SOBRE LA POESÍA DE LA ARGENTINA AMELIA ARELLANO. ENSAYO DE JOSÉ PEREZ

 

La poeta Amelia Arellano

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este ensayo escrito por nuestro colaborador José Pérez (El Tigre, estado Anzoátegui, Venezuela, 1966), reside en Pariaguán, Mesa de Guanipa. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, España (2011). Profesor Asociado Jubilado de la Universidad de Oriente. Núcleo de Nueva Esparta en el área de Lingüística. Pertenece a la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Poeta, narrador, ensayista, promotor cultural. Obra publicada: Jardín del tiempo (Cuentos, 1991), Callejón con Salida (Cuentos,1994), Por la Mar de Luís Castro (Ensayo,1995), De par en par (Cuentos, 1998), No Lisis, No Listesis (Cuento, 2000), Pájaro de mar por tierra (Cuentos, 2003), Como ojo de pez (Poesía, 2006), Fombona, rugido de tigre (Novela, 2007), En canto de Guanipa (Poesía, 2007), Páginas de abordo (Poesía, 2008) y Cosmovisión del somari (Ensayo, 2011 y 2013). E-Books: Gustavo Pereira, Antología sin somaris (Poesía, Elperroylarana.gob.ve, 2017), A palo mayor (Poesía, Elperroylarana.gob.ve, 2018), La casa de los poetas (Poesía, Elperroylarana.gob.ve, 2018). Ha obtenido diversos premios literarios en poesía, cuento y novela dentro y fuera de Venezuela. Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES (www.redescritoresespa.com). Ha publicado textos en Nueva York, Miami, Lisboa, Madrid, Viena, Ginebra, Italia y Chile

 

 

SOBRE LA POESÍA DE LA ARGENTINA AMELIA ARELLANO

 

Hoy fui al barrio del sur, al sur del sur. Pobreza.
¿Qué es el olvido frente al hambre?
¿Qué es el olvido frente al hambre? Pregunto.
Lloremos un poco amor, para ablandar al mundo.
Sólo un poco, amor, sólo un poco.

AMELIA ARELLANO

 

 

El rostro de Amelia Arellano (nacida en San Luis, provincia de San Luis, Argentina, en 1944) que me mira es el de una mujer sonreída, de mirada profunda, de humana hondura. La veo en fotos y la leo en diversos portales de internet,  encontrado su voz y su decir singular, en versos de franca llaneza y de reveladora condición femenina; con absoluta conciencia ante el duro camino de la palabra poética.

No se crea nadie que escribir poesía es soplar globos de colores, ni hacer garabatos en el aire con una varilla de cometa. Escribir poesía es quemarse las pestañas del alma entre tormentas y enredos, desnudeces y desamparos, angustias interiores e invisibles batallas con el silencio, con la lluvia, con la soledad, con el frío, con la noche, con el tiempo; los misterios, los invisibles azares, las fortuitas hazañas de la paciencia, la plenitud del ser que se escarmienta ante el desarraigo; la otredad, los imposibles o los imponderables del amor, de la entrega, del sentir. Todo se suma y se revela en la poesía. Todo misterio la envuelve y seduce. Tal es su enigma intemporal.

A quien atañe este don de dioses se le hace piel el ejercicio de compartirla o guardarla para sí, de dejarla volar o cantarla, de pasarla de una lengua a otra como una semilla viva; de hacerla imagen y sonido como una guitarra en el espejo.

La poesía germina en el ser del mismo modo que el ser la descubre en sus vísceras más profundas, y la trae al mundo. Por eso nace, por eso se hace, por eso pervive y alienta.

La hizo suya Safo, con sus himnos, odas y epitalámicos reflejos; y Anacreonte, apartado de arrebatos pasionales, pero sensual en el canto joven y amigo de los placeres. La celebró el Homero de memoria prodigiosa para la épica y el cantar de invisibles odiseas; el Píndaro cuyos labios bañaron de miel en el sueño las abejas;  y el Virgilio de las aldeas, la magia y las profecías, de bucólicos y geórgicos cantares.

