‘VISITA A LA CUEVA DE SALAMANCA’ Y OTROS RELATOS INÉDITOS DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN. TEXTO DE PRESENTACIÓN DE JUAN PABLO GÓMEZ COVA

 

 

 

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El escritor Gabriel Jiménez Emán (foto de Jacqueline Alencar)

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar, por vez primera, los textos que en Salamanca leyera el destacado escritor venezolano Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950). Este acto estuvo enmarcado dentro del programa del XII Encuentro de Escritores Venezolanos, que anualmente organiza la ‘Cátedra de Literatura Venezolana José Antonio Ramos Sucre’, del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, cátedra patrocinada por el Centro Nacional del Libro (CENAL) de Venezuela.

 

REPORTAJE FOTOGRÁFICO DE JACQUELINE ALENCAR

 

 

 

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 Pablo Gómez Cova, Carmen Ruiz Barrionuevo, Gabriel Jiménez Emán y Francisca Noguerol

 

 RELATOS INÉDITOS DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

Leídos en el Aula Magna de la Facultad de Filología,

Universidad de Salamanca, miércoles 30 de noviembre, 2016

 

 

 

VISITA A LA CUEVA DE SALAMANCA

 

Esa tarde me dirigí, como un turista más, a visitar la cueva. El letrero que anuncia el horario de visitas me dice que ese día no está abierta al público, y yo me siento temporalmente defraudado. Recuesto la mano de la reja y compruebo que cede; efectivamente está abierta y puedo acceder (a esa hora del mediodía no hay por allí ni un alma) de modo que me apresuro a entrar y empiezo a recorrerla. Las escaleras me conducen a la cripta de San Cebrián. Después de bajar más de veinte escaleras desde el suelo hasta las ruinas de la antigua iglesia, me voy impregnando de una sombra que me conduce a un subterráneo, donde veo a un grupo de personas encapuchadas que  causan en mí una fuerte impresión. Mi sangre empieza a enfriarse y mi piel tiembla, dando paso al miedo. Antes de que pueda marcharme, un hombre con traje de sacristán me toma del brazo, diciéndome:

–Te estábamos esperando.

–Perdone, señor, pero creo que está en un error—le digo.

–Nada de eso. Sólo usted faltaba en esta reunión. Por favor siéntese—dice.

No tengo otra salida. Al tomar asiento los hombres encapuchados comienzan a descubrirse: sus caras pertenecen a Calderón de la Barca, Alonso de Ercilla, Sir Walter Scott, Miguel de Cervantes, Fernando de Rojas, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Botello de Moraes y el venerable anciano Montesinos, alcaide del alcázar.

–Estábamos esperando a alguien del siglo XXI, y usted al fin ha llegado—dijo Diego Torres de Villarroel. Usted es un escritor iniciado ¿no es así?

–No, no lo soy aún—atiné a responder. –Pero creo que me convertiré pronto en uno de ellos.

 

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EL CINEASTA

 

El cineasta vive en cuartos destartalados, duerme sobre colchones vencidos, traga comida rápida, fuma colillas de cigarrillo, bebe ron malo, se acuesta con prostitutas deprimentes. Pero el cineasta inventa tramas extraordinarias, historias interesantes, anécdotas chispeantes, diálogos graciosos; tiene un humor fino e inteligente, en sus historias aparecen rubias deslumbrantes, escritores exitosos, policías honestos, empresarios millonarios que sobornan policías corruptos, políticos que explotan a miles de obreros, productores de cine que se aprovechan del talento de actores y escritores, de cineastas que se hunden en su miserable vida mientras derrochan imaginación en guiones hasta el punto de que, ayer mismo, llamaron de la gerencia de los estudios para decirle al cineasta que la última película escrita por él había generado una buena suma de dinero de donde era justo deducirle una cantidad considerable, con la cual podría recomponer su vida y habitar en una  casa decente, tener una tierna esposa y unos hijos obedientes. Con el inconveniente de que ya no podría escribir mas guiones de cine, cosa que al fin y al cabo –y viendo cómo andaba el mundo últimamente— le importaba un verdadero rábano.

