Travesía del Relámpago, de Theodoro Elssaca. Por Carmen Ruiz Barrionuevo

 


Fotografías de José Amador Martín y Jacqueline Alencar. Retrato de Miguel Elías

 

Con la lectura de poemas suyos acopiados en la antología ‘Travesía del Relámpago’, el poeta chileno Thedoro Elssaca inauguró el pasado lunes 9  la I Semana de la Poesía en la Universidad de Salamanca que, bajo el título ‘De uno y otro continente’, se desarrolló hasta el viernes 13 en el aula Dorado Montero del Edifico Histórico de la Usal. El acto contó en la mesa con la presencia de Vicente González, decano de la Facultad de Filología, y de Enrique Cabero, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Salamanca, institución organizadora del encuentro, con la colaboración de la Fundación Salamanca  Ciudad de Cultura y Saberes y  el Ateneo de Salamanca.

Retrato de Elssaca, por Miguel Elías

 

 

Theodoro Elssaca (Santiago de Chile, 1958) es poeta, escritor, ensayista, artista visual, fotógrafo antropologista y expedicionario. Entre sus libros están: Aprender a morir (1983); Viento sin memoria (1984); Isla de Pascua, Hombre-Arte-Entorno (1988); Aramí (1992); El espejo humeante-Amazonas (2005) o Travesía del relámpago (Antología, Vitruvio, Madrid, 2013) y Fuego contra hielo (Verbum, Madrid, 2014), entre otros.  Es presidente de la Fundación IberoAmericana, desde donde rescata y difunde la obra de autores hispanos. En 2013 recibió el Premio Mihai Eminescu, dentro del Festival Internacional Literario de Craiova, en reconocimiento a su prosa narrativa; mientras que en 2014 le concedieron el Primer Premio Poetas de Otros Mundos, en el marco del Ciclo Internacional de Poesía en Aragón.

Previo a la lectura de poemas, la catedrática de Literatura Hispanoamericana  Carmen Ruiz Barrionuevo se encargó de ofrecer una aproximación a la poesía de Elssaca, texto que ahora ofrecemos en primicia para los lectores de Crear en salamanca.

 

Vicente González, Enrique Cabero, Theodoro Elssaca y Carmen Ruiz. Foto: Jacqueline Alencar

Esta antología, Travesía del relámpago (Madrid, Ediciones Vitrubio, 2013) es una muy buena carta de presentación de la obra del poeta chileno Theodoro Elssaca, que es autor de una obra ya dilatada, de la que en este libro tenemos reunidas suficientes muestras para darnos cuenta de la calidad de su trayectoria. He dicho que Theodoro Elssaca es chileno, y esta tradición poética de su país también gravita sobre su obra. Chile es un país de grandes poetas, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas y tantos otros, de los que los autores del presente obligatoriamente son deudores, sea para afirmarlos o para negarlos. Dentro de esa tradición, la obra de Elssaca se consolida con fuerza en sus varias entregas y de ello es muestra el “Ars poética” que sitúa al comienzo de su antología y que clarifica sus orígenes, “Yo, antes de nacer, ya era poesía” (13), para instalarse en los temas imbricados en el gran tópico clásico del “homo viator” enlazando el ser y las grandes preguntas de la vida humana.  Pero como era de esperar, la suya es una búsqueda de la palabra, gozne fundamental de su poesía: “Eros y Thanatos unidos desde el comienzo, en un amasijo donde más que gusanos y piedras, me interesaron las semillas” (13). Esas semillas que en un abarcador correlato son en definitiva las palabras, se proyectan sobre la esencialidad de los cuatro elementos, la tierra (América), el agua (sus grandes ríos), el viento (en la figura del cóndor), y las “lenguas del fuego” que despiertan su asombro, pues “Los fuegos han sido los testigos más antiguos de las primeras palabras” (14). Nos advierte por tanto el autor de que la suya es una poesía de hallazgos verbales, que las palabras son fundamentales en su poesía, no solo en su goce externo, sino también en una especie de viaje al interior de lo que encierran.

