«Crear en Salamanca» publica para todos sus lectores el poema CIUDAD de Mazén Al‑Ma’muri
Nace en Babilonia, 1970. Es un poeta y pintor iraquí, doctor en Filosofía del Arte por la Universidad de Babilonia, miembro de la Unión de Escritores Iraquíes y fundador de la Asociación de Artistas Plásticos en Babel. Ha publicado seis poemarios: El Libro de los Muertos (1998), Amor Absoluto (2011), Criaturas Secretas (2014), Un Cadáver en una Casa Oscura (2017), ¿Qué Hace la Oscuridad en Mi Habitación? (2021) y Un Niño Abandonado en un Balcón (2025), además de su libro crítico Kazem Nuwair: La Rama Dorada en la Pintura Iraquí Moderna (2010). Sus obras han sido traducidas a varios idiomas, ha participado en la mayoría de las exposiciones plásticas desde los años noventa y protagonizó la película “El Lunes Sangriento” (2005). Es considerado uno de los pioneros de la poesía performativa en Irak, y ha presentado espectáculos destacados como: Una Nube sobre un Banco de Agua, El Disco de los Sentidos, Esperando la Luz, Mancha de Pan, Artefactos Explosivos, La Hoguera de Karrada, Almuerzo entre Explosivos.
Traducción de Abdul Hadi Sadoun

La ciudad donde vivo era circular.
Así era, hasta que llegaron los americanos.
No hicieron nada, pero nosotros rompimos el círculo.
Los jardines se convirtieron en casas y calles, y transformamos la ciudad en sectores separados unos de otros.
Mi vecino, detrás de los muros de hormigón, me arroja algunas cosas que mi esposa necesita en la cocina, y yo hago lo mismo.
Después de 2004 descubrí que soy chií, y descubrí que él es suní.
¡Qué paradoja!
Ahora entiendo por qué mi esposa arrojaba cosas a la basura, y por qué su basura estaba llena de cosas que yo le arrojaba.
Cada uno de nosotros tiraba cosas distintas sin comprender su significado, por ejemplo: (latas oxidadas, pez Bagre, la palabra “Rafidha” en mayúsculas, súplicas de los imames, Sahih Al‑Bujari…).
En 2007, las cosas eran granadas y balas. No quedaron casas, solo muros de hormigón, y seguimos lanzándonos todo el uno al otro.
Últimamente, cada uno se sienta sobre el muro para observar lo que queda del círculo y preguntarse sobre las “líneas rojas” con las que todos nos están engañando.
Discurso para los muertos
Los peces no conocen sectas, pero mueren.
Los árboles no conocen sectas, pero mueren.
El invierno no conoce sectas, pero se calienta.
El aire no conoce sectas, pero está seco y sin alma.
La gente se agolpa en los mercados, pero están muertos.
Aquí llevo los cadáveres sobre mis hombros, y camino cada día hacia lo desconocido.
Las tiendas y los comercios son ilusiones.
Los faros ya no son los mismos.
Los anuncios están al revés.
Los puentes están cojos.
El río no conoce sectas, pero se seca.
Las calles están hundidas,
y los edificios son viejas estructuras áridas y feas. Cada vez que recorro la ciudad, la encuentro como ataúdes desbordantes de muerte y billetes rotos.
¡Escúchenme, gente!
Nadie vive libremente con el fuego de la tragedia en la boca.
Esta ciudad es más antigua que ustedes… vive para sobrevivir en el pasado.
Pero hoy no es más que un vertedero.
Miren a su alrededor… son extraños sin mirada.
Trabajan en el vacío y escuchan a la muerte cada día.
¿Qué puedo hacer… si estoy encadenado a los cadáveres?
*****