 

 

TRATAMIENTO

 

Con sólo escribir la palabra catarsis ya siento una notable mejoría, un gran alivio.

 

ULISES

 

El Ulises griego descrito por Homero duró varios años en una aventura por el mar egeo, enfrentándose a todo tipo de monstruos y encantamientos, antes de regresar a Ítaca a encontrarse con su mujer Penélope y su hijo Telémaco. El Ulises irlandés que describe Joyce vivió su odisea en un solo día en el centro de Dublín; un amigo mío cumple la hazaña diaria de recorrer en dos horas doscientos kilómetros para ir a su puesto de trabajo en otra ciudad, y yo cumplo en media hora la obligación de escribir un relato que alguien leerá en exactamente un minuto si lo hace de manera reposada. Con ello doy por realizada la odisea de un personaje que ha venido leyendo buena parte de la literatura universal sólo para no repetir las otras odiseas cumplidas por héroes que le antecedieron en diferentes gestas épicas o cotidianas, con mayor suerte que la mía.

 

 

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ANDROIDE

 

Finalmente lo lograron: fabricaron el robot, el androide perfecto. Puede pensar, razonar, sentir, recordar, escribir, amar. El androide soy yo mismo y no tengo hasta ahora ni un solo punto débil. Salgo a caminar por la calle y todo se desarrolla normalmente, desde el primer café de la mañana hasta la cena por la noche, incluyendo traslados, conversaciones, labores cotidianas y trato con personas. En mis minuciosas instrucciones de uso me percaté, tarde, de uno de los puntos más importantes, razón por la cual me he empezado a sentir mal, mis órganos a debilitarse y mis circuitos a interrumpirse: en cuanto el calor me sofocó, en vez de lubricarme, me di el primer y último baño bajo la ducha.

 

 

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Julio Borromé, Gabriel Jiménez Emán y Celso Medina


 

OXÍMORON

 

Hoy me levanté con la alegría de poder llorar al final del día, con la nostalgia de vivir lo aún no acaecido, y de ahí iniciar mi periplo de estar acongojado de tanta felicidad, de ponerme a trabajar después de haber mostrado vergüenza de tanto esfuerzo, pero sobre todo de estar enamorado de esta falta de voluntad para iniciar un romance con una mujer que todavía no conozco, o de tenerle afecto a mi peor enemigo, en virtud de lo cual tal vez sí beba agua hasta mitigar esta angustia insaciable, este orgullo de ser el perdedor más feliz de todos, el flojo incansable, el perfecto incrédulo que cree fervientemente en un cambio que me lleve a un estado en el que pueda moverme a mis anchas por este departamento, donde me siento apoderado de una libertad sin límites para recorrer la cocina, el balcón, el recibo, el cuarto de estudio y el dormitorio, donde finalmente voy a conducir mi cuerpo a un sueño sin descanso, pues las imágenes del delirio comienzan a aparecer como burbujas en el interior de mi cabeza, de donde surgen seres que no me dejan en paz ni siquiera para levantarme con la alegría de poder llorar al final del día.

 

 

 

CONTEMPLACIÓN

 

Me embebí de tal modo en la contemplación de aquel maravilloso paisaje de cielo despejado que, llegado un momento, pensé que el paisaje me contemplaba a mí con tal intensidad, que me absorbió hacia él y convirtió en lo que siempre quise ser: nube.

 

 

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BUCÓLICO

 

Era tan extraordinario el paisaje que tenía ante mí aquella mañana, tan vasto, hermoso y sugerente, que lo único que bien valía la pena para expresarlo era un poema, y aunque dispuse de mis mejores destrezas verbales en la composición de ese poema, luego lo leí y era pobre; éste no podía expresar con eficacia lo que tenía ante mis sentidos, por lo cual apreté en mi mano la hoja de papel donde lo había escrito, y con la mayor delicadeza lo coloqué en la rama de un árbol cercano. Cuál no sería mi alegría cuando vi que un pajarito lo tomaba en su pico y lo llevaba a su nido.