 

Tenemos reunidos textos de varios libros suyos, Aprender a morir (1983), Viento sin memoria (1984),  Aramí (1992) y El espejo humeante Amazonas (2005) pero, aparte de los poemas más ocasionales que incluyen los “Poemas publicados en otros: Libros, revistas y antologías”,  poemas de circunstancias, viajes y homenajes, como “Mozart”, “La imagen”, “Jazz”, homenaje a Cortázar; “Tiorbas” a Omar Khayyam; “El sombrero del tren” que rinde un recuerdo a Jorge Teillier, o “Rapsodia para un gigante” dedicado a Enrique Volpe Mossotti, creo que la parte más sustancial se encuentra en los títulos citados y en el largo y último apartado de “Poemas inéditos” que constituyen, y no solo por su extensión, un conjunto que puede considerarse un nuevo libro.

En todo caso en la antología que presentamos se aprecia bien el decurso de su obra. Aprender a morir, su primer libro, sorprende ya por una postura que podemos llamar posmoderna, la conciencia del exterminio del mundo, por el mal uso que el hombre ha hecho de él, “con sus especulaciones y mentiras” (17), el hombre mancilla el mundo, y ante ello el poeta asoma una mirada ecológica que esgrime la angustia por el acabamiento gratuito de cuanto nos rodea, y frente a ello propone volver a nosotros mismos, a nuestro origen natural en contacto con el mundo. El segundo título, Viento sin memoria, es un libro en el que domina el poema más breve con poderosas imágenes lumínicas y sensoriales, muy ligadas a la naturaleza y a los ámbitos celestes. Un poema titulado “No” (25) prolonga el tema del mundo amenazado, niega la muerte, el abuso, la explotación, la humillación del débil, la falsedad del hombre, la locura del poder.  Domina en estos versos la naturaleza chilena aunque siempre es observada en su relación con el ser humano, un ejemplo notable es “El silencio del pan” (28), un poema que llama a los otros, a los próximos, en un efecto que podemos llamar de religación;  o “Fogón” (43) bodegón de la tierra autóctona en la que el hombre vive soportando el rigor de la naturaleza. “Cansados de correr” (47) proclama también a ese homo viator siguiendo el contexto chileno de la naturaleza en la que se mezclan todos los elementos naturales. Si “Mundos interiores” (29) es una declaración de amor a la tierra, asoma la queja dolorida en “Estertor” (30) en el que nombra a los pueblos indígenas: “Navega la esperanza / en oscuro fango. / Se harapan bufando en los rincones / los últimos latidos del maíz”. En la misma línea “Mirando al Sur” define una actitud, y “Chiloé” (40) es indicativo de la presencia de la naturaleza y de la total imbricación del poeta con su ámbito. En el primero, “Mirando al Sur”, dice: “El tiempo lo marcan los pájaros” (38), primer verso de un poema excelente que hay que destacar como poblado tanto de palabras como de pájaros, alado. Conexiones y homenajes de la estela nerudiana son inevitables, “Mensajes del agua” (41) es buen ejemplo, pues recurre al estro anafórico y repetitivo de la mejor tradición de la poesía chilena de la naturaleza, y en parecido sentido, “Raíces de América”, dedicado a Pablo Neruda visitado en Isla Negra, cuyas imágenes despliegan el carácter de brujo, chamán, o trasformador de las cosas que el poeta poseía.

 

Plaza de Anaya. Salamanca al atardecer. Foto: José Amador Martín

 

La tercera selección que aparece en el libro responde a Aramí (1992) y en ella pueden verse sedimentadas las temáticas que hacen su poética un canto a la naturaleza presente, en lo vegetal y lo animal. Entre los cuatro elementos, tan centrales en su poesía, el agua y la tierra sobresalen en un poema como “Océano” (56) que reproduce el ritmo de lo creativo del mar, o “La Tierra” (58), poema que es como una raíz o un germen en su verticalidad, pugnando por vivir ante un mundo herido, despojado, quemado. La misma recurrencia aparece en “Horizonte” (60), suerte de combinación de lo vertical del viento y de las siluetas que asoman en la línea del cielo. Y siguiendo con esos principios naturales un poema como “Río” (64) que fue escrito a orillas de un caudaloso afluente es un texto que se escalona y se derrama, aprovechando el blanco de la página, para concluir en el “río / cifrado / del idioma”.

