Tres poemas de Louis Bourne

Crear en Salamanca se complace en publicar tres creaciones del poeta, traductor e hispanista Louis Bourne (Richmond, Virginia, 1942), quien vivió en Madrid durante 32 años y ahora es profesor de literatura española y mundial en el Georgia College & State University. Sus libros de poesía son Médula de la llama (1981), Lienzos de lo humano (1986) y Ráfagas de un signo (1997). Entre los poetas que ha traducido al inglés están Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Clara Janés, María Victoria Atencia, Rafael Bordao o Justo Jorge Padrón. Su tesis doctoral, Fuerza invisible: lo divino en la poesía de Rubén Darío, fue publicada por la Universidad de Málaga en 1999. Estos poemas los reproducimos con autorización de la editorial Betania, que acaba de publicar en Madrid los tres libros mencionados, más algún inédito, bajo el título de Los recodos del río. Poesía reunida 1981-2011. El poeta Leopoldo de Luis dijo, sobre su primer poemario: “Logra usted convertir en materia poética un mundo contemplado, unos paisajes que le brindan, desde su belleza, motivos de acendramiento lírico. El alma del poeta transfigura la materia que llega a la imagen poética como ardida y hecha luz”.

 

 

 

PLANICIE DE LUZ

 

Deslumbra luz dorada en estos campos

de Castilla, y los chopos, con cuchillas

de estremecida plata, guardan ríos

guardan muslos olvidados de la tierra.

 

¿Cuántos navíos blancos han surcado

tu perpetua envoltura, suelo en alto

que ofreces desde eternas primaveras

la hierba tan amarga a los labios ansiosos

del rebaño? Aquí, los peregrinos

rezan sin esperanza en este altar

de roca refinada por años apagados.

Siglos cabalgan el camino largo

del sol, que abrasa en soplo rutilante.

 

Quietos objetos quedan los seres soñolientos

bajo tejas de rojo carcomido,

mientras la mar sin ojos mira como una ciega

el transcurso de sombra en ladera distante

donde la miel madura su innominada flor.

 

 

EL QUE PINTA

 

A Roberto Donderis

 

A veces un destello de ola, de una planicie

de nada, brinca al ser. La fiel rendija

del horizonte dispara hacia

el ojo con su eterno instante y late       

con la herida del alba. Así una prieta

apertura del hueco bajo el árbol

en camino del hado nos detiene.

La arena tiembla, conmovida

por brisas vanas, y reclama el nombre

final del ultramar de la montaña,

mientras que de la espuma escapa la gaviota

hacia ese lugar en donde, intactos,

con vaho intransitable,

nacimos del salobre

olvido igual que un brote en la penumbra.

 

 

PLENITUD TERRESTRE

 

A Aurora Calviño y Pío E. Serrano

 

¿Quién, y por qué, elevaría,

con levadura de la tarde,

remotas las montañas

en azul anegante?

En soñolientas filas,

oxidada en la tierra, aguarda la cosecha,

lenta la araña de benigna uva.

Las pupilas errantes se deslumbran

con solitarias chozas,

la visión contenida

del hogar. Aún madura languidez

del estío. Los ojos, perdidos horizontes,

se plasman en su baja candidez.

Domina el verde mar la breve altura,

oleaje que brota con célula encendida

por las llanuras largas de la luz.

Grávida de vendimias va la pausa

si la noria saciada se sosiega,

y en el otoño colma su esfuerzo el jornalero,

orden nacido en manos empolvadas que obran

estática inquietud de los terrones

en frutas remozándose entregadas,

peripecia por nadie comprendida

si no vuelve a pisar

templados los enigmas de lo fértil.

 

 

Leídos estos poemas, habría que estar de acuerdo con lo manifestado por Valentín García Yebra, de la Real Academia Española: “Además de ser muy interesante y valioso poéticamente, está muy bien escrito, en un español correctísimo, que ya quisieran para sí algunos poetas nacidos en España”. Enhorabuena para este hispanista cuya poesía está entrañada con el paisaje y los sentimientos que por aquí perviven, como la amistad que en Salamanca mantiene con el poeta Alfredo Pérez Alencart, amistad siempre religada al poeta cubano Felipe Lázaro.

 

 

 

 

 

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