 

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HIJAS Y NIETOS

 

Cuando veo en los ojos de mi nietos las figuras de mis hijas y después en los ojos de mis hijas veo los ojos míos mirando los ojos de mis nietos, reconozco de veras que para poder mirar mis ojos en el espejo debo primero refrescarlos con agua, ponerles colirio y despabilarme bien, tomarme un buen café antes de cargar a mi nieta para darle un beso y luego mirar sus ojos. Después de lo cual sí puedo andar tranquilamente silbando por la calle.

 

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NARRACIÓN EXTRAORDINARIA

 

Después de releer casi todos los cuentos de Poe no me he sentido muy bien; ando por ahí mareado, desconectado de la realidad; me tiene sin cuidado el tiempo, tropiezo con objetos a cada rato; por la calle la gente me saluda y ni siquiera sé quiénes son. Me ha costado acostumbrarme a mi cotidianidad, olvido hacer diligencias rutinarias, me quedo demasiado tiempo contemplando el cielo y por la noche me cuesta conciliar el sueño, bebo copiosas tazas de café y té, fumo gruesos habanos y cigarrillos aromáticos, ingiero ron y vino en cantidades considerables y me dedico a garabatear extraños poemas en viejos cuadernos.

 

Intento leer otros autores, pero las historias y personajes de Poe surgen en mi mente a cada rato: ahí está la máscara roja de la muerte; veo derrumbarse la casa  Usher en cámara lenta; oigo los alaridos de un enterrado vivo o contemplo con melancolía el rostro de Leonora en la tiniebla de mi cuarto de estudio; en los rascacielos de enfrente descubro, colgado de las cornisas, el cuerpo de un gorila; un gato negro se desliza sigiloso por el filo de mi ventana.

He tenido que consumirme la garrafa completa de vino que guardaba para mis eventuales invitados; ahora mismo me gustaría drogarme con ajenjo, marihuana, opio o hachís, para pasar al plano donde ingresó mi querido Edgar para lograr sus mágicos cuentos, hago todo lo posible por trasponer esos umbrales con las sustancias o drogas que tengo a la mano, y al fin logro a duras penas apoderarme de algunos estados interesantes, los cuales me gustaría prolongar por más tiempo. En este instante comienzo a lograrlo: mas que escribir, deseo procurarme un estado artificial que pueda mantenerme en una región de la mente donde me sea posible acceder al cerco del aparecer, al universo de las visiones, al inefable estado de alucinación a donde he arribado al fin: aquí veo nubes color naranja de donde salen arcos-iris, trenes de mermelada roja, lunas verdes saltando contra un cielo blanco, árboles azules de donde penden manzanas bermejas, lechuzas con ojos de rubí, leones con anteojos leyendo gruesos volúmenes y monos oyendo música, cebras aladas que corren por un lago de queso y mantequilla, elefantes en miniatura flotando en jardines púrpura, flores en cuyos pétalos hay ojos que parpadean, tiburones jugando partidas de póker, gallinas plateadas en amena conversación con zorros eruditos.

 

De entre toda esta selva de imágenes maravillosas veo salir a un señor andando, se acerca viniendo de un bosque donde todos estos animales y seres le rodean o le hacen compañía: el señor Edgar Allan Poe viene vestido con un atuendo principesco, con un libro en la mano derecha y en la otra sostiene una copa con una bebida chispeante que me ofrece, y yo la acepto, un vino champán que bebo gozoso, y él, al verme tan feliz, sonríe y luego pasa a leerme la narración extraordinaria de los hechos que componen el texto que el lector ha venido leyendo hasta este momento.

 

 

 

LA BRISA

 

La brisa es lo mejor que hay, lo máximo que puede uno llegar a experimentar cuando no se tiene absolutamente nada qué decir. 