Hay que observar que frente a esta vertiente directa y natural del continente también se incluye el canto de la cultura americana prehispánica en diversos poemas, claro está que naturaleza, hombre y culturas ancestrales se identifican en la percepción del poeta. Hay muchos momentos notables en poemas como “Rapa-Nui” (65-66), canto a las esculturas ceremoniales, que alcanza una dimensión de himno a la Isla de Pascua. El poeta siembra las palabras que nombran lugares y seres para quedarse con el silencio al final del poema: “Me quedo en este silencio de oxígeno, / de viento rebelde, huracanado misterio / donde solo el ala golpea el aire”. Que esta temática es fundamental en su obra lo prueba que se prolonga en otro libro, El espejo humeante Amazonas (2005), escrito en la selva del Amazonas en una expedición poética para visitar una serie de tribus indígenas durante 1987. Es aquí donde se incorporan seres en una vivencia plena con esa naturaleza y donde el sujeto poético toma las riendas en primera persona, “Acompaño al chamán /hasta la orilla del precipicio / cada tarde” (69), sugiriéndonos al hombre inmerso en la naturaleza, necesario en ella, siguiendo los rituales insustituibles del chamán, pues si no desarrolla su ritual “no habría crepúsculo” en ese mundo que es actuado por él. Los versos se despliegan aprovechando la sugerencia del blanco de la página, son poemas descriptivos de gran intensidad, en los que mediante los recursos del espaciamiento de los versos, la disposición en el blanco y la enumeración de las palabras se transcriben gestos, bailes, costumbres, que trasladan el sobrecogimiento de lo ignoto. “De mi sombra vi salir lagartos / arrastrándome / la respiración” (72) o bien “Desde la cima del acantilado el Señor de los Rayos postuló / sus principios inmutables” (73). El itinerario de estos seres humanos se convierte en una subida a la montaña que es además el adentramiento en la verdad interior (“La espesa vegetación / un semicírculo de quietudes crepitantes / rodeó su Templo” 74), por eso los versos se suceden como salpicados hasta rozar el sobrecogimiento. Se percibe la conmoción de la creación del mundo, las leyendas del comienzo de los tiempos. El verso y la frase alcanzan el ritmo telegráfico al suprimirse los enlaces, hasta exclamar: “Bosques Amazónicos/ ¡Catedrales de nuestra América!” (80) con lo que el poema alcanza un carácter de himno y de ascenso al interior de todo lo natural, de ahí la confesión: “Subo a la propia montaña interior / Escucho en el éter las voces de los ancestros” (83). Hasta tal punto que ese yo se identifica con el nombre del poeta, “Yo / Theodoro / en el corazón del Amazonas / concebido de la tempestad / encuentro al que habita dentro de mí / alma que a horcajadas tantea el bosque de los huesos” (84). Para asumir que en esa mirada, que es ancestral y ecológica a la vez, se inserta la historia poética de Chile en sus poetas y narradores (85), ello da entrada a una letanía de nombres que comunican con el ritual del Chamán (88) y que lograrán el momento epifánico. Distintas alternativas se suceden en un lenguaje que adopta un sobrecogimiento del ritmo entrecortado en el que se traduce ese intento de trasmutación, pues el hombre se integra como mediador entre la naturaleza y su mundo hasta lograr el objetivo: “Es / El Espejo Humeante / Venerado por lo Indios-Jaguares” (101). Es evidente que en este recorrido subyace un homenaje a  un célebre poema que todos recordamos, “Alturas del Machu Picchu” de Pablo Neruda, al que además hace algún otro homenaje, como cuando corrige al poeta: “Yo para morir / no he nacido” (104). Pero Elssaca proyecta un gesto paralelo, ya no es la piedra, el monumento, sino la naturaleza más auténtica del mundo americano, y su viaje es un ritual dentro del mundo amazónico para desentrañar el enigma de este entorno y llegar a la convicción, como la que tienen los indígenas en sus creencias ancestrales, de que el ser humano se integra en la naturaleza en una comunión con todos los seres vivos: “Escucho los pasos de los animales / QUE YO HE SIDO” (108).

