Vida retirada y otros poemas de Fray Luis de León (1). XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Pinturas de Miguel Elías

 


Hemos llegado al final del principio. El que va al último es el primero. Faltan dos días para que empiecen las actividades del XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar la antología que, de los textos de Fray Luis de León, ha realizado Alfredo Pérez Alencart, poeta, profesor de la Usal y director del Encuentro. Dichos textos  han sido extraídos de la antología titulada Decíamos Ayer. Hoy se presentan la mitad de ellos, junto al Pórtico, escrito por el propio Alencart:

  

 

 

 

 

MAGNETIZADOS A FRAY LUIS

 

 

Dedico esta antología (y la traducción

de “Al salir de la cárcel” a 50 idiomas)

al maestro Alfonso Ortega, fundador

de la Cátedra de Poética “Fray

Luis de León”, en la Pontificia

 

 

 

No es necesario un anuncio de neón para constatar que por esta ciudad de la meseta relumbra, noche tras noche de estío o invierno, la figura indomeñable de ese Poeta nacido en Belmonte (Cuenca) y muerto en un pueblo abulense de eufónico nombre: Madrigal de las Altas Torres. Pero Salamanca fue (y será) la ciudad-patria de Luis de León: aquí blindó solo con Dios su novicio corazón; de aquí nadie ni nada podrá desarraigarlo: Salamanca como navío de piedra para atravesar milenios y desdoblarse en  infinitos; Salamanca como bastión donde resistir el asedio de los jíbaros ataviados con otros atuendos.

 

II

 

Su entereza ante conjuras y encierros (1572-1577) hace que tampoco a nosotros puedan rompernos la esperanza. Oigámoslo, conviene hacerlo: “No siempre es poderosa, / Carrero, la maldad ni siempre atina/ la envidia ponzoñosa, / y la fuerza sin ley que más se empina / al fin la frente inclina;/ que quien se opone al cielo, / cuanto más alto sube, viene al suelo”.

 

 Es el Poeta siempre a contracorriente, exponiéndose a nueva cárcel aún después del “Dicebamus hesterna die…”, fiel al original hebreo de parte de la Biblia, traduciendo al castellano, verso a verso, el Libro de Job… Y tras de sí, Horacio y Virgilio, Salomón y David, Petrarca y el Bembo, Píndaro y Eurípides: magníficos ancestros suyos en esto de la alta Poesía, sea sagrada o profana, pues todo converge en el Misterio de cuyos pezones lactan los poetas.

 

III

 

Fray Luis de León abre las pupilas de todo aquel que quiera negar el poderío de la palabra poética, y recuerda a teólogos o eruditos varios: “…es argumento que convence haber usado Dios della en muchas partes de sus Sagrados Libros, como es notorio…”. Sus poemas fueron escapándoseles en vida, volando en la memoria  de un reducido círculo; luego Quevedo los editó en 1631.

 

Aquí espigo un amplio manojo de su breve cosecha de solo veintitrés textos, ¡pero cómo cunde la impronta de sus versos que tratan de lo humano y lo divino!, ¡cómo se entrañan en nosotros, esbeltamente tatuadas, esas sílabas esculpidas en la lozanía de las centurias: “El aire se serena / y viste de hermosura y luz no usada, / Salinas, cuando suena / la música extremada / por vuestra sabia mano gobernada…”.

 

IV

 

Vine a Salamanca guiado por dos estrellas: Fray Luis y Unamuno, también foráneos. Aquí me ampararon Alfonso Ortega y Carlos Palomeque, también foráneos. Llegué a la capital del Tormes el mes de octubre de 1985, justo para el inicio del curso académico, cuando “El tiempo nos convida / a los estudios nobles…”, según el poeta de La Flecha. 

 

Por Salamanca, a Unamuno ofrendé la antología Di tú que he sido. A Fray Luis le corresponde ahora Decíamos ayer. Y es que pensando en el traductor del Cantar de los Cantares pergeñé, hace tantos años, “Fray Luis aconseja que guarde mi destierro y Álvaro Mutis confirma el final de las sorpresas”, poema incluido hacia la parte final del volumen.

 

Decíamos ayer lo pude terminar entre junio y julio, convergiendo circunstancias bastante similares al Marcelo que aparece en De los nombres de Cristo, pues el deleite fue en mi pisito de Tejares, a orillas del Tormes: “Era por el mes de junio, a las vueltas de la fiesta de San Juan, a tiempo que en Salamanca comienzan a cesar los estudios, cuando Marcelo…, después de una carrera tan larga como es la de un año en la vida que allí se vive, se retiró, como a puerto sabroso, a la soledad de una granja que, como vuestra merced sabe, tiene mi monasterio en la ribera del Tormes”.