Las masas humanas se despiertan cada mañana para comer, luego trabajan, luego se aparean, y arrojan sus desechos en la calle.
Me pregunto sobre ese despertar matutino, la comida, el apareamiento, el trabajo…
¿Eso es todo?
La noche, el sueño y el sueño son para mí solo, pues ninguno de ustedes recuerda el sueño y los sueños.
La noche del poeta no la recuerda nadie.
Cuando quiero escribir una palabra, necesito una luna, así que la saco de mi corazón.
La noche es mía y la luna es mía; con ella ilumino mis palabras.
El día es para las masas humanas.
*****
“Baraka” lleva platos de nata cremosa y dice a los transeúntes que son fragmentos de luna. Cada vez que la veo cargar la luna, me dice: “Soy la única que ilumina el mundo con estos trozos.”
Mira este fragmento, cómo ilumina mi camino. No puedo andar sin él. En casa, cada niño lleva un fragmento para iluminar el patio.
Todo lo que hago es recoger una luna tras otra para blanquear las calles de las ciudades.
****
En la ribera del río, encontré dos piedras azules, me alegré con ellas. Pensé que mis ojos oscuros eran antiguos y necesitaban reemplazo.
No fue difícil: arranqué los fragmentos negros y puse las dos piedras azules en su lugar. Eso fue todo… o eso esperaba.
Pero cuando me metí al agua, nunca regresé a tierra.

*****
Un par de gatos pasa bajo su vestido mientras espera en la parada del autobús.
Dos gotas caen del cielo y riegan sus piernas en la esquina de la acera.
El autobús pasa, y la espera cesa cuando dos gatos cruzan bajo el Monumento a la Libertad.
*****
Finalmente me hundí… mis manos y piernas fluyeron con el agua. Mis ojos abiertos al vacío.
Algunas personas me miraban con una emoción intolerable, sus rostros agrietados. Miraban con estupor y con pena, y ninguno extendió la mano hacia mí.
La superficie del agua era como una puerta entre dos mundos.
Aquí estoy, flotando con los peces y muchos cuerpos arrojados conmigo, deslizándome con calma hacia el fondo.
Había un cangrejo que me saludaba con su caparazón y se escondía dentro.
Los cuerpos arrojados estaban todos enterrados en el fondo.
Yo era el único leyendo una vieja carta, junto a mí un cangrejo masturbándose.
*****
Caemos uno a uno,
y yo trepo por las calles buscándote,
buscando la manzana que comiste y olvidaste dónde dejaste.
Los árboles estaban al revés… sus raíces brotaban en el cielo.
Busco mi imagen en ti, pero no la encuentro.
¿Dónde estás?
Pasé por el lugar antiguo de mi ciudad, y descubrí que tu dedo saltaba cada vez que te llamaba.
¡Tu mano… y tu nariz!
Tus ojos paseaban por los muros de los comercios, miraban los montones de carros y los tapices de los pobres en busca de mí.
No te veo entre todos esos montones de fotos y despojos abarrotados: fantasmas sin luz ni sombra.
Esta ciudad se cubre de palidez… mientras sigues lejos.
Nadie puede vivir como desea.
Sé como yo y muéstrate, pues estoy esperándote.

*****
Bebíamos el agua del néctar de la gente de Basora.
Los dos ríos fluyen de sur a norte, por eso la gente del norte, los kurdos, beben agua tan clara como el cristal y pura como el oro.
Nosotros, en Al‑Hilla, en el centro de Irak, bebemos el agua del corazón de su Éufrates.
Ellos nos envían agua, dátiles de Basora y gasolina.
Ellos pagan dólares a Irán, y nosotros sonreímos porque no tenemos agua, ni petróleo, ni electricidad.
Lo que posee Irán no lo tienen los habitantes: hablo del agua, del petróleo y de los dos ríos.
Y lo que tiene Basora es todo… excepto agua, petróleo y los dos ríos.
*****
En días no sagrados, sin tambores llameantes, sin visitas a los muertos, me baño en vino con amigos en las calles, escondiendo las botellas en nuestros bolsillos.
Caminamos horas sin saber si estamos a la izquierda o a la derecha, y quizás deambulamos entre las ruinas de la antigua Babilonia, lejos del bullicio y de la gente.
A orillas de un pequeño río, lloramos al escuchar una frase de Van Gogh o un poema de los grandes poetas, y no importa quién lo dijo porque estamos en la poesía, no en el poeta.
Tras mil sorbos, me profano como un ave muerta en las márgenes del lodo, y divago con los peces, cuyo lenguaje original domino.
Domino el lenguaje de la naturaleza, que enjuga mi cuerpo con agua.
En los días no sagrados, la libertad es nuestro himno sagrado sobre las torres de Babilonia.
Estas vallas anunciadas, estas colinas antiguas… Son todo lo que me ha acontecido.
*****
Entramos al congelador de los muertos buscando el cadáver del hijo de mi vecino, de quince años, que jugaba las canicas con otros al fondo del congelador.
*****
Al llegar al final del día a casa, el cielo estaba iluminado y sobre la puerta colgaba mi incipiente diente que dejé en el ojo del sol.
El niño gritaba detrás de la puerta, y yo tenía miedo de tocar su aldaba.
*****
Este camino embarrado, cubierto de estrellas… ¿No sé cuál de ellas es la que ha perdido el cielo?
*****
¿Es todo esto?
Los peces mueren, los ríos y arroyos, la gente, los árboles y los campos.
Mueren… como siempre.
Hay algo oculto que nadie conoce.
Morimos en el río y en la tierra, y mueren por algo que no entendemos.
¿Es esto todo?
La muerte es una palabra roja que no sabe detenerse.
Su sonido eterno resuena en esta tierra como un niño hambriento que su madre lo abandonó en su primer día de vida, y ahora él mata lo que queda de su madre.

*****
Mi esposa y yo subimos al tejado de la casa, y la vaca gorda doblaba el techo con su peso.
Pero lo único que mantenía la casa de pie era que se sujetaba de la luna creciente.
Estaba atada a su largo cuerno, y su tenue resplandor se filtraba entre las curvas de sus cuernos de marfil.
Las paredes de la casa curvadas hacia afuera y el techo torcido como el nido de un pajarillo empapado por la lluvia, crujían cuando nos acercábamos a su suave luz, y su ubre que pesaba una tonelada casi aplastaba el ladrillo tembloroso.
Un solo disparo bastaba para destruirlo todo.
Y eso fue lo que sucedió; sin embargo, seguimos colgados de la cabeza de la luna, del cuerno de la vaca, del sostén de mi esposa y de mis pantalones rayados como nubes.
*****
Me detengo con frecuencia en los cruces de las calles, y me preocupa la cantidad de opciones para pasar.
Me pregunto por nuestra capacidad de elegir, por las múltiples rutas de nuestra detención.
Generalmente solía elegir volver, para confirmar no el tipo, sino el modo.
En esa vuelta encontré un barco enorme que oscilaba hacia adelante y hacia atrás, y descubrí a mis hijos y vecinos tambaleándose con él mientras los lanzaba al aire.
*****
En la explanada cerca de mi casa enterré algunas cartas y el sobre de una bala. Solía colgarlos alrededor de mi cuello con una cadena de oro.
Todo lo que me unía a la bala eran recuerdos del pasado. Ese eco profundo de la idea del pasado con la guerra y su forma aterradora, entre cuadernos de cartas antiguas y el sobre de una bala muerta que no es más que un nombre antiguo que nadie recuerda.
*****
Mientras Sirmy, el agricultor, vivía en el vientre de una colina junto al río, como cualquier perro que ama arreglar su último lugar, lanzaba su vieja caña al agua. La caña giraba como un anzuelo despeinado en el agua, como si bailase o tambalease de borracho. La encía del pez se enganchaba al anzuelo y se prendía de la muerte. Todo lo que tenga que ver contigo, oh muerte, entiende la vida como oportunidad de supervivencia, pero en vano.
*****
Leo a los demás y suplico al vacío que me mantenga suspendido en el cielo, esperando el hilo de la estrella marchita en tu pecho.
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¿Sabes tú, oh diosa colgada de las paredes, que estoy en tu calle sagrada desde el año 2018 del nacimiento de Cristo, y el año islámico 1440 del calendario de Mahoma, en la antigua Babilonia? Aquí te hablo de mi existencia ahora entre alas de ángeles, dioses y seres de arcilla del mundo antiguo.
Oh dioses de Babilonia, Marduk, Shamash, dios del sol, Nabú, dios de la escritura, Sin, dios de la luna, ¿me escucháis?
Soy Mazén Al‑Ma’murí. Escribo en árabe y no creo en la unicidad (tawḥīd). Todo lo que sucede de muerte, asesinatos y robo de dinero en Babilonia, Irak, Mesopotamia, entre los ríos y todos los nombres de esta tierra hoy yermas, no son más que vuestro condimento, o lo que queda de vuestra carne comida por los islamistas del este y del oeste.
Me refiero a la estirpe del persa Ciro y los árabes del desierto.
Los ríos mueren y se convierten en depósitos de aguas pesadas; los peces mueren y flotan, y ni siquiera los pájaros los comen porque están envenenados.
Vuestras enormes ruinas fueron arrasadas por los musulmanes, y es nuestro deber respetar al ladrón, porque ellos conservan lo que queda de vosotras: piedras, textos, estatuas, sellos y escrituras auténticas que no conocen la muerte ni el olvido.
¿Sabes tú, oh diosa colgada de las paredes, que te anuncio el fin del mundo?
*****
Ese niño… cose su piel agujereada y camina largo rato por la calle, hasta que su última bala muere.
*****
Mi rostro, que he dibujado varias veces. Mi cuerpo, que he reducido a dos líneas y una curva.
Mi mano, que sostiene un papel que no agarra bien, pero señala la distancia entre ella y yo.
Mis piernas motorizadas como un gallo rojo con cresta blanca, habitan el aire y sueñan como una pluma arrancada de una paloma atrapada por un halcón extraño.
Todo ese tiempo, yo fui un sueño en una ventana colgando en una nube.
*****
En medio de la oscuridad, en el fragor de las calles con máquinas, objetos, puntos, líneas y ruido silencioso —un estrépito que no ve nada más— saqué de mi bolsillo tu sonrisa. Era el secreto que guardé durante años. Cuando el mundo se cierra con oscuridad, la saco para iluminar el camino. Y cuando las calles se llenan de imágenes de los muertos, de ella brotan paraísos hasta saciar a los cadáveres.
En medio de la oscuridad, la blancura se quiebra ante el esplendor de tu sonrisa distante.
*****
Salí corriendo para buscar lo que perdí. Un soldado me dijo: “Tal vez encuentres a tu hijo entre los escombros en el lado izquierdo de la ciudad.”
Separé piezas, pegué otras, cosí algunas y reuní otras hasta que apareció algo parecido a un humano—como mi hijo que se fue a la guerra y no volvió.
*****
El dolor se atenúa al roce de tu mano cuando cierras los ojos al rozarla contra mi costado, y expulsa la esquirla que había estado allí seis meses.
La vida atraviesa la muerte cuando me tocas.
El médico se sorprendió de la caída del tumor junto a la cama.
La familia camina en fila por el pasillo.
Tu rostro lejano a través de la ventana es un hilo de seda que me envuelve.
Hoy sujeté el marco de la ventana y clavé mis dedos en todo lo que rodeaba la esquirla y la extraje.
*****
Hay barreras por todas partes:
en la calle y en la casa,
una barrera entre tú y yo,
entre el cielo y la tierra,
entre los barrios, callejones y casas,
una barrera frente al río y detrás de él,
entre los puentes y los transeúntes,
entre mi boca y mi lengua.
Por la tarde vi a una mujer que recostaba la cabeza de su hijo y lo amamantaba tras la última explosión.
Ahora entiendo el significado de las barreras: poner la cabeza de tu hijo sobre el cemento y amamantarlo con tu sangre.
*****
Mi vecino, ‘Ayd Brikán, regresó de Siria sin piernas, llevando sus lágrimas en una bolsa y le dijo a su madre: “Esta es tu leche.”
*****
Esa tarde llovió un cristal helado del cielo. Extendí mi mano fuera de la ventana y se rompió. El pájaro pequeño acurrucado bajo el balcón chillaba de risa ante las gotas frías de mis dedos.

Cubierta del poemario


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