 

Intervención de Carmen Ruiz Barrionuevo. Foto: Jacqueline Alencar

 

Añadamos unas pocas palabras sobre sus poemas inéditos que constituyen el material de un libro todavía no publicado con un título, pero en cuyos poemas puede verse la sedimentación de sus temas anteriores y la consolidación de su poética. Fijémonos en que el primer poema “Travesía del relámpago” plantea el tema de la temporalidad humana, no solo aludiendo a Vallejo (“Esos huesos quebrados éramos  nosotros en otras vidas” 138), sino también, como un homenaje, a esa respiración transmutadora presente en Gonzalo Rojas (Del relámpago, 1981). Lo curioso de estos poemas inéditos es que adoptan una cierta disposición de libro al introducir además una especie de recurrencia en la inserción de los siete caligramas que podrían interpretarse para el ordenamiento del libro y que también tienen que ver con su dedicación a la plástica. Los poemas amplían las temáticas en un estro más generalizante pues dominan, tanto el paso del tiempo como el itinerario del hombre y su vida. Algunos poemas podemos destacar relacionados con estas temporalidades, como “Viaje al fin de la noche”, poema impactante dedicado a la muerte de su hijo Américo (140-141), “Fulgor de relojes” (143-1449 en el que usa con acierto la imagen recurrente del reloj en una especie de cartografía literaria. Son visibles también las asociaciones del tema chileno y el transcurso de lo temporal en “Valparaíso” (146-147), en el que combina la magia del lugar y su literatura asociada. Un tema nuevo es la inclusión de poemas que introducen el humor y el gesto distendido, como “Té blanco” (154-155), o “Didáctico” (156-157) acerca de la paternidad, para culminar este gesto humorístico en “La aparición de la mora Palíndroma” (158-160), poema entre erótico y metapoético, que parte de la ironía sobre su estilo al compararlo con Nicanor Parra, y en él, acertado y divertido, se basa en juegos precisamente palindronómicos como mora, roma, amor. En cuanto a “Las musas” (162-163) es poema que, dentro del humor, establece la ligazón con la preocupación metapoética; esas musas “la palíndroma” y “la acróstica”, son metáforas de la preocupación del poeta por su oficio que aparece en poemas metapoéticos como “Geometría de las palabras” donde explica: “Para mí las palabras son tridimensionales. / Unas más cúbicas, pentagonales, / poliédricas o redondas, / que en su movimiento se tornan / esféricas”. Por eso el “Caligrama VI, Bebo de tu alta copa” (176) es un árbol, pero también un árbol de las palabras, el hombre tiene sus árboles, en un homenaje explícito a Vicente Huidobro. No extraña que persista el tema chileno en estos versos, que siga exaltando la naturaleza como en “Columnas y navíos” (174-175), donde explicita el valor del árbol hasta exclamar “Árboles, /columnas de Chile”. La misma intención se aprecia en  “Selva de mi sur” (177-178) donde iguala al vegetal y al hombre hasta decir “el boscaje es la selva de mi sur” para culminar en “Árbol de las palabras” (196-198), magnífico poema final de homenaje a las palabras que cierra la antología.

En definitiva, como ha dicho en algún lugar: “El tema de mi poesía es una búsqueda de respuestas a las grandes preguntas sobre el origen desde una perspectiva antropológica. Una búsqueda del sentido. Es una poesía sobre las raíces, el viaje, la memoria y la naturaleza, y también expresa el asombro ante las cosas esenciales que ya no vemos”. Y desde luego podemos comprobar que su poesía surge del contacto con el mundo vivo, entendiendo esto como una manera de diálogo que urge la contemplación pero también la respuesta.

Tarde de nubes. Foto: José Amador Martín.

TRES POEMAS DE THEODORO ELSSACA

 

ÁRBOL DE LAS PALABRAS

 

 

Hay palabras rápidas como el rayo

grandes igual a mamuts

transparentes más que el viento,

palabras acorazadas o desnudas,

lentas como terrestres quelonios

antiguas, risueñas o vanguardistas.

 

En el magnífico árbol de las palabras

hay los más raros frutos, extravagantes,

caprichosos, inauditos y estrambóticos.

Palabras evanescentes como fantasmas

sólidas y pétreas, o tenues del jazmín.

Otras son nerviosas, irritables, perturbadas,

pólvoras frenéticas, excitables y coléricas.

Palabras beligerantes o definitivamente guerreras,

explosivas y letales como un misil.

 

Conozco palabras que usan muletas,

se les inflaman los tendones y las bursas,

y deben ser infiltradas o acudir a la acupuntura.

Hay palabras que chorrean tinta

son las tristezas de caléndulas,

flores clandestinas, de furtivo dolor.

Palabras que cantan, silban y bailan,

relatan historias y tienen sangre.

 

En aviones viajan las palabras, en barcos,

submarinos y viejos trenes a vapor.

Son naipes marcados algunas palabras

de la huerfanía mistraliana, como tala

o desolación. Palabras que perforan,

raspan, y son horadaciones en la página.

 

Estamos cosidos por la misma estrella»,

decía Huidobro. También hay palabras

nostálgicas, que después de encendidos

crepúsculos, giran y hacen titilar nerudianías.

 

Expresivos mimos que son silentes palabras,

otras son ruidosas bocinas citadinas,

o salvajes rugidos de fieras indomables.

Palabras actrices sobre escenarios de luces,

u opacas nebulosas acongojadas y fúnebres.

Hay modernistas de azules tritones en Darío,

arboledas de Alberti, pictóricas y nautas,

chispeantes andaluzas de García Lorca

mezcladas en el cante jondo de raíces arábigas.

 

Abrumadas y solemnes palabras pronunciadas

por un juez, en la trágica sentencia de muerte.

De la novia en su fantástica certeza o quimera,

palabras que salen tambaleando y ruedan ebrias

o que emergen como espectros y se desenmascaran.

Palabras para odiar o para amar, para crear o destruir.

Otras que recogemos como reliquias milagrosas,

laberintos borgianos o verdaderos talismanes

que rozan el fetichismo retórico de castañuelas.

 

Recuerdos que son palabras, ciudades, abrazos,

distantes geografías incrustadas en las neuronas.

Digo Egipto, Mesopotamia o Persia, y son palabras

cargadas de magia y de historia, de tapices voladores,

sensualidad, misterio y cuentos de las mil y una noches.

Digo «ser» y se me aparece Shakespeare, en el quebranto

contradictorio de Hamlet, digo «tiempo» y me visita Heidegger.

 

Pronuncio una sola palabra como «hidalgo» o un nombre,

Dulcinea, y de inmediato Cervantes sale al ruedo.

Hay palabras sordas como una tapia, otras monosilábicas

radiantes y enormes como sol, o monotemáticas y ciegas

como el negro callejón. Desilusionadas como gris o fúlgidas d

e resplandor. Musitan y son hojas amarillas de otoño.

Hay sonoras en oleadas de truenos, o roncas de volcanes.

 

Eróticas igual a besos y pubis de fuego, inquietantes

igual a cuervos, rotundas como un disparo y definitivas

como la muerte. Se me caen de los bolsillos

algunas palabras equinocciales, las acaricio y libero.

Palabras que los lingüistas coleccionan en insectarios,

y las clasifican como a escarabajos, saltamontes o escorpiones.

Primeras palabras del que aprende a pronunciar,

últimas palabras de quien se despide y no regresa.

 

 

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Árbol de las palabras, caligrama de Elssaca

 

 

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE

 

 

a mi hijo Américo, in memoriam

 

 

Celebro la luz que nos llega de las estrellas,

son lejanos astros muertos,

cadáveres que aún destellan,

fantasmas en el numen índigo,

letanía de guadaña y renacimiento,

espejos de mundos ignotos que ya no existen.

 

Enigma de voces inundan el añil.

 

¿Estarás en el eclipse Américo de América?

Hijo mío, sangre de mi sangre.

Cambiaste mi existencia con tu llegada.

¿Sabrás que te recuerdo a cada instante?

Joven difunto, viajero del espacio sideral.

 

¿Se apaga una vida como se disuelve la luz?

Lámpara de aceite bajo la lluvia.

Espada de ácido cortando el viento.

 

Habíamos reído tanto, entre muselinas y trajes.

De ese amor tú eras el fruto con la maja Eloísa

bajo sus pulcras constelaciones de Castilla.

Américo, Américo, recuerdo de Vespucci,

aquel navegante florentino en la Nueva India.

 

No hay suficientes horas en un día, para un poeta.

 

Uncido a tu Europa natal

enciendo la fragua del recuerdo:

ojos que iluminaron cada día

juventud que nos impulsaba eufórica

en aquella época fugaz de lluvia y hoguera.

 

Tenías solo algo más de veinte años

cuando el enigmático arcano del ajedrez

movió sus alfiles hacia la fatalidad.

 

Muere el ojo que vio al mundo, pero no su alma.

 

La noche no condujo al día.

Viajo en sombras al fin de la tristeza.

 

En la oscuridad he creído escuchar tus palabras,

las voces no se borran de la mente.

En Madrid me dijiste hace un tiempo:

cada vez que respiremos estaremos juntos.

 

¿Hace un siglo que te has ido, o fue recién anoche?

 

Desde mi lejana Terra Australis

con los ojos gastados

vuelvo mi estremecido rostro al cosmos,

los dragones y centauros pueblan la bóveda,

escudriño el espacio

esperando alguna señal.

Un cometa grana, rompe el raso firmamento.

 

 

 

Silueta de Salamanca al atardecer. Foto: José Amador Martín

TRAVESÍA DEL RELÁMPAGO

 

Respiramos solo por un instante

en la alegre contorsión de la vida.

Travesía en espiral, un suspiro en el firmamento,

débil rayo o parpadeo de libélula, fugaz relámpago.

De la infancia al hielo del cuerpo vacío,

sin aire, entrando en la oscuridad del sepulcro.

Hemos sido en el insistente hueso,

dimos una batalla codo a codo con el enigma,

avanzando hacia la noche con el hüo estremecido,

a punto de cortarse ante el paredón de la existencia.

 

Atesoramos en las vitrinas iluminadas

silentes huesos. Una tibia del paleolítico,

un peroné sacado de Stone-Henge,

la mano del Homo Neanderthalensis.

Pirámides de Egipto hechas de huesos,

brillando como marfiles en Ur, Caldea y Nínive.

 

¡Aaah! Si hablaran estos venerados huesos,

resumen cabal de la historia homínida.

Travesía inconclusa de fragmentos inexplicables.

Como gemas recogimos en los conchales,

aquellos huesos de los Micénicos o de los Selknam,

hombres tiznados cazando en la niebla.

Galería de los huesos del Cromagnon,

examinamos el fémur del Austhrolopitecus Africanus,

pesamos un vallejiano hueso húmero,

levantamos el cráneo del primer Sapiens-Sapiens,

¿dónde estará su cerebro, la última neurona y recuerdo?

 

Son nuestros abuelos todos estos huesos rotos,

antepasados de la humanidad, estirpe de primates.

Huesos que se vistieron de tendones y de carne,

anduvieron exultantes con sus lenguas y sus ojos.

 

Esos huesos quebrados éramos nosotros en otras vidas,

tal vez somos los mismos en las muertes sucesivas.

Eterno retorno de todas las voces, huellas y manos.

Que el aullido encuentre en las cenizas sus huesos perdidos.

 

 

Un momento del la lectura de Elssaca. Foto: Jacqueline Alencar

 

 

ENTREVISTA EN EL NORTE DE CASTILLA

 

Entrevista a Theodoro Elssaca

Theodoro Elssaca  con Pilar Fernández Labrador

Theodoro Elssaca con Alfredo Pérez Alencart

5 comentarios
  • Pilar Lauriani
    junio 23, 2014

    Felicitaciones!!..Todo este reconocimiento es fruto de su perseverancia y esfuerzo.

  • Carmen
    junio 27, 2014

    La magnificencia en la palabra, la elegancia y el porte en el camino de la vida, todo resume un estilo de vida que es Theodoro Elssaca. Feliz por sus logros!

  • igor fuentes
    julio 4, 2014

    hermosos versos de un poeta chileno Theodoro Elsaca, te mando un gran abrazo , de un amante de la poesia,estuvimos en unrecital poetico en enero de este año,y yo lei un poema ese dia donde una palabra te quedo «el pudù».fELICITACIONES THEO.

  • Bernardo Trascender
    julio 17, 2014

    Excelente manejo de las palabras y el ritmo. Que lectura tan plena.

  • Victor Hugo
    julio 31, 2014

    Saber de ti amigo mio y conocer tus logros es simple y cabalmente una elegía literaria vivida en plenitud, albricias querido amigo, albricias para ti y tu compañera.

Responder a Bernardo Trascender