 

V

 

No cabe más cháchara. Pasemos a leer, ya magnetizados a Fray Luis

 

A. P.

 

 

 

 

VIDA RETIRADA



    ¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido! 


    Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sustentado.


    No cura si la Fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 


   ¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado? 


   ¡Oh monte!, ¡oh fuente!, ¡oh río!,
¡oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso. 


   Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 


   Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido. 


   Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo. 


   Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto. 


   Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura. 


   Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo. 


   El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido. 


   Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían. 


   La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía. 


   A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada. 


   Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 


   A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.


 

 

 

 

 

 

A DON PEDRO PORTOCARRERO 

   Virtud, hija del cielo,
la más ilustre empresa de la vida,
en el escuro suelo
luz tarde conocida,
senda que guía al bien, poco seguida;


   tú dende la hoguera
al cielo levantaste al fuerte Alcides,
tú en la más alta esfera
con las estrellas mides
al Cid, clara victoria de mil lides. 


   Por ti el paso desvía
de la profunda noche, y resplandece
muy más que el claro día
de Leda el parto, y crece
el Córdoba a las nubes, y florece; 


   y por tu senda agora
traspasa luengo espacio con ligero
pie y ala voladora
el gran Portocarrero,
osado de ocupar el bien primero. 


   Del vulgo se descuesta,
hollando sobre el oro; firme aspira
a lo alto de la cuesta;
ni vïolencia de ira,
ni blando y dulce engaño le retira. 


   Ni mueve más ligera,
ni más igual divide por derecha
el aire, y fiel carrera,
o la traciana flecha
o la bola tudesca un fuego hecha. 


   En pueblo inculto y duro
induce poderoso igual costumbre
y, do se muestra escuro
el cielo, enciende lumbre,
valiente a ilustrar más alta cumbre. 


    Dichosos los que baña
el Miño, los que el mar monstruoso cierra,
dende la fiel montaña
hasta el fin de la tierra,
los que desprecia de Eume la alta sierra.

 

 

 

 

 

 



A FRANCISCO DE SALINAS
 
 
   El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
 
    A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
 
    Y, como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
 
    Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
 
    Ve cómo el gran Maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
 
    Y, como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta,
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
 
    Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente,
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño o peregrino oye y siente.
 
    ¡Oh desmayo dichoso!,
¡oh muerte que das vida!, ¡oh dulce olvido!:
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!
 
    A este bien os llamo,
gloria del Apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.
 
    ¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!

 

 

 

 


A FELIPE RUIZ

 

De la avaricia
 
 
    En vano el mar fatiga
la vela portuguesa; que ni el seno
de Persia ni la amiga
Maluca da árbol bueno
que pueda hacer un ánimo sereno.
 
    No da reposo al pecho,
Felipe, ni la India, ni la rara
esmeralda provecho;
que más tuerce la cara
cuanto posee más el alma avara.
 
    Al capitán romano
la vida, y no la sed, quitó el bebido
tesoro persïano;
y Tántalo, metido
en medio de las aguas, afligido
 
    de sed está; y más dura
la suerte es del mezquino, que sin tasa
se cansa ansí, y endura
el oro, y la mar pasa
osado, y no osa abrir la mano escasa.
 
    ¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce sueño,
si estrecha el ñudo dado,
si más enturbia el ceño
y deja en la riqueza pobre al dueño?
 
 
 
 

PROFECÍA DEL TAJO

 

 

Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:

 

«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

 

¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea!, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay, cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

 

Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males,
entre tus brazos cierras;
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales:

 

a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitania,
a toda la espaciosa y triste España.

 

Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

 

Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

 

La lanza ya blandea
el árabe cruel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

 

Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.

 

¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves; ¡ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

 

El Eolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

 

¡Ay, triste! ¿Y aún te tiene
el mal dulce regazo?, ¿ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres?; ¿ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

 

Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano».

 

¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

 

Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado!,
¡cuánto cuerpo de nobles destrozado!

 

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.

 

 

 

 


NOCHE SERENA

A D. Oloarte

   Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,


    el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente,
Oloarte y digo al fin con voz doliente: 


   «Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura? 


   ¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido? 


   El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando. 


   ¡Oh, despertad, mortales!,
¡mirad con atención en vuestro daño!
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño? 


   ¡Ay, levantad los ojos
a aquesta celestial eterna esfera!,
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera. 


   ¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado? 


   Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales; 


   la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella; 


   y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado; 


   rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro: 


   ¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra? 


   Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado. 


   Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece. 


   ¡Oh campos verdaderos!,
¡oh prados con verdad frescos y amenos!,
¡riquísimos mineros!,
¡oh deleitosos senos!,
¡repuestos valles de mil bienes llenos!».

 


 

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