La hicieron codillera y temblor de tierra Vallejo y Neruda, pero es caprichoso sumarle nombres, ponerle apellidos o sustraerle corrientes, modas, movimientos, épocas e itsmos. La poesía transita por allá y por acá, y se da como pan, como aliento, como vuelo. Todos los pueblos la germinan y desde todos los pueblos llegan sus frutos y sus rosas. Esa es la gran belleza de la poesía.

Y en el hondo silencio de las dudas y en medio de las dudas del silencio, me preguntó: ¿Cómo escribe Amelia Arellano para sumarle su voz al mundo? El mundo que tiene tanta poesía encima que aún no lo sabe. ¿Cuándo escribe sus poemas Amelia Arellano, para que otros mundos la descubran, al lado de una taza de café, de un mate vespertino o de un vino milagroso? ¿Acaso nos llama a su encuentro, aún derrotados por los desamparos del milenio, o más allá de no sé dónde?

Viaja Amelia Arellano en sus versos por infinitos pasajes, y definitivamente es una suerte que sea el poeta Eduardo Dalter, su amigo y compañero de luchas, quien nos la regale con un prólogo a su libro  Desvelos de triángulos (2020); y la presente ante el lector hispanoamericano, a través del portal www.crearensalamanca.com, que promueve desde España nuestro fraterno poeta Alfredo Pérez Alencart, para reconocerle su alto nombre de mujer de letras y absoluta poesía.

Se siente esta presencia de su ser en el acto de sus revelaciones más portentosas, en su conocido poema “Recuérdame cómo era”, del cual se muestran los primeros versos: Recuérdame cómo era, amor./Antes del barro compartido./Cómo era, lo que ya no soy./Cómo era lo que sigo siendo./La que acercaba su voz de hierba a tu silencio.

Aparece este poema, entre otros medios de difusión cultural, en la revista Inventiva Social; y se percibe ese tono suyo por el juego de palabras que atribuyen sonoridad rocosa al texto, de un modo delicado, sugestivo, tentador, semejante al murmullo íntimo.

En otro poema, titulado “Cuadratura de la crucifixión”, perteneciente a la obra Desvelos del triángulos (2020), se manifiesta ese mismo recurso, para develar las inquietudes de una amada convertida en plenitud: A esa mujer la han crucificado a besos./ La han cubierto con la vía láctea./
Con sagrada saliva la han ungido./ Le han puesto alas en la cabeza.

 

 

 

 

Entrega absoluta que la poetisa eleva a protesta ante los clichés sociales respecto a los dones de amor de la mujer amada y de la mujer amante: Y la llaman loca. Sacrílega. Impía./ Pero le han brotado bocas en sus ojos./ En sus riveras. En sus bordes de agua./ En sus caderas. En sus manos, bocas./ Bocas. Bocas. Bocas. De esa, su franqueza y valiente revelación se extraen valores sustanciales de la poesía hecha por mujeres en la Argentina y toda América Latina, porque no ha sido fácil sumar esa persistencia, darle presencia concreta a ese hacer lírico, hacerle reconocer su valor trascendente ante la historia de la literatura universal.

 

CUADRATURA DEL POEMA
                                               (Fragmento)

 

A esa mujer le han vendado los ojos.
La han bautizado con un nombre apócrifo.
La han prostituido, le han llamado puta:
Le han profanado el pubis.
Han colocado en sus manos una balanza rota.
La han vestido de impudicia.
Le han pintado el pelo, las uñas y la boca.
Ay, profunda rosa roja que no calla.
Que no sangra, que vuelve al grito barro.

 

Se entrevé su desnudez y su rigor para dotar el verso de transparencia ante el flagelamiento, la herida, la contumaz sentencia del dolor causado, protagonizado por la barbarie inhumana. Sus signos de rebeldía van a favor de todas las mujeres del mundo, como una masa y un puño cerrado, anteponiendo pechos, miedos, pesadillas, pecados, silencios y tumbas; pero igualmente subvirtiendo lo imponderable, el gesto, los relojes, los espejos, las escamas de las borraduras, las dagas, las traiciones.