 

 

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 Un momento del acto

 

ORIGEN DE LOS SUEÑOS

 

 

Uno de estos días me puse a pensar de dónde provendrían los sueños, y no hallé la respuesta sino después de un sueño profundo: cuando varias personas se duermen simultáneamente en varias partes del mundo y los fantasmas que pueblan sus mentes se despiertan a la vez, todos ellos, en el mismo instante, empiezan a moverse y conversar, se tejen ahí las infinitas situaciones y diálogos posibles e imposibles, movimientos, acciones y palabras de estos fantasmas que pueden convertirse en personas conocidas y desconocidas, encarnando en personajes creados por cerebros y mentes de personas que son liberadas en el preciso instante de quedar profundamente dormidos, no importa si es de día o es de noche, para ir a encontrarse y compartir las vidas que les corresponden, librarse de la cárcel donde la razón los quiere mantener, liberar la mente de los seres humanos de las tribulaciones y despropósitos de la realidad cotidiana. Los personajes de los sueños –nosotros mismos aventurándonos en otros territorios— son completamente libres y se desplazan sin fronteras, tiempos ni espacios, no aceptan ninguna moral ni restricción y tampoco reciben órdenes directas de nadie; pueden caminar, correr o volar a cualquier velocidad o traspasar mundos distintos unos de otros en un instante, si así lo desean.

 

Poco a poco, los durmientes o soñantes empiezan a despertar, y los fantasmas vuelven a esconderse en sus sitios originarios, y se van interconectando secretamente entre ellos con el fin de descansar hasta el otro día, donde les espera de nuevo su trabajo como personajes, pues es ése el trabajo que desempeñan a diario y por el cual pueden obtener dones muy grandes de manos de los dioses.

 

 

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POBREZA CRÍTICA

 

Río hasta las lágrimas cuando las autoridades dicen que van a acabar definitivamente con la pobreza crítica, cuando en verdad es la pobreza crítica la que tiene la obligación de acabar con las autoridades. 

 

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Jiménez Emán coon profesoras de literatura hispanoamericana y doctorandos

 

POEMA CONTRA CUENTO

 

El otro día un colega de mi oficina que se cree poeta me dijo que escribir un poema implicaba un proceso mucho más difícil que el de escribir un cuento. Me quedé pensando un rato en lo injusto de esa afirmación, de modo que le invité a discutir el tema en mi departamento tomando unos tragos y escuchando música, cita a la que él acudió de inmediato guiado por su vanidad, con un buen número de poemas suyos. Lo fui llevando poco a poco hasta el balcón y cuando estaba en el punto más emocionado de su lectura poética, le di un fuerte empujón y lo lancé desde el piso diez.

 

Todavía recuerdo con placer cómo su rostro se fue borrando en el vacío. 

 

 

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PASEO POR EL CAMPOSANTO

 

Salí del sarcófago apenas pude, y me puse a caminar por las veredas del cementerio. Era un domingo claro y me sentía muy bien saludando el resto de los personajes que vivían en sus moradas horizontales. Se oía el cantar de algunos pájaros y el chillar de las cigarras;  un gato amaríllenlo cruzó raudo frente a mí y me preocupó no fuera a traerme mala suerte; todo lo contrario fue de buen augurio, porque una mujer de luto muy elegante me hizo una seña buscando compañía y yo la seguí por una de las zonas verdes del camposanto; se detuvo en una esquina, se quitó las gafas negras y me guiñó un ojo con picardía. Nos sentamos en un banco y yo pude apreciar su bello rostro y sus lindas piernas: me ofreció un cigarrillo que yo acepté: al comenzar a fumar empezamos a volvernos transparentes y cada uno trató de volver a su respectiva morada antes de que fuera demasiado tarde. Ya había recorrido un largo trecho, que daba una ventaja grande para salir de ahí y dirigirme al mundo real, pero mi sorpresa fue enorme al cobrar conciencia de que el mundo exterior tenía mucho menos vida que el del cementerio. Las gentes iban metidas en unas suertes de escafandras con tubos que salían de aquellos extraños cascos hacia otras partes del cuerpo; ya no había autos ni ruidos de coches; sólo se veían transeúntes adormecidos o asustados llevando aquellos cascos a la manera de globos transparentes: los veía desde los pequeños bosques cercados que me separaban de aquellas calles, casas, establecimientos y edificios tan tranquilos, donde casi no había ruidos ni voces; la gente casi no hablaba, seguían de largo sin saludarse siquiera. Vi algo interesante: hacia otro extremo de una calle salía de una iglesia un niño con su padre y su madre; venían bien vestidos y enmudecidos, y de pronto el niño se despegó de ellos y echó a correr  avenida abajo y los padres siguieron tras él  muy conturbados, gritando frases entrecortadas.

