Foto: José Amador Martín
Eres la verdad asida del brazo de la esperanza,
el sueño incendiado de la noche perfecta,
el entorno, el encuentro, el punto de retorno
al Universo extenso del pensar que te tengo.
Eres principio y frontera de un camino para llegar a todo,
destino para poseer todo lo que, en ti, reside,
jardín y laberinto de infinitas estrellas,
claridad cambiante en formas de luciérnagas
que invaden el singular perfil de la noche sin vértices.
Vórtice, Tú, de espacios adentrado en dominios
de singulares formas, piedra angular del sueño,
entre la torre, el azul extenso, el eterno monólogo
de las piedras y el agua camino de los deltas marinos.
En mi entorno propones una sierra de encuentros,
un corazón incendiado a fuerza de dolores, un amasar
la vida con trozos de espacios de filos hirientes,
una isla clásica donde descansa mi sed de amar.
Tú sabes qué camino emprender para llegar a todo
hoy que me siento aquí haciendo la memoria
repasando recuerdos de todo lo que hice y dejé sin hacer,
en esos días trazados por los vuelos de las altas aves.
Eres también un río de cristales verdes,
con espacios abiertos para dibujar esperanzas,
acaso el eco de terraplenes al borde del abismo,
que tu mano detiene – digo – junto al gran vacío.
Eres jardín y atalaya, laberinto de memorias
en el ir y venir del tiempo encadenado, refugio
y horizonte de un cielo dulcísimo de ternura
con horas por hilar, de donde nace todo:
la tarde, su hermosura, el delicado matiz
de las acacias, el campo de paseantes
al borde de los campos traspasados de vida
y el volar silencioso de las aves.
Todo mi pensamiento reside en ti,
porque nace de todo lo que, en ti, se crea,
espejo claro y perfecto de la imagen pura,
de los grandes paisajes donde el amor reside.
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