Todo en Amelia Arellano se convierte en palpitante debatir. De la natura extrae cuanto necesita: rosas y almendros, montes y serpientes, pájaros y uvas, sales y soles, corales y ríos, lluvias y naranjas, ramas y tigres, gredas y barros; tanto como cenizas y sangres, verdores y azules.

De esa riqueza idiomática, y de esa su voz llana, directa y creativa, emerge su gran poesía; una poesía muy argentina y muy suya. Ello es capital reconocerlo. Es perentorio advertirlo. Porque esa es su entrega y plenitud creadora.

Como Amelia Arellano, debemos recordar a Alfonsina Storni (1892-1938), a Alejandra Pizarnik (1936-1972), a Susana Thenon (1937-1990), a Olga Orozco (1920-1999), a Amelia Biagioni (1916-2000) e Irma Cuña (1932-2004); como valiosas voces de una tradición que se enriquece a sí misma, como cuerpo representativo de esa creación femenina tan valiosa en su producción —cuanto en su presencia—ante el hecho literario, dentro y fuera de Argentina (Sur, Centro y Norte América; Europa y Asia).

Importa sí, la seriedad y decidida constancia con que van aportando sus poesías otras autoras, a esa rica tradición; sumando manifestaciones que por los cuatro horizontes del cielo conseguirán, sin dudas, su cauce en el tiempo.

El siguiente fragmento del poema titulado “Ella”, de Amelia Arellano, es como tomar de la mano un verso de Florencia Piedrabuena cuando sentencia lo de “no sentirse nenas” en el poema, o en la médula del poema, sino plenitud del ser, plenitud de la mujer y plenitud de la poesía:

 

ELLA

(Fragmento)

 

Está la enamorada de la piel del mar.
Dentro de una botella.
La que muerde la copa con sus piernas entre vahos de hombre.
Está la mujer de tiza, la de cal, la de humo.
Está María .María luna. María Buenos Aires.
María María. María madre. María hija. María padre.
María dulce. “Dulcísima. Dulce.”
Como una naranja. Como un durazno.
María. María Triste. Tristísimamente triste.
Como un pantano. Como una lágrima. Como un verde enterrado.

 

            María representa tal vez el nombre más universal de la mujer hispana. Y “Triste” no es un apellido que se merezca una mujer madre, esposa, hija, compañera, luna, tiza, cal o humo. “La que muerde la copa con sus piernas” ante los vahos del hombre puede estarse derrumbando, hundiendo o cayendo a un abismo sin fondo, como si naufragara dentro de una botella, y el mundo es ajeno a su catarsis.

 

Los poetas Amelia Arellano y Eduardo Dalter

 

 

El teatro de la indiferencia universal contra la mujer está servido; tiene su telón abierto y desgarrado, y los actores citadinos no advertimos o fingimos no advertir desamparos ni desengaños, desilusiones ni atropellos, tristezas ni derrotas de mujer alguna. Por eso el pantano y la lágrima atañen a su condición dolida. Por eso la poetisa Amelia Arellano pone su mano en el asador y eleva su grito silente—silente sólo en apariencia—ante toda forma de infamia, opresión, mancillamiento y desgarro. Y lo hace de una manera muy inteligente.

