizándose en la pérdida de valores y en la alienación del mundo moderno; Cioran lleva, en cambio, el pesimismo hasta el nihilismo radical, en el que el único alivio es la muerte, considerando la vida un error. Escribe Cioran: «Sufrir: el único modo de adquirir la sensación de existir; existir: la única manera de salvaguardar nuestra perdición». Y aún: «Me arrogo el derecho de considerar a Leopardi un compañero y benefactor que siempre me socorrió, permitiéndome medir mis miserias con las suyas. No pienso en el escritor, sino en el ser humano, en el desventurado a causa del hastío, plaga de su vida y de la mía, con esta diferencia sin embargo: que en su caso fue generador de poemas inmensos y no solo de alguna frase descosida. Pero, bárbaro de los Cárpatos, oso compararme a su pastor errante y no pienso ser indigno de él, cuando, en mi juventud, golpeado por la vastedad y la universalidad del sinsentido, me arrojaba a tierra entre suspiros y convulsiones… ciertamente menos elegante en esto que el pastor asiático. El hastío lo he sentido siempre; mi primera experiencia consciente hostil que tuve de él remonta a una tarde de mi infancia, cuando sentí de modo más intenso una presencia a la vez interna y externa: era la del tiempo. Estaba en mí y fuera de mí, en ambos casos bajo forma de LACERACIÓN HOSTIL, de una exclusión fulgurante del paraíso y de una impresión de vanidad literalmente inagotable»¹⁴.

 

¿Qué poeta no siente esta laceración? ¿La sentís? Duele, hace llorar, hace sentir que se es nada, menos que cualquier palabra. Esta es la forma del dolor de la poesía, su verdad: constatar que saber es dolor, desgarra, destruye, aniquila.

 

Ellos pertenecen a la misma familia espiritual. Su arte es justamente la forma de un dolor que no encuentra consuelo en la fe, sino en dar forma a su verdad; es su modo de representar su propia infelicidad, o en el caso de Vittorini, su propia batalla. ¿Y entonces? ¿Todo es vano porque hay hastío? No, su escritura es una invitación a vivir con intensidad, profundidad y plenitud. Léedlos y no os entrarán ganas de morir, sino de vivir más intensamente, de modo más verdadero. La escritura es para el poeta, el escritor, el instrumento para intentar conocerse, presentarse, liberarse de sí mismo y sobrevivirse.

 

En Cioran la destrucción del sujeto es al mismo tiempo fidelidad e infidelidad a sí mismo: elige eliminarse de sí, pero para liberarse de todas aquellas partes de sí con las que no logra convivir, terminando así por vaciarse, con una verdadera disolución del sujeto. «El orgullo de un ser humano nacido en una pequeña cultura siempre está herido», escribe Cioran en La tentación de existir.

 

Quien es pequeño siente que es invisible, siente que no pertenece a nada ni a nadie, y apenas a sí mismo. La verdad es saber que se está herido, saber que el ser es solo un intento, no es el ser mismo.

 

De aquí nace la dor, la nostalgia que se origina del sufrimiento de un alma que está en búsqueda de sí misma.

 

Y si Baudelaire nos ofrece la posibilidad de recoger las flores que brotan del mal, Cioran muestra la esencia poética del fracaso, la intimidad originaria entre el naufragio existencial del poeta y el canto mismo, casi como si la inspiración lírica reclamara ella misma la experiencia del fracaso.

 

La poesía es canto de la ausencia, desgarradura interior frente a la pérdida irreparable. No puede haber poesía en la plenitud del ser, sino solo en su mengua ella colma el vacío. Es la imposibilidad misma de la vida lo que hace posible el canto poético.