 

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Gabriel Jiménez Emán (foto de Jacqueline Alencar)

 

El día comenzó a nublarse pero no hacía frío. Yo disfrutaba de un cierto calor reconfortante. Me concentré entonces en los árboles del cementerio, tratando de oír o ver más pájaros y no logré divisarlos; en cambio sí algunas pequeñas mariposas surcaron el aire y yo me sentí mejor. Otros compañeros iban saliendo de sus sarcófagos y se juntaban para pasear, manejar bicicletas o charlar sentados en los bancos o la grama del parque, con una lengua casi inaudible. Yo hice lo mismo: me senté en un banco a mirar los pocos rayos de sol que aún se filtraban entre las ramas y las copas de los árboles, constatando que el día se había terminado muy pronto y posiblemente tenía que regresar de nuevo al sarcófago. Pero la mujer de luto apareció otra vez y me dio esperanzas. Esta vez venía acompañada de una mujer vestida de rojo que tenía una actitud distinta a la de ella, una mujer muy esbelta y sensual que caminaba bamboleando el cuerpo. Por fin se detuvieron a poca distancia de mí y casi pude abordarlas, pero cuando estuve a punto de hablarles salieron corriendo a esconderse detrás de un mausoleo muy suntuoso ubicado cerca de unos pinos. Después vi algo extraño: un perro y un gato paseaban juntos y sentí que hablaban mi propio idioma, intercambiaban susurros y relamían los cuerpos del otro. Esto me excitó y me llevó a seguir la pista de la mujer de rojo y de la mujer de negro, para ver cuál de las dos se decidía. La mujer de rojo vino de un lado y la mujer de negro del otro y me agarraron cada una de un brazo hasta conducirme cerca de una tumba nueva. Les dije que ya tenía tumba propia y ellas rieron. No se burlaban; simplemente retozaban por mi respuesta. La de negro comenzó a desnudarse y la de rojo a bailar en torno a la mujer de negro desnuda, cuyo cuerpo blanco y maravilloso ejecutaba unas piruetas muy graciosas, y luego la de rojo también se desnudó y se subió a la rama de un árbol con una agilidad sorprendente. Tomó de ella un fruto amarillo, un mango, creo, o una naranja, no pude ver bien, pero en todo caso no lo mordió sino que lo mostró en su mano derecha por un rato, como un símbolo, hasta quedar paralizada, como congelada en un gesto de éxtasis en la rama de aquel árbol. La mujer de negro era mulata y tenía un cuerpo maravilloso; comenzó a danzar hasta dar un salto y caer en su sarcófago, petrificada.

 

Yo seguí mi camino por la avenida principal de aquel cementerio, que no pensaba abandonar nunca. Preferí seguir los pasos del gato y el perro, que continuaban en su enamoramiento; después un pequeño gorrión se detuvo sobre mi cabeza y me regaló un poco de su estimulante excremento, la prueba de que aquellos animales venían cruzando las edades desde las épocas arcaicas, cuando eran monstruos antediluvianos y ahora estaban  reducidos a un tamaño y agilidad perfectos, la prueba de que todo iba a destruirse pronto y a resucitar algún día de sus cenizas. Yo quedé complacido por esto y por su canto, casi feliz, pues todo aquello había sido la demostración de que aquel mundo del cementerio estaba mucho más vivo que el de la ciudad, y en adelante ya no tendría tantas preocupaciones para sobrevivir o pensar sobre otros universos de posible trascendencia. Me encontraba al fin conmigo mismo y con mi destino, y las posibles preguntas sobre mi existencia estaban casi todas respondidas.

 

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN: EL FABULADOR CUENTERO

Texto  leído como presentación a los textos de Gabriel Jiménez Emán

Por Juan Pablo Gómez Cova

 

La literatura venezolana suele aparcarse durante intervalos (digamos 200 años) en el repliegue del perfil bajo. Comparada con la literatura de otros países hispanoamericanos, la venezolana siempre tiene algo de opaco, de nebuloso, por no decir turbio de una vez. Quizás por causa del exacerbado heroísmo de las desmesuradas figuras promotoras de la emancipación americana o por el cinismo intrínseco de la renta petrolera o quién sabe por qué, Venezuela no suele atender con suficiente interés a la obra de sus creadores artísticos. De manera que cuando se presta atención a ciertos escritores se produce con frecuencia un asombro, una sorpresa, una revelación.

 

El caso de Gabriel Jiménez Emán es buen ejemplo. Autor caraqueño que ensalza, como pocos, la espléndida sencillez del lenguaje que sirve para representar la ambigüedad, la incertidumbre, la dificultad de la vida de forma tan sutil que apenas notamos que lo sugerido no es más que lo inextricable. Nacido en 1950 y autor de unos cuantos libros que se pasean por los géneros literarios, en apariencia, más diversos como la poesía, el ensayo, la novela, el relato breve y el microrrelato que, sin embargo, en su obra parecen hermanarse con naturalidad. Además, no debe confundirse en su obra la sencillez con lo directo, puesto que se trata de la sencillez del artesano que va cincelando palabras, buscando giros, tachando, borrando, editando para dar con la elipsis elocuente, la sutileza precisa, la sugerencia adecuada. Por eso, admira tanto a Monterroso y a Lezama Lima a la vez, a Julio Garmendia y a Quevedo, porque su literatura es diáfana, concisa, sencilla en forma, pero barroca, difícil y sugerente en contenido. En realidad, toda su obra podría enmarcarse en un solo género: una refinada,  inteligente y muy elevada mamadera de gallo (1).

 

 

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La profesora Carmen Ruiz Barrionuevo, responsable d ela Cátedra Ramos Sucre de Literatura Venezolana

 

Es de los que piensa que él no escribe poemas, sino que los poemas lo escriben a él; pregona una especie de laicismo religioso o, más bien, una religión laica; prefiere evitar el cenáculo literario para llamarlo simplemente círculo de amigos que comparten aficiones o cosas en común; desdeña casi con afecto la intelectualidad, pero no tanto porque no la ejerza de algún modo, sino porque evade su afición a la pose y la etiqueta; confiesa que, en realidad, cada novela, cuento, ensayo o poema que escribe es una crónica interna del espíritu y no tiene ningún pudor en llamarse a sí mismo cuentero (tanto como cuentista), pues es su forma de reconocer el tono predominante que tienen la oralidad, la espontaneidad y la autenticidad en sus libros.

 

La distinción entre literatura y vida es casi una arbitrariedad en su caso, pues parece sentir tanta devoción por los libros, como por los viajes y por el ejercicio de la amistad y no se empeña en delimitar esos ámbitos, pues todos pueden englobarse en la palabra fábula, que en este autor tendría un matiz particular pues podría abarcar desde la invención artificiosa que esconde una verdad hasta el anecdotario que se puede extraer de vivencias, conversaciones y habladurías. No se trata jamás de rebajar la literatura sino, al contrario, de enaltecer la palabra en todas sus formas de manifestación, por así decir. Viniendo además de alguien que ha vivido en Caracas, Mérida, Barcelona (España), San Felipe, Coro y que ha viajado por muchísimos rincones del orbe, como para extraer suficiente botín anecdotario para sus divertimentos ficcionales.

 

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 Vista del Aula Magna de la Facultad de Filología

 

Por tanto, es un autor vivencial, al estilo de Cervantes, Jack Kerouac o Salvador Garmendia. La vida y la literatura no están en escalones distintos, sino en el mismo, y se nutren constantemente una a la otra. Por eso, la noción de ficción está inmiscuida siempre en la verdad, y la realidad se nos presenta con cualidades fabulosas, en el sentido de la fábula y la parábola kafkiana. Ese tránsito facilita la práctica permanente del juego, las condiciones lúdicas que ofrece una vida que se siente a sí misma tan apegada a la tierra, a lo mundano y al hedonismo, es decir, a la capacidad de gozar tanto del mundo. Dice Rafael Garrido que cuando uno lee a Jiménez Emán “uno no sabe a qué atenerse” pues en sus relatos “ficción y realidad se parecen tanto que sería preciso un trabajo muy sutil para diferenciarlas”.

 

Gabriel Jiménez Emán publicó su primer libro en 1973. Se trató de una compilación de relatos breves y decidió que llevaran el título de uno de los más representativos Los dientes de Raquel. Se trataba de toda una seña de identidad y una declaración de intenciones: entrar en el difícil juego de las paradojas que ofrece nuestra percepción del mundo, para intentar asirlas en un lenguaje sencillo que prepara siempre lo inesperado de la anécdota en el arte de la concisión. En lenguaje coloquial venezolano, Jiménez Emán se convertiría en un artificioso mamador de gallo, que persigue la agudeza inusitada que proviene del humor más natural.  A partir de entonces y alentado por Salvador Garmendia se convirtió en un asiduo creador de fábulas, publicando libros de cuentos, entre los que destacan Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1980), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990),  Biografías grotescas (1997),  La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002),  El hombre de los pies perdidos (2005), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), unas cuantas novelas entre las que merece la pena mencionar La isla del otro (1979), Una fiesta memorable (1991), Mercurial (1994),  Sueños y guerras del Mariscal (2001)  Paisaje con ángel caído (2004) y Averno (2006); también una obra ensayística muy encomiable de la que destacan los títulos  Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), Espectros del cine (1998), Una luz en el camino. Fundamentos de ética para jóvenes (2004), El espejo de tinta (2007) y El contraescritor (2006). Sus ensayos están traspasados por un tono de yo vital tan lúcido como espontáneo y maravillosamente despojados de “echonería” (2).

 

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El poeta Alfredo Pérez Alencart y Gabriel Jiménez Emán

 

Su labor literaria no se ha posado únicamente en el ámbito de la creación, sino que ha trabajado continuamente como investigador, compilador, antologista, traductor y editor de obras literarias, compilaciones y revistas destacadas. Aficionado al cine, a la música, a la conversación, a la hamaca y a eso que llaman “las cosas buenas de la vida”, Jiménez Emán es hoy una voz representativa de la venezolanidad que es capaz de verse a sí misma con admiración, estupor y ternura al mismo tiempo, sin renunciar al rasgo más perdurable de nuestra tradición: el sentido del humor balsámico. Leer a Jiménez Emán constituye siempre un ejercicio simultáneo de asombro, agudeza y sonrisa. Tienen ante ustedes un eminente mamador de gallo, en el sentido más solemne de la expresión.

 

 

  • Expresión muy usada en Venezuela y en el Caribe colombiano que quiere decir algo así como: “contar chistes permanentes con mucha soltura pero con un particular ingenio”
  • Expresión venezolana que quiere decir “prepotencia, petulancia”.

 

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Pablo Gómez Cova

 

Un comentario
  • Manuel.
    enero 2, 2017

    Muchas felicitaciones poeta Gabriel y muchos éxitos! Gratos y cordiales saludos de mi parte!

Responder a Manuel.