Su poema “Paloma negra” tiene igualmente del signo desacralizador. Como ese barro que Amelia Arellano extrae de la voz del poeta Miguel Hernández, en otros versos, junto a cántaros y dunas, adobes y nardos, siempre en sus verdes y sus miradas; sus silencios y su tiempo expresan los golpes de mujer que duelen al alma y la vida; en esa su lucha por la identidad propia y colectiva de la mujer, el ser todo en su plenitud, en todo lugar y a toda hora. Por eso no da descanso a su voz en la persistencia de su batalla moral, de guerrera indomable, por la causa justa de la reivindicación, sin que por ello parezca panfletaria o extravagante; muy por el contrario, se nos adviene cuidadosa y serena, firme y persistente:

 

PALOMA NEGRA

(Fragmento)

 

Isadora aún no emprende el vuelo.
El letargo tiene sabor amargo.
La “casa del hornero” está vacía.
Barby vive en un hospicio de 10 pisos.
Tanto mides. Tanto pesas. Tanto vales.
María soledad vende su hambre.
Mitos y mordazas hacen olas.
Un solo hombre. Un solo bote.
Solo cabe una. Arriba o abajo.
Una sola: Eva o Lilith. Lilith o Eva.

 

            Los señalamientos de compromiso y dinamismo lírico en su poesía estimo que se corresponden fielmente con el contenido sumario de su obra poética, que si bien de pocos títulos, de abundante presencia en medios alternativos de amplia difusión, llevando así su voz muy lejos, para suerte nuestra.

En poesía tenemos Exorcismo de la hoja (San Luis, Editorial de la Sade, 2012), Teorema de Pitágoras (Ediciones San Luis, 2015), Desvelos de Triángulos (edición de San Luis Libro, 2020; premio Provincia San Luis), además de volúmenes que recogen su poesía dispersa y editada, como Antología (2001), Antología Poética (2007), Cuento y poesía (Asociación Civil de Arte y Cultura, Merlo, Buenos Aires,2008), Antología La mujer rota; Pan ,amor y fantasía y La piel de la memoria (2010).

Su obra ensayística y de investigación desentraña aspectos de psicología, sociología o antropología cultural, con igual tino, abordando temas sobre contaminación ambiental, psiquis, identidad y cultura, psicología social, el relato mítico y la identidad latinoamericana; siendo conocido su libro La voz del Cuyún:. Cosmovisión de hombre en la literatura cuyana (Ediciones Beta y Marva, 2005).

En narrativa tiene cuentos y textos diversos compuestos por “Bodas de amor en Juana Koslay” (Cuentos), “Romance de amor para una paloma llamada Lucia” (Narrativa infantil), Antología de Narrativa (2009), Sin cuenta caras de la moneda (2009) y La morada del Íncubo (Edición de San Luis Libro, 2010).

            En el poema “Los perros del miedo” la poetisa Amelia Arellano revisa los mitos de la misoginia, los complejos de Edipo, la literatura encallada en aquellas y nuevas profecías de la incordura, y su desazón se entabla con una conclusión radical: se avanza muy poco pero hay demanda de gritos, y no se debe tirar la toalla. Aunque el ser oprimido y el ser opresor batallen sin pausas, la pelea va más allá de sí. Aunque eso implique sentirse “Huésped de burdeles celestiales”, y refrendar, con más rigor, sus epítetos: Como los excrementos y las moscas./
Como las pesadillas y los piojos./Como los mocos y el hedor.

            Su humor, su rampante ironía ante toda argucia disfrazada, se ventila igualmente en su poema “Los silencios del pecado”. Como quiera que se asuma el “pecado”, en el territorio de la mujer connota no pocas increpaciones de piel, no pocos señalamientos y castigos. Si pecar es jugar, la poetisa ironiza ese juego; lanza su carta y se detiene en el gesto de la espera.

Se apuesta todo a la vida, como en una mirada, y su mirar tiene ya tantas batallas a favor, que oírla es celebrarla, y encontrar su honda poesía nos regocija. También en silencio nos invita a su encuentro, donde sus versos son hablas plurales de un destino de mujer que no tiene costuras.

 

LOS SILENCIOS DEL PECADO

(Fragmento)

 

 

Y los ojos de Delfina e Hipólita.
Buscándose, huyendo en su hondo penar.
Y los ojos de Abelardo y Eloísa.
El ojo azorado del infierno de Rimbaud y Verlaine.
De Baudelaire y Louchette.
De Zorba y Bubulina.
De Medea y el hombre con un pié calzado.
Atados a una lira y una cítara.
Los ojos del vacío que apuestan a la vida.
Los ojos de la trasgresión y el pecado.
Amo, los silencios del pecado, entonces.