 

Iniciado desde la ciencia de la caducidad, el poeta al cantar el ser y las cosas los salva de su inmediato desvanecerse, gracias a la inmortalidad provisoria de la palabra. El poeta vive en intimidad con la muerte, se anula para ser en todas las cosas y así el precio más alto que paga es la pérdida de la identidad: el poeta deviene pura mirada sobre el mundo: «es de todo lo que no ha vivido de donde proviene la potencia del poeta». La expresión se condensa en la medida en que se nos escapa la existencia. Él escribió: «fracasar la propia vida significa acceder a la poesía».

 

Si el fracaso desvela la desnudez ontológica de lo real, también permite comprender, percibir las ruinas de la vida. Es allí donde el espíritu se despierta y florece. La apología cioraniana del fracaso no es una justificación ideológica de su propio estatus, sino que confirma su autenticidad. La fidelidad a la sabiduría del fracaso permanece inalterada incluso cuando llega el éxito, y su traductor Fernando Savater escribe: «Cioran, dicen que usted no existe». Desde París, a vuelta de correo, llega la insólita respuesta: «por favor, ¡no lo desmienta!». ¡Lo encuentro EXTRAORDINARIO!

 

Su elegancia moral dio prueba de cómo en el arte lograba disfrazar sus victorias en derrotas.

 

Concluyo con un bellísimo poema de Franco Loi:

 

Ser hombre y ser poeta… Un miedo
de ser un aire, un soplo… tener que morir…
Ser hombre y ser poeta… por la oscuridad
de crecer entre los hombres, de perderse en el sufrir,
para volver aquel silbido de la memoria
que la paciencia ha guardado en el día.

 

 

Notas

  1. G. Leopardi, Il pastore errante dell’Asia, vv. 139-143.
  2. E.M. Cioran, L’inconveniente di essere nati, Adelphi, Milán 1991, p. 57.
  3. G. Leopardi, Il pastore errante dell’Asia, vv. 39-44.
  4. E.M. Cioran, Finestra sul nulla, Adelphi, Milán 2022, p. 3.
  5. E.M. Cioran, La tentazione di esistere, Adelphi, Milán 1984, p. 11.
  6. Ibid., p. 19.
  7. E.M. Cioran, Sillogismi dell’amarezza, Adelphi, Milán 1993, p. 9.
  8. E.M. Cioran, “Qualche parola su Leopardi”, trad. de M.A. Rigoni, en M.A. Rigoni, Il pensiero di Leopardi, Bompiani, Milán 1997, pp. 5-6.
  9. G. Leopardi, Tutto è nulla. Antología dello “Zibaldone dei pensieri”, ed. M.A. Rigoni, Rizzoli, Milán 1997, fr. [1900-1902], pp. 127-128.
  10. E.M. Cioran, La tentazione di esistere, cit., p. 17.
  11. E.M. Cioran, L’inconveniente di essere nati, Adelphi, Milán 1973, pp. 20-21.
  12. Ibid.
  13. E. Vittorini, Il garofano rosso, Mondadori, Milán 1948, Prólogo.
  14. E.M. Cioran, “Qualche parola su Leopardi”, op. cit., pp. 5-6.

 

 

Laura Pavía (Acquaviva delle Fonti, Bari, 1972) es escritora y poeta italiana, licenciada y doctora en Letras Clásicas. Autora del romanzo L’orizzonte delle possibilità (Oceano Edizioni, 2018), ha publicado varias antologías poéticas como Sospiri di nuvola (2013), Bisbiglia la notte (2015), Quando la sera (2017), La miseria del cielo (2019), L’ombra delle parole (2022) y Comporre la quiete (2024). Su obra ha sido reconocida con numerosos galardones nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Leandro Polverini (2018), el Premio Lucius Annaeus Seneca (2020), el Premio Enrico Ratti (2022) y el Premio Vitruvio, Le Muse (2024). Ha ejercido como vicepresidenta de la asociación cultural “Sentieri Diversi” y es socia fundadora de la Accademia delle Arti e delle Scienze Filosofiche, además de miembro de la Accademia Tomitana y de la Accademia Léopold Sédar Senghor. Actualmente vive en Sannicandro di Bari.

 

 

 

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario