La ciudad de la luz. El atardecer perpetuo

 

 


 

He aprendido a viajar por todos los caminos de la tarde, en la ciudad de la luz… por un sin fin de calles, por sus jardines, que traspasan los sueños de las flores.

Por caminos apesadumbrados de cielos de nubes surcados por la lluvia que cae sobre la paz de los estanques… también por los caminos de cielos azules, con los pájaros que vuelven como una resurrección al atardecer, hasta las azoteas

He viajado por los mares arados de sueños y memorias, por los campos fértiles de la esperanza acurrucada en  los jardines secretos del alma, en la contemplación del aire silente que cruza los parques.

Siempre tengo ante mi un horizonte de sueños, las torres de mi ciudad… la tarde que pasa y que no vuelve, como el curso de un río que se lleva los días en su reloj de horas consumadas de esperas, al pie de la ciudad que se revive al sol, en las tardes frías del invierno, en las heladas nocturnas de los campos… en la lluvia prendida de los árboles y las estatuas solas

Cada atardecer vive en la memoria de los días, igual que un poema, hecho silencio, y es su callar encendido el retorno al jardín de todos los recuerdos, de los pasos perdidos.

Los atardeceres siempre nos traen los paisajes del alma, por eso siempre viven en el corazón eternamente, con sus otoños cuajados de nostalgias, con sus primaveras de tierra encendida, con su verano dorado de los campos… con la silenciosa nieve del invierno.

Cada día, el atardecer nos devuelve a  la luz  en el camino a la noche, cada atardecer es una esperanza abrazada a la luna que generosamente muere para que vuelva el día con un nuevo sol y un sueño nuevo

En el atardecer, tú, mi ciudad de la Luz… la ciudad que no perece… la que vive en mí, plena de sueños y de lugares próximos, estás eternamente suspendida de cada instante fugaz que no regresa.

2 comentarios
  • Sirena Varada
    mayo 14, 2014

    El atardecer consiste en una progresiva desaparición de la luz mientras la noche florece. El ocaso es bello porque lleva una gran carga de poesía. De sentimientos de grandeza. Y sobre todo de colorido. Unos tonos rojos, rosas y violáceos.
    Paleta de pintor perpetua. Fugaz atardecer que cada día ansío contemplar para darme cuenta de que formo parte del universo.

  • Santiago Redondo Vega
    mayo 15, 2014

    Detener el tiempo es siempre un imposible que gravita en la vocación del hombre desde siglos. Aún así, hay veces en que, quizá ilusoriamente, pero pudiera llegar a conseguirse. Y esta es tal vez una de ellas. Paralizar, detener la tarde en la retina de una fotografía para la admiración del humano consciente. Quimérica misión sí, pero hermosa y evidente. Arduo trabajo, merecido premio. Nunca tanta oscuridad se propuso brillar tanto. Enhorabuena Amador.

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