Nos llega de Amelia Arellano su amor por la provincia natal, el pueblo de sus vivencias, la tierra de su querencias serranas, sus páramos de arraigo y persistencia, como un ejemplo de entrega admirable por cuanto no se salta las fronteras, no se discurre la vida nativa y la identidad local hacia ninguna otra querencia; porque le pertenece al río Chorrillos y a Ríoseco; y porque las sierras pampeanas le dicen al oído su canción campesina de piedra y bruma, brisa y pisadas de venados, que es cuanto el alma desea escuchar. Ese, ese es su tesoro más puro. Y su poesía también lo es.

Amelia Arellano en una lectura de sus versos

 

De esa energía y pulsión extrae su sentido de claridad política, de claridad social, de formación sin fisuras, para cantar sus verdades, para enarbolar sus banderas de lucha, más allá de los movimientos de géneros, con los movimientos reivindicativos del bienestar humano, la justicia, el bien y la paz. Su voz es bastión y ejemplo de persistencia, de entrega y demanda de los valores esenciales de la vida: el amor, el respeto, la equidad, la solidaridad, el pan y el trabajo.

Ante esas emergencias antepone “ablandar al mundo”. Ante el olvido que constriñe la salud, tanto como el hambre, antepone su interrogante valiente. Porque la indiferencia condena y mata. Y no podemos dejarnos vencer por las sombras. No hay que dejar morir el deseo de ayudar al prójimo. Y la poesía tiene medios y modos para rebelarse. Para ser entrega y hacha. Cuchillo y flor en el disparo de los sueños. Por eso debe suprimirse el miedo, el temor, la derrota. Hay que cantar como el ave ante la fiera que amenaza y rasguña.

Su poema “Los perros del miedo” tiene de esa maceración, de esa substancia interior que significa valor, que enaltece su espíritu de poetisa comprometida con las causas nobles del ser. Como debe ser.

 

Sin anunciarse.
Nuevamente, han llegado los perros del miedo.
En sangrientas jaurías

Ya no  temo.
Son parte de mis antiguas criptas.
Escamas sobre escamas.
Los conozco, los acepto.

(…)

¿Como he de temer, entonces?
¿Cómo temer?
¿Las sangrientas jaurías de los  miedos?

            Un verso, una sentencia lírica, más exactamente una proclama del alma, en la voz del cantor Silvio Rodríguez –“Disfruté tanto, tanto, cada parte, y gocé tanto, tanto, cada todo…”—introduce su poema “Adioses”, del cual extraigo un fragmento no como despedida de este breve artículo, sino para abrir las puertas a la celebración de la poesía de Amelia Arellano desde su San Luis infinito, desde su argentinidad enorme, desde la hondura de sus páramos, desde su campesino andar, desde su fortaleza y sabiduría de mujer proba; con este sentimiento de admiración por su trabajo y su constancia, por ser parte de esta América nuestra en toda su plenitud y abundancia creativa. En toda su poesía, en su grande nombre de mujer.

 

ADIOSES

(…)

Ya fue, amor, ya fue.
Conjuguemos el verbo amar en pretérito perfecto.
El amor se va. Como se va la vida. Como se va la noche.
El deseo animal. La ternura.
Esperma derramada, solitaria.

(…)

Espantemos los búhos para que lleguen las primeras luces.
Ya está. El amor es finito. Efímero. Fugaz.
Breve alondra que parte a otros mundos.
Te amé. Me amaste. ¿O fue el hombre del gallo?
¿Se criaban gallos en Jerusalén?
O la mujer con pechos insepultos, rosas de Luxemburgo.
Quizás fue la avidez. O la leche agria.
Nos mandan a degollar a Dios, y no me animo, ni tú.
Náufragos miserables y sedientos.

Pariaguán, 22 de febrero de 2021

 

El poeta y ensayista venezolano José Pérez

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