Unamuno, poeta. Reivindicación de Miguel de Unamuno.

Artículo de Gabriel Chávez Casasola aparecido en Página SIETE.Bo.
La Paz (Bolivia), el 15 del 10 del 2012
Unamuno, poeta Reivindicación de Miguel de Unamuno.

(A propósito de un reciente encuentro internacional de poesía, en Salamanca)

“Tengo la flaqueza de creer que o soy poeta o no soy nada”, le escribía Miguel de Unamuno a Ortega y Gasset en 1911, a tiempo de dedicarle su Rosario de sonetos líricos.

Y 13 años más tarde, en el destierro de Fuerteventura, “al frisar los sesenta”, escribía un soneto en el que declaraba, con toda claridad, que quería “hacerme, al fin, el que soñé, poeta”.

Sin embargo, muchos de sus contemporáneos en España, valorándolo como pensador o narrador, le retacearon en vida el reconocimiento como escritor de poesía.

Corrían los años del modernismo y la pluma severa, adusta, de Unamuno no se extraviaba en florilegios. Para Juan Ramón Jiménez -citado por Luis Andrés Marcos- “Unamuno no era sensorial, era ascético, duro, seco, mezcla de vasco y castellano; que carece de flexibilidad lingüística para la poesía; que no cree en la música exterior de la poesía”.

De hecho, el rector de Salamanca había escrito en 1907 que le repugnaba la rima, aunque luego renegara de esta afirmación y urdiera algunos de los sonetos más perdurables de nuestra lengua.

Pero además, para Unamuno la poesía no era -no podía ser- un elegante juego de palabras, un mero hecho estético escrito “de fuera a adentro”. La consideraba indisociable del pensamiento, de la filosofía, aun de la mística:

“Yo no siento la poesía sino poéticamente, ni la poesía sino filosóficamente. Y ante todo y sobre todo religiosamente’ Lo que sobre todo gusto es de la filosofía poética o de la poesía filosófica, no de la mezcla de la poesía y filosofía, no de versos conceptuales (‘) sino de aquellos otros en que poesía y filosofía se funden en uno como en compuesto químico”, anota en una carta de 1906.

“Que tus cantos sean cantos esculpidos / ancla en tierra mientras tanto que se elevan, / el lenguaje es ante todo pensamiento, / y es pensada su belleza”, remataba en su Credo Poético.

Dada esa manera suya de entender la poesía frente a la concepción que prevalecía en su época, no es de extrañar que haya tenido que pagarse él mismo, con dificultades, la impresión de sus dos primeros poemarios: Poesías y Rosario de sonetos líricos.

El episodio es recordado por el poeta hispano-peruano Afredo Pérez Alencart, a quien le “parece increíble” que esto haya sucedido “cuando ya entonces Unamuno era urgido por los impresores para publicarle lo que sea, pero en prosa. Mas todo poeta sabe que no importa el desdén o el desvalor que den a sus textos, y sigue con su escritura, y costea su edición si es necesario, aunque no logre recuperar la inversión material, como el vasco de Salamanca confiesa a (Alcides) Arguedas, ‘y eso que son mis obras favoritas’”.

Mas, Unamuno no se rinde y advierte a Arguedas: “Mi poesía entra más lentamente que mi prosa, pero entrará, ¡vaya si entrará!”.

Tal anuncio resulta, como tantas otras afirmaciones suyas, profético, si se piensa que, cuando aún vivía, pudo ver su poesía destacada en América por Rubén Darío (“poeta es asomarse a las puertas del misterio y volver con, en los ojos, un vislumbre de lo desconocido. Y pocos como ese vasco meten su alma en lo más hondo del corazón de la vida y de la muerte”), junto a otros poetas de esta orilla; y que en estos últimos años, cada vez más escritores e investigadores centran su atención en la poesía de Unamuno, quien comienza a ser recordado no sólo como pensador y narrador, sino también justipreciado como lo que más quiso: poeta.

Un momento esencial de este proceso acaba de ocurrir en Salamanca, la ciudad que lo adoptó y que él hizo suya, llamándola “dorada Salamanca mía”: el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en homenaje a Unamuno, en el que tuve el honor y placer de participar, y donde autores de América y España compartimos la lectura de sus poemas, visitamos su casa y recorrimos las mismas calles que alguna vez atravesara.

Pero lo más importante de este Encuentro, más allá de las gratas memorias que nos llevamos los invitados, fue la publicación, para esta ocasión expresa, de dos antologías: la que lleva por título Di tú que he sido, que reúne una selección de los mejores poemas de Unamuno y de textos de los invitados al Encuentro, realizada por el organizador de la cita, el ya mencionado poeta Alfredo Pérez Alencart, infatigable reivindicador y estudioso del venero poético unamuniano; y la Antología poética bilingüe de Unamuno, en español y rumano, preparada por la especialista Carmen Bulzan.

Ambos volúmenes contribuirán sin duda, uno en Iberoamérica y otro en Rumania, a la recuperación del Unamuno poeta, y podrán dar testimonio de lo que el autor de El Cristo de Velásquez fue sobre la tierra.

“Y cuando el sol al acostarse encienda / el oro secular que te recama / con tu lenguaje, de lo eterno heraldo, / di tú que he sido”, le pedía a su ciudad de Salamanca.

Al leerlo, recordamos que la poesía puede ser también lo que Unamuno proponía para el arte: “Eternización de la momentaneidad”, de nuestra pequeña momentaneidad, y por ello capaz de acusar recibo de que fuimos y de lo que fuimos.

Gabriel Chávez Casazola
12/10/2012

Un comentario
  • Rafael Mulero Valenzuela
    octubre 15, 2012

    Un gran artículo. Un gran encuentro. Un Unamuno lleno siempre de la más preciada actualidad.

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