TRAS LAS HUELLAS DE UNAMUNO POR LAS HURDES. CRÓNICA Y FOTOS DE JACQUELINE ALENCAR

 

 

Portada revista Nivola, con pintura de Miguel Elías

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta crónica escrita por Jacqueline Alencar, directora de la revista‘Sembradoras, quien forma parte de la Asociación Amigos de Unamuno en Salamanca.

 

Hace unos días se presentó el séptimo número de la revista ‘NIVOLA’, editada por la Asociación Amigos de Unamuno en Salamanca, una publicación que ya ha llegado a un amplio espectro de interesados en la obra unamuniana. En la misma, el lector podrá encontrar una docena de interesantes artículos (de autoría de Pollux Hernúñez, Isabel Muñoz, Elena Díaz Santana, Rafael Hipola Melgar, Emiliano Jiménez Fuentes, Luis Salas González, Carlos Javier González Serrano, Agustín Remesal, José Carlos Brasas Egido, Francisco Blanco Prieto y José María Balcells), así como un resumen de las actividades realizadas por la Asociación a lo largo de este año que ya culmina, así como las previstas para el año 2020.

 

Un momento tras la presentación

 

He tenido el privilegio de publicar un texto en este número de NIVOLA, escrito después de participar en la excursión que los miembros de la Asociación Amigos de Unamuno realizaron el 1 de junio de este año, queriendo seguir las huellas dejadas por D. Miguel durante su visita a la zona de Las Hurdes en el año 1913, junto a los franceses Maurice Legendre y Jacques Chevalier, y el albercano tío Ignacio, con el objetivo de comprobar personalmente lo que señalaba el demoledor informe del maestro Feliciano Abad. (J. A.)

 

 

 

TRAS LAS HUELLAS DE UNAMUNO POR LAS HURDES

 

El pasado 1 de junio, un grupo de miembros de la Asociación de Amigos de Unamuno en Salamanca, salimos rumbo a Las Hurdes con la intención de emular, en parte, aquella visita que realizara D. Miguel a dicha comarca en 1913, junto con dos franceses, el hispanista Maurice Legendre y el profesor del Liceo de Lyon Jacques Chevalier, impactado por el informe del maestro Feliciano Abad, que mostraba la dramática situación de la zona. Dicho viaje quedó reflejado en diversos artículos publicados en ‘Los Lunes de El Imparcial’ y en el ‘Diario del viaje a Las Hurdes’.

 

 

 

Días antes de la excursión, gracias a otra actividad programada por la Asociación, pudimos asistir, en la Filmoteca de Castilla y León, al documental “Las Hurdes, tierra sin pan” (rodado entre abril y mayo de 1933), de Luis Buñuel, más una conferencia impartida por Francisco Blanco, presidente de la Asociación, que nos situaron por esas tierras en la época en que la visitaron Unamuno y sus compañeros. Se dice que este trabajo de Buñuel fue ensalzado y también muy criticado al considerarse algo exagerado, pero el espectador de hoy, o de ayer, puede darse cuenta de que Buñuel solo tenía la intención de alcanzar la difícil sensibilización de los que nos sentimos incómodos al ver una realidad con la que muchas veces no queremos comprometernos, y que nos pone en una situación de ‘inconfortabilidad’. Interesante es ver cómo personajes relevantes de entonces se interesaron y atrevieron a denunciar una problemática que poco interesaba. Conocer estos hechos permite constatar cómo la actuación de algunos, ante diversas situaciones, sirve de ejemplo a otros en esto de mejorar el mundo en el que habitamos. En tal sentido, nos podemos atrever a decir que Buñuel pudo verse estimulado a denunciar la misma situación que movió a D. Miguel de Unamuno, o a Legendre, a visitar Las Hurdes en el año 1913 y que, en 1922, lo hicieran el rey Alfonso XIII y Gregorio Marañón. Indudablemente, todo el trabajo de Buñuel estaría influenciado por estos hechos anteriores, que seguro causaron gran impacto en el cineasta, sobre todo por el libro de Legendre: “Las Jurdes. Etude de Géographie Humaine” (1927), fruto de su tesis doctoral realizada después de recorrer durante muchas campañas de verano (desde 1909) las Batuecas, la Sierra de Francia y Las Hurdes.

 

Como hemos señalado, impactado quedó Unamuno al leer el informe del maestro Feliciano Abad (1912) del Casar de Palomero, a quien se le encargó elaborar un informe sobre la situación de la educación en la zona. Entre 1895 y 1911, Unamuno había visitado La Alberca, Las Batuecas y la Sierra de Francia, no obstante, tenía una asignatura pendiente, que era la de visitar Las Hurdes. Así escribe en El Imparcial (28.8.1913): “Hace ya años, lo menos dieciocho, que me llegué desde La Alberca hasta el famosísimo valle de Las Batuecas, y desde entonces quedé deseoso de visitar Las Hurdes; mas aunque después he andado por la Sierra de Francia, nunca hasta este verano, se me cumplió el deseo”. Se encontraba Unamuno envuelto en la revisión de su libro “Del sentimiento trágico de la vida” cuando recibe una carta de Maurice Legendre anunciándole su llegada a España, junto a Chevalier: “Estaré en Madrid el 27 por la tarde; llegaré a Béjar el 30 por la mañana, donde puede buscarme en la fonda ‘España’. Allí llamaré al tío Ignacio, con quien -con dos mulas-, partiré para Las Hurdes, terminando la excursión en la Peña de Francia, donde permaneceré hasta el 10 de agosto, más o menos”.

 

Nos sorprende que, desde Francia, alguien se sintiera tan atraído por una zona sobre la que se había elaborado una especie de leyenda negra, y se decía que sus habitantes se consideraban salvajes y que estaban alejados del mundo civilizado, viviendo en una tierra inhóspita y en la más absoluta miseria. Cierto era que la miseria y el olvido por parte de las autoridades competentes era una realidad, y es ahí donde resulta relevante este viaje que inician dos franceses, Legendre y Chevalier, y dos españoles: Unamuno y el albercano tío Ignacio.  

 

 

 

No cuesta entender el interés de Unamuno por dejar su despacho para iniciar este viaje improvisado, pero comprometido con la realidad social, ya que, como sabemos, estos hechos coinciden con las Campañas Agrarias en las que estaba involucrado D. Miguel y que reflejaban su compromiso con el campesinado y con el campo, y con el problema de la despoblación rural, un problema que se extiende hasta nuestros días. Recordemos que, durante dos mítines, en la Fuente de San Esteban y en Lumbrales, señala que “de la misma manera que un pueblo tiene una iglesia en la que se unen todos los corazones y una escuela en la que se unen todas las inteligencias, los labriegos deben tener algunas tierras en las que se una su trabajo”.

 

Fruto de las campañas agrarias es el poema ‘Bienaventurados los pobres’:

 

Cruzan los sin patria, esto es, sin trabajo,

por el polvo estéril del viejo camino,

ganando por Dios su limosna a destajo,

una vida perra que truncó el destino.

 

Con el polvo de la senda en el estío,

a empolvarlos llega tamo de las eras,

donde, siervos, trillan los del señorío

junto al libre paso de las carreteras.

 

Sus abuelos con su sangre cimentaron

estos campos de la patria en vana guerra,

pues con ella, los muy necios, remacharon

sin saberlo los grilletes de la tierra.

 

Donde vayan se tropiezan con un coto;

son libres de manos; mas de pies son siervos;

sólo tendrán propio para el cuerpo roto

una huesa que les guarde de los cuervos.

 

Mas el suelo en que le atasca el potentado,

en el ojo de la aguja, que es la puerta,

su grosura, cuando al pobre, resignado,

quien va en puros huesos, le resulta abierta.

 

Arrojaron a los vivos las ovejas

y a poblar van, desterrados, los desiertos

de la América, tragándose sus quejas,

y han arado el camposanto de sus muertos.

 

Mientras brotan de otro lado de los mares

de la raza, aquí ya seca, verdes ramos,

con las piedras que ciñeron sus hogares

ha hecho cercas la codicia de los amos.

 

Hasta el cielo se elevaron agoreras

dos columnas de humo: sobre los huidos

la del harto buque; la de las hogueras

con que por ahorro rozaron sus nidos.

 

Huyen mozos, ¡los ingratos!, desertores

de este noble solar patrio, la hipoteca

que responde a los patriotas tenedores

de la Deuda que el sudor sobrante seca.

 

Y a los que ni pueden emigrar, ¡los pobres!,

la ciudad de las paneras da el asilo

que, ya muerto, con sus rentas Juan de Robres

levantó, para ir al cielo más tranquilo.

 

Pues que al lado de aquel ojo de la aguja

hay portín secreto que abre llave de oro,

y a saber si allí también no es que le estruja

al que se lo cría quien guarda el tesoro.

 

 

 

Leyendo este poema, cuyo título tiene base en una de las bienaventuranzas de Jesús, percibimos la importancia que tenía para él la tierra y el hombre que la pisa. Y le importaba la dignidad y los derechos de ese hombre, que constantemente eran pisoteados. Estos versos nos hablan de emigración, desplazamientos, de los que eran expulsados de su tierra, en la raya de Portugal, Extremadura y Salamanca, debido a la falta de pan, de trabajo, y, sobre todo, por la injusta distribución de los recursos, llevada a cabo por los más pudientes, que monopolizaban la tierra para su disfrute personal. Muchos hacen de América su tabla de salvación, otros se quedan para seguir siendo más pobres, en medio del silencio cómplice de los que tenían la obligación de velar por su bienestar. Por ello es necesario que haya un Cristo vivo que transforme los corazones, y no un Cristo que sea solo tierra, tierra…

 

No nos extraña, pues, que, después de conocer el cuadro situacional de Las Hurdes, a través del Inspector de Educación de la zona, Feliciano Abad, él quiere comprobar personalmente lo que se dice en teoría, y se embarca en una excursión que va más allá de la admiración del paisaje. Y más allá de las leyendas negras sobre la región, que imposibilitaban el desarrollo de acciones concretas para salir de la pobreza.

 

 

Los que participamos en la excursión programada por la Asociación Amigos de Unamuno, también marchamos imbuidos por este espíritu de querer revivir las sensaciones y los pasos grabados en los diversos pueblos o alquerías por las que transitó Unamuno con sus tres compañeros de travesía. Como si dijésemos con él: “Partimos de Aldeanueva del camino a pie, y por Abadía y Granadilla para dirigirnos al Casar de Palomero. Tierras extremeñas, las que cantó como una alondra Gabriel y Galán; tierras solemnes. Hay algo religioso en la majestad de ciertos alcornoques -honni soit qui mal y pense-, y nunca he podido verlos desollados, como san Sebastianes vegetales, sin profunda emoción” (citaré textos contenidos en “Andanzas y visiones españolas”). Un grupo de valientes iniciaron una caminata para por lo menos saborear algo de lo que sintieron aquellos aventureros comprometidos en 1913, haciendo frente al sol en todo su esplendor. Otros, tuvimos la experiencia de sentir a otro poeta como José María Gabriel y Galán (Frades de la Sierra, 1870-Granadilla, 1905), tal como lo sintió nuestro rector al divisar Granadilla: “La vista de Granadilla a la distancia, con su recinto de murallas y su torreón de entrada, nos quita algunos siglos de encima. ¡Y pesan tanto!… Y por dondequiera el recuerdo de Galán, el poeta”. Y más aún, al visitar la que fuera residencia de este bardo, hoy convertida en Casa-Museo.

 

 

 

Allí, de la mano de un excelente guía recorrimos la casa en la que residió el poeta a raíz de su matrimonio con Desideria García Gascón, emparentada con un terrateniente del lugar, hecho que traerá la tranquilidad material para el desarrollo de su escritura, después de degustar las estrecheces de la vida de un sencillo maestro de escuela en Guijuelo y Piedrahita. Recorriendo las distintas estancias de la casa, nos fuimos adentrando en la vida y obra del poeta, notando que, en sus versos, fluía un compromiso con la realidad y las gentes del mundo rural, quizá emanado de sus orígenes y de su quehacer como labriego, siendo el primero en denunciar con sus escritos la situación de miseria de Las Hurdes. Entre los valiosos documentos que se nos iban presentando, nos encontramos con unas líneas de Unamuno, quien formó parte del jurado en aquellos Juegos Florales realizados en el Teatro Bretón de Salamanca en 1901, en los que Gabriel y Galán fue galardonado por su poema ‘El Ama’, inspirado en su madre y que pudimos leer emocionados durante la travesía. Allí percibimos esa huella indeleble dejada por Unamuno, una vez más, pues mucho tendrá que ver con el encumbramiento de este poeta. Quizá ese compromiso social, esa firme convicción religiosa, esa sensibilidad por los menos favorecidos, como los campesinos de Salamanca y Extremadura, propició una firme relación e intercambio epistolar entre ambos. Interesante fue leer los versos del poeta en dialecto extremeño, ‘El embargo’ o ‘Cristu Benditu’, u otros como ‘Canto al trabajo’, o ‘La espigadora’, conmoviéndonos ante esa labor de diseñar una escritura accesible al pueblo, retratándoles su realidad, pero en verso y ritmo, de modo que la entiendan y sea como un bálsamo en medio de la miseria y el olvido. Así lo dice: “Mi obra (¡pobre obra mía!), es la obra de los ocultos del mundo de la cultura… poesía sana para el pueblo que es su padre”. A pesar de su breve estancia por este mundo, el poeta permanece, especialmente donde dejó estampada su amorosa huella poética; se nota en Frades, Granadilla, donde su memoria permanece y nos lo recuerdan, ya sea a través de un busto, una calle, o una casa cargada de recuerdos.

 

Poema ‘El embargo’ , de Gabriel y Galán

 

 Y así permanece Unamuno a través de la palabra que nos dejó como una estela para no olvidarnos de su compromiso con el entorno, con el hombre. Sus artículos en ´Los Lunes de El imparcial’ y otros escritos que resumían este viaje por Las Hurdes, servirán para que esta tierra olvidada sea foco de atención por parte de los poderes públicos. Se decía que Las Hurdes era habitada por gentes salvajes, fugitivos, con costumbres arcaicas, pero Unamuno y Legendre, a través de sus escritos, en vez de corroborar estas impresiones, quizá elaboradas desde la comodidad de los despachos, las rectificaron.

 

En su diario de viaje Unamuno fue tejiendo palabras con tal fuerza que hasta ahora sirven para estimular nuestro compromiso con la época que nos ha tocado vivir. Para mirar y sentir, desterrando la inhumanidad y facilitar la relación entre sentimiento y razón. Entre fe y razón. Nos va describiendo el inicio de la travesía, la vida de los pueblos, sus costumbres, incluso detalles como el canto de los gallos al amanecer o el ladrido de los perros que no dejan dormir. Con él podemos imaginarnos los castaños, los olivos; “Y a esos hombres de siempre, fuera de época, que parecen arrancados de una novela picaresca, y con que uno se encuentra en las posadas de los pueblos donde no hay ferrocarril; esos hombres como el sastre aquel ambulante y aficionado al zumo de la vid”. Podemos sentir el aroma a jara, a romero, a madroños, a lentisco… Divisamos Moedas, El Casar de Palomero, recibiendo un croquis de Las Hurdes de mano del maestro Abad, conocedor de la zona, como hemos mencionado, indicando que la leyenda empezaba allí. Dice Unamuno que “empezaban las montañas recias y ásperas, madrigueras de bestias más que cunas de hombres. Pero ¡qué sensación de recogimiento!”. Nos hace llegar con él a Pinofranqueado, un pueblo “sin nada del salvajismo hurdano del que tanto se hablaba”. Un pueblo del que tantas veces había oído decir que los hombres casi ladraban, se vestían de pieles y huían de los civilizados. Más bien dice Unamuno: “Había que entrar de una vez en esa región que alguien ha dicho es la vergüenza de España, y que Legendre dice, y no sin buena parte de razón, que es, en un cierto sentido, el honor de España. Porque, ¡hay que ver lo heroicamente que han trabajado aquellos pobres hurdanos para arrancar un misérrimo sustento a una tierra ingrata!”.

Carta de Unamuno a Gabriel y Galán

 

 

Con él pasamos por La Muela, El Robledo, Las Erías, Horcajo, El Cabezo y más… Por primera vez nos deparamos con los ríos Hurdano, Esperabán o Fragosa…  “En Las Erías -dice-, en invierno, el sol no dura más de cinco horas, de nueve a dos. Pero allá arriba, en otra mucho más miserable alquería, colgada en las abruptas cuestas, un sombrío repliegue de la montaña, allí apenas sí hay sol. Sus misérrimos moradores son, en su mayoría, enanos, cretinos y con bocio… Nuestros informantes atribuíanlo a la falta de luz del sol. Otros… a lo corrompido de las aguas, y parece ser todo lo contrario: que ello se debe a la pureza casi pluscuamperfecta de las aguas, a que las beben purísimas, casi destiladas, recién salidas de la nevera, sin sales, sin yodo, sobre todo, que es el elemento que, por el tiroides regula el crecimiento del cuerpo y la depuración del cerebro. Y esta explicación, que parece satisfactoria me despierta una analogía. Y es que también los que no beben sino ideas puras, destiladas, matemáticas, sin sales ni yodo de la tierra impura, acaban por padecer bocio y cretinismo espirituales. El alma que vive de categorías se queda enana”. Nos cuenta que también ha observado que, junto a hombres “entecos, esmirriados y raquíticos” se ven “recios mocetones, ágiles y fuertes”, y junto a “pobres mujerucas prematuramente decrépitas” se encontraban “muy garridas y guapas mozas”. Por lo tanto, nos muestra que, a pesar de las dificultades existentes, hay la materia prima para salir adelante y una perseverancia y empeño en ese contingente de seres que permanecen fieles a la tierra. Que pueden más que leyendas negras, pues allí, aunque mal, se come y se duerme bien, y quien va allí come también. Porque se araña la tierra.

 

Y así, continúan divisándose los ríos, las pequeñas alquerías, las casuchas miserables… Cuenta Unamuno que se quejan de la triste y dura tierra, pero no la abandonan, más bien se apegan a ella. “Han hecho por sí, sin ayuda, aislados, abandonados de la Humanidad y de la Naturaleza, cuanto se puede hacer…   todo ese rudo combate contra una naturaleza madrastra, lo hacen solos, sin la ayuda de bestias de carga, llevando a cuestas las piedras de la cerca o del bancal, transportando a propio lomo por senderos de cabras o entre pedregales sus cargas de leña o el haz de helecho para la cama. Rico, riquísimo, el que posee un borrico entero en uno de los pueblos pobres…”, escribe Unamuno.

 

 

 

En medio de la dureza de la tierra, Unamuno nos muestra cómo los hurdanos destacan lo bueno que tienen, como las aguas, que no las hay mejores, según ellos. Se fija en que entre los hurdanos algunos sueñan con aprender lenguas, correr tierras, ver mundo; otros quieren mostrar sus dotes en la lectura. Y casi podemos oír el hablar de los hurdanos, cuando nos dice que hablan muy bien el castellano, lo contrario a lo que se decía. Se fija en los niños: “Una de las cosas que más me ha llamado la atención en Las Hurdes es la gran cantidad de niños preciosos, sonrosados, de ojillos vivarachos, que he visto…”; pero también nos muestra su preocupación: “Luego se estropean con aquella temible lucha por el miserable sustento”. Nos imaginamos a los niños que, como muchos de este siglo XXI, en algunos puntos de la geografía mundial, tenían que trabajar para apoyar la subsistencia familiar, abandonando la escuela; de ahí las altas tasas de absentismo escolar que habían aparecido en el informe de Abad. No cuesta imaginar que la salud también era otra asignatura pendiente en Las Hurdes. Nos comenta que, a pesar de los infortunios, “casi todos son propietarios de su tierra, por eso están tan apegados a ella, apenas emigran”.

 

Otro imagen de la comida en Pinofranqueado

 

Con qué sentimiento y claridad nos describe todo el viaje D. Miguel. Casi da pena cuando de las Mestas, “un pueblecillo encantador, que ni pintado para un pintor”, llega la hora de adentrarse ya en Las Batuecas, abandonando “la desolada aridez de las cuestas hurdanas, pobremente vestidas de brezo, helecho y jara” para entrar en verdes y frescas arboledas de otro paisaje. De Las Batuecas van a La Alberca, y de allí a la muy querida para Unamuno, Peña de Francia, en busca del descanso y sosiego, para meditar en todo lo vivido en esos días, lo cual traerá resultados satisfactorios: que las altas instancias se interesen por la región, implementando políticas que puedan sacarla de la situación de miseria y abandono: en abril de 1922, Marañón viaja a Las Hurdes con Legendre y los médicos Bardají y Goyanes, para realizar un diagnóstico de la zona, lo cual se plasmó en un informe demoledor que fue presentado ante el rey Alfonso XIII, quien, junto a Marañón, decide visitar Las Hurdes en junio de ese mismo año. Es evidente que las medidas para paliar la situación no se dieron inmediatamente, así lo demuestran las denuncias posteriores realizadas por Legendre, Unamuno y Luis Buñuel.

 

En la Peña de Francia, D. Miguel lee a sus amigos el borrador de su Cristo de Velázquez, agregándole nuevos versos. Seguro que con un poquito de sazón hurdana.

 

Hoy, Las Hurdes no son la panacea, pero no tienen nada que ver con lo que nos cuentan Unamuno o Legendre. Gracias a Dios. Pero todo este legado nos sirve para no olvidar que todavía quedan muchos lugares sumidos en la miseria y el abandono.

 

Con la revista, tras la presentación de la misma

 

